BELÉN
Me han escrito muchos a mi
correo personal diciéndome que en la contemplación de María y José, tras su
boda, los he dejado en el camino, y que el relato que yo venía haciendo les
había acompañado mucho su oración. No he cortado por ninguna razón externa sino
por mi tiempo reducido, y porque el día de Navidad y siguientes no me parecía
oportuno. HOY, con la moviola en ristre, me vuelvo hacia ese camino de Belén,
donde podemos haber tenido la oportunidad de ser y hacernos “esclavitos indignos” para vivir junto a
ellos y con ellos esos caminos y experiencias profundas- Y me han dicho que les
hace mucho bien en sus vivencias de oración.
Yo me debo a esos que saben y pueden ayudarse de estas exposiciones,
máxime si ellos han encontrado así un nodo de concretar lo que no sabían
hincarle el diente, aunque pretendieran barruntar esas riquezas que pueden
extraerse de un evangelio contemplado.
Pues ahí va.
José y María llegaban a
Jerusalén tras aquellos varios días de camino pesado, de malas posadas, de cansancios…,
tanto mayormente experimentados por María.
Seguramente la llegada estaba programada para la caída de la tarde, lo
que obligaba a una noche más en posada,
Era temprano cuando María urgió
a José a no demorar la partida hacia el destino. No debían tentar la
suerte. Ni siquiera había lugar a
esperar algún grupo de caminantes que se dirigieran hacia allá. José aderezó la mulilla, volvió a cargarle los
bártulos y sentó a María en medio y emprendió el camino. Iba ya preocupado. María se mostraba cansada. José prefirió no hablar, y al par que
caminaba, iba haciendo planes…, pensando posibilidades adónde dirigirse, aunque
no era fácil, porque poco recordaba de parientes, ni parientes que tuvieran
memoria de José,
Y la verdad vino a demostrarlo
tal cual. José, como buen hebreo pudo
identificarse recitando sus antepasados en muchas generaciones, con el fin de
encontrar un punto común en esa genealogía donde hallar familiares. Le
dirigieron a una de las familias y José se identificó con su recitación de
antepasados. Que no pudieran o que no
estuvieran muy asegurados de ese parentesco –cosa rara en unas gentes judías-
el hecho es que no sirvió siquiera mostrar a María que llevaba en su rostro el
cansancio. José se volvió a ella… María le hizo el ademán de aceptación de la
realidad. Se dirigieron a otra casa…, y fue igual. Hasta esbozó María una sonrisa, quizás porque
estaba viendo detrás esas “cosas de Dios” con las que estaba familiarizada. José bajó los ojos. Sentía vergüenza por no
poder ofrecer algo a aquella mujer tan necesitada de un reposo tranquilo.
Por eso sugirió el último recurso,
del que poco cabía esperar, salvo un gesto caritativo del hospedero… Y eso, en un negocio, no es muy de esperar. Y
así fue. La posada tenía su patio
porticado, con su fuente en medio en donde abrevaban y ataban las bestias,
mientras los pobres se arrebujaban en sus mantas allí en los soportales. “No había lugar para ellos” porque no iba María en condiciones de quedar
a la intemperie de cualquier mirada.
José estaba hecho polvo. María
se esforzó por superar su sensación de agotamiento. No quedaba sino buscar “adónde”
ir y guarecerse. Y la verdad es que sólo
Dios sabía… Y lo que sabía Dios es que “no
había lugar”. Para nacer Jesús no había un lugar… Jesús no iba a ser ni de uno ni de otro…, ni
de la posada ni de una casa de Belén.
Venía para ser de todos y por eso no quería que nadie
monopolizara su “posesión”. Es –en definitiva-
el misterio que había detrás de todo.
María acabó viéndolo, y no hizo una muesca de contrariedad.
Donde fuera, hallaron “algo”…,
allí donde había un pesebre. La piedad popular dedujo que era una cueva de
pastores. El pesebre mostraba a esas
gentes piadosas que era una de las varias cuevas que había para rebaños y pastores
a dos kilómetros de Belén. Nos tendremos
que situar “allí” junto a esa idea de siglos que, por otra parte, no es nada
descabellada. Lo cierto es que el Evangelio sólo nos habla de ese pesebre.
A tal lugar me adelanto para
limpiar un poco, a ver si es posible que cuando llegue el paso cansino de la
borriquilla que José conduce con mucho cuidado para evitarle molestia a su
esposa, esté un poquito más adecentado (si es que puede decirse así de un lugar
donde podía haber estiércol y pajas mojadas).