viernes, 19 de abril de 2019

19 abril: La muerte de Jesús


LITURGIA
                      La liturgia del Viernes Santo se compone de tres momentos que debemos vivir activamente y no sólo esperar a que el sacerdote realice los ritos propios de este día.
          La 1ª parte sería semejante al desarrollo de la Misa normal: Las Lecturas de la Palabra de Dios, que culminan hoy con el detallado relato de la Pasión de nuestro Señor, según el evangelio de San Juan, que desemboca en la Oración de los fieles. Pero estas peticiones son hoy muy amplias y muy solemnes, abarcando todas las situaciones especialmente importantes. Precisamente ante la Cruz de Jesús, que ha sido el final de esa lectura de la Pasión, todos somos iguales, y por todos ellos pide la iglesia, consciente de la redención universal que Cristo nos ha ganado.
          La 2ª parte de la liturgia es la adoración de la cruz. Momento especialmente solemne y céntrico este día, que bascula alrededor de esa realidad del Cristo crucificado. Hoy no hay Misa, pero todo el misterio de la salvación se concreta en este momento. De tal modo que lo que hoy quedará en las Iglesias –una vez concluidos los Santos Oficios de la Pasión del Señor- será el Cristo crucificado, que debe ser adorado con el gesto de la genuflexión (o semejante) lo mismo que se hace habitualmente ante el Sagrario.
          La 3ª parte es en realidad más una concesión a la piedad que una llamada pedida por el proceso litúrgico: la Comunión con las Sagradas Formas consagradas el Jueves Santo.
          Lo que queda en los templos es el sentimiento del luto por la muerte de su Señor.

          [SINOPSIS, 338; QUIÉN ES ESTE, 156-159]
          José de Arimatea se había apresurado a bajar del Calvario y pedir a Pilato el cuerpo del Señor. Pilato se extrañó de que hubiese muerto tan pronto el condenado, y concedió la gracia a ese senador que esperaba el Reino de Dios, y que no había dado su asentimiento a la condena de Jesús. Se unió a Nicodemo, el fariseo que también era discípulo oculto de Jesús, y compraron aromas y una sábana grande con la que envolver el cuerpo de Jesús. Por su parte, José de Arimatea poseía un sepulcro sin estrena en lugar cercano al Calvario, y lo ofrecería como lugar de sepultura del Maestro. (Mc.15,42-46).
          María, en su perplejidad de aquellos momentos, vio subir a aquellos dos hombres, y quedó con el alma expectante de qué tocaba ahora, tras la experiencia reciente de los soldados que habían llegado poco antes para quebrar las piernas de lo crucificados.
          José se dirigió a ella y le explicó lo que había pedido a Pilato y lo que pretendía hacer si ella lo autorizaba. María no pudo menos que reprimir un llanto pacífico de agradecimiento a Dios porque venía a dar respuesta a sus pensamientos y preocupaciones de aquella última hora sobre el destino del cuerpo de su Hijo.
          Agradeció a aquellos hombres su acción, y cada cual de los presentes se puso a hacer lo que podía para bajar de la cruz el cuerpo del Señor. Con unos lienzos fuertes pasados por debajo de los brazos para sostener el cuerpo, desclavaron los brazos y los pies y fueron bajando con esmero el cadáver que depositaron en el regazo de María, que se encontró de cerca con aquella barbarie que se había hecho en el cuerpo de su hijo, aquel mismo Jesús que ella tuvo en sus brazos en Belén y Nazaret, pero de forma tan diferente. Hoy era un cuerpo derrengado e inerte, que levantó en el corazón de la madre todos los sentimientos dolorosos y toda una mirada al Cielo, volcándose en un renovado FIAT por el que aceptaba los misteriosos caminos de Dios, tan duros de llevar en estos instantes.
          Estaba María absorta en sus pensamiento y contemplación del Hijo muerto cuando tuvo José de Arimatea que hacerle presente la urgencia del momento, y que no tenían más remedio que llevar el cadáver al sepulcro porque el tiempo se echaba encima y tenían que dejarlo acomodado, correr la voluminosa piedra y bajar ya a prisa.
          Entre los tres hombres (discípulo amado incluido) y las mujeres, trasladaron a Jesús en la sábana hasta el sepulcro, que comprendía una primera cámara que daba paso por un orificio bajo a la parte mortuoria, con un poyete donde se colocaba el cadáver. José y Nicodemo esparcieron los aromas sobre el cuerpo de Jesús, sin mucho detalle, y constreñidos por el tiempo. Las mujeres observaron y no era la manera en que ellas hubieran querido tratar el cuerpo del Maestro. Maria entró a depositar su beso sobre el rostro frío de Jesús, y emprendieron la marcha, pasando por delante de las cruces, y bajando por la vía por donde habían subido, y refugiándose en sus casas para esperar al día grande los judíos.

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