martes, 30 de abril de 2019

30 abril: Los CREYENTES


LITURGIA
                      La 1ª lectura de hoy, por supuesto de los Hechos. (4,32-37) nos define lo que es ser CREYENTE. Porque “creyentes” somos muchos pero así, con mayúscula, no es patrimonio normal. Yo creo que hay que dejarle la vez a la Palabra de Dios, que es muy elocuente y nos explica perfectamente lo que era la vida de aquellos verdaderos creyentes. Copio: El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común. Evidentemente eso se podía vivir en las pequeñas comunidades aquellas y la bolsa común no vale para la realidad actual. Pero en alguna manera puede tener repercusión en cuanto que una cierta actitud de apertura a la necesidad del prójimo cercano, cabría pedirla a muchos cristianos, empezando por las mismas familias, donde puede haber el hermano acomodado y el hermano necesitado. Y se puede abrir el círculo en la medida de lo prudente y posible. Y eso es lo que en los apóstoles era “dar testimonio de la resurrección de Jesucristo”, como viene a continuación la misma lectura.
          Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Eran verdaderos testigos de la alegría, no sólo para sí mismos sino para contagiarla a los otros. De ahí que: se los miraba a todos con mucho agrado.
          Consecuencia de esa actitud ante la vida y en la relación con los otros, “Entre ellos no había necesitados, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba”.
         
El caso que se presenta a continuación es un ejemplo concreto de la realidad aquella: José, a quien los apóstoles apellidaron Bernabé, que significa hijo de la consolación, que era levita y natural de Chipre, tenía un campo y lo vendió; llevó el dinero y lo puso a disposición de los apóstoles.
          Y conste que todo el mundo no era así. Aunque no lo recoja la lectura, se dio el caso de Ananías y Safira que intentaron trampear apareciendo como justos cuando en realidad andaban mintiendo a la comunidad de hermanos, y aquello les costó la muerte súbita. Caso, por lo demás, que no es sino el contrapunto para dejar más patente la actitud sincera y honrada y servicial de la mayoría. El que tenga curiosidad de ver esa corta historia, vaya al libro de los Hechos.

          El evangelio es de Jesús con Nicodemo (Jn.3,11-15) y aunque parezca repetitiva mi observación, el diálogo aquel no es para explicarlo, pero sí para meditarlo. Vuelvo a copiar: En verdad, en verdad te digo; hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio. Si os hablo de las cosas terrenas y no me creéis, ¿cómo creeréis si os hable de las cosas celestiales? Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.  
          Ya lo ha abordado antes: las cosas de la tierra se entienden con razones de la tierra, o sea, de la mente recta humana. Pero las cosas de Dios no se pueden juzgar desde los conocimientos de la razón. Hay que entenderlas desde otro ángulo, que no es en el que se desenvolvían los fariseos. Sin embargo Jesús ocupa su tiempo con Nicodemo porque este hombre está de buena fe y queriendo saber. Y Jesús le lleva a figuras del Antiguo Testamento para que desde ellas, que eran acogidas por los fariseos, se eleve a las nuevas realidades que Cristo viene a traer. Y le dice:
          Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Le ha dejado por delante una realidad de enorme trascendencia. Porque si el Mesías, para ellos, era invencible porque tenía que ser triunfador, ahora le ha plantado delante a Nicodemo otra realidad que hay que asimilar, y estaba fundamentada en una figura mesiánica antigua que Dios le puso delante a Moisés con la  figura de una serpiente puesta en alto para curar de las picaduras mortíferas del desierto.
          Nicodemo, que era hombre inteligente y de buena fe, fue aplicándose todas esas palabras de Jesús y acabó haciéndose un discípulo, aunque oculto, por su realidad de fariseo.

lunes, 29 de abril de 2019

29 abril: Yugo menos pesado


LITURGIA
                      Ha acabado el “día de Resurrección” y ya nos disponemos a seguir el ritmo del tiempo pascual, con la segunda semana. Ahora durante unos días seguiremos con los discursos de Pedro en los Hech. (4,23-31) en el que se resalta el hecho fundamental de nuestra fe.
          Tras la prohibición de los sacerdotes a predicar “en nombre de Ese”, Pedro y Juan –puestos en libertad- se volvieron al grupo de los suyos y les contaron lo que les había sucedido. La comunidad cristiana invocó a Dios, y recordaron una vez más los puntos esenciales del caso: Herodes y Poncio Pilato con los gentiles y el pueblo de Israel se aliaron contra Jesús, el Ungido del Señor. En el momento actual, dice Pedro, nos amenazan. Y pide fuerzas para mantenerse fieles en la confesión del nombre de Jesús, cuyo brazo sigue haciendo curaciones, signos y prodigios.
          Al terminar la oración, retembló el lugar donde estaban reunidos. Como un nuevo Pentecostés, el Espíritu Santo invadió a todos, y así anunciaban con valentía la palabra de Dios.

          En el evangelio (Jn.3,1-8) tenemos el encuentro de Jesús con Nicodemo, ese que permaneció discípulo oculto de Jesús. Era un fariseo pero de buena fe, que se interesa en el programa de Jesús, y busca hallar la verdad poniendo a Jesús en la oportunidad de expresarse. La conversación es muy sabrosa, muy al estilo rabínico, en el que Nicodemo pregunta con ingenuidad y Jesús le va metiendo en imposibles que son posibles en la nueva realidad.
          Nicodemo le dice a Jesús: sabemos que has venido de parte de Dios como maestro, porque nadie puede hacer las obras que tú haces, si Dios no está con él.
          Y Jesús se lo lleva a un terreno sorpresivo: Te lo aseguro, el que no nace de nuevo, Dios no está con el. Nicodemo no era tan simple que fuera a tomar aquellas palabras al pie de la letra, pero se hace el niño y pregunta para sacar verdad: ¿Cómo puede nacer de nuevo un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el seno de su madre?
          Y Jesús le explica llevándole al imposible de entender a simple vista y metiéndole en otro terreno: Te aseguro, el que no nazca del agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Y le argumenta con ese estilo especial, que lo que nace de la carne, es carne; lo que nace del espíritu, es espíritu.
          Por eso no te extrañe que te haya dicho: “Tenéis que nacer de nuevo”.
          Ahora juega Jesús con palabra hebrea que es igual para todo lo inmaterial: la palabra ruaj. Y dice: el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu.
          ¡Lo imprevisible del Espíritu y hacia dónde nos conduce y cuándo actúa! Lo importante es dejarse llevar de él. Y el Espíritu conduce siempre al bien, a la altura de miras, a sintonizar con los deseos de Dios. Así es todo el que ha nacido de nuevo, es decir, ha nacido del Espíritu, ha nacido a la vida sobrenatural.


          Cuando ya está escrito lo anterior, siguiendo el ritmo del tiempo pascual, advierto que hoy se celebra con rango de fiesta litúrgica el día de San Catalina de Siena, por lo que pueden ser otras las lecturas que encontremos en nuestras Misas del día. Haré alusión directa al Evangelio (Mt.11,25-30), el conocido y consolador: venid a mí, en el que Jesús se nos presenta como el verdadero poder de mitigación de nuestras cargas, angustias y cansancios, porque el que se llega a él, Yo os aliviaré…, porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera. No se trata de pensar que el seguimiento de Jesucristo supone ya la vida del cielo en la tierra. Sigue habiendo cargas, las que sean, las de la vida diaria…, pero pasadas bajo la mano del Señor, tienen otro peso y son otro tipo de carga. Verdaderamente el que haya tenido la gracia de elevarse al terreno del espíritu y de ir a Jesús, pronto habrá experimentado que los pesos son menos pesados y las cargas son más llevaderas. Está ahí. No se han eliminado, La vida manda. Pero la persona nota claramente que Jesús ha tomado parte de su vida y que ya va en volandas aún en medio de los momentos que se hacen difíciles en la vida. Dios está por encima y su mano nos sostiene. Jesús hace más llevadero el peso de nuestras cargas, porque él hace de Cireneo nuestro y él carga con una parte de nuestros pesos.

domingo, 28 de abril de 2019

28 abril: Domingo IN ALBIS


LITURGIA
                      Acudo tarde a la cita, tras un pequeño percance respiratorio, y aunque con un breve comentario, vengo a celebrar el DOMINGO IN ALBIS, renombrado por Juan Pablo II como DOMINGO DE LA MISERICORDIA. La primera denominación es ancestral, desde los primeros momentos de la Iglesia, recordando a aquellos recién bautizados que acudían a la Eucaristía revestidos de sus túnicas blancas (“albas”), significativas de la nueva criatura que el Bautismo, por la resurrección de Cristo, había creado en ellos. Juan Pablo se fundamentó en las llamadas “revelaciones de Santa Faustina”, casi acabando el siglo XX.
          Litúrgicamente es el mismo domingo de resurrección, y narra por eso la aparición que se produjo última ese domingo grande, a todos los apóstoles, en la narración de San Juan (20,19-31), que contiene teológicamente varios aspectos fundamentales: el envío del Espíritu Santo sobre sus apóstoles. Jesucristo lo simboliza en el soplo (algo inmaterial) con el que trasmite el mismo poder de Jesús, el recibido de Dios. Envío con el mismo poder del Padre, que ha sido puesto en las manos de Jesucristo. La institución del Sacramento de la Penitencia: a quienes vosotros perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes no se los perdonéis, no se le perdonan. Obsérvese que el relato de Juan difiere substancialmente del paralelo de Lucas: en Lucas hay más personas que no son apóstoles, y en Juan sólo están los apóstoles. De ahí esas tres concesiones.
          Pero además la liturgia celebra el siguiente domingo al de Resurrección (por tanto tal día como hoy) recordando lo que ocurrió en este octavo día, en la aparición a los apóstoles nuevamente, estando presente Tomás, que no estuvo el día de la resurrección. Con esto la Iglesia define la octava como parte integrante del día de Resurrección.
          Y tocados esos puntos fundamentales, corto por esta vez, en el deseo de que pronto lo tengáis, con la esencia misma de la celebración. Y al mismo tiempo dejar tranquilos a algunos extrañados de mi falta en este amanecer de día tan solemne.

sábado, 27 de abril de 2019

27 abril: No podemos callarnos


LITURGIA
                      Es uno de los textos más bonitos de los Hechos (4,13-21). Los jefes religiosos advierten que Pedro y Juan son hombres sin estudios y sin embargo hablan con una soltura y firmeza que les deja atónitos. Por otra parte es evidente que el paralítico está caminando, y que todo el pueblo lo ve. No podían hacer nada contra los dos apóstoles. Y se limitan a prohibirles que “hablen en nombre de ese” [“Ese” es Jesucristo Nazareno, que por algo lo habían mandado crucificar para que así su nombre no se pronuncie más].
          Los apóstoles, precisamente con esa firmeza que les otorgaba el Espíritu  Santo, responden a los sacerdotes: Puede Dios aprobar que os obedezcamos a vosotros en vez de a él? Juzgadlo vosotros, nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído.
          No es que no les fuera más cómodo callar; ¡es que no pueden callar! Es como una fuerza especial que les  impulsa…, una convicción más allá de las conveniencias humanas.
          No tuvieron respuesta aquellos dirigentes judíos, y se limitaron a repetir la prohibición, pero más que convencidos de que aquellos hombres rudos iban a seguir con sus enseñanzas al pueblo.
          A mí me emociona esa fuerza de los apóstoles. Echo de menos tal valentía y convicción en tantos cristianos que no damos un testimonio auténtico de nuestra fe y nuestra esperanza, porque nos movemos entre el querer y no comprometernos demasiado. Para mí el texto que hemos comentado es de los más hermosos, con ser aparentemente tan simple. Pero tan verdadero en las entretelas del alma de aquellos dos.

          El evangelio, tomado de la narración de Marcos (16,9-15) es una síntesis de todos los hechos de aquel domingo. No se ha parado a desarrollar ninguno: sencillamente se limita a la afirmación de los datos que ya conocemos a través de los otros relatos: Las mujeres que suben al sepulcro, con María Magdalena; ella que ve a Jesús y lo comunica a los compañeros (que estaban tristes y llorando), que sin embargo no creen en el relato de las mujeres. Era un testimonio de mujer que, ya por sí, carecía e valor. Pero era además una noticia tan grande que se les resistía creer.
          Se aparece luego a dos que se iban a Emaús, que vuelven con la noticia de haber visto a Jesús resucitado, pero tampoco a ellos los creen. No se había hecho la resurrección por los apóstoles y discípulos. Fueron reticentes en creer, y ni a las mujeres ni a los otros dos le dan crédito en sus afirmaciones de haber visto al Señor.
          Tiene que ser después, ya a la caída de la tarde cuando Jesús se aparece a los Once y les echa en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que la habían visto resucitado.
          No obstante, ahora rubrica con su presencia esa realidad suya, y a continuación los envía al mundo a predicar esa buena noticia, que ha de invadir las ciudades y las naciones y los continentes; una verdad que debe expandirse como pólvora, y dejar actuar a Dios.

          Aprovecho la ocasión para hacer una referencia al final de la celebración eucarística, en la que el “podéis ir en paz” puede sonar a una despedida del rato que se ha vivido en esa celebración. No es así, aunque lo parezca gramaticalmente. Y el “Demos gracias a Dios” no es, por tanto una acción de gracias porque ha acabado en paz. La realidad es que el IR EN PAZ va en la línea del mandato de Jesucristo: Id al mundo entero a predicar el evangelio. Es un mandato, que va expresado en la denostada expresión de Misa, y que en realidad debe ese nombre al ID. El verbo latino: “mitto” tiene una forma que es “missa” y significa “enviar”. Y lo que el sacerdote está diciendo a los fieles es el Id, vais enviados a esparcir los frutos de esa celebración que se ha vivido y hacerla visible al salir por la puerta de la iglesia. Dicho de otra manera: de lo que se dan gracias a Dios es de ser destinados a ser evangelio vivo por dondequiera que se van distribuyendo los fieles que han formado una comunidad eucarística y apostólica. Como aquellos apóstoles, ya no pueden callarse, porque lleva cada fiel un botón de fuego en su alma, que tiene que emprender a los demás, con la vocación enseñada por Cristo de hacer que todo el mundo arda en ese fuego que él ha traído a la tierra. O de ser luz (y luz de fuego) en el mundo que tiene que acabar siendo pasto de esas llamas del amor de Jesucristo.

viernes, 26 de abril de 2019

26 abril: ES EL SEÑOR


LITURGIA
                      Pedro y Juan hablaban a las gentes en el templo. Allí se les presentaron los jefes religiosos: sacerdotes, el comisario del templo y los saduceos (que no creen en la resurrección), y  conminaron a los dos apóstoles, indignados de que anunciaran la resurrección de los muertos. Y los mandaron prender y los metieron en la cárcel hasta el día siguiente. Muchos de los fieles que los habían escuchado abrazaron la fe. (Hech.4,1-12).
          Llegado el día siguiente los convocaron ante el tribunal, con los sacerdotes Anás y Caifás y Alejandro, y los que eran familia de ellos, y les interrogaron diciendo: ¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso? Y Pedro, lleno del Espíritu Santo les respondió la gran verdad de la que estaba imbuido: Porque le hemos hecho un bien a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar quién ha curado a ese hombre. Pues quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos: por su nombre se presenta éste sano ante vosotros. Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular: ningún otro bajo el cielo puede salvar.
          Ahí se cierra hoy la lectura. Ha dejado constancia de la realidad de la resurrección, y del triunfo de Cristo, a quien ellos habían pretendido eliminar con la muerte en la cruz.

          El evangelio que nos pone hoy la liturgia (Jn.21,1-14) en realidad no está en su sitio. Concluye diciendo que “ésta fue la 3ª vez que se apareció a los Once”, cuando en realidad sólo se ha leído hasta ahora una sola. La liturgia quiere dejar cerrado el círculo, y lo adelanta a hoy. Es el conocido pasaje de la aparición en el Lago a siete discípulos del Señor, que se han encontrado juntos alrededor de Pedro en ese período en que aún no tienen una misión definida, y por otra pare tienen que buscarse la vida y que ocupar el tiempo.
          Pedro con su espontaneidad, toma la iniciativa sin preguntar más, y dice: Me voy a pescar. Y los demás se suman a la idea y le responden: Nosotros vamos también contigo. Y dicho y hecho, se suben a la barca y, llegado el momento, echan las redes. Y he aquí que no pescan nada. Estaban pescadores tan avezados como Simón  y Andrés, Santiago y Juan. Y por más que pusieron sus conocimientos en hacer lo que habían hecho tantas veces, no lograron pescar nada. Y optaron por dejarse relajar en la barca y entre cabezadas y conversaciones y recuerdos, dejaron pasar la noche.
          A la madrugada, entre las claras del alba, vieron un hombre que paseaba por la playa, y que en un momento determinado les pregunta: Muchachos, ¿tenéis pescado? Cómo les cayó aquella pregunta después del fracaso de la noche, queda patente en la respuesta escueta que dan. Un No sin más. No estaban para mucho más después de la noche, en la que seguramente habían hecho otros varios intentos de pesca.
          El hombre de la playa les dice: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. Dicen los expertos que en ocasiones se veían desde la playa los bancos de peces que no se descubrían desde la barca. De todas formas habían intentado la pesca a la derecha y la izquierda. Pero pensaron que no perdían nada con intentarlo de nuevo. Y la sorpresa fue mayúscula cuando encontraron una pesca abundante, que no tenían fuerzas para sacar la red.
          Y el mismo discípulo “que tanto quería el Señor”, tiene la intuición de que aquel hombre de la playa ES EL SEÑOR. Y así lo comenta a los compañeros.
          Simón Pedro debió irse con su mente a aquella otra pesca milagrosa, cuando Jesús los llamó por primera vez, y sin pensárselo más, se echó al agua para llegar a nado hasta la orilla. Los demás vinieron casi al mismo tiempo remando, pues la barca no estaba lejos de la playa. Y cuando Pedro se pone a descargar la pesca, cuenta hasta 153 peces grandes, y aunque eran tantos, no se rompió la red.
          Allí cerca había ya asándose unos peces, y el hombre de la playa les dice: Vamos, desayunad. Y ninguno se atrevió a preguntarle: tú, ¿quién eres?, sabiendo bien que era EL SEÑOR. A mí me ha llamado siempre la atención este final porque deja la idea de que no es que han descubierto la figura de Jesús (holgaba “atreverse a hacer la pregunta”). El descubrimiento era mucho más de fe: de SABER que era el Señor. Y es que en las apariciones, más que la visión de la figura, está la afirmación de las Escrituras, por la que se sabe que es el Señor. Lo que dice mucho para nosotros, que SABEMOS aunque no vemos.

jueves, 25 de abril de 2019

25 abril: Paz a vosotros


LITURGIA
                      Hech.3,11-26 nos narra las reacciones de las gentes ante la curación del lisiado del templo. Él, brincaba de alegría e iba siguiendo a Pedro y Juan. La gente se asombraba de ver el milagro. Y Pedro tiene que aclarar que el milagro no lo han hecho ellos, sino que ha sido la fuerza de Jesucristo resucitado. Y aclara que la fe del paralítico en la resurrección de Jesús es la que le ha hecho el prodigio en ese hombre: ¿qué os llama la atención?, ¿de qué os admiráis?, ¿por qué nos miráis como si hubiéramos hecho esto con nuestro poder y virtud?
          Y aprovecha una vez más la ocasión para hacer una síntesis de la historia: Rechazasteis al santo mientras pedíais el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo ha resucitado de entre los muertos y nosotros somos testigos. Como éste ha creído en su nombre, su nombre le ha dado vigor; su fe le ha restituido completamente la salud a vista de todos vosotros.
          Luego les exonera de la culpa y les dice que lo hicieron por ignorancia. Pero ellos deben arrepentirse y convertirse para que se borren sus pecados, y que gocen del consuelo del perdón de Dios. Lo que ha ocurrido no es más que lo que estaba anunciado en Moisés y los profetas: Tu descendencia será la bendición de todas las razas de la tierra.

          Llegamos a la caída de la tarde en el Cenáculo. Han regresado los dos discípulos que se habían marchado a Emaús, y cuando ellos pensaron dar la noticia, el hecho ya es público porque Jesús se ha aparecido a Simón. Queda aun que Jesús se muestre a los Once.
          Aquí hay dos relatos paralelos pero muy diferentes. Leemos el de Lucas, donde están reunidos los Once con los otros discípulos y seguramente las mujeres. Es decir: en el relato de Lucas no están solos los Once. Esa versión nos la contará Juan el domingo, con connotaciones muy particulares.
          En la descripción de Lucas, hoy, hay más dramatismo. Jesús aparece y saluda con su saludo característico: Paz a vosotros. Todos se llenan de miedo porque Jesús se ha presentado súbitamente, con las puertas cerradas, y por la enorme sorpresa que les supone encontrar al muerto que vive.
          Jesús les tranquiliza: ¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior?  No soy un fantasma. Soy yo. Mirad mis manos y mis pies. Palpadme en persona. Lucas le da un colorido especial hablando de carne y huesos “como veis que yo tengo”, realidad que tenía que ser más virtual que real, porque no es lo propio de un cuerpo resucitado. Les muestra las manos y los pies. Y sigue esa plasticidad de Lucas con Jesús sentándose a comer pescado delante de ellos.
          Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y de los profetas y salmos acerca de mí, tenía que cumplirse. He aquí el valor principal de esta aparición: que no es una novedad que ahora ocurra por encanto, sino que todo esto estaba anunciado. Y el valor de la fe se fundamente en la Escritura que se cumple en Jesús como el Mesías anunciado.
          Y entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras y añadió: Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Esa es la clave: entender las Escrituras. Y no es entenderlas para saber lo que dicen sino sentirlas dentro y captarlas desde la fe. Ese otro entendimiento que es del corazón y no de la cabeza.
          De ahí que vosotros sois testigos de esto, que es la conclusión de todo este relato.
          Hay que tener en cuenta que Lucas no es un historiador para narrar unos hechos tal como han sucedido, sino un catequista que va a trasmitir una vivencia esencial, que será básica en la vida de aquella comunidad a la que se dirige, y que necesita bases para su fe. Y la fe no es un conocimiento de la mente sino una experiencia profunda que cambia la vida.

miércoles, 24 de abril de 2019

24 abril: el peregrino


LITURGIA
                      Tenemos una 1ª lectura (Hech.3,1-10) que nos muestra unos primeros efectos visibles de la Resurrección: un tullido que pedía limosna en la puerta del templo, le pide a Juan y Pedro que entraban. Pedro le dice: No tengo oro ni plata; lo que tengo, te lo doy: en el nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y echa a andar. Y el paralítico se pone en pie y entre gritos de júbilo y saltos de alegría entra en el templo alabando a Dios.
          La gente, que lo reconoce, se admira y quedan estupefactos al ver al paralítico andando y brincando. Ha sido el testimonio de que Jesús sigue vivo y realiza ahora de nuevo los milagros que hizo en su vida mortal, por la acción de sus apóstoles.

          Hace falta hacer una secuencia para entender el episodio de los dos discípulos que huyen de Jerusalén, desanimados por la muerte de Jesús.
          Las mujeres con Magdalena subieron al sepulcro a embalsamar el cuerpo del Señor. Magdalena no llega hasta el sepulcro porque se espanta de ver abierta la losa. Las mujeres sí siguen hasta arriba y tienen una visión que les dice que no busquen entre los muertos al que vive. Pero no ven a Jesús. Y se vienen a  los discípulos a comunicar su experiencia. Magdalena ha avisado el suceso a los apóstoles, y suben a cerciorarse Pedro y el otro discípulo, el cual ve y cree, que testifican que no está el cadáver, pero no han visto a Jesús. Magdalena se sube al sepulcro.
          En este entreacto los dos discípulos, Cleofás y otro (Lc.24,13-35) se vienen abajo y en la incertidumbre de las noticias que van llegando, sacan en conclusión que todo aquello es un solivianto, y que se habla mucho pero que hasta ahora nadie puede decir que ha visto a Jesús. Y ante esa situación, tristes y sin fe alguna, optan por marcharse a la aldea de Emaús. Nosotros esperábamos… Pero ya no esperan. Se quitan de en medio y se van discutiendo entre ellos con los datos anteriores a la muerte y lo que han recogido en este primer día de la semana: A él no lo han visto.
          Iban cabizbajos por el camino cuando se les sumó al paso un individuo, que lo primero que les observa es la tristeza que llevan. Y les pregunta por qué van tan tristes Ellos se extrañan de que sea el único que no se ha enterado de lo ocurrido aquellos días en Jerusalén, y  se explayan expresándole al peregrino sus sentimientos. Y en realidad su ilógica, provocada por el estado depresivo y de desolación que llevan encima: Lo de Jesús de Nazaret, un hombre justo en palabras y obras. Nuestros jefes religiosos lo condenaron a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el que iba a restaurar el reino de Israel. Pero he aquí que estamos en el tercer día que sucedió esto. La referencia al tercer día tiene su importancia en aquella cultura, pues no se certificaba la muerte oficial hasta pasados los tres días de su fallecimiento. Cosa que aquí no había ocurrido porque están en el tercer día, pero no se ha acabado.
          Por otra parte tienen constancia de varias verdades: que mujeres de nuestro grupo nos han dicho que han tenido hasta visión de ángeles que afirman que vive; es verdad también que dos de los compañeros han subido al sepulcro y encontraron las cosas como habían dicho las mujeres. Es decir: tienen señales que cuando menos, invitan a esperar acontecimientos. Pero ellos concluyen con un PERO que echa todo por tierra. Y en consecuencia ellos huyen del lío, pero con mucha tristeza por todo lo que se ha perdido en una tarde de viernes aciago.
          El peregrino los zarandea entonces: Necios y tardos para creer lo que anunciaron los profetas. Y les da un repaso desde Moisés y les explica lo que estaba escrito a costa del Mesías. Los dos discípulos se dan cuenta que se les enciende una luz en el alma; que realmente todavía estaban en la posibilidad de que Jesus se mostrase resucitado. Y como es cierto que se sienten a gusto con el peregrino, lo invitan a quedarse esa noche con ellos, con el pretexto de que es ya avanzada la tarde para seguir el camino.
          Y allí, sentados a la mesa, llegan a descubrir que el tal peregrino era el propio Jesús.
          Entonces deshacen rápidamente el camino para anunciarlo a los apóstoles, y cuando llegan se encuentran con que ya es un hecho conocido por aquellos, y que Magdalena lo ha visto y que se ha aparecido también a Pedro.
          La fiesta de la resurrección está en plena euforia.

martes, 23 de abril de 2019

23 abril: Convertios y bautizaos


LITURGIA
                      Ayer se enfocaba el evangelio desde la narración de Mateo. Y según él, las mujeres habían visto al Señor al bajar del sepulcro.
          Hoy se narra  según San Juan (20,11-18) y María Magdalena no ha visto al Señor y está hecha un mar de lágrimas, con su única idea de que han robado el cadáver y no sabe dónde lo han puesto. Con esa idea bajó apresuradamente a avisar a los apóstoles, y con esa idea se sube de nuevo al sepulcro, a llorar ante él. Evidentemente María Magdalena no tenía fe en poder recuperar al Maestro, salvo que recuperar el cadáver.
          Allí frente al sepulcro, llora, que es su única arma. Y se asoma una y otra vez al lugar donde había sido depositado el cuerpo de Jesús –ella era testigo directo de la sepultura del viernes santo-. En una de aquellas veces se encuentra con que sentados a la cabecera y los pies de la losa sepulcral, hay dos ángeles. Y le preguntan por qué llora. Ella, impertérrita ante dos seres sobrenaturales, sólo sabe decir su sentimiento. No le impacta la presencia súbita de aquellos seres divinos, y les responde con toda naturalidad: porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. Y siguen los despropósitos de la mujer que sólo piensa en Jesús, y oye  pasos y cree que es el jardinero y le suelta una frase que no tiene pies ni cabeza: Señor, tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré y lo tomaré.
          Aquí es donde Jesús se da a conocer, y no como cadáver sino como vivo y muy vivo, que pronuncia el nombre de María… ¡Cómo lo pronunció! ¿Qué matiz, que ternura, qué advertencia…? El hecho es que María, sin mirarle siquiera el rostro, se tiró a los pies y los abrazó con esa sensación de tenerlo ya y no dejarlo perder: Rabbuni que significa: Maestro mío. Y allí permaneció sosegando sus sentimientos.
          Al cabo Jesús le dice que no siga aferrada allí a sus  pies sino que lleva el testimonio a los apóstoles. [Es curioso y elocuente que la palabra que recoge Juan en su relato es: Ve y dile a mis hermanos…, expresión muy novedosa porque Jesús no usaba ese modo de expresarse sobre los demás, lo que deja entrever la construcción de ese evangelio en manos de la comunidad cristiana fundada por San Juan, y que está expresando su fe a través de estos relatos que encierran los capítulos 20 y 21].
          María Magdalena es entonces la primera persona que ve a Jesús resucitado, y ella sola, y cuando ya ha avanzado la mañana. Evidentemente contrasta con la narración de ayer de San Mateo, lo que nos está diciendo a las claras que la Vida Gloriosa de Jesús no está narrada a modo de historia sino de experiencias de los evangelistas y a la vez como enseñanzas para los que habían de venir después.

          Y es que todo lo que se dice de este período de la Resurrección es mucho más fruto de la fe de unos creyentes, a los que les ha llegado el mensaje a través de la predicación de los testigos. Ahí está la 1ª lectura (Hech.2,36-41) en la que la fe va propagándose por el testimonio de Pedro, que se dirige al pueblo judío para expresarle la realidad que se ha vivido: Jesús fue muerto por las autoridades y por el propio pueblo que ahora escuchaba a Pedro.
          Compungidos por aquellas palabras, las gentes del pueblo preguntan: ¿Qué hemos de hacer, hermanos? A lo que Pedro responde con palabras muy claras: Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo, para que se os perdonen los pecados y recibáis el Espíritu Santo. Pedro aclara que la promesa de la salvación que Cristo ha traído, está abierta a realizarse lo mismo en los judíos que en los no judíos, a los que el Señor llama, aunque estén lejos.
          Muchos aceptaron las palabras de Pedro y recibieron el  bautismo: eran en número de tres mil aproximadamente. Y así se fueron constituyendo los primeros núcleos de creyentes seguidores de Jesús resucitado, que con el tiempo llegarían a ser nombrados “cristianos”, hecho que ocurrió en Antioquía.

          No será la única vez que lo diga: a través de toda la semana se van a ir describiendo las historias evangélicas del día de resurrección, lo que da lugar a la liturgia de la semana, que en realidad no es una sucesión de días diversos sino la expresión de un solo día, el Domingo de Resurrección, que es tan rico y esencial que tiene que desdoblarse a través los ocho días.

lunes, 22 de abril de 2019

22 abril: Domingo prolongado


LITURGIA
                      El Domingo de Resurrección se prolonga durante toda la semana, de modo que la liturgia de estos días se celebra con toda la solemnidad del domingo. Yo lo explico diciendo que la Resurrección de Jesucristo es un acontecimiento tan grande, que no puede encerrarse en un solo día y por eso se desdobla a través de una semana entera, en la que vamos a estar rememorando las narraciones de los evangelistas de los misterios de la vida gloriosa. Los recodamos día a día, pero fueron sucesos que ocurrieron en ese domingo, o primer día de la semana (que empieza a llamarse “domingo” porque “Dominus” significa SEÑOR.
          Ya en la 1ª lectura de los Hechos (2,14.22-32) Pedro, lleno del Espíritu Santo hace saber al pueblo judío lo que ha ocurrido: vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Ese es el hecho de donde arranca toda la novedad del momento presente. Y es que Dios lo acreditó ante vosotros realizando muchos prodigios y signos y Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte. Con todo ello se ha cumplido la profecía de David, que anunciaba que no vería la muerte ni la corrupción. Ahora bien: David murió y fue sepultado y su sepulcro está ahí y lo conocemos. En sus palabras profetizaba lo que sería posteriormente su descendiente, el Mesías de Dios, y eso se cumple hoy en Cristo, que ha resucitado de entre los muertos, y todos nosotros somos testigos.

          Hoy leemos en el evangelio el relato que hace Mateo (28,8-15) del comienzo de aquel primer día de la semana. Y es de advertir para dejar claras las cosas, que los relatos de la vida gloriosa son muy diferentes en los 4 evangelistas. Lo que cada uno trasmite es su propia vivencia sobre la resurrección del Señor, y no pretenden en absoluto hacer una historia, que no casaría con la del otro narrador. Nosotros somos los que, desde nuestra curiosidad y mente occidental más pragmática, componemos los hechos para que tengan un argumento. Pero a los evangelistas no se les ocurrió tal cosa. Tomaron datos de aquí y de allá y cada uno fue por su camino.
          En concreto, San Mateo da por descontado que las mujeres vieron al Señor. [Lo que no encaja con la narración que hace Lucas a propósito de la huida de los dos discípulos de Emaús]. Se iban del sepulcro impresionadas y llenas de alegría, cuando en el camino se les presenta el propio Jesús, que les dice: ¡Alegraos! Y ellas se acercaron y adoraron. Lucas nos decía en la Vigilia Pascual que llegaron al sepulcro y estaban desconcertadas y despavoridas por la visión de unos jóvenes vestidos de blanco, que fueron los que le anunciaron que Jesús no está aquí, HA RESUCITADO. Y hoy, en el evangelio de Mateo, se nos dice que Jesús las mandó a los apóstoles a comunicar su propia experiencia.
          Paralelamente está la otra historia de los soldados, quienes viendo que se corría sola la pesada piedra del sepulcro, se bajaron a la ciudad y comunicaron a los sacerdotes lo que habían visto. Los sacerdotes no acertaban a pensar lo que hubiera ocurrido, y optaron por sobornar a los soldados. Debían de decir que mientras ellos dormían, los discípulos robaron el cadáver. Dos absurdos, porque si estaban allí para vigilar, no debían dormir. Y segundo, si dormían. ¿cómo saben que eran los discípulos los que se llevaban al difunto? Los sacerdotes optaron por darles dinero para pagar silencio, y en caso de que la cosa llegase a conocimiento del Presidente, ellos ya lo conocían y se ganarían su favor, de modo que a los vigilantes no les pasara nada.
          Nos dice el evangelista, con una nota que es importante, que ellos tomaron el dinero y obraron conforme  a las instrucciones. Y concluye la narración afirmando que esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta el día de hoy.

          Dejo para el final que hoy, por razón de la solemnidad litúrgica, no se celebra una fiesta muy jesuítica, que es la de MARÍA COMO REINA Y MADRE DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS. Pero aunque litúrgicamente no pueda celebrarse, la llevamos metida en el alma y tiene connotaciones importantes en la vida de los jesuitas. Quienes nos acompañáis afectivamente y los que de alguna manera mantenéis una vinculación con nosotros, tened una oración a la Madre del Cielo para que su maternidad y realeza sobre esta porción de Iglesia que constituimos nosotros, se desenvuelva con la fidelidad a nuestro espíritu que nos trasmitió Ignacio de Loyola bajo la acción del Espíritu Santo. Y que surjan vocaciones de gentes honradas que quieran vivir la vida consagrada bajo el espíritu de la Compañía.

domingo, 21 de abril de 2019

21 abril: ¡ALELUIA!


LITURGIA: Domingo de Resurrección
                      Culmina todo un largo período litúrgico de preparación, que ha sido la Cuaresma y el Triduo Sacro,  en la realización solemne y victoriosa del Domingo de Resurrección, donde halla explicación todo lo que hemos preparado y desarrollado a través de ese tiempo. La vida no se acaba con la muerte, sino que de la muerte resurge la vida y no ya una vida que se acababa sino una vida que no se acaba, un triunfo que ya no tiene fin. Así es en Cristo y así está destinado para todos nosotros, que participando de la resurrección de Jesucristo, estamos destinados a una eternidad feliz. Pero que no podemos quedarnos mirando a esa eternidad, sino que tenemos que empezar a construirla en la vida nuestra de cada día. De modo que el cristiano no es una persona que se refugia en la utopía de la vida eterna, sino que construye aquí abajo, en su día a día, ese edificio que luego ya no tendrá fin y que se vivirá en el abrazo con Jesucristo resucitado.
          Nuestra fe está apoyada en la fe de los apóstoles, como nos asegura la 1ª lectura (Hech.10,14.37-43), en la que Pedro narra los hechos acecidos en Jesús, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu, que fue condenado a muerte, colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día, y de eso somos testigos nosotros –dice Pedro-, que afirma que han comido y bebido con él después de la resurrección. Y nos dice que recibieron ellos el encargo de trasmitirlo a los pueblos, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado a Jesús juez de vivos y muertos, es decir, el Señor y Dueño del universo, para que, por su nombre, recibamos el perdón de los pecados.

          San Pablo, por su parte –Col.3,1-4- nos levanta la mirada para que siguiendo ese movimiento triunfal de Jesús resucitado, miremos hacia arriba y descubramos los valores sobrenaturales y no nos quedemos apegamos a los de la tierra. Y la razón es porque nuestra vida está escondida con Cristo en Dios, y acabará haciéndose realidad nuestra unión definitiva al Cristo resucitado, sentado en el Cielo a la derecha de Dios.

          El evangelio nos muestra una experiencia de resurrección vivida por dos apóstoles. En Jn.20,1-9 nos empieza diciendo la noticia trágica que trasmite María Magdalena, que viendo corrida la piedra del sepulcro, baja corriendo al Cenáculo para advertir a los apóstoles lo que es su idea: que se han llevado el cuerpo del Señor y que no sabe dónde lo han puesto.
          Suben a comprobar lo ocurrido Pedro y el otro discípulo, que la tradición identifica con el propio Juan, que cuenta el hecho, corriendo el discípulo más joven, y más lento Pedro. Pero el discípulo, aunque llega primero al sepulcro, no entra sino que espera que llegue Pedro, quien entra delante y se encuentran los dos apóstoles ante una visión inesperada: por supuesto el cadáver no está. Pero los lienzos con que fue sepultado están allí. Y el sudario de la cabeza, también, plegado en sitio aparte.
          Y nos dice el autor de este relato que el discípulo más joven vio y creyó. No era lógico que si hubieran robado el cadáver, iban a desprenderlo de los sudarios. Los lienzos estaban plegados. Y eso encendió el recuerdo del discípulo que acabó recordando las veces que Jesús había anunciado que resucitaría. Por eso, lo que vio con los ojos de la cara y lo que vio con los ojos de la fe, acabó llevándolo a la seguridad de que a Jesús no se lo había llevado nadie sino que realmente había resucitado como lo anunció tantas veces.

          Si cada domingo del año la EUCARISTÍA es el punto de aterrizaje de la liturgia, de forma total lo es en este Domingo solemne en que celebramos y anunciamos y vivimos la resurrección de Jesucristo. Esta realidad que da sentido a nuestra participación semanal en la Misa, no como obligación de precepto que cumplir sino como adhesión al Señor, y vivencia nuestra personal, que felicitamos a Jesús y nos felicitamos nosotros por su triunfo sobre la muerte y su realidad de vida que ya no se acaba.


          Nos unimos a la alegría de toda la Iglesia que vive hoy gozosamente la resurrección de Jesucristo

-         Por el Papa, los Obispos, los sacerdotes y lo laicos, que vivimos hoy nuestra fiesta principal, Roguemos al Señor.

-         Por los que no viven la fe en el acontecimiento fundamental de la vida, Roguemos al Señor.

-         Por los no creyentes, para que la luz de la resurrección los ilumine, Roguemos al Señor

-         Para que la EUCARISTÍA sea para nosotros el hecho esencial de nuestra vida cristiana, Roguemos al Señor.


          Aumenta, Señor, nuestra fe y hazla muy viva para que tendamos a las cosas del cielo y nos haga superar las preocupaciones de la tierra.
          Por Jesucristo, N. S.

sábado, 20 de abril de 2019

20 abril: Día de luto


SÁBADO SANTO
          [SINÓPSIS: sin referencia; QUIÉN ES ESTE, pgs.159-161]
          El sábado es día de luto. Piamente se puede pensar que todos los discípulos de Jesús, con María, la madre, se han recogido en el Cenáculo, como lugar de silencio y de resguardo. Para la mayoría, mero luto por la muerte del Maestro. Para María un tiempo misterioso de espera, sin saber en qué se va a concretar aquella promesa del Hijo de “a los tres días resucitaré”. Sufriendo como madre toda la soledad de su orfandad, y de los tremendos recuerdos vividos en las horas anteriores. Quiero imaginarla retirada, reviviendo palabras, dichos y hechos de Jesús, y en ese terrible dolor del Hijo que muere en unas condiciones tan inhumanas. María vive en oración todo este día, aunque saliendo alguna vez a unirse a los discípulos de su Hijo, que están abatidos y sin esperanza alguna. Más que ellos consolando a la Madre y acompañándola en su dolor, es ella la que trata de elevar el sentimiento de aquellos hombres, que sienten como que se les han ido de las manos tres años que acompañaron ilusionados al Maestro, y que ahora se encuentran con todo el edificio derrumbado por la muerte.
          Puede ser momento nuestro para acompañar a María, sabedores de que lo que ella sufre no es algo ajeno a nosotros, pues fueron nuestros pecados los verdaderos agentes de la muerte de su hijo. Acompañarla ahora es un deber de hijos agradecidos, a la vez que tomarnos en serio aquello de que “el discípulo la recibió en su casa”. Nosotros le ofrecemos la nuestra, que es un corazón arrepentido y dolido, que quiere consolar a la madre, a la vez que bien sabemos que somos consolados por ella. Y nos entremezclamos entre los Once, con un Pedro hecho un mar de lágrimas porque no puede olvidar sus negaciones y la mirada dolorida del Maestro, con un Tomás que se ha venido debajo de su carácter fuerte, con cada uno de aquellos hombres que saben muy bien su cobardía y temores cuando en los momentos peores del Maestro se han quitado de en medio.
          A cada uno tiene María una palabra de aliento, un consuelo, una mirada de misericordia, queriéndoles hacer comprender que ante el Corazón de su Hijo son lo que realmente han manifestado a través de aquellos años, y que si su Hijo estuviese aquí ahora mismo, pondría su Corazón en cada uno, pasando por encima de las debilidades que han tenido. Y que no pierdan la fe de que algo puede esperar que sobrepase todos los sentimientos del momento presente.
LITURGIA
                      El Sábado Santo es un día de luto en la Iglesia. Cristo yace en el sepulcro y entonces no hay nada que decir ni que hacer sino guardar el luto.
          Cerca de la medianoche comienza la liturgia de la Vigilia Pascual, que es la más rica de todas las liturgias, cargada de contenido. Su esquema se desdobla en 4 partes muy ligadas entre sí.
          Comienza con el rito del LUCERNARIO. Es el paso de la oscuridad que embarga a la Iglesia a la aparición de la luz, todo ello representando la resurrección de Cristo, que es LA LUZ por excelencia. Se prolonga con la procesión del Cirio Pascual, símbolo de Cristo  triunfante mientras se van encendiendo velas de los fieles y luces del templo. Desemboca en una explosión de alegría en el canto de la llamada “Angélica”, o “Exultet”, con todo el templo iluminado. (Es un error dejar la iglesia a oscuras durante este pregón pascual).
          Ahora viene una segunda parte, que viene a sosegar la emoción vivida, y a la vez a explicarla. Con las velas apagadas, se inicia una amplia LITURGIA DE LECTURAS del Antiguo Testamento que viene a ser una síntesis de la Historia de la Salvación en el paso de los siglos, desembocando en una lectura del Nuevo Testamento, con su solemne ALELUIA FINAL, que da paso al Evangelio de LA RESURRECCIÓN.
          La resurrección de Cristo es una realidad vivida por los cristianos como base de su fe. Y entonces, en una 3ª parte, se tiene el RITO BAUTISMAL. Donde hay neófitos para recibir el Sacramento, lo reciben en este momento. Lo general es que los fieles cristianos asistentes, renueven sus promesas bautismales con la plena conciencia de su fe. Concluye con la ORACIÓN DE LOS FIELES.
          Y desemboca en la 4ª parte y momento supremo del triunfo de Jesucristo, que es la celebración de la Eucaristía, donde vivimos de forma real todo el misterio pascual.
          Los fieles serán despedidos con un doble ALELUIA en pleno Domingo de Resurrección.

viernes, 19 de abril de 2019

19 abril: La muerte de Jesús


LITURGIA
                      La liturgia del Viernes Santo se compone de tres momentos que debemos vivir activamente y no sólo esperar a que el sacerdote realice los ritos propios de este día.
          La 1ª parte sería semejante al desarrollo de la Misa normal: Las Lecturas de la Palabra de Dios, que culminan hoy con el detallado relato de la Pasión de nuestro Señor, según el evangelio de San Juan, que desemboca en la Oración de los fieles. Pero estas peticiones son hoy muy amplias y muy solemnes, abarcando todas las situaciones especialmente importantes. Precisamente ante la Cruz de Jesús, que ha sido el final de esa lectura de la Pasión, todos somos iguales, y por todos ellos pide la iglesia, consciente de la redención universal que Cristo nos ha ganado.
          La 2ª parte de la liturgia es la adoración de la cruz. Momento especialmente solemne y céntrico este día, que bascula alrededor de esa realidad del Cristo crucificado. Hoy no hay Misa, pero todo el misterio de la salvación se concreta en este momento. De tal modo que lo que hoy quedará en las Iglesias –una vez concluidos los Santos Oficios de la Pasión del Señor- será el Cristo crucificado, que debe ser adorado con el gesto de la genuflexión (o semejante) lo mismo que se hace habitualmente ante el Sagrario.
          La 3ª parte es en realidad más una concesión a la piedad que una llamada pedida por el proceso litúrgico: la Comunión con las Sagradas Formas consagradas el Jueves Santo.
          Lo que queda en los templos es el sentimiento del luto por la muerte de su Señor.

          [SINOPSIS, 338; QUIÉN ES ESTE, 156-159]
          José de Arimatea se había apresurado a bajar del Calvario y pedir a Pilato el cuerpo del Señor. Pilato se extrañó de que hubiese muerto tan pronto el condenado, y concedió la gracia a ese senador que esperaba el Reino de Dios, y que no había dado su asentimiento a la condena de Jesús. Se unió a Nicodemo, el fariseo que también era discípulo oculto de Jesús, y compraron aromas y una sábana grande con la que envolver el cuerpo de Jesús. Por su parte, José de Arimatea poseía un sepulcro sin estrena en lugar cercano al Calvario, y lo ofrecería como lugar de sepultura del Maestro. (Mc.15,42-46).
          María, en su perplejidad de aquellos momentos, vio subir a aquellos dos hombres, y quedó con el alma expectante de qué tocaba ahora, tras la experiencia reciente de los soldados que habían llegado poco antes para quebrar las piernas de lo crucificados.
          José se dirigió a ella y le explicó lo que había pedido a Pilato y lo que pretendía hacer si ella lo autorizaba. María no pudo menos que reprimir un llanto pacífico de agradecimiento a Dios porque venía a dar respuesta a sus pensamientos y preocupaciones de aquella última hora sobre el destino del cuerpo de su Hijo.
          Agradeció a aquellos hombres su acción, y cada cual de los presentes se puso a hacer lo que podía para bajar de la cruz el cuerpo del Señor. Con unos lienzos fuertes pasados por debajo de los brazos para sostener el cuerpo, desclavaron los brazos y los pies y fueron bajando con esmero el cadáver que depositaron en el regazo de María, que se encontró de cerca con aquella barbarie que se había hecho en el cuerpo de su hijo, aquel mismo Jesús que ella tuvo en sus brazos en Belén y Nazaret, pero de forma tan diferente. Hoy era un cuerpo derrengado e inerte, que levantó en el corazón de la madre todos los sentimientos dolorosos y toda una mirada al Cielo, volcándose en un renovado FIAT por el que aceptaba los misteriosos caminos de Dios, tan duros de llevar en estos instantes.
          Estaba María absorta en sus pensamiento y contemplación del Hijo muerto cuando tuvo José de Arimatea que hacerle presente la urgencia del momento, y que no tenían más remedio que llevar el cadáver al sepulcro porque el tiempo se echaba encima y tenían que dejarlo acomodado, correr la voluminosa piedra y bajar ya a prisa.
          Entre los tres hombres (discípulo amado incluido) y las mujeres, trasladaron a Jesús en la sábana hasta el sepulcro, que comprendía una primera cámara que daba paso por un orificio bajo a la parte mortuoria, con un poyete donde se colocaba el cadáver. José y Nicodemo esparcieron los aromas sobre el cuerpo de Jesús, sin mucho detalle, y constreñidos por el tiempo. Las mujeres observaron y no era la manera en que ellas hubieran querido tratar el cuerpo del Maestro. Maria entró a depositar su beso sobre el rostro frío de Jesús, y emprendieron la marcha, pasando por delante de las cruces, y bajando por la vía por donde habían subido, y refugiándose en sus casas para esperar al día grande los judíos.

jueves, 18 de abril de 2019

18 abril: Mandamiento del amor


JUEVES SANTO,
Institución de la Eucaristía y del Sacerdocio.
59º aniversario de mi Ordenación Sacerdotal
27,786 Misas en mi cuenta particular.
          Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Y cuantos seguís este blog, ayudadme a dar gracias en este aniversario del acontecimiento más grande que me ha dado el Señor a vivir. Y gracias por la proyección que ha tenido mi sacerdocio en muchas almas a través de este dilatado período de vida.

LITURGIA
                      Celebramos hoy la triple festividad de la INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTIA, EL SACERDOCIO y EL MANDAMIENTO DEL AMOR. Tres facetas de una misma realidad, donde cada una implica a las demás.
          La institución de la Eucaristía quedaría reducida al momento aquel si al mismo tiempo no hubiera Jesús traspasado a sus apóstoles (y sucesores) la facultad de perpetuarla a través de los tiempos. Esto es mi Cuerpo; Éste es el cáliz de mi sangre…, pero juntamente cuantas veces hagáis esto, hacedlo en memoria mía, que es el momento en que Jesús traspasa su poder a aquellos hombres para que ellos a su vez lo prolonguen en la Iglesia.
          Pero es el caso que un acontecimiento tan grande, un milagro que se va a prolongar por los siglos, no lo cuenta San Juan, el evangelista de los grandes detalles y sublimes momentos de la vida de Jesús. En su lugar nos cuenta el lavatorio de los pies (13,1-15), que da paso a la explicación de Jesús: Me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, lo he hecho así con vosotros, es para que vosotros lo hagáis entre vosotros: éste es mi mandato, que os améis unos a otros como yo os he amado. Queda, pues, también instituido el nuevo mandamiento y núcleo de la experiencia cristiana. No sólo el amor a los enemigos, ni sólo el amor como a uno mismo, sino como yo os he amado. Ese amor que va por encima aún de la propia vida y acaba dándose a sí mismo para vida y alimento y estímulo. Con razón este momento lo inicia el evangelista con esa introducción sublime: Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó extremadamente. Es el reventón del amor, que culminará en la muerte de cruz por la salvación de todos.

          [SINOPSIS 337;  QUIÉN ES ESTE, pgs.154-156]
          En el Calvario quedan los grupos reducidos de quienes vigilan o acompañan a los crucificados. Los sacerdotes han pedido a Pilato que baje de la cruz a los ajusticiados para que no permanezcan allí sus cuerpos en el momento de la fiesta grande de los judíos, que comenzaba dentro de unas pocas horas.
          Sube al Calvario un destacamento de soldados con el encargo de quebrarles las piernas a los crucificados para que no puedan apoyarse y respirar y así se acelere su muerte. Ejecutan el macabro encargo con los dos malhechores que estaban crucificados con Jesús. Pero al llegar a Jesús y viendo que ya había muerto, aquella acción no tenía razón de ser. Pero uno de los soldados, de forma instintiva más que racional, da una lanzada al pecho de Jesús, que cimbrea toda la cruz, y que –aunque a Jesús ya no podía hacerle daño- atravesó cruelmente el corazón de su madre, que entendió mejor que nunca que una espada de dolor atravesaría su alma, como le había profetizado Simeón.
          De aquella llaga abierta en el costado derecho de Jesús brotó como un borbotón sangre y agua, lo que mostraba a las claras que le había atravesado el corazón y se derramaba, junto a la sangre, el suero del pericardio. Así no quedaba en aquel cuerpo ni una gota que no se hubiera derramado. La redención del mundo era completa. El corazón de la madre, partido también.
          El evangelista nos lo testifica (Jn.19,31-37) con casi juramento, afirmando que dice verdad porque lo ha visto él personalmente, y su testimonio es verdadero y él sabe que dice verdad, para que vosotros también creáis. Y concreta que todas estas cosas sucedieron para que se cumpliese la Escritura: No será quebrado hueso alguno y también aquella otra: Mirarán al que traspasaron.
          Bien podemos decir que con este episodio de tanta fuerza, queda cerrada la Pasión del Señor.