Liturgia
Las dos lecturas de hoy presentan un mismo punto de referencia, siendo
la primera la que prepara la aplicación de la segunda. Num 21, 4-9 nos habla de
ese pueblo, siempre protestón, que una vez más lo hace contra Dios y contra
Moisés, por las penurias que le toca vivir en el desierto. Y en esto pasan por
una zona que estaba plagada de serpientes venenosas (seguramente víboras), que
acabaron con la vida de muchos. En su modo de pensar primitivo atribuyen esa
situación a un “castigo de Dios” que les haya mandado esas serpientes por sus
culpas. Y ahora vienen a Moisés para pedirle que ore a Dios para que les libre
de la plaga. Y Dios, siempre pendiente de su pueblo, le dice a Moisés que haga
una imagen de serpiente y la coloque en un mástil, y que así los mordidos de
serpientes puedan mirar a esa imagen y quedar sanos.
Jesús se vale de esa imagen para hablar de sí (Jn 8, 21-30)
y de su modo de muerte, porque llegará un día en que los mordidos por el pecado
tengan que mirarlo a Él, puesto en alto
(en la Cruz), para quedar sanos de su pecado. Es toda la teología de la
redención. Entonces sabréis que YO SOY. La misma palabra de Dios en el Sinaí, y
por tanto la declaración de la salvación que hace Jesús pagando a precio infinito
por su condición de Dios y hombre verdadero.
PASIÓN DE JESÚS
Han llegado al Calvario. Jesús llega extenuado. El Cireneo
descarga el madero que ha portado junto a Jesús, y le obligan a retirarse,
aunque aquel hombre no se marchó, porque su alma había quedado prendida de la persona
de Jesús. Le arrancaron la túnica. Y digo “le arrancaron” porque aquella túnica
que llevaba pegada a la espalda supurante y reseca con el aire, no podían
quitársela sino arrancándosela de sus espaldas, renovando el dolor más agudo de
sus llagas.
Luego tuvo que echarse al suelo sobre esas mismas espaldas sobre
el terreno pedregoso del Calvario para el tremendo momento de la crucifixión de
sus brazos. El madero ya traía abiertos los agujeros por los que habían de entrar
los clavos. Estaban hechos a más distancia de la normal de los brazos
extendidos porque habrían de tensar los brazos de la víctima de manera que el
cuerpo no se le fuera después hacia a delante. Descoyuntaban los músculos del
pecho, con lo que dificultaban la respiración del condenado. Y cuando con cuerdas estirazaron los brazos de Jesús hasta
hacer coincidir su antebrazo con los agujeros de la madera, un verdugo a cada
brazo hendió el clavo en sus carnes con golpe profundo y certero. Un quejido
muy hondo salió de Jesús al que habían atravesado. Los tendones rotos
agarrotaron sus pulgares.
Quedaba la no menos macabra operación de izar su cuerpo
péndulo sobre el mástil vertical, lo que ya hacían con cierta destreza los
hombres acostumbrados a tal operación. Había que situar el cuerpo sobre el sedil
(pieza saliente a modo de asiento), para que todo el cuerpo no quedara colgando
de los clavos. Que no dejaba de producir dolores y desgarros en los brazos del
crucificado. Allí venía la última operación de clavar los pies, forzando a uno
sobre el otro, y la mayor dificultad de martillear con el cimbreo de la cruz.
Un profundo “ay” de dolor se escapó de la garganta de Jesús, mientras que con
su corazón oraba.
Y no oraba como en el Huerto pidiendo que pasara aquello.
Oraba ahora pensando en los causantes de aquel suplicio que estaba padeciendo.
Y oraba pidiendo al Padre que los
personara porque no sabían lo que hacían. No tanto iba aquello por los
ejecutores materiales, que al fin y al cabo eran unos mandados que hacían su
oficio. Su oracion era por los sacerdotes, por los responsables de aquella
fechoría, por el mismo Pilato… ¡No sabía lo que hacían! Sabían que habían
pedido y buscado con inquina la muerte del hombre Jesus. Pero no sabían la página
de la historia que estaban escribiendo, que era la historia de la salvación del
mundo. Que era la historia de haber crucificado al Señor de la Gloria. No lo
sabían. Cierto que el pecado de los que lo entregaron a Pilato era mayor que el
de Pilato…, pero ¿qué sabían ellos todo lo que estaban haciendo crucificando a
Jesús?
Pero, Señor: ¿no les habías dado mil pruebas para que
creyeran y supieran? Pues sí, se las había dado. Pero sus mentes embotadas no
llegaron nunca a saber que habían dado ejecución a toda la Escritura que
describía la muerte del Mesías a manos del propio pueblo y sus dirigentes
religiosos, para la salvación del mundo.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÒLICA 8continuaciòn9
ResponderEliminarLOS DIEZ MANDAMIENTOS.
"Lo mismo que es santo el que os llamò, sed santos también vosotros en toda vuestra conducta, porque está escrito:Serèis santos porque yo soy santo".(Pe 1 15, 16).
Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?(Mt 19,17).
Jesús responde:"Si quieres entrar en la vida eterna, guarda los mandamientos"(Mt19,17); y añadió:"Y luego ven y sígueme".
Ser cristiano es algo màs que una vida correcta que se atiene a mandamientos. Ser cristiano es una relación viva con Jesús. Un cristiano se vincula ìntima y personalmente con su Señor y se pone con èl en camino hacia la vida eterna.
"¿Quién eres Tú?"Jesús nos ofrece dos caminos para llegar hasta Él. Uno es el camino de la cruz o de la entrega total. El otro es su comunión con el Padre, que da sentido a su existencia; es como decir:"¿ aún no entendéis quién es una persona que vive así, amando hasta entregarse totalmente?". Todos los que buscan sinceramente a Jesús, lo encuentran; pero algunos buscan en vano porque creen tenerlo antes de empezar a buscarlo y otros andan muy distraidos con sus cosas y no se enteran que Él ha salido a buscarlos...
ResponderEliminar