« Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días! Nos estamos acercando a la fiesta de Pascua,
misterio central de nuestra fe. El evangelio de Juan -como hemos escuchado-
narra que antes de morir y resucitar por nosotros, Jesús cumplió un gesto que
quedó esculpido en la memoria de los discípulos: ¡el lavado de los pies!
Un gesto sorpresivo y que los trastornó, al punto que Pedro no
quería aceptarlo. Quisiera detenerme en las palabras finales de Jesús:
“¿Entienden lo qué he hecho por ustedes? […] Si yo, el Señor y el Maestro les
he lavado los pies, también ustedes tienen que lavarse los pies los unos a los
otros”.
Así Jesús le indica a sus discípulos el servicio como el camino
que es necesario recorrer para vivir la fe en Él y dar testimonio de su amor.
El mismo Jesús ha aplicado a sí la imagen del ‘Siervo de Dios’ utilizada por el
profeta Isaías, ¡Él que es el Señor, se vuelve siervo!
Lavando los pies a los apóstoles, Jesús quiso revelar la manera
de actuar de Dios hacia nosotros, y dar el ejemplo de su ‘mandamiento nuevo, de
amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado, o sea dando la vida por
nosotros. El mismo Juan lo escribe en su Primera Carta: “De esto hemos conocido
el amor: Él ha dado su vida por nosotros; por lo tanto también nosotros tenemos
que dar la vida por nuestros hermanos […] Hijos, no amemos con palabras ni con
la lengua, pero con los hechos y en la verdad”.
El amor, por lo tanto, es el servicio concreto que nos damos los
unos a los otros. El amor no son palabras, son obras y servicio; un servicio
humilde, hecho en el silencio y escondido, como Jesús mismo ha dicho: “No sepa
tu izquierda lo que hace tu derecha”.
Esto comporta poner a disposición los dones que el Espíritu
Santo nos ha dado, para que la comunidad pueda crecer. Además se expresa en el
compartir los bienes materiales, para que nadie tenga necesidad. Esto de
compartir y de dedicarse a quien está en necesidad es un estilo de vida que
Dios sugiere también a muchos no cristianos, como un camino de auténtica
humanidad.
Como última cosa, no nos olvidemos que lavando los pies a los
discípulos y pidiéndoles que hagan lo mismo, Jesús nos ha invitado también a
confesarnos mutuamente nuestras faltas y a rezar los unos por los otros, para
saber perdonarnos de corazón.
En este sentido, nos acordamos de las palabras del santo obispo
Agustín cuando escribía: “No desdeñe el cristiano hacer lo que hizo Cristo.
Porque cuando el cuerpo se dobla hasta los pies del hermano, también el corazón
se enciende, o si ya estaba se alimenta el sentimiento de humildad […]
Perdonémonos mutuamente de nuestros errores y recemos mutuamente
por nuestras culpas y así en de algún modo nos lavaremos los pies mutuamente.
El amor, la caridad y el servicio, ayudar a los otros, servir a
los otros. Hay tanta gente que pasa la vida así, sirviendo a los otros. La
semana pasada he recibido una carta de una persona que me agradecía por el Año
de la Misericordia; me pedía rezar por él, para que pudiera estar más cerca del
Señor.
La vida de esta persona es atender a la mamá y a los hermanos:
la mamá en cama, anciana, lúcida pero no se puede mover y el hermano es
discapacitado, en una silla de ruedas. Esta persona, su vida es servir, ayudar.
¡Y esto es amor! Cuando tú te olvidas de ti mismo, piensas a los otros, esto es
amor!
Y con el lavado de los pies el Señor nos enseña a ser
servidores, más aún: siervos, como Él ha sido siervo para nosotros, para cada
uno de nosotros.
Por lo tanto queridos hermanos y hermanas, ser misericordiosos
como el Padre, significa seguir a Jesús en el camino del servicio. Gracias».
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