lunes, 21 de marzo de 2016

21 marzo: TENGO SED

PASIÓN DE JESÚS
Después de ese sufrimiento inaudito de experimentarse abandonado aun de Dios, con un hilito de voz, expresa Jesús su ardiente sed de hombre que ha perdido tanta sangre, que ha sufrido una traumatización tan fuerte, y que tiene una fiebre muy alta: Tengo sed.
Y poniendo por fin aquel soldado una esponja en la punta de su lanza, la empapó en vinagre (como líquido refrescante) para acercarla a los labios de Jesús. Era lo poco que podía hacer, pero a él le valía la pena realizar esa acción humana de compasión.
Jesús agradeció el gesto poniendo sus labios sobre la esponja pero no bebió. San Ignacio nos hace pensar que Cristo padeció y quiso padecer; no estaba en la cruz a más no poder, como mera consecuencia de los odios de los sacerdotes. Era cierto que ellos lo llevaron hasta allí, pero era más cierto que Jesús había aceptado plenamente aquella forma de redención, por la que mostraba a la humanidad el grado inmenso de amor que Dios había puesto para salvar a esa humanidad caída.
Era cierto que el descendiente de la serpiente había atentado contra Jesús llevándolo a la cruz, pero más verdad era que Jesús le aplastaba la cabeza con las mismas armas con las que el diablo había pretendido acabar con Jesús. Jesús estaba muriendo. Se sentía solo y abandonado en sus sentimientos, pero seguía allí porque quería padecer por amor a la humanidad caída, para levantarla.
                La sed de Jesús no podía saciarla el agua, ni podría haberla suavizado aquella esponja empapada en vinagre. Primero, porque era el paladar reseco de un moribundo que sufre además un ataque de fiebre muy alta con el cuerpo deshecho y desnudo a la intemperie. Pero en segundo lugar es que la sed del crucificado es la sed que se hace más dura porque es la que se produce por el rechazo de un pueblo y de unos sacerdotes y de los fariseos, mentores religiosos, que no han estado acordes con la misión de Jesús, y que le han hecho la guerra de principio a fin.
            Con perspicacia en la lectura del evangelio de san Juan, podemos ver las veces que aparece el elemento del agua como un elemento que lleva un hilo conductor. Que ya aparece en las bodas de Caná y que va a tener un protagonismo especial en el caso de la mujer samaritana, a la que Jesús expresamente le pidió: Mujer, dame de beber. No se dice en ningún momento que la mujer le acercara el agua para que bebiera. San Juan lo deja en el aire y parece como dejar el terreno preparado para este momento del Calvario.
Por eso la sed del crucificado es mucho más que la necesidad de beber en aquel momento. Es una sed en la que todos estamos implicados y en la que cada uno puede acercar un consuelo al Corazón de Jesucristo. Esa era la sed que estaba en estos momentos del Calvario, cuando Jesús está cercano a la muerte y esa muerte deja aun sediento sin que se haya obtenido el fruto que Jesús había querido con su entrega total por vosotros y por muchos.
            Cierto que podemos sentirnos desbordados por una situación tan universal. Pero aquel soldado de la esponja nos ha dejado un signo valioso de lo que cada uno puede hacer. No puede saciar la sed de Jesús pero puede paliar un pequeño aspecto de esa sed. No puede darle de beber pero puede refrescar su garganta. Y lo que él pudo lo hizo, aun saliendo por encima del respeto humano ante aquellos otros  soldados vigilantes que se tomaron a mofa el dolor rasgado de Jesús. Es el valor de las cosas pequeñas y aparentemente inútiles pero que llevan un detalle de bondad. Máxime cuando en una coyuntura como aquella, todo parecía volverse contra Jesús, sin un atisbo de humanidad.
            Jesús sigue teniendo sed. El mundo que estamos viviendo le niega el agua y el pan. Parece como que Jesús no tiene derecho a existir ni siquiera en el recuerdo de los buenos y el corazón de los humanos. Parece como que la modernidad ha supuesto un salto cualitativo contra todo lo que huele a Jesús. A los niños ya no se les enseña en las escuelas públicas, se les quitan los “belenes” y se les profana el sentido de los Magos… Los padres renuncian a bautizar a sus hijos y se constituye ese sarcasmo de “bautizos” y “comuniones” laicos, por tal de eliminar de la vida el fondo religioso que todos llevamos dentro. Los crucifijos ya no pueden presidir las aulas ni los hospitales, ni los despachos. Y hay niños que sienten la repulsión del crucifijo.

            Si esto no es para que Jesús se queje de TENER SED, de sentirse ardiente por dentro con una quemazón imponente, no habríamos  entendido el lamento de Jesús a punto de morir.

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