miércoles, 30 de septiembre de 2015

ZENIT. Catequesis de hoy miércoles 30

30 de septiembre de 2015 (ZENIT.org)
Publicamos a continuación la catequesis del Santo Padre en la audiencia del miércoles 30 de septiembre.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
En los días pasados, he realizado el viaje apostólico a Cuba y Estados Unidos de América. Esto nació de la voluntad de participar en el 8ª Encuentro Mundial de las Familias, programado desde hacía tiempo en Filadelfia. Este “núcleo originario” se ha alargado a una visitada a Estados Unidos de América y a la sede central de las Naciones Unidas, y después también a Cuba, que se ha convertido en la primera etapa del itinerario.
Expreso nuevamente mi reconocimiento al presidente Castro, al presidente Obama y al secretario general Ban Ki-moon para la acogida que me han reservado.
Doy las gracias de corazón a los hermanos obispos y a todos los colaboradores por el gran trabajo realizado y por el amor a la Iglesia que lo ha animado.
Misionero de la Misericordia”: así me he presentado en Cuba, una tierra rica de belleza natural, de cultura y de fe. La misericordia de Dios es más grande que cualquier herida, de cualquier conflicto, de cualquier ideología; y con esta mirada de misericordia he podido abrazar a todo el pueblo cubano, en la patria y fuera, más allá de cualquier división. Símbolo de esta unidad profunda del alma cubana es la Virgen de la Caridad del Cobre, que precisamente hace cien años fue proclamada Patrona de Cuba. He ido como peregrino al Santuario de esta Madre de esperanza, Madre que guía en el camino de justicia, paz, libertad y reconciliación.
He podido compartir con el pueblo cubano la esperanza del cumplimiento de la profecía de san Juan Pablo II: que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba. No más cierres, no más explotación de la libertad, sino libertad en la dignidad. Este es el camino que hace vibrar el corazón de tantos jóvenes cubanos: no un camino de evasión, de ganancias fáciles, si no de responsabilidad, de servicio al prójimo, de cuidado de la fragilidad. Un camino que trae fuerza de las raíces cristianas de ese pueblo, que ha sufrido tanto. Un camino en el cual he animado de forma particular a los sacerdotes y a todos los consagrados, los estudiantes y las familias. El Espíritu Santo, con la intercesión de María Santísima, haga crecer las semillas que hemos sembrado.
De Cuba a Estados Unidos de América: ha sido un paso emblemático, un puente que gracias a Dios se está reconstruyendo. Dios quiere siempre construir puentes; ¡somos  nosotros los que construimos muros! ¡Los muros caen siempre!
Y en Estados Unidos he realizado tres etapas: Washington, Nueva York y Filadelfia.
En Washington me he reunido con las autoridades políticas, la gente común, los obispos, los sacerdotes y los consagrados, los más pobres y marginados. He recordado que la riqueza más grande de ese país y de su gente está en el patrimonio espiritual y ético. Y así he querido animar a llevar adelante la construcción social en la fidelidad a su principio fundamental, es decir,  que todos los hombres son creados de por Dios iguales y dotados de inalienables derechos, como la vida, la libertad y la persecución de la felicidad. Estos valores, compartidos por todos, encuentran en el Evangelio su pleno cumplimiento, como ha destacado bien la canonización del padre Junípero Serra, franciscano, gran evangelizador de California. San Junípero muestra el camino de la alegría: ir y compartir con los otros el amor de Cristo. Este es el camino del cristiano, pero también de cualquier hombre ha conocido el amor: no quedárselo para uno mismo  y no compartirlo con los otros. Sobre esta base religiosa y moral han nacido y crecido los Estados Unidos de América, y sobre esta base estos pueden continuar y ser tierra de libertad y de acogida y cooperar a un mundo más justo y fraterno.
En Nueva York he podido visitar la Sede central de la ONU y saludar al personal que allí trabaja. Tuve encuentro con el secretario general y los presidentes de las últimas asambleas generales y del consejo de seguridad. Hablando a los representantes de las Naciones, en la huella de mis predecesores, he renovado el ánimo de la Iglesia católica  y a esa institución y a su rol en la promoción del desarrollo y de la paz, reclamando en particular la necesidad del compromiso concorde y eficaz para el cuidado de la creación. He reiterado también el llamamiento a detener y prevenir las violencias contra las minorías étnicas y religiosas y contra la población civil.
Por la paz y la fraternidad hemos rezado antes el Memorial de la Zona Cero, junto con los representantes de las religiones, los parientes de los caídos y el pueblo de Nueva York, tan rico de variedades culturales. Y por la paz y la justicia he celebrado la eucaristía en el Madison Square Garden.
Tanto en Washington como en Nueva York he podido encontrar algunas realidades caritativas y educativas, emblemáticas del enorme servicio que las comunidades católicas --sacerdotes, religiosas, religiosos, laicos-- ofrecen en estos campos.
El culmen del viaje ha sido el Encuentro de las Familias en Filadelfia, donde el horizonte se ha agrandado a todo el mundo, a través del “prisma”, por así decir, de la familia. La familia, es decir la alianza fecunda entre el hombre y la mujer, es la respuesta al gran desafío de nuestro mundo, que es un desafío de nuestro mundo, que es un desafío doble: la fragmentación y la masificación, dos extremos que conviven y se apoyan el uno al otro, y juntos sostienen el modelo económico consumista. La familia es la respuesta porque es la célula de una sociedad que equilibra la dimensión personal y la comunitaria, y que al mismo tiempo puede ser el modelo de una gestión sostenible de los bienes y de los recursos de la creación. La familia es el sujeto protagonista de una ecología integral, porque es el sujeto social primario, que contiene a dentro de sí los dos principios-base de la civilización humana en la tierra: el principio de comunión y el principio de fecundidad. El humanismo bíblico nos presenta este icono: la pareja humana, unida y fecunda, puesta por Dios en el jardín del mundo, para cultivarlo y custodiarlo.
Deseo dirigir un fraterno y caluroso agradecimiento a monseñor Chaput, arzobispo de Filadelfia, por su compromiso, su piedad, su entusiasmo y su gran amor a la familia en la organización de este evento.

Mirando bien, no es casualidad sino providencial que el mensaje, es más, el testimonio del Encuentro Mundial de las Familias haya tenido lugar en este momento de Estados Unidos de América, es decir, en el país que en el siglo pasado ha alcanzado el máximo desarrollo económico y tecnológico sin renegar sus raíces religiosas. Ahora estas raíces piden volver a partir de la familia para repensar y cambiar el modelo de desarrollo, para el bien de toda la familia humana. Gracias.

30 septbre: CUATRO vocaciones

Liturgia
          Hoy pasa el turno de la 1ª lectura a Nehemías (2, 1-8). Copero mayor del Rey, está triste. Le llega al alma que su ciudad emblemática y su Templo estén en ruinas, y no puede estar alegre. Un día que se presentó al rey para servirle, el rey advierte su tristeza y le pregunta. Nehemías responde lo que siente, y su deseo de poder ausentarse para colaborar en la reconstrucción. El rey se lo permite. Y Nehemías echa valor y le hace una súplica más: que le dé cartas para presentarlas a los gobernadores y que le faciliten madera para las puertas de la ciudadela del templo. Y el rey también asiente. Y Nehemías acude a esa necesidad que para él va mucho más allá que el hecho material: se trata de un sentimiento religioso profundo al que ve que debe acudir por encima de cualquier otra cosa.
          El evangelio de Lc 9, 57-612 es uno de los que más me hacen pensar, más allá de la narración en sí, porque me pongo en posibles entresijos del relato lucano.
          Son tres posibles vocaciones. La primera y la tercera son ofrecimientos de los mismos sujetos protagonistas. El primero se ofrece totalmente: Te seguiré dondequiera que vayas. Y Jesús, todo honradez, le pone delante la realidad e ese seguimiento: Los pájaros tienen nido pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza. Ahora sigues o no sigues, pero ya sabes a qué te comprometes.
          No dice el evangelio lo que pasó. Es posible que aceptara, y entonces se contará entre los discípulos de Jesús, como hombre consecuente con su ofrecimiento, y hombre capaz de abnegación para aceptar ese planteamiento desnudo que le ha presentado Jesús. Sin embargo a mí me deja cierta duda porque no se nos dice el nombre de ese discípulo, siendo así que nombre es lo definitorio de la persona. Y una cosa “que no tiene nombre” es para cualquiera de nosotros algo que carece de valor
          El tercero también toma la iniciativa: Te seguiré, Señor, PERO… Imaginemos la historia de otra manera. Este hombre se ha ido primero a despedirse de su familia. Luego viene y se ofrece a Jesús incondicionalmente. Estaría en el plano de lo correcto a los ojos de Jesús. Pero lo ha hecho al revés: Te seguiré, PERO… Y ese PERO es el que no acepta Jesús, porque no acepta condiciones previas. Si se ofrece, ha de venir ya con las manos desembarazadas de todo condicionante. Y es que a Dios no se le pueden poner PEROS para justificar nuestras dificultades y carencias. Dios nos quiere todo enteros.
          ¿Cómo acabó el episodio? Yo digo que peor que el primero, pues Jesús sentencia que poner la mano en arado y volver la cabeza atrás no abre el camino al Reino de Dios. Y este individuo había puesto la mano en el arado y había vuelto la cabeza atrás.
          Nos queda el segundo. El segundo es expresamente llamado por Jesús. Es una auténtica vocación que hace Jesús. Y sabe Jesús que está pidiendo el todo por el todo. Como cuando llamó a Simón, a Juan, a Felipe, a Mateo: un “Sígueme” escueto. Y ahora se encuentra el sujeto con una lucha de conciencia. De una parte, la llamada de Jesús. De otra, la costumbre-ley de que el hijo menor y soltero ha de quedar cuidando a su padre hasta que muera. Y es la dificultad que le presenta a Jesús. No es que no quiera seguir la llamada sino que se encuentra ante una lucha de conciencia y ante una “ley” práctica a la que tiene que atender.
          Jesús le da la solución. A él lo llama como miembro vivo de un proyecto, el de Jesús. Sus hermanos no entran en ese proyecto, puesto que ya están casados y con su vida hecha por otro camino. Y con esas frases lapidarias de Jesús, responde: deja a los muertos que entierren a sus muertos. Que tus hermanos, que no han recibido la llamada de vida, se encarguen del padre. Tú, que eres llamado a la vida, sígueme.
          ¿Cuál fue el final? Dios lo sabe. A mí me cae bien este sujeto. Creo que estaba ante un problema de conciencia que no sabía resolver. ¿Lo resolvió al modo que le indicó Jesús? ¿Los hermanos supieron comprender la situación? Eso ya no lo sé. Si aplicamos el mismo criterio que en los anteriores, tampoco se da el nombre de este hombre.


Debajo hay otra reflexión

30m septbre: Día del "derecho" a la blasfemia

Día del “derecho” a la blasfemia
          Me he desayunado hoy con esa originalidad. Al par de los derechos de la mujer, del derecho de los trabajadores, del derecho a la vida…, hoy “se celebra” el día del “derecho a la blasfemia”. O sea: el día del derecho a ofender y herir los sentimientos más íntimos de millones de personas, y del “·derecho” –digámoslo así- de respeto a lo sagrado., en aras de ese socorrido falso derecho de toda “libertad de expresión”, como si cada derecho no tuviera una contrapartida de otros derechos de la otra parte a “la presunción de inocencia”, o sencillamente a que no se puede ofender un derecho ajeno. Sería como pensar que hay derechos a ofender y herir el buen nombre de mi madre, porque a otro se le ocurre lanzar contra ella el pus que le brota de su propia herida infestada. La infección la tiene él; no mi madre. Y mi madre tiene derecho al respeto que le otorga el hecho de ser persona.
          He intuido que este “derecho” a la blasfemia nace de la reacción frente al ataque sufrido por la revista francesa que padeció  las iras de unos extremistas islámicos. No puedo tener un juicio exacto de si aquellas viñetas eran blasfemas contra Mahoma, o si eran sólo irreverentes. Porque si eran blasfemas contra un sentimiento religioso arraigado en un pueblo, no tenían ningún derecho. Tampoco lo tuvieron quienes atacaron de muerte. Ni unos ni otros. No hay derecho ni a la blasfemia ni a atacar de muerte a los que blasfemaran. Como no hay derecho a destruir obras de arte de un museo en el nombre de una falsa concepción religiosa. Estamos ante valores mucho mayores que el “derecho a la “libertad de expresión” (que pretende aducirse). Porque la libertad de expresión acaba donde empieza el derecho al honor, a las creencias de un pueblo, a los valores sagrados.
          Se podrá ser creyente o no. Se podrá creer en un Dios o en otro. Lo que no se puede es atacar en aras al falso “derecho a la blasfemia”. El que no crea o el que crea en un Dios diferente está en su derecho de conciencia. Pero está en su obligación a respetar al prójimo y el mundo profundo del prójimo. Y el sentimiento religioso es lo que el ser humano lleva más íntimo y definitivo. Y el que no lo lleve, simplemente pasa de largo y ya está.
          A nadie se le ha ocurrido pensar que los extremistas tuvieron derecho a destruir obras milenarias del arte de los pueblos. A nadie civilizado se le ocurre pensar que eso se puede hacer impunemente, privando a los descendientes de algo tan valioso y definitorio de la cultura de un pueblo. ¿Y alguien va a tener derecho a destruir el alma de un pueblo, que está centrada en su fe y en su Dios y en su mundo sagrado?

          Por eso, solo el hecho de que se dé por bueno el “derecho” a la blasfemia, degrada la dignidad del ser humano. Y da una muestra de la brutalidad de quienes son capaces de defender ese “derecho”, sin tener en cuenta los otros derechos de quienes tiene enfrente.

lunes, 28 de septiembre de 2015

29 septbre: Santos Arcángeles

Liturgia. Santos arcángeles
          Ya hace años que los 3 arcángeles (“espíritus señeros”, como los describe un himno litúrgico), tienen su día de fiesta conjunta el 29 de septiembre.
          En ese himno citado se va señalando la “personalidad de cada uno: “Quién como Dios”, que es nombre de San Miguel, y que es lo que recoge la 1ª lectura de hoy (Apoc. 12, 7-12), en esa lucha del dragón (serpiente primordial, diablo y Satanás) vencido por Miguel y sus ángeles.
          Gabriel –Fortaleza de Dios”- trae la embajada divina a María, y devuelve a Dios la respuesta –el de María-, que es alborada de Cristo en nuestro mundo.
          Y Rafael, Medicina de Dios, que encamina a Tobías y devuelve la vista Tobías-padre, y que viene a significarnos la liberación de nuestra ceguera
          El evangelio –Jn 1,47-51- es la curiosa conversación de Nicodemo con Jesús, en la que Jesús se identifica como aquel que realiza la profecía de Daniel, porque será ese “Hijo de hombre” que aparece en el cielo abierto y los ángeles subir y bajar sobre el Hijo del hombre.
          El Salmo 137 nos pone ante esa alegría nuestra que cantaremos y tañeremos las arpas, dando gracias a Dios delante de los ángeles.

            En la lectura continua, Zacarías 8, 20-23 se sigue repitiendo la expresión: Señor de los ejércitos, que es sencillamente la seguridad que da el poder y la misericordia de Dios, que es como un ejército que se despliega a favor nuestro.
            Sigue el tono optimista y gozoso de días anteriores, presentando imágenes tan llamativas como pueblos incontables que vendrán a Jerusalén a implorar su protección, o los diez hombres de otros pueblos que se acogerán a un judío queriendo ir con él, porque hemos oído que Dios está con vosotros.
            Lc 9, 51-56 sigue con el mismo tema de unos discípulos que quieren un mesianismo poderoso y dominador, que no puede resistirlo ningún enemigo. Por eso cuando se encuentran algunos apóstoles –precisamente otra vez Juan- con un pueblo samaritano que no deja pasar a Jesús por sus caminos, se indignan y se dirigen a Jesús para decirle si pueden pedir que llueva fuego del cielo que consuma a aquel pueblo. Así, por la tremenda, y evocando un pasaje del Antiguo Testamento, con Elías y los profetas de Baal.
            No se les ha ocurrido otra cosa. Jesús debió mirarlos con lástima por verlos tan tercos y recalcitrantes con los mismos pensamientos y sin doblegar la mente a todas las repetidas enseñanzas que él les daba…, que les acababa de dar.
            Mirada de lástima hasta puede ser que Jesús se reía por lo bajo, porque no cabía más que en la mente de un chiquillo caprichoso pretender matar mosquitos con cañones (que diríamos nosotros).
            Tuvo que cortarles aquellos vuelos con una palabra de mucha fuerza y que una vez más corregía los ímpetus desmedidos. Parecía mentira que –al cabo del tiempo y de tantas veces enseñándoles- reaccionaran tan al contrario de lo que Jesús les había mostrado: No sabéis de qué espíritu sois. Porque el Hijo del hombre no ha venido a perder a los hombres sino a salvarlos.
            “El Hijo del hombre”…, el Mesías verdadero. Ya tenían que haber aprendido.
            Y se me viene a la mente esa “queja” que presentan muchos cuando se extrañan de que otros –compañeros, muchas veces- “no entiendan” o no den pasos en una determinada dirección que, para los que juzgan, les parece lo más lógico del mundo. Y la realidad es que el crecimiento de la persona no depende de la voluntad de ella, porque hay aspectos que necesitan una fuerza íntima (misteriosa como la gracia misma), que llega cuando llega y se capta cuando se capta.
            Juan y los demás podían estar llenos de la mejor voluntad, pero aquel nuevo lenguaje de Jesús les sonaba a lengua extraña. Y aunque hubieran podido querer, les rebotaban las ideas como en un frontón. Fue en Pentecostés, cuando vino sobre ellos el Espíritu del Señor, cuando empezaron a saber de qué Espíritu eran. Mientras tanto bien se muestra en los datos evangélicos, no llegaron a enterarse de lo que decía Jesús, por más que Jesús se lo repitiera.

            Lo cual es algo que puede consolarnos (y que estimularnos). Porque, de una parte, no es extraño que se nos vuelva chino el meollo del Evangelio. Y por otra parte podemos pedir y desear que un día haya una efusión de Dios que nos haga comprender lo incomprensible.

ZENIT 28 sept.: Sobre los procesos de causas matrimoniales

Francisco reitera: 'No existe un divorcio católico'
El Santo Padre subraya una vez más la indisolubilidad del matrimonio. Sobre los divorciados y vueltos a casar indica como "simplista decir que puedan comulgar"
Por Redacción
Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)
"No existe un divorcio católico, sino que no existió el matrimonio. Y si existió, es indisoluble". Lo ha recordado el Santo Padre en la rueda de prensa del avión que le traía de vuelta de Estados Unidos.
Respondiendo a una de las preguntas de los periodistas en el vuelo de regreso del viaje apostólico en Estados Unidos, el Papa explicó que en la reforma recientemente introducida a través de un motu proprio sobre los procesos de nulidad matrimonial lo que ha hecho es cerrar “la puerta a la vía administrativa, que era la vía por la cual podía entrar el divorcio”.
A propósito de dicha reforma, el Pontífice recordó que “la habían pedido la mayoría de los padres sinodales en las reuniones del año pasado. Hacía falta agilizar los procesos. Había procesos que duraban diez, quince años”.
De este modo indicó que la doble sentencia, cuando era válida, “fue introducida por Benedicto XIV, porque en Centroeuropa, no digo el país, había algunos abusos, y para pararlos él introdujo la doble sentencia”. Y añadió que “los procesos cambian y la jurisprudencia cambia y se mejora siempre”.

Asimismo, señaló que este motu proprio “facilita los procesos en el tiempo, pero no es un divorcio, porque el matrimonio es indisoluble cuando es sacramento, y esto la Iglesia no lo puede cambiar, es doctrina, es un sacramento indisoluble”.
Los procesos legales --explicó el Santo Padre-- son para probar que eso que parecía sacramento no lo era, por falta de libertad, por ejemplo, por falta de madurez, enfermedad mental. Son muchos los motivos.

El Santo Padre también habló del problema de los divorciados que están en nueva unión. A propósito precisó que le “parece simplista decir que se puede hacer la comunión. Lo que el Instrumentum Laboris propone es tanto” y recordó que “no es el único” problema. Citó a los jóvenes que no se casan, que es otro “problema pastoral”, es decir, la “madurez afectiva”. Y habló de otro problema: “la preparación al matrimonio”. Al respecto observó que “para hacerse cura hay una preparación de 8 años”, pero para casarse, “se hacen cuatro cursos. Hay algo que no va”.

28 septbre.: En el nombre de Jesús

Liturgia
          Zacarías es profeta de optimismo y esperanza. En el texto de hoy (8, 1-8) anuncia al pueblo del destierro que un resto va a hallar una realidad gozosa cuando vuelva a Jerusalén y pueble sus calles de ancianos y jóvenes, niños que juegan, porque eso no es imposible a los ojos de Dios. Yo libertaré a mi pueblo del país de oriente y del país de occidente y los traeré para que habiten en medio de Jerusalén.
          Lc. 9, 46-50 nos trae lo que ayer veíamos en Marcos. Como el tema que está sobre el tapete es el sentido verdadero mesiánico, y los apóstoles no sólo no lo entienden sino que pretenden contrarrestarlo (se pusieron a discutir quién era el más importante), Jesús tiene que volver a intentar hacerse comprender y hacerles comprender que el sentido de la vida de Jesús-Mesías va por otro, sitio completamente diferente.
          Es comprensible que lo que han oído y creído durante años no se puede cambiar de la noche a la mañana. Pero los “símbolos” entran por los ojos y ayudarán a que vayan entendiendo. Y el símbolo es un niño, que no tiene prejuicios ni ideas preconcebidas. Y la solución en ellos –y en el pueblo- es hacerse como eso niño, acoger al niño en su simplicidad. Porque el que acoge a un niño no sólo es el gesto de aceptar al niño (que ya tenía su dificultad en aquella civilización), sino es aceptar a Jesús y aceptar al que envió a Jesús: es aceptar la misma Palabra que viene de Dios
          El evangelista nos presenta –como la rémora del pensamiento de aquellos hombres que estaban con Jesús- el caso de Juan, que viene satisfecho de haber intentado impedir a uno que echara demonios en nombre de Jesús: porque no es de los nuestros. La eterna canción: lo mío y lo de otro; lo nuestro y lo de los demás…; el exclusivismo, el “aquí estoy yo” que acierto más que los demás.
          Jesús tuvo que echar marcha atrás para volver a empezar por el principio: No se lo impidáis; el que no está contra vosotros, está a favor vuestro.
          Una lección que no se ha aprendido al cabo de veinte siglos. Aún andamos en la Iglesia con esas actitudes de “lo mío es mejor que lo tuyo”, yo hago las cosas mejor que tú, mi Parroquia es mejor que la otra, mi cofradía le gana a la tuya y mi grupo apostólico es más válido que el de al lado. Y hemos vuelto a caer –constantemente- en el fallo de Juan: se lo pretendemos impedir PORQUE NO ES DE LOS NUESTROS. Y eso que ese o eso que “no es los nuestros” está haciendo la obra de Jesús, está actuando en el nombre de Jesús, y haciendo una labor tan propia de Jesús como echar demonios.
          Lo difícil es echar nuestro propio demonio…, ese sentido de posesión que se adquiere en cuanto se da un mínimo de encargo a alguien…, y ya se posesiona de aquello. Yo me imagino a Jesús, al lado de tantas asociaciones, movimientos, cofradías, comunidades, grupos, colectivos de cualquier aspecto religioso, en sus discusiones, litigios, enfrentamientos, recelos… Y me imagino que Jesús tiene que echar paciencia y volver al principio de todo para hacernos comprender que es absurdo y vano andar en esas simplezas. Y que es doloroso y hasta ofensivo que eso se dé –tantas y tantas veces- “en nombre de Jesús”, en aras de lo religioso.
          La Iglesia es inmensamente rica en su variedad de carismas y posibilidades. A unos los constituyó apóstoles, a otros evangelizadores… A otros los llamó a ejercer la caridad con el pobre (de cualquier clase de pobreza), a otros los puso en el camino de la educación de los niños. En unos casos aglutino a los esposos, en otros a las familias… Unos siguieron la espiritualidad de un santo, otros la de otro. En unos hubo una concreción muy clara a un aspecto, en otros hubo una inmensa amplitud, como un gran árbol que cobija bajo su sombra a toda clase de criaturas. ¡Esa es la riqueza de la Iglesia! Por eso, lo que unos hace en nombre de Jesús, ha de ser totalmente respetado y admirado por lo que hacen otros, que también actúan en nombre de Jesús. Y JESÚS ha de ser ese foco inmenso de luz que da cabida a todos los que actúan en su nombre. Aunque tengan otra manera de pensar y de concebir el bien. Acoger incluso lo bueno que proviene de quienes ni siquiera han oído hablar de Jesús pero actúan con buen corazón y buscan el bien con sus medios y según su pensamiento.

          Observemos que el Papa ha renombrado las intenciones que encarga al Apostolado de la Oración, que antes eran intenciones “generales” y “·misioneras”, y ahora son universalespara católicos y no católicos, y por la evangelización, dirigidas a la Iglesia y a los creyentes. Todos podemos unirnos, cada cual a su manera, a la oración. Sin tuyo ni mío; sin dimes y diretes.

domingo, 27 de septiembre de 2015

ZENIT 27 sept.: En la fiesta de las FAMILIAS

27 de septiembre de 2015 (ZENIT.org)
El papa Francisco ha asistido este sábado por la tarde a la Fiesta de las familias y a la vigilia de oración en el B. Franklin Parkway de Filadelfia. A continuación publicamos las palabras improvisadas que el Santo Padre ha dirigido a los asistentes:
Queridos hermanos y hermanas, queridas familias:
Gracias a quienes han dado testimonio. Gracias a quienes nos alegraron con el arte, con la belleza, que es el camino para llegar a Dios. La belleza nos lleva a Dios. Y un testimonio verdadero nos lleva a Dios, porque Dios también es la verdad, es la belleza y es la verdad, y un testimonio dado para servir es bueno, nos hace buenos, porque Dios es bondad. Nos lleva a Dios. Todo lo bueno, todo lo verdadero y todo lo bello nos lleva a Dios. Porque Dios es bueno, Dios es bello, Dios es verdad. Gracias a todos, a los que nos dieron un mensaje aquí y a la presencia de ustedes que también es un testimonio, un verdadero testimonio de que vale la pena la vida en familia, de que una sociedad crece fuerte, crece buena, crece hermosa y crece verdadera si se edifica sobre la base de la familia.
Una vez un chico me preguntó… Ustedes saben que los chicos preguntan cosas difíciles. Me preguntó: 'Padre, ¿qué hacía Dios antes de crear el mundo?' Les aseguro que me costó contestarle. Y le dije lo que les digo ahora a ustedes: antes de crear el mundo, Dios amaba, porque Dios es amor. Pero era tal el amor que tenía en sí mismo, ese amor entre el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, era tan grande, tan desbordante que, esto no sé si es muy teológico pero lo van a entender, era tan grande que no podía ser egoísta, tenía que salir de sí mismo para tener a quien amar fuera de sí.
Y ahí Dios creó el mundo. Ahí Dios hizo esta maravilla en la que vivimos y que, como estamos un poquito mareados, la estamos destruyendo. Pero lo más lindo que hizo Dios, dice la Biblia, fue la familia. Creo al hombre y a la mujer: ¡y les entrego todo, les entregó el mundo! Crezcan, multiplíquense, cultiven la tierra, háganla producir, háganla crecer. Todo el amor que hizo en esa creación maravillosa se la entregó a una familia.
Volvemos atrás un poquito. Todo el amor que Dios tiene en sí, toda la belleza que Dios tiene en sí, toda la verdad que Dios tiene en sí la entrega a la familia. Y una familia es realmente familia cuando es capaz de abrir los brazos y recibir todo ese amor.
Por supuesto que el paraíso terrenal no está más acá, que la vida tiene sus problemas, que los hombres por la astucia del demonio aprendieron a dividirse. Y todo ese amor que Dios nos dio casi se pierde. Y al poquito tiempo el primer crimen, el primer fratricidio. Un hermano mata a otro hermano, la guerra. El amor, la belleza y la verdad de Dios, y la destrucción de la guerra. Y entre esas dos posiciones caminamos nosotros hoy. Nos toca a nosotros elegir. Nos toca a nosotros decidir el camino para andar.
Pero volvamos atrás. Cuando el hombre y su esposa se equivocaron y se alejaron de Dios, Dios no los dejó solos. Tanto el amor, tanto el amor, que empezó a caminar con la humanidad. empezó a caminar con su pueblo, hasta que llegó el momento maduro, y le dio la muestra de amor más grande, su Hijo. Y a su hijo ¿dónde lo mandó? ¿a un palacio, a una ciudad, a hacer una empresa? ¡Lo mando a una familia! Dios entró al mundo en una familia.
Y pudo hacerlo porque esa familia era una familia que tenía el corazón abierto al amor, que tenía las puertas abiertas al amor. Pensemos en María, jovencita. No lo podía creer. ¿Cómo puede suceder esto? Y cuando le explicaron, obedeció. Pensemos en José, lleno de ilusiones de formar un  hogar. Se encuentra con esta sorpresa que no entiende. Acepta. Obedece. Y en la obediencia de amor de esta mujer María y de este hombre José se da una familia en la que viene Dios. Dios siempre golpea las puertas de los corazones. Le gusta hacerlo. Le sale de adentro. Pero ¿saben qué es lo que más le gusta? Golpear las puertas de la familias y encontrar la familias unidas, encontrar las familias que se quieren, encontrar las familias que hacen crecer a sus hijos y los educan y que los llevan adelante y que crean una sociedad de bondad, de verdad y de belleza.
Estamos en la Fiesta de la familias. La familia tiene carta de ciudadanía divina, ¿está claro? La carta de ciudadanía que tiene la familia se la dio Dios, para que en su seno creciera cada vez más la verdad, el amor y la belleza. Claro, alguno de ustedes me pueden decir: 'Padre, usted habla así porque es soltero'. En las familias hay dificultades. En las familias discutimos, en las familias a veces vuelan los platos, en las familias los hijos traen dolores de cabeza. No voy a hablar de la suegra, pero en las familias siempre, siempre, hay cruz. Siempre. Porque el amor de Dios, el Hijo de Dios, nos abrió también ese camino. Pero en las familias también, después de la cruz hay resurrección. Porque el Hijo de Dios nos abrió ese camino. Por eso, la familia es, perdónenme la palabra, es una fábrica de esperanza, de esperanza de vida y resurrección. Dios fue el que abrió ese camino.
Y los hijos. Los hijos dan trabajo. Nosotros como hijos dimos trabajo. A veces, en casa veo algunos de mis colaboradores que vienen a trabajar con ojeras. Tienen un bebé de un mes, dos meses, y les pregunto: '¿No dormiste?' 'Eh no, lloró toda la noche'. En la familia hay dificultades, pero esas dificultades se superan con amor. El odio no supera ninguna dificultad. La división de los corazones no supera ninguna dificultad, solamente el amor es capaz de superar la dificultad. El amor es fiesta, el amor es gozo, el amor es seguir adelante.
Y no quiero seguir hablando, porque se hace demasiado largo. Pero quisiera marcar dos puntitos de la familia en los que quisiera que se tuviera un especial cuidado. No solo quisiera, tenemos que tener un especial cuidado: los niños y los abuelos. Los niños y los jóvenes son el futuro, son la fuerza, los que llevan adelante. Son aquellos en los que ponemos esperanzas. Los abuelos son la memoria de la familia, son los que nos dieron la fe, nos transmitieron la fe. Cuidar a los abuelos y cuidar a los niños es la muestra de amor, no se si más grande, pero yo diría más promisoria de la familia, porque promete el futuro. Un pueblo que no sabe cuidar a los niños y un pueblo que no sabe cuidar a los abuelos es un pueblo sin futuro, porque no tiene la fuerza y no tiene la memoria que lo lleve adelante.

Y bueno... La familia es bella, pero cuesta. Trae problemas. En la familia a veces hay enemistades. El marido se pelea con la mujer o se miran mal, o los hijos con el padre… Les sugiero un consejo: nunca terminen el día sin hacer la paz en la familia. En una familia no se puede terminar el día en guerra. Que Dios los bendiga, que Dios les de fuerzas, que Dios los anime a seguir adelante. Cuidemos la familia, defendemos la familia, porque ahí, ahí se juega nuestro futuro. Gracias, que Dios los bendiga, y recen por mí, por favor.

27 septbre: Celos y escándalos

Liturgia del Domingo26 B
          Desde la 1ª lectura se está abordando un tema que luego irá explanado en el Evangelio. Moisés (Num 11, 25-29) ha pedido a Dios que le rebaje su responsabilidad para conducir al pueblo hebreo. Y Dios atiende a sus peticiones. Le manda reunir a setenta ancianos de la comunidad, y a ellos les concede una parte del espíritu de Moisés. Enseguida ellos hablan Palabra de Dios. Fuera del campamento habían quedado dos, que también profetizan con ese espíritu de Moisés. Pero Josué, joven e impulsivo, viene enojado ante Moisés porque esos dos que no estaban en el grupo están proclamando palabra de Dios y le pide a Moisés que se lo impida. Moisés, anciano y maduro, le hace caer en la cuenta a Josué que si están hablando palabra de Dios no deben ser impedidos. Y que Josué más bien se ha sentido celoso, como si sólo el grupo pudiera ser el que lo abarca todo.
          En el evangelio (Mc. 9, 37-42. 44. 46-47) se repite la misma situación. Juan viene a Jesús mal impresionado porque uno que no es de ellos está echando demonios en nombre de Jesús, y los apóstoles se lo han querido impedir. Y vienen a Jesús a contárselo como quienes han hecho una buena obra. Y Jesús le dice que no lo impidan porque si está haciendo una buena obra en su nombre, lo de menos es si es o no es del grupo.
          No deja de dar pie a reflexión sobre muchos celos mal entendidos de aquellos que creen que su grupo es el mejor o el que tiene que prevalecer, aunque se haga en razón del buen nombre de su pastor. Lo único que ceba decir entonces es lo que dijo Jesús: si lo que otros hacen es bueno, ¡bendito sea Dios porque hay más personas haciendo la obra buena!
          Jesús ensancha su enseñanza y la lleva a más amplitud. Y afronta el tema del mal ejemplo o del escándalo que pueden sufrir personas más débiles en la fe, cuando se da ese mal ejemplo. Y para hacer énfasis en la importancia de no crear mal ambiente (ni en defensa del bien), dice que antes que llegar a ese daño, le vale más al que escandaliza encajarse una ruede de molino al cuello y echase al mar. ¡Tan malo es el mal ejemplo, el daño que pueden hacer actitudes menos rectas, celosas de “lo propio”, del “grupo”!
          Y ya, puesto a tocar el tema del peligro de pecar o hacer pecar, ¡del mal ejemplo!, daño que se infringe uno a sí mismo o que puede provocar en la conciencia de otros, Jesús recurre a esas formas típicas suyas de poner los ejemplos en el extremo más llamativo. Si tu pie te lleva al pecado, córtatelo; si ti mano te lleva al pecado, córtatela; si tu ojo te lleva al pecado, arráncatelo.
          Son frases muy sabidas y –por desgracia- pasadas por alto. Porque uno que se tome en serio el evangelio, sabe que Jesús está llamando la atención sobre cosas muy serias y concretas. ¡Cuántos malos pasos que se deben evitar a toda costa! ¡Cuántas acciones que se deben evitar decididamente! ¡Cuántas miradas o puntos de vista que están haciendo un daño evidente a uno mismo o a otros!
          Pues en ese estilo extremoso en que Jesús quiere hacer patente una cosa, está diciendo que vale más entrar en el Reino cojo o manco o tuerto que perderse la vida del Reino con los dos pies, las dos manos o los dos ojos.
          Ha habido una progresión en toda esa exposición que nos ha dejado Jesús en este evangelio, y ha aterrizado en esas realidades muy concretas en las que puede sentirse aludida cualquier persona, y plantearse su propia realidad a la vista de estas palabras de Jesús. Y tomar decisiones, en consecuencia.
          Santiago (5, 1-6) sigue en su línea de bajar a lo concreto: es un escándalo el que abusa de su posición frente al más débil. Como caso ejemplar pone el del rico que abusa del pobre, el poderoso que abusa del débil, el amo que no paga a los segadores el salario justo… Bien podemos seguir poniendo ejemplos de situaciones que pueden estar mucho más en nuestro ámbito: el político que abusa de su posición, el empresario que no respeta los derechos del trabajador, la ama de casa que no paga el jornal debido, el niño que abusa de su fuerza para apabullar a otro niño, el fuerte que impone su ley…

          Todo eso clama ante los ojos de Dios, y no queda pasado por alto. Todo eso clama ante la Hostia pura que se nos da en la Comunión y debe entrar en un corazón limpio que ni se escandaliza a sí mismo con una doble vida, ni escandaliza a los más débiles con una falsía de religión.

sábado, 26 de septiembre de 2015

26 septbre.: Alegría y dolor

Liturgia
          Una profecía que levanta el ánimo. Zacarías (2, 1-5. 10-11) nos comunica una palabra del Señor por la que es exhortado el profeta a alegrarse y gozar por Jerusalén, porque el Señor viene a habitar en ella. Muchos pueblos se unirán alrededor de la gran Ciudad, y Dios habitará en medio de ellos.
          En el horizonte estaba aquella presencia de Jesús que vendría a reunir en derredor suyo un nuevo pueblo, una nueva gran ciudad, un Reino en el que habitará Dios, el Dios de la alegría…, el Dios de Jesús, el que nos trasmite Jesús, y en el que debemos sentirnos parte de ese gozo. “El Dios que alegra mi juventud”…, porque ante Dios mantenemos una juventud permanente con la que nunca podemos darnos por vencidos, ni siquiera vencidos por la edad física. Porque Dios mantiene joven nuestro espíritu cuando dejamos que Él nos rodee y nos reúna. Esa nueva Jerusalén es la Iglesia. Y haremos un favor a ella si salimos de esas formas tristonas en las que cae más de un fiel, como si la espiritualidad cristiana estuviese reñida con el gozo y el semblante alegre.
          Es un detalle que puede parecer de poca monta, pero que tiene más importancia de la que parece. Aquello de que “santo triste es un triste santo” tiene mucho de verdad y es para pensárselo.
          Jesús ha preguntado quién dicen los hombres que es el Hijo dl hombre…, y vosotros ¿quién decís que soy yo? Cuando Pedro ha respondido que eres el Mesías de Dios, Jesus le ha impuesto silencio: prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y es que antes de la euforia de Pedro, Jesús quería dejar claro de qué Mesías se trataba. Y anunció su pasión en grandes rasgos y su posterior resurrección.
          Y hoy (Lc 9, 44-45) insiste Jesús en ese tema, diciéndoles a los apóstoles: Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres. Hacía bien con recalcárselo y acentuarlo, y nos hace un gran favor a nosotros, porque estamos en la misma onda de aquellos hombres que querían a Jesús como mesías pero no aceptaban que fuera a padecer. ¡Es que eran dos conceptos irreductibles! ¿Cómo va a ser un Mesías derrotado? No se concibe…
          No se concibe en la falsa idea que nos hacemos de Jesús, más bien melifluo y blando. Y es cierto que tenía un Corazón de oro, pero con el mismo corazón se entrega al sufrimiento que le van a infringir  “los hombres” (los paganos) o la casta religiosa. Y se entrega al doliente, al poseso, a la mujer que sufre…, el mismo que después levantará sus brazos para iniciar su vuelo hacia el Cielo, cuando haya resucitado.
          Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro, que no cogían el sentido. Les era un jeroglífico insoluble. Era atar dos extremos opuestos y contradictorios, según el pensamiento popular (que al fin y al cabo era el que ellos tenían).
          ¡Qué oscuro se hace el dolor, la enfermedad, el fracaso, la desolación espiritual…! En esos momentos se ciegan los ojos y parece que se apaga la fe. Y sin embargo Jesús, el Salvador, está en medio de todo eso de la misma manera que cuando los ánimos están por encima de las nubes. Lo que Jesús no quiere es lo que le pasa a aquellos hombres, que se hunden ante el anuncio de lo doloroso y se olvidan de los buenos momentos que vivieron junto a Jesús, en alegría, optimismo, gozo y consolación del alma. La historia aquella de Jesús con sus apóstoles, se vuelve a repetir, y el secreto de la madurez espiritual es admitir la “contradicción”, y seguir subido al carro del Cristo vencedor.
          Todo esto nos está retratando. Escuchamos a Jesús y de pronto parece que se nos hunde el mundo a los pies porque Jesús anuncia su muerte. Y sin embargo es esencial que aceptemos que la vivencia cristiana no está siempre en el gozo sensible, aunque siempre debe estar en la alegría de la fe, en la “alegría de una perenne juventud” que no da un paso por perdido.

          Tenemos que orar más de lo que hacemos porque hace falta cambiar la mentalidad…, leer COMPLETO el Evangelio, no florearlo para sólo quedarnos con lo bueno y bonito… También están ahí los otros aspectos que forman la figura total. Se trata de no ser de los que siguen a Jesús en la Eucaristía pero rehúyen el camino del Calvario. Sencillamente porque es el mismo camino y hay que recorrerlo igualmente. Que no nos dé miedo, que no soslayemos la cruz en sus muy diversos aspectos. Que seamos cristianos alegres, pero no superficiales, en gozo de resurrección pero pasando por la pasión, felices por la misericordia pero serios ante la abnegación que nos pide Jesús para poder seguirlo. ¡A ver si nosotros somos capaces de coger el sentido!

viernes, 25 de septiembre de 2015

25 septbre.: Una fe total

Liturgia
          Ageo (2, 1-10)  recibe de nuevo la comunicación de Dios y el mensaje que trasmite al pueblo se resume así: el segundo templo para la morada de Dios tiene que superar al primero. Me ha evocado unas palabras de San Ignacio de Loyola en las Constituciones de la Compañía de Jesús, en las que dice a los jesuitas que deben llegar adonde llegaron los primeros –San Francisco Javier, San Pedro Fabro, Diego Laínez…- o más todavía… Ignacio no se conforma en que cada jesuita imite a aquellos santos, sino que aún pone el listón más alto: o más adelante… Porque el modelo de la vida de un hombre no es otro hombre, aun siendo santo. El modelo único es Jesucristo. Y ahí nos encontramos con el listón puesto en casi lo infinito, cuando Jesús nos dice: sed perfectos como el Padre Celestial es perfecto.
          Quiere decir que nuestro techo no está en donde ahora mismo está, ni podemos darnos por satisfechos con lo que tenemos, ni siquiera se trata de llegar a una imitación de personas especiales. El ideal está en el mismo Cristo…, en la totalidad, como total es el mismo Padre del Cielo. Nuestra “totalidad” es finita, pero sin límite, porque siempre queda un espacio nuevo que recorrer si miramos a dónde nos llama el Señor.
          Es la misma línea que nos marca el Evangelio de hoy, tantas veces repetido y nunca agotado. Lc. 9, 18-22 nos trae ese momento decisivo en el que Jesús afronta un tema de suma importancia para seguir en su misión. Lo primero es saber qué dicen de él en el pueblo. Un pueblo religioso no puede menos que encontrar en Jesús un sentido de personaje religioso, bien sea el mismo Bautista resucitado, o Elías, el gran profeta de Israel, o cualquier otro profeta.
          Muy distinta sería hoy la respuesta si saliéramos con un micrófono por nuestras calles. Porque la falta de sentido religioso, la ignorancia, e incluso la malicia, nos podrían dar respuestas tan irrespetuosas como el de aquella jovencita que, en una entrevista en televisión, respondió a la pregunta con una nueva pregunta: ¿Y quién ese tío? Posiblemente no tengan culpa porque no se les ha enseñado. Porque los políticos y la influencia del mundo hostil a los valores y –por tanto- a la Religión, han ido suprimiendo la enseñanza de la religión Católica cristiana en los colegios.
          Pero yo no pretendo ahora hablar de lo que no está en nuestras manos, y creo que la pregunta que podríamos hacer nosotros en el mundo concreto en el que nos desenvolvemos (muchas veces el familiar cercano) es precisamente qué dicen esos niños y esos jóvenes que es Jesús. Porque eso debe suscitarnos el sentido de la responsabilidad de la parte que puede tocarnos personalmente. La fe entra por el oído, decía San Pablo. Hay que comunicarla de boca a boca.
          Jesús lo hizo así. Y cuando hubo escuchado lo que dice el pueblo, se dirigió directamente a los apóstoles y les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo? Pero no se quedó en escuchar una respuesta más o menos seráfica, sino que él mismo siguió dando la respuesta: El Mesías padecerá, será desechado y ejecutado… Y resucitará al tercer día. No le basta la confesión de fe, sobre un Jesús fácil y devoto…, un Jesús al que se le contenta con unas piedades y unas prácticas. Habló de un Jesús perseguido y desechado y ejecutado. De modo que si los apóstoles iban a seguirlo, tenían que saber desde el principio a qué Jesús seguían y a qué les comprometía. Y eso sí que nos llega a nosotros como advertencia seria: ¿qué Jesús es el que comunicamos?; ¿qué figura de Jesús se refleja en nuestras formas concretas de Religión? ¿Arrostramos el riesgo de comunicar una fe aunque seamos incomprendidos y hasta tildados, o nos hemos acomodado a nuestra manera de vivir esa fe sin riesgos ni molestias? Porque –una vez más hay que decirlo-: tendemos a un evangelio dulcificado, espigado de de manera que sólo tengamos en las manos el trigo, pero sin arrostrar el trabajo de la siembra, la siega y la trilla, el sol y las inclemencias que Jesús mismo anuncia como parte integrante de su obra.

          Por supuesto que no nos deja en la estacada del fracaso, sino que deja la luz a la vista porque al tercer día resucitará, y esa es la garantía de la muerte anterior. Una fe que se vive en serio está basculando entre un dolor y un gozo, entre un fracaso y un triunfo. Él lo vivió primero y lo que quiso es que nuestra confesión de fe: Tu eres el Mesías de Dios, esté contando con el evangelio entero y no fragmentado. Y que estemos convencidos de que si hubo héroes en nuestros antepasados, nosotros hemos de intentar llegar adonde ellos, ¡o más adelante todavía!

jueves, 24 de septiembre de 2015

24 septbre: Un tercer texto

ME LLEGA EL SIGUIENTE TEXTO y así lo incorporo al blog.

Las manos de Jesús
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       Las manos de Jesús bendecían, partían el pan, incluso lo multiplicaban. ¿Alguna vez has pensado en las manos de Jesús?

      Cierro los ojos y pienso en las manos de Jesús: Fuertes y vigorosas, de carpintero. Y, al mismo tiempo, tiernas, como cuando acariciaba a un niño o limpiaba una lágrima de las mejillas de la Virgen. Manos que extendían, respetuosas, los rollos de las Escrituras en la Sinagoga. Dedos que enfatizaban sus palabras o escribían sobre la arena.
      Las manos de Jesús bendecían, partían el pan, incluso lo multiplicaban. Eran manos que curaban y hasta resucitaban. Podían expresar enojo con los mercaderes en el templo y ternura con los enfermos que llegaban a Él.
     Las manos de Jesús enseñaban, expresaban, amaban. Con ellas difundían su misericordia y amor. Eran manos que entregaban incesantemente. Manos orantes, cuando Él subía al monte a conversar con su Padre en la madrugada.
     Es hermoso meditar en las manos de Jesús e impresionarse con ellas. Pero ¡Cómo duele pensar en ellas crispadas, heridas, perforadas! Manos en cruz y de cruz, rotas por sostener el peso del Nazareno. Manos inertes cubiertas de sangre y bañadas con los besos y lágrimas de su madre abrazándolo muerto. Manos cruzando el pecho, muertas, envueltas por un sudario, en la tumba apagada e impasible de José de Arimatea.
     Es fácil conmoverse ante las manos dolorosas de Jesús, pero ¿por qué no podemos ver con tanta claridad sus manos gloriosas? Tal vez porque nos es más familiar el dolor. Sin embargo pienso en el momento en el que Jesús venció a la muerte, cuando resucitó. ¡Qué instante! El sepulcro imprevistamente iluminado, como una explosión, y todos los ángeles venidos del cielo para ser testigos del momento anunciado desde siempre.

      Manos con llagas, pero ¡qué hermosas y resplandecientes, y cuánto amor rebosando en las heridas! Manos vivas, que volverían a bendecir, cortar y repartir el pan y que, tal vez, harían una seña de despedida a los apóstoles en su Ascensión al cielo...
                                                                                 
                                                                                                  [Basado en un texto enviado por A. Rojas.]

                                                                                                  Fr. Nelson M.

24 septbre.: Virgen de la Merced

Nuestra Señora de la Merced
          Acorde con la reflexión que queda expuesta más abajo, la fiesta de nuestra Señora de la Merced es también una profunda reflexión sobre la verdadera libertad humana.
          María nos hace merced esencial de canalizar hacia nosotros las gracias de Dios. No hay merced que nos llegue que no sea a través de María, a quienes algunos han calificado como “el cuello del Cuerpo Místico”, porque por el cuello de cada persona se distribuye toda la vida que nos llega desde la Cabeza, o por el cuello sube la vida que aporta el corazón.
          Pero otros bienes nos trasmite María. Se le ha identificado con la que nos da LIBERTAD, y se ha nombrado patrona de los presos que están privados de la libertad física, pero a quienes los barrotes de hierro no les pueden coartar su vuelo de alma hacia el bien, la esperanza, y hacia Dios…, y en definitiva –si asó lo quieren- hacia su misma libertad de personas que recuperan una dignidad.
          Pero la Virgen de la Libertad también nos está llevando a la libertad de tantas redes y cadenas como nos atan a nosotros mismos y a otras argollas que nos tienen prisioneros. Libertad de las formas mundanas que nos emborrachan con sus reclamos, en los que no debemos caer bobaliconamente. Libertad de tantos placeres momentáneos y fáciles y perecederos que nos ofrece una sociedad que está presa de sí misma. Libertad de nosotros mismos, de ese YO y amor propio y orgullo y soberbia en la que se ha montado la vida, y por lo que no admitimos normas ni mandatos ni orientaciones, ni un referente superior y sobrenatural que nos ponga delante unos mandamientos que son necesarios para ser uno mismo (como ser racional) y para convivir con los demás.
          Necesitamos liberarnos y la Virgen de la Merced nos vuelve a repetir que no hay barrotes que impidan la libertad si nosotros no nos dejamos caer dentro de la impotencia, la abulia, o la esclavitud. A la Madre de la Merced nos tenemos que encomendar para alcanzar la libertad que nos haga ser personas de verdad y no peleles de un mundo que nos trae hechos muñecos de trapo que bailan al son que le marca una sociedad pervertida.


Sigue el tema del día.

24 septbre.: En el fondo...

Liturgia
          Tenemos dos lecturas que a simple vista nos dejan poco espacio para una reflexión. Y sin embargo pueden dar de sí como para plantearnos temas de mucho recorrido.
          El profeta Ageo (1, 1-8) llama la atención al pueblo que, una vez que ha regresado a su patria, ya no se interesa por el Templo. Y el Señor, por medio del profeta, recuerda que todavía es tiempo de construir el Templo. Las gentes están más dedicadas a construirse sus casas revestidas de madera mientras el Templo está en ruinas. Y Ageo, con la mentalidad de esos tiempos, advierte que la falta de prosperidad del pueblo se debe a esa falta de generosidad con Dios. Y concluye: Meditad vuestra situación; subid al monte, traed maderos, construid el templo para que pueda complacerme y mostrad mi gloria, dice el Señor.
          En ese “meditad vuestra situación” me suscita la necesidad de meditar nosotros. Ya no se trata de que “los males provienen porque Dios está disgustado” sino de plantear que nosotros tenemos que poner nuestro pensamiento en agradar a Dios. Y bien podemos pensar que tenemos parecido con aquel pueblo que tenía tiempo y dinero para sus cosas pero ya dejaba de interesarse  por el templo del Señor. Me sugiere tantas veces que no nos falta tiempo para lo nuestro y nuestros gustos o incluso caprichos, pero “no tenemos tiempo para lo que es de Dios”. O gastamos sumas considerables en la fiesta de una boda o unas primeras comuniones o unos conciertos, pero nos parece mucho lo que debemos aportar a la Iglesia. Ageo también vendría a decirnos que este proceder no es digno.
          Y llegamos al Evangelio (Lc 9, 7-9) y tenemos un dato curioso que tener en cuenta: en los diversos relatos de los evangelios: cuando Jesús se queda solo tras enviar a sus apóstoles a la misión, los evangelistas no cuentan qué hizo Jesús entonces, siendo así que también nos gustaría saber a qué se dedicó y cómo en ese tiempo. Lo que nos deja la reflexión de la idea de eclesía (=comunidad) con la que se ha de vivir la vida cristiana. Solemos tender a vivir nuestra fe a solas, privada y personalmente. Los relatos evangélicos nos remiten a Jesús que, sin sus apóstoles, no tiene nada que trasmitirnos. Puede encajar perfectamente con la idea del Cuerpo Místico en Pablo: Cristo y los cristianos (la Iglesia) formando una unidad que ya no se puede separar. Y por tanto una reflexión sobre esa frecuente tendencia a vivir nuestra vida cristiana a solas y a nuestra manera. Ahí no tiene Jesús nada que decir.
          El núcleo del relato está en la perplejidad de Herodes ante las noticias que le llegan de Jesús. Como no tiene Herodes su conciencia tranquila, da vueltas sobre la posibilidad de que Juan Bautista (a quien él mandó decapitar) haya vuelto a la vida. O Elías o cualquier antiguo profeta. Si no, ¿quién es este de quien oigo semejantes cosas) Y tenía ganas de verlo. No le interesaba el mensaje, ni el fondo de la cuestión. Sólo “las semejantes cosas” que hacía. Había una curiosidad por ver a ese personaje, pero conocerlo dentro de ese ámbito superficial en el que se desenvolvía Herodes, que vivía de cara a la galería. Mató al Bautista en una fiesta, y el día que –en la Pasión- conoció a Jesús, no se interesó por la causa sino que intentó divertirse con los “trucos” de Jesús, y así pasarlo en fiesta con su corte (que bien acostumbrada estaba a los placeres del monarca, al que adulaban por beneficio de los propios cortesanos).
          Y lo que conoció de Jesús fue que era lo más contrario a él; conoció que Jesús no se doblegaba ni por alcanzar su libertad; que no entraba en el juego. Y como al final había que convertir todo en fiesta y que disfrutaran sus gentes, acabó por “conocer” que Jesús era un loco del que había que reírse. Y le mandó poner una capa brillante.
          Hasta ahí lo que podemos pensar de Herodes. Pero no me quedo en la historia pasada. Jesús sigue siendo el mismo que fue entonces, y Jesús no juega “con la fiesta”; ni con sus milagros y curaciones que tanto nos gustan y en los que nos es fácil y agradable contemplar. El Evangelio es mucho más completo y aparte de esas curaciones y liberaciones llamativas, encierra otras liberaciones de mucho mayor fuste: la liberación de nosotros mismos. Por eso Jesús va a estar insistiendo constantemente en que seamos los últimos si queremos ser los primeros, en que sirvamos a los demás si queremos reinar, en que nos neguemos nuestro propio Yo si queremos seguirlo a él. En que pongamos la otra mejilla cuando nos abofetean o que nos arranquemos el ojo que nos es ocasión de pecado.

          ¿Queremos conocer a Jesús como también deseó conocerlo Herodes? Pues Jesús no fue el que Herodes quiso que fuera sino el Jesús que realmente es.  Y mal vamos si lo queremos reducir a los evangelios de los milagros, y nos apartamos del gran milagro que es la transformación personal nuestra. Que para eso hay muchas llamadas en el Evangelio.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

23 septbre.: Contrición y agradecimiento

Liturgia
          Esdras (9, 5-9) tiene una conciencia muy clara de colectividad. Ni el pecado de los antepasados lo ve ajeno a sí, ni la acción de gracias del presente es solo suya. Tiene un profundo acto de contrición por aquello que provocó el desastre de la deportación y de la pérdida de la identidad de su pueblo desterrado. Y tiene  una amplia acción de gracias a Dios porque les ha devuelto su Ciudad, su Templo, su identidad, ¡su confianza en ese Dios en el que creen y que es un Dios fiel que salva!, hasta valiéndose de poderes extranjeros, como los reyes de Persia que les han sido favorables.
          Una “historia” que se puede dejar en eso o que debe suscitar el sentido de “pueblo de Dios”, colectivo también en la realidad actual de nuestra pertenencia a la Iglesia, en la que no somos piezas aisladas que nos podemos quedar en nuestro propio ombligo (aunque sea muy espiritual), sino piezas de un engranaje en el que todo lo mío es vida (o no vida) de los demás, y donde lo de los demás es vida (o no vida) mía. Donde yo no puedo llevar “mi piedad” o “mi pecado” como realidad que yo me guiso y yo me como, sino que lo mío es parte del conjunto, actúa en el conjunto e influye en el conjunto, lo mismo que la vida exuberante o pobre del conjunto está produciendo efectos buenos o nocivos en mí. Una fe y una práctica desvaídas provocan unos efectos de vulgaridad. Mientras que los santos impulsan una savia que da vigor a todo el organismo.
          Lc 9, 1-6 sería una buena muestra de todo ello. Jesús envía a sus apóstoles a una misión por ciudades y aldeas. Han de ir “con lo puesto”. No van a poder apoyarse en nada propio. Van como emisarios de la Buena Noticia y para curar enfermedades y echar demonios con el poder de Jesús. Nada propio. Ni siquiera lo mínimo que podía esperarse para un viaje y un desenvolvimiento normal: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero ni túnica de repuesto. Lo que hagan no será propio sino serán brazos del Mesías y con el poder que el Mesías les otorga.
          Tampoco se asegurarán unas estancias “mejores” sino que han de quedarse allí en la casa donde lleguen, con tal que les acojan. Que si no, no porfíen: se van a otra y no ha pasado nada. No llevan derechos. Llevan una misión a la que han de ser fieles. Y concluye el texto de hoy diciendo –como repetición al pie de la letra- que ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y curando en todas partes. Cumplieron exactamente el encargo recibido. Poco podían poner propio los que eran hombres rústicos y temerosos, no muy avezados a hablar en público y con un mensaje que no era precisamente el que ellos tenían asimilado  (que eso se ve a lo largo de los relatos evangélicos). Pero en nombre de Jesús, lo hacen y casi me atrevo a decir que sin saber muy bien lo que hacían o cómo lo hacían.
          Porque yo me fijo en los Doce. Y en los Doce estaba Judas. Y Judas anunció la Buena Noticia y curó enfermos y echó demonios. Iban en el nombre de Jesús y se cumplió aquello de que con la fe se mueven montañas. Y mientras actuaron en el nombre de Jesús, hicieron milagros. Lo que distingue y diferencia luego es lo que cada uno pone de “lo suyo”. Y esto es lo que nos toca pensar y sentir dentro. Podemos llevar parte de Pedro y parte de Judas, parte de Juan y parte de Tomás. Lo que va a contar finalmente es la actitud de fe y compromiso que aceptemos, dentro de nuestra tosquedad y nuestras carencias. Lo que divide no es la gracia de Dios, que es igual para todos. Lo que nos hace diferentes es la respuesta a esas gracias que nos vienen de Dios. Y porque formamos parte de un conjunto, que es la Iglesia y que es también la sociedad en la que estamos, llevamos la responsabilidad de nuestra propia respuesta, que será la que nos sitúe en la fila de un apóstol o en la del otro. Y que nuestra influencia en el ámbito en que nos desenvolvemos dé unos frutos u otros. Que no es que “yo soy” o que “tú eres” sino que SOMOS, y que todo lo que vivimos tiene una repercusión colectiva.

          Y me hace pensar esta menor influencia que ejercemos los católicos en el mundo en el que vivimos. ¿Estamos dando la talla? ¿Hemos asimilado que tendríamos que ir más desprovistos de nuestro YO para poder “echar demonios” y “curar enfermos” y para vivir verdaderamente el meollo de la Buena Noticia? Posiblemente nos hemos hecho cómodos en nuestra fe y poco arrostramos el riesgo que comporta para nuestra tranquilidad el tomarnos en serio el mensaje evangélico. Pero no lo digo como fracaso sino como acto de contrición que desemboque en el gozo de una nueva era en la que seamos protagonistas de nuestro destino y del destino de quienes viven la realidad de una Iglesia, Cuerpo de Cristo, colectividad.

ZENIT: El Papa a las familias, en Cuba

Santo Padre a las familias en Santiago de Cuba
En su último acto del viaje a la Isla, el Papa se ha reunido con las familias e invitado a cuidarlas porque son verdaderas escuelas del mañana
Por Redacción
Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)
Publicamos a continuación el discurso del Santo Padre a las familias en la Catedral de Santiago de Cuba.
Estamos en familia. Y cuando uno está en familia se siente en casa. Gracias familias cubanas, gracias cubanos por hacerme sentir todos estos días en familia, por hacerme sentir en casa. Gracias. Este encuentro con ustedes es como «la frutilla de la torta». Terminar mi visita viviendo este encuentro en familia es un motivo para dar gracias a Dios por el «calor» que brota de gente que sabe recibir, que sabe acoger, que sabe hacer sentir en casa. Gracias a todos los cubanos.                  
Agradezco a Mons. Dionisio García, Arzobispo de Santiago, el saludo que me ha dirigido en nombre de todos y al matrimonio que ha tenido la valentía de compartir con todos nosotros sus anhelos y esfuerzos por vivir el hogar como una «iglesia doméstica».
El Evangelio de Juan nos presenta como primer acontecimiento público de Jesús las Bodas de Caná, en la fiesta de una familia. Ahí está con María su madre y algunos de sus discípulos compartiendo la fiesta familiar.
 Las bodas son momentos especiales en la vida de muchos. Para los «más veteranos», padres, abuelos, es una oportunidad para recoger el fruto de la siembra. Da alegría al alma ver a los hijos crecer y que puedan formar su hogar. Es la oportunidad de ver, por un instante, que todo por lo que se ha luchado valió la pena. Acompañar a los hijos, sostenerlos, estimularlos para que puedan animarse a construir sus vidas, a formar sus familias, es un gran desafío para los padres. A su vez, la alegría de los jóvenes esposos. Todo un futuro que comienza, todo tiene «sabor» a casa nueva, a esperanza. En las bodas, siempre se une el pasado que heredamos y el futuro que nos espera. Hay memoria y esperanza.  Siempre se abre la oportunidad para agradecer todo lo que nos permitió llegar hasta el hoy con el mismo amor que hemos recibido.                  
Y Jesús comienza su vida pública precisamente en una boda. Se introduce en esa historia de siembras y cosechas, de sueños y búsquedas, de esfuerzos y compromisos, de arduos trabajos que araron la tierra para que ésta dé su fruto. Jesús comienza su vida en el interior de una familia, en el seno de un hogar. Y es precisamente en el seno de nuestros hogares donde continuamente Él se sigue introduciendo, Él sigue siendo parte. Le gusta meterse en la familia.                
Es interesante observar cómo Jesús se manifiesta también en las comidas, en las cenas. Comer con diferentes personas, visitar diferentes casas fue un lugar privilegiado por Jesús para dar a conocer el proyecto de Dios. Él va a la casa de sus amigos –Marta y María–, pero no es selectivo, no le importa si son publicanos o pecadores, como Zaqueo. No sólo Él actuaba así, sino cuando envió a sus discípulos a anunciar la buena noticia del Reino de Dios, les dijo: «Quédense en la casa que los reciba, coman y beban de los que ellos tengan» (Lc 10,7). Bodas, visitas a los hogares, cenas, algo de «especial» tendrán estos momentos en la vida de las personas para que Jesús elija manifestarse ahí.
Recuerdo en mi diócesis anterior que muchas familias me comentaban que el único momento que tenían para estar juntos era normalmente en la cena, a la noche, cuando se volvía de trabajar, donde los más chicos terminaban la tarea de la escuela. Era un momento especial de vida familiar. Se comentaba el día, lo que cada uno había hecho, se ordenaba el hogar, se acomodaba la ropa, se organizaban las tareas fundamentales para los demás días. Los chicos se peleaban, pero era el momento. Son momentos en los que uno llega también cansado y alguna que otra discusión, alguna que otra «pelea» entre marido y mujer aparecce. Pero no hay que tenerle mido. Yo le tengo más miedo a los matrimonios que nunca nunca tuvieron una discusión, es raro. Jesús elije estos momentos para mostrarnos el amor de Dios, Jesús elije estos espacios para entrar en nuestras casas y ayudarnos a descubrir el Espíritu vivo y actuando en nuestras cosas cotidianas. Es en casa donde aprendemos la fraternidad, donde aprendemos la solidaridad, donde aprendemos el no ser avasalladores. Es en casa donde aprendemos a recibir y a agradecer la vida como una bendición y que cada uno necesita a los demás para salir adelante. Es en casa donde experimentamos el perdón, y estamos invitados a perdonar, a dejarnos transformar. Es curioso, en casa no hay lugar para las «caretas», somos lo que somos y de una u otra manera estamos invitados a buscar lo mejor para los demás.
Por eso la comunidad cristiana llama a las familias con el nombre de iglesias domésticas, porque en el calor del hogar es donde la fe empapa cada rincón, ilumina cada espacio, construye comunidad. Porque en momentos así es como las personas iban aprendiendo a descubrir el amor concreto y operante de Dios.                  
En muchas culturas hoy en día van despareciendo estos espacios, van desapareciendo estos momentos familiares, poco a poco todo lleva a separarse, aislarse; escasean momentos en común, para estar juntos, para estar en familia. Entonces no se sabe esperar, no se sabe pedir permiso, no se sabe perdir perdón, no se sabe dar gracias, porque la casa va quedando vacía. No de gente, sino vacía de relaciones, vacía de contactos, vacía de encuentros. De padres, hijos, abuelos, nietos, hermanos. Hace poco, una persona que trabaja conmigo me contaba que su esposa e hijos se habían ido de vacaciones y él se había quedado solo porque le tocaba trabajar.  El primer día, la casa estaba toda en silencio, en paz, estaba feliz, nada estaba desordenado. Al tercer día, cuando le pregunto cómo estaba, me dice: quiero que vengan ya todos de vuelta todos. Sentía que no podía vivir sin su esposa y sus hijos. Y eso es lindo.
Sin familia, sin el calor de hogar, la vida se vuelve vacía, comienzan a faltar las redes que nos sostienen en la adversidad, nos alimentan en la cotidianidad y motivan la lucha para la prosperidad. La familia nos salva de dos fenómenos actuales, dos cosas que suceden: la fragmentación (la división) y la masificación. En ambos casos, las personas se transforman en individuos aislados fáciles de manipular y de gobernar. Y entonces encontramos en el mundo sociedades divididas, rotas, separadas o altamente masificadas que son consecuencia de la ruptura de los lazos familiares; cuando se pierden las relaciones que nos constituyen como personas, que nos enseñan a ser personas. Uno se olvida de cómo se dice papá, mamá, hijo, hija, abuelo, abuela. Se van como olvidando esas relaciones que son el fundamento.
La familia es escuela de humanidad, escuela que enseña a poner el corazón en las necesidades de los otros, a estar atento a la vida de los demás. Cuando vivimos bien en familia los egoísmos quedan chiquitos, existen porque todos tenemos algo de egoísmo. Pero cuando no se vive una vida de familia se van engendrando esas personalidad que las podemos llamar así: yo, me, mí conmigo, para mí, totalmente centradas en sí mismo, que no saben de solidaridad, de fraternidad, de trabajo en común, de amor, de discusión entre hermanos, no saben.
A pesar de tantas dificultades como aquejan hoy a nuestras familias del mundo, no nos olvidemos de algo, por favor: las familias no son un problema, son principalmente una oportunidad. Una oportunidad que tenemos que cuidar, proteger, acompañar. Es una manera de decir que son una bendición, cuando vos empiezas a vivir la familia como un problema, te estancas, no caminas, estás muy centrado en vos mismo.
Mucho se discute sobre el futuro, sobre qué mundo queremos dejarle a nuestros hijos, qué sociedad queremos para ellos. Creo que una de las posibles respuestas se encuentra en mirarlos a ustedes: esta familia que habló a cada uno de ustedes. Dejemos un mundo con familias. Es la mejor herencia, dejemos un mundo con familias. Es cierto que no existe la familia perfecta, no existen esposos perfectos, padres perfectos, ni hijos perfectos, y si no se enojan yo diría suegra perfecta, no existe, pero eso no impide que no sean la respuesta para el mañana. Dios nos estimula al amor y el amor siempre se compromete con las personas que ama. El amor siempre se compromete con la persona que ama. Por eso, cuidemos a nuestras familias, verdaderas escuelas del mañana. Cuidemos a nuestras familias, verdaderos espacios de libertad. Cuidemos a nuestras familias, verdaderos centros de humanidad. Y aquí me viene una imagen, cuando las audiencias de los miércoles paso a saludar a la gente, tantas tantas mujeres me muestran la panza y me dicen ‘padre me lo bendice’. Les voy a proponer algo, a todas aquellas mujeres que están embarazas de esperanza, porque un hijo es una esperanza, que en este momento se toquen la panza. Si hay alguna acá, que lo haga acá, o las que están escuchando por radio o televisión. Y yo a cada una de ellas, a cada chico o chica que está ahí dentro esperando, le doy la bendición, así que cada una se toca la panza, y yo le doy la bendición, en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.  Y deseo que venga sano, que crezca bien, que lo pueda criar. Acaricien al hijo que están esperando.
No quiero terminar sin hacer mención a la Eucaristía. Se habrán dado cuenta que Jesús quiere utilizar como espacio de su memorial, una cena. Elige como espacio de su presencia entre nosotros un momento concreto en la vida familiar. Un momento vivido y entendible por todos, la cena.
La Eucaristía es la cena de la familia de Jesús, que a lo largo y ancho de la tierra se reúne para escuchar su Palabra y alimentarse con su Cuerpo. Jesús es el Pan de Vida de nuestras familias, Él quiere estar siempre presente alimentándonos con su amor, sosteniéndonos con su fe, ayudándonos a caminar con su esperanza, para que en todas las circunstancias podamos experimentar que es el verdadero Pan del cielo.

En unos días participaré junto a familias del mundo en el Encuentro Mundial de las Familias y en menos de un mes en el Sínodo de Obispos, que tiene como tema la Familia. Los invito a rezar especialmente por estas dos instancias, para que sepamos entre todos ayudarnos a cuidar a la familia, para que sepamos seguir descubriendo al Emmanuel, es decir al Dios que vive en medio de su Pueblo haciendo de cada familia y de todas las familias su hogar. Cuento con la oración de ustedes.

martes, 22 de septiembre de 2015

22 septbre.: Lecciones de la historia

Liturgia
          A primera vista la lectura del libro de Esdras (6, 7-8.12. 14-20) es puramente descriptiva. Narra la liberación del pueblo de Israel, esclavizado, y ahora liberado por orden de Ciro (fue la lectura que hubiera correspondido a ayer). Hoy, por orden de ese rey se manda que se faciliten a los jefes de Israel todos los elementos y dinero necesarios para que construyan su Templo.
          En una historia cualquiera supondría sencillamente eso que se ha dicho. En la historia del pueblo de Dios supone todo un proceso providencial por el que el pueblo que había perdido su entidad y que incluso había parecido el abandono y la apostasía de muchos de sus miembros, ahora –por la decisión de un rey extranjero- recupera su personalidad y renace de entre sus cenizas, porque ese pueblo tiene una vocación muy importante en la historia universal. Es Dios mismo el que triunfa de sus enemigos, y el pueblo vuelve a tener horizonte en el proyecto misterioso de Dios…, o entre tantos sufrimientos y fracasos y humillaciones, entre las cuales sigue estando vigente el proyecto de Dios, que va mucho más allá de los que son en sí los acontecimientos humanos.
          Una lección que debiera ir más allá de la simple lectura de un hecho que sucedió, y nos deberá abrir la esperanza porque a Dios y la obra de Dios no van a ser aplastados tampoco ahora, cuando las potencias del mal y de los Gobiernos y los pueblos, parecen estar destruyendo la vigencia de la fe y de la moral.

          Un relato –también con más enjundia de la que aparece- lo tenemos en Lc 8, 19-21. Jesús está realizando su misión de enseñar la Palabra del Reino con un nutrido grupo de gentes que le rodean. Está haciendo lo que tiene que hacer. Y en esto se presentan sus familiares, que llevan consigo a María, la Madre de Jesús. Y no pudiendo acceder a Jesús por causa del gentío, optan por enviarle recado: Aquí están tu madre y tus hermanos, que desean verte. Jesús estaba en lo que estaba y respondió: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Éstos son mi madre y mis hermanos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. Y Jesús siguió explicando su lección a las gentes que le escuchaban.
          Es evidente que Jesús había medido sus palabras y que había hecho precisamente un elogio de su madre, la persona que fue más fiel en esa escucha de la Palabra de Dios y su puesta en práctica. Pero al mismo tiempo es muy posible que extendía la lección a aquellos familiares, que podían no estar en la misma onda.
          Siempre que leo este evangelio no puedo menos que acordarme del otro momento en el que esos parientes pretendieron llevarse consigo a Jesús y apartarlo de su labor porque, imbuidos ellos del sentido mesiánico popular, pensaron que Jesús había perdido el juicio diciendo lo que decía. No lograron entonces llevarse a Jesús y ahora parece que vuelven a intentarlo pero con el señuelo de llevar por delante a la Madre. Y Jesús no cae en la trampa. Hace un elogio de cómo es su madre, y Él sigue hablando a las gentes y exponiéndoles el Reino de Dios.
          ¿Cómo recibe María aquella respuesta de Jesús? Pienso que con toda naturalidad. Coincide perfectamente con su propio pensamiento, y ella sabe que la voluntad de Dios ha marcado y marca su vida entera. Comprende perfectamente que Jesús tiene que estar en lo suyo y, en realidad, coincidía con su idea de que no había que haberle importunado con el recado.
          ¿Y qué hizo Jesús cuando acabó la sesión aquella? Pues lo más natural: que fue irse hacia su madre y departir gozosamente el tiempo de que disponía. ¿Y los parientes? Habían recibido nuevamente la respuesta de Jesús: que él tenía que estar en lo que estaba, y que no podrían apartarle de ello. No hacía falta explicárselo. Ya lo habían visto ellos con sus propios ojos. Son esas lecciones que vienen sin necesidad de palabras y que ojalá supiéramos captar sin necesidad de poner al otro en entredicho.

          Yo creo que esto sigue siendo actual. Más de una vez tiene uno que soslayar una respuesta abierta sobre una realidad que puede ser más o menos penosa para el interlocutor. A éste le toca saber leer entre líneas. Jesús no tuvo que decirle nada a los familiares, pero quedaba muy claramente dicho en la actuación que él había tenido. Ya hablará Jesús de los signos de los tiempos, que son la manera de saber leer en la vida y en los sucesos de ella. Ahí hay muchas más respuestas que las que se pueden dar de palabra. (Y que muchas veces no pueden darse para no herir).