miércoles, 10 de abril de 2019

9 10 abril: Dios por encima de todo


LITURGIA
                      La verdad es que echo de menos un comentario litúrgico que justifique la elección de las lecturas en esta parte final de la Cuaresma. Pero a falta de ese comentario (que yo no tengo) trato de encontrar el hilo conductor que nos ha puesto hoy esta lectura del libro de Daniel (3,14-20.91-92.95). Lo mismo que en el evangelio de hoy (Jn.8,31-42) se produce la discusión de los fariseos y Jesús, porque no reconocen a Jesús como Hijo de Dios (Mesías), el rey Nabucodonosor no admitía al Dios de Israel. Y lo desafía de tal manera que condena al horno de fuego a los tres jóvenes, porque ellos servían a Dios y no aceptaban rendir culto al rey.
          Es la historia de Jesús en estos últimos momentos anteriores a los días de la Pasión: lo desafían y lo condenan, y habrá de ser Dios el que sobresalga por encima de los enemigos. La diferencia es que los tres jóvenes no se chamuscaron siquiera en el horno, y Cristo llegó a la muerte.
          Pero el punto final supone en los tres jóvenes la salida del horno, ilesos, y que Nabucodonosor acabe reconociendo que el Dios de Israel es el verdadero, y que Jesús, pasando por ese otro horno de muerte que es la cruz, acaba saliendo triunfador en la resurrección. La cuaresma nos hace pasar por el horno que purifica, y el desenlace es el triunfo nuestro frente al pecado.

          [SINÓPSIS 323, 325, 326;  QUIÉN ES ESTE, pg. 138]
          Los sacerdotes llevaron a mal el título de la cruz, porque ellos pretendían que se dijese que Jesús se había dicho a sí mismo “soy el rey de los judíos”, pero no que figurara como título absoluto de la condena. Seguramente había sido la venganza infantil de Pilato, vencido y derrotado en lo principal. Pero que ahora se hace el fuerte afirmando que “Lo escrito, escrito está”. (Jn.19,19-22). Y fue proclamado en hebreo, romano (latín) y griego, como una afirmación universal que debería quedar para la historia. ¿No habían pedido que su sangre cayera sobre ellos cuando Pilato había dicho: “He aquí vuestro rey”, “a vuestro rey voy a crucificar”? Pues Pilato arroja sobre ellos la vergüenza de crucificar a su rey, al “rey de los judíos”. Fue la única muestra de fuerza que hizo el presidente, y la verdad es que le hace  mucho más patente su mediocridad y cobardía.
          Al pie de la cruz y guardando al ajusticiado, los soldados cumplen con una “ley” que estaba perfectamente admitida: repartirse las ropas de los condenados. Poco tenían de Jesús. San Juan nos dice que hicieron cuatro partes, una para cada soldado. Bien visto no salen mucho las cuentas, porque Jesús llevaba su túnica y las sandalias, y poco más. Porque el manto, que no lo había llevado por el camino, al ser una prenda de valor porque era de una sola pieza, los soldados optaron por no rasgarlo sino echarlo a suerte, a ver a quién le tocaba.
          Más se ve en todo esto la aplicación de las profecías, que decían: Se repartieron sus vestiduras, echando suertes (Mt.27,36), o más explícitamente en Jn.19,23-24: Se repartieron mis vestidos y sobre mi túnica echaron suerte.
          Hay algo que llama la atención: el no rasgar del manto, que es como una muestra de que Cristo no es rompible, no es divisible, porque Dios es único y no se forma de partes. Se vuelve a repetir la alusión cuando la lanzada: “no le quebraron hueso alguno”. Los relatos dejan patente que Cristo no ha sido vencido, y eso se manifiesta a través de símbolos que tienen mucho valor en el decurso de la exposición. Los hombres pudieron llevarlo a la cruz, pero la cruz quedaba condicionada a los planes ocultos de Dios, de manera que Jesucristo queda “entero” aun en medio de la muerte.
          Lo humano queda manifiesto en la bajeza de las gentes y de los mismos sacerdotes que se burlan del crucificado, retándolo a bajar de la cruz: Tú, que destruyes el templo y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz… Y con un sarcasmo que clama al cielo, el desafío llega a hacerse personal: A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar. Es rey de Israel. Que baje de la cruz y creeremos en él. Ha confiado en Dios; que ahora lo libre si le ama…, que ya es algo que suena a blasfemia. (Mt,27,39-43). Dice San Lucas que los soldados también se burlaban. La realidad es que allí no hubo nadie que no se manifestara en burla y sarcasmo contra Jesús. Es también simbólico de una realidad universal: ¿quién puede sentirse al margen de esta situación? En realidad todos estuvimos representados en la cima del Calvario, con mayor o menor conciencia y responsabilidad: como dirigentes o como religiosos o como pueblo o como masa. ¿Quién se queda fuera?

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