Queridos
hermanos y hermanas, buenos días.
En el libro del profeta Jeremías, los capítulos 30 y 31 son llamados “libros
de la consolación”, porque en ellos la misericordia de Dios se presenta con
toda su capacidad de confortar y abrir el corazón de los afligidos a la
esperanza. Hoy queremos también nosotros escuchar este mensaje de consolación.
Jeremías se dirige a los israelitas que han sido deportados a
tierra extranjera y les preanuncia el regreso a su patria. Este
retorno es signo del amor infinito de Dios Padre que no abandona a sus
hijos, sino que los cuida y los salva. El exilio fue una experiencia devastante
para Israel. La fe había vacilado porque en tierra extranjera, sin el templo,
sin el culto, después de haber visto el país destruido, era dificil continuar
creyendo en la bondad del Señor.
Me viene al pensamiento la cercana Albania y cómo después de
tantas persecuciones y destrucciones ha conseguido alzarse en la dignidad y en
la fe. Así sufrieron los israelitas en el exilio.
También nosotros podemos vivir a veces una especie de exilio,
cuando la soledad, el sufrimiento, la muerte nos hacen pensar que Dios nos ha
abandonado. Y cuántas veces hemos escuchado esta palabra: ‘Dios se ha olvidado
de mí’. Muchas veces personas que sufren se sienten abandonadas.
Y cuántos hermanos nuestros vemos que están viviendo en este
tiempo una situación real y dramática de exilio, lejos de su patria, con los
escombros de sus casas aún en los ojos, en el corazón el miedo y a menudo,
lamentablemente, ¡el dolor por la pérdida de personas queridas! En estos casos
uno se puede preguntar: ¿Dónde está Dios? ¿Cómo es posible que tanto
sufrimiento pueda llegar a hombres, mujeres y niños inocentes?
Y cuando tratan de entrar en otra parte les cierran la puerta. Y
están allí, en la frontera, porque muchas puertas y muchos corazones están
cerrados. Los inmigrantes de hoy que sufren al abierto, sin comida y no pueden
entrar, no se sienten acogidos. ¡A mí me gusta mucho cuando veo las naciones,
los gobernantes, que abren el corazón y abren las puertas!
El profeta Jeremías nos da una primera respuesta. El pueblo
exiliado podrá volver a ver su tierra y a experimentar la misericordia del
Señor. Es el gran anuncio de consolación: Dios no está ausente, ni tampoco hoy
en estas dramáticas situaciones, Dios está cerca, y cumple grandes obras de
salvación para quien confía en Él. No se debe ceder en la desesperación, sino
continuar y estar seguros de que el bien vence al mal y que el Señor secará
toda lágrima y nos librará de todo miedo. Por eso Jeremías presta su voz a las
palabras del amor de Dios para su pueblo:
“Yo te amé con un amor eterno, por eso te atraje con fidelidad.
De nuevo te edificaré y serás reedificada, virgen de Israel; de nuevo te
adornarás con tus tamboriles y saldrás danzando alegremente” (31,3-4).
El Señor es fiel, no abandona a la desolación. Dios ama con un
amor sin fin, que ni siquiera el pecado puede frenar, y gracias a Él el corazón
del hombre se llena de alegría y de consolación.
El sueño consolador de la vuelta en patria continúa en las
palabras del profeta, que dirigiéndose a los que volverán a Jerusalén dice:
“Llegarán gritando de alegría a la altura de Sión, afluirán hacia los bienes
del Señor, hacia el trigo, el vino nuevo y el aceite, hacia las crías de ovejas
y de vacas. Sus almas serán como un jardín bien regado y no volverán a
desfallecer” (31,12).
En la alegría y en el reconocimiento, los exiliados volverán a
Sión, subiendo al monte santo hacia la casa de Dios, y así podrán de nuevo
elevar himnos y oraciones al Señor que los ha librado. Este volver a Jerusalén
y a sus bienes es descrito con un verbo que literalmente quiere decir “fluir,
desplazar”. El pueblo es visto, en un movimiento paradójico, como un río pleno
que se desliza hacia la altura de Sión, subiendo hacia la cima del monte. ¡Una
imagen audaz para decir cuánto es grande la misericordia del Señor!
La tierra, que el pueblo había tenido que abandonar, se había
convertido en presa de los enemigos y desolada. Ahora, sin embargo, retoma vida
y florece. Y los mismos exiliados serán como un jardín, como una tierra fértil.
Israel, llevado de nuevo a la patria por su Señor, asiste a la victoria de la
vida sobre la muerte y de la bendición sobre la maldición. Es así que el pueblo
es fortificado y esta palabra es importante, consolado, es consolado por Dios.
Los repatriados reciben vida de una fuente que gratuitamente les riega donando
su fecundidad.
A este punto, el profeta anuncia la plenitud de la alegría, y
siempre en nombre de Dios proclama: “Yo cambiaré su duelo en alegría, los
alegraré y los consolaré de su aflicción” (31,13).
El salmo nos dice que cuando volvieron a la patria la boca se
les llenó de alegría. Era una alegría muy grande. Es el don que el Señor
quiere hacer también a cada uno de nosotros, con su perdón que convierte y
reconcilia. El profeta Jeremías nos ha dado el anuncio, presentado la
vuelta de los exiliados como un gran símbolo de la consolación dada al corazón
que se convierte. El Señor Jesús, por su parte ha cumplido este mensaje del
profeta. El verdadero y radical regreso del exilio y la luz confortante después
de la oscuridad de la crisis de fe, se realiza en la Pascua, en la experiencia
plena y definitiva del amor de Dios, amor misericordiosos que dona alegría, paz
y vida eterna.
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