Liturgia
Oseas sufría en sus carnes la infidelidad de su esposa, pero cada vez
volvía él con nueva ternura. Podía muy bien imaginar a Dios, tantas veces
defraudado por su pueblo infiel, y sin embargo tantas otras veces acercándose
Dios a ese pueblo para requebrarle con nuevas misericordias. A eso corresponde
la lectura de hoy: 6, 1-6, que acaba con la preciosa imagen de Dios que quiere misericordia y no sacrificios,
conocimiento de Dios más que holocaustos.
En Lc 18, 9-14 Jesús lo expresa gráficamente en la parábola
del fariseo y el publicano. El fariseo es el hombre que ofrece prácticas: yo pago, yo ayuno… Sin embargo no obtuvo
el favor de Dios, porque el fariseo fue a Dios como quien exige un pago. El
publicano sólo presenta a Dios su realidad de hombre pecador, que sólo pide misericordia. ¡Éste salió perdonado!
Éste obtuvo la misericordia. Éste conocía cómo es Dios.
PASIÓN DE JESÚS
Jesús quedó con todo su cuerpo expuesto a los azotes. Los
verdugos tomaron los flagelos y se situaron uno a la derecha y otro a la
izquierda de Jesús, y comenzaron su trabajo: descargar los golpes sobre el
cuerpo de Jesús. Un primer golpe estremece, un segundo golpe hace apretar los
dientes, un tercero, un cuarto…, una lluvia de golpes que iban cayendo sobre
las espaldas. Y sobre la piel traumatizada se iban abriendo llagas, y sobre las
llagas caían nuevos golpes, abriendo surcos en las carnes de Jesús. El dolor se
hacía insufrible.
Yo no sé cuántos golpes pudo soportar Jesús en plena
conciencia. Es un hecho que la naturaleza tiene sus modos de defenderse y que,
llegado el umbral superior del dolor, la naturaleza hace que se pierda el
sentido. El cuerpo de Jesús pudo entonces quedar colgado péndulo sólo por las
ataduras de sus muñecas. Los nuevos golpes deshilachaban sus carnes pero pienso
que ya no había en Jesús conciencia de aquella situación.
Cuando los dos verdugos hubieron cumplido su tarea,
soltaron las amarras de las manos y Jesús cayó como un fardo sobre su propia
sangre, sin sentido.
Yo no puedo quedarme pasivo ante esta dolorosa realidad, y
quiero acercarme a él para ayudar a levantarse. Pero ahora mismo Jesús yace
tendido en el suelo y poco puedo hacer. Por lo demás, confieso que me causa una
dificultad añadida que no puedo llegar hasta él si no es pisando su sangre que
ha salpicado o incluso chorreado por el pavimento.
Cuando Jesús empezó a volver en sí, yo me debo acercar a
ver si puedo ayudarle a sentarse en el banco de piedra que hay en aquel patio.
Y me duele horrores tener que entrar pisando aquella sangre… Pero con el nudo
en la garganta pienso que esta “imaginación” no es tan imaginaria cuando pienso
lo que hice yo al pecar. Fue precisamente pisar la sangre de Jesús. Y como aun
entonces pude obtener la gracia del perdón y de la mirada compasiva de Jesús, ahora
–en la escena que estoy contemplando- también puedo pisar esa sangre pero para
auxiliar a mi Jesús… Para ofrecerle mi brazo donde él se apoye. No puedo yo
cogerlo porque le reviviría el dolor de sus llagas. Pero puedo acercarme para
que él se apoye en mí, y así pueda cubrir su desnudez y sentarse –temblando de
fiebre y de frío-, aunque apenas puede mantenerse derecho. Le ofrezco mi hombro
para que repose su cabeza. No quiero decirle nada. Sobran las palabras. Sólo
estar y estar disponible. Que él lleve la iniciativa de lo que necesite en esta
terrible hora.
¿Dónde está Pilato? ¿Qué “castigo” es éste, que deja
moribundo a la víctima? ¿Qué está haciendo mientras tanto el juez que declaró
inocente y envió a este trance?
¿Dónde estoy yo en mi vida real? Toda esta oración con
proyección mística, ¿qué realidad concreta abarca? ¿No hay por ahí otros
Cristos a los que ofrecerles el brazo, aunque haya que pasar pisando muchas
veces por encima de su misma miseria?
No dejo a un lado lo que dicen los Santos Padres de la
Iglesia sobre el tormento sufrido por Jesús en su cuerpo: que así quiso Jesús
redimir los pecados de la carne; que ahí pagó por toda la lujuria que se daría
en la historia. Y la verdad es que puede uno explicarse tamaño sufrimiento de
los azotes cuando el mundo se ha asentado tantas veces sobre el placer carnal.
Y como ahora nos toca que mirar a nuestro mundo, en el que estamos, no puede
uno menos que pensar que mucho tuvo que ser el sufrimiento de Jesús cuando el
momento actual está tan desordenado en tantas personas y de tantas maneras, en
este aspecto de la lujuria desbocada.
CATECISMO DE LA IGLESIA. (Continuación)
ResponderEliminarLA SALVACIÓN DE DIOS:LA LEY Y LA GRACIA.
"Danos lo que nos mandas y mándanos lo que quieras (San Agustín).
¿CÓMO SOMOS SALVADOS?.-Dios nos regala en el Bautismo "la justicia de Dios por la fe en Jesucristo"(Rm 3,2).Por el Espíritu Santo, que ha sido derramadoi en nuestros corazones, somos introducidos en la Muerte y la Resurrección de Jesucristo, morimos al pecado y nacemos a la vida nueva en Dios.Fe ,esperanza y caridad nos vienen de parte de Dios y nos capacitan para vvivir en la luz y corresponder a la voluntad de Dios.
JUSTIFICACIÓN.-Es un concepto central de la "doctrina de la gracia".Significa el restablecimiento de la relación justa entre Dios y el hombre. Puesto que únicamente Jesucristo ha activado esta relación justa (justicia), sólo podemos comparecer de nuevo ante Dios siendo "justificados" por Cristo y, en cierto modo,entrando en su relación intacta con Dios.Creer signoific,por tanto, acoger la justicia de Cristo para uno mismo y para la vida propia,