sábado, 5 de marzo de 2016

5 marzo: La flagelación

Liturgia
          Oseas sufría en sus carnes la infidelidad de su esposa, pero cada vez volvía él con nueva ternura. Podía muy bien imaginar a Dios, tantas veces defraudado por su pueblo infiel, y sin embargo tantas otras veces acercándose Dios a ese pueblo para requebrarle con nuevas misericordias. A eso corresponde la lectura de hoy: 6, 1-6, que acaba con la preciosa imagen de Dios que quiere misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos.
          En Lc 18, 9-14 Jesús lo expresa gráficamente en la parábola del fariseo y el publicano. El fariseo es el hombre que ofrece prácticas: yo pago, yo ayuno… Sin embargo no obtuvo el favor de Dios, porque el fariseo fue a Dios como quien exige un pago. El publicano sólo presenta a Dios su realidad de hombre pecador, que sólo pide misericordia. ¡Éste salió perdonado! Éste obtuvo la misericordia. Éste conocía cómo es Dios.

PASIÓN DE JESÚS
          Jesús quedó con todo su cuerpo expuesto a los azotes. Los verdugos tomaron los flagelos y se situaron uno a la derecha y otro a la izquierda de Jesús, y comenzaron su trabajo: descargar los golpes sobre el cuerpo de Jesús. Un primer golpe estremece, un segundo golpe hace apretar los dientes, un tercero, un cuarto…, una lluvia de golpes que iban cayendo sobre las espaldas. Y sobre la piel traumatizada se iban abriendo llagas, y sobre las llagas caían nuevos golpes, abriendo surcos en las carnes de Jesús. El dolor se hacía insufrible.
          Yo no sé cuántos golpes pudo soportar Jesús en plena conciencia. Es un hecho que la naturaleza tiene sus modos de defenderse y que, llegado el umbral superior del dolor, la naturaleza hace que se pierda el sentido. El cuerpo de Jesús pudo entonces quedar colgado péndulo sólo por las ataduras de sus muñecas. Los nuevos golpes deshilachaban sus carnes pero pienso que ya no había en Jesús conciencia de aquella situación.
          Cuando los dos verdugos hubieron cumplido su tarea, soltaron las amarras de las manos y Jesús cayó como un fardo sobre su propia sangre, sin sentido.
          Yo no puedo quedarme pasivo ante esta dolorosa realidad, y quiero acercarme a él para ayudar a levantarse. Pero ahora mismo Jesús yace tendido en el suelo y poco puedo hacer. Por lo demás, confieso que me causa una dificultad añadida que no puedo llegar hasta él si no es pisando su sangre que ha salpicado o incluso chorreado por el pavimento.
          Cuando Jesús empezó a volver en sí, yo me debo acercar a ver si puedo ayudarle a sentarse en el banco de piedra que hay en aquel patio. Y me duele horrores tener que entrar pisando aquella sangre… Pero con el nudo en la garganta pienso que esta “imaginación” no es tan imaginaria cuando pienso lo que hice yo al pecar. Fue precisamente pisar la sangre de Jesús. Y como aun entonces pude obtener la gracia del perdón y de la mirada compasiva de Jesús, ahora –en la escena que estoy contemplando- también puedo pisar esa sangre pero para auxiliar a mi Jesús… Para ofrecerle mi brazo donde él se apoye. No puedo yo cogerlo porque le reviviría el dolor de sus llagas. Pero puedo acercarme para que él se apoye en mí, y así pueda cubrir su desnudez y sentarse –temblando de fiebre y de frío-, aunque apenas puede mantenerse derecho. Le ofrezco mi hombro para que repose su cabeza. No quiero decirle nada. Sobran las palabras. Sólo estar y estar disponible. Que él lleve la iniciativa de lo que necesite en esta terrible hora.
          ¿Dónde está Pilato? ¿Qué “castigo” es éste, que deja moribundo a la víctima? ¿Qué está haciendo mientras tanto el juez que declaró inocente y envió a este trance?
          ¿Dónde estoy yo en mi vida real? Toda esta oración con proyección mística, ¿qué realidad concreta abarca? ¿No hay por ahí otros Cristos a los que ofrecerles el brazo, aunque haya que pasar pisando muchas veces por encima de su misma miseria?

          No dejo a un lado lo que dicen los Santos Padres de la Iglesia sobre el tormento sufrido por Jesús en su cuerpo: que así quiso Jesús redimir los pecados de la carne; que ahí pagó por toda la lujuria que se daría en la historia. Y la verdad es que puede uno explicarse tamaño sufrimiento de los azotes cuando el mundo se ha asentado tantas veces sobre el placer carnal. Y como ahora nos toca que mirar a nuestro mundo, en el que estamos, no puede uno menos que pensar que mucho tuvo que ser el sufrimiento de Jesús cuando el momento actual está tan desordenado en tantas personas y de tantas maneras, en este aspecto de la lujuria desbocada.

1 comentario:

  1. Ana Ciudad10:08 a. m.

    CATECISMO DE LA IGLESIA. (Continuación)

    LA SALVACIÓN DE DIOS:LA LEY Y LA GRACIA.

    "Danos lo que nos mandas y mándanos lo que quieras (San Agustín).

    ¿CÓMO SOMOS SALVADOS?.-Dios nos regala en el Bautismo "la justicia de Dios por la fe en Jesucristo"(Rm 3,2).Por el Espíritu Santo, que ha sido derramadoi en nuestros corazones, somos introducidos en la Muerte y la Resurrección de Jesucristo, morimos al pecado y nacemos a la vida nueva en Dios.Fe ,esperanza y caridad nos vienen de parte de Dios y nos capacitan para vvivir en la luz y corresponder a la voluntad de Dios.

    JUSTIFICACIÓN.-Es un concepto central de la "doctrina de la gracia".Significa el restablecimiento de la relación justa entre Dios y el hombre. Puesto que únicamente Jesucristo ha activado esta relación justa (justicia), sólo podemos comparecer de nuevo ante Dios siendo "justificados" por Cristo y, en cierto modo,entrando en su relación intacta con Dios.Creer signoific,por tanto, acoger la justicia de Cristo para uno mismo y para la vida propia,

    ResponderEliminar

¡GRACIAS POR COMENTAR!