PASIÓN DE JESÚS
Después de ese sufrimiento inaudito de experimentarse
abandonado aun de Dios, con un hilito de voz, expresa Jesús su ardiente sed de
hombre que ha perdido tanta sangre, que ha sufrido una traumatización tan
fuerte, y que tiene una fiebre muy alta: Tengo
sed.
Y poniendo por fin aquel soldado una esponja en la
punta de su lanza, la empapó en vinagre (como líquido refrescante) para
acercarla a los labios de Jesús. Era lo poco que podía hacer, pero a él le
valía la pena realizar esa acción humana de compasión.
Jesús agradeció el gesto poniendo sus labios sobre
la esponja pero no bebió. San Ignacio nos hace pensar que Cristo padeció y quiso padecer; no estaba en la cruz a más no
poder, como mera consecuencia de los odios de los sacerdotes. Era cierto que
ellos lo llevaron hasta allí, pero era más cierto que Jesús había aceptado
plenamente aquella forma de redención, por la que mostraba a la humanidad el
grado inmenso de amor que Dios había puesto para salvar a esa humanidad caída.
Era cierto que el
descendiente de la serpiente había atentado contra Jesús llevándolo a la
cruz, pero más verdad era que Jesús le aplastaba la cabeza con las mismas armas
con las que el diablo había pretendido acabar con Jesús. Jesús estaba muriendo.
Se sentía solo y abandonado en sus sentimientos, pero seguía allí porque quería
padecer por amor a la humanidad caída, para levantarla.
La sed de Jesús no podía
saciarla el agua, ni podría haberla suavizado aquella esponja empapada en
vinagre. Primero, porque era el paladar reseco de un moribundo que sufre además
un ataque de fiebre muy alta con el cuerpo deshecho y desnudo a la intemperie.
Pero en segundo lugar es que la sed del crucificado es la sed que se hace más
dura porque es la que se produce por el rechazo de un pueblo y de unos
sacerdotes y de los fariseos, mentores religiosos, que no han estado acordes
con la misión de Jesús, y que le han hecho la guerra de principio a fin.
Con perspicacia en la
lectura del evangelio de san Juan, podemos ver las veces que aparece el elemento
del agua como un elemento que lleva un hilo conductor. Que ya aparece en las
bodas de Caná y que va a tener un protagonismo especial en el caso de la mujer
samaritana, a la que Jesús expresamente le pidió: Mujer, dame de beber. No se dice en ningún momento que la mujer le
acercara el agua para que bebiera. San Juan lo deja en el aire y parece como
dejar el terreno preparado para este momento del Calvario.
Por eso la sed del crucificado es mucho más que la
necesidad de beber en aquel momento. Es una sed en la que todos estamos
implicados y en la que cada uno puede acercar un consuelo al Corazón de
Jesucristo. Esa era la sed que estaba en estos momentos del Calvario, cuando
Jesús está cercano a la muerte y esa muerte deja aun sediento sin que se haya
obtenido el fruto que Jesús había querido con su entrega total por vosotros y por muchos.
Cierto que podemos
sentirnos desbordados por una situación tan universal. Pero aquel soldado de la
esponja nos ha dejado un signo valioso de lo que cada uno puede hacer. No puede
saciar la sed de Jesús pero puede paliar un pequeño aspecto de esa sed. No
puede darle de beber pero puede refrescar su garganta. Y lo que él pudo lo
hizo, aun saliendo por encima del respeto humano ante aquellos otros soldados vigilantes que se tomaron a mofa el
dolor rasgado de Jesús. Es el valor de las cosas pequeñas y aparentemente
inútiles pero que llevan un detalle de bondad. Máxime cuando en una coyuntura
como aquella, todo parecía volverse contra Jesús, sin un atisbo de humanidad.
Jesús sigue teniendo
sed. El mundo que estamos viviendo le niega el agua y el pan. Parece como que
Jesús no tiene derecho a existir ni siquiera en el recuerdo de los buenos y el
corazón de los humanos. Parece como que la modernidad ha supuesto un salto cualitativo
contra todo lo que huele a Jesús. A los niños ya no se les enseña en las
escuelas públicas, se les quitan los “belenes” y se les profana el sentido de
los Magos… Los padres renuncian a bautizar a sus hijos y se constituye ese
sarcasmo de “bautizos” y “comuniones” laicos, por tal de eliminar de la vida el
fondo religioso que todos llevamos dentro. Los crucifijos ya no pueden presidir
las aulas ni los hospitales, ni los despachos. Y hay niños que sienten la
repulsión del crucifijo.
Si esto no es para que
Jesús se queje de TENER SED, de sentirse ardiente por dentro con una quemazón
imponente, no habríamos entendido el
lamento de Jesús a punto de morir.
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