LITURGIA
La verdad es que echo de menos un comentario
litúrgico que justifique la elección de las lecturas en esta parte final de la
Cuaresma. Pero a falta de ese comentario (que yo no tengo) trato de encontrar
el hilo conductor que nos ha puesto hoy esta lectura del libro de Daniel
(3,14-20.91-92.95). Lo mismo que en el evangelio de hoy (Jn.8,31-42) se produce
la discusión de los fariseos y Jesús, porque no reconocen a Jesús como Hijo de
Dios (Mesías), el rey Nabucodonosor no admitía al Dios de Israel. Y lo desafía
de tal manera que condena al horno de fuego a los tres jóvenes, porque ellos
servían a Dios y no aceptaban rendir culto al rey.
Es la historia de Jesús en estos últimos momentos
anteriores a los días de la Pasión: lo desafían y lo condenan, y habrá de ser
Dios el que sobresalga por encima de los enemigos. La diferencia es que los
tres jóvenes no se chamuscaron siquiera en el horno, y Cristo llegó a la
muerte.
Pero el punto final supone en los tres jóvenes la salida
del horno, ilesos, y que Nabucodonosor acabe reconociendo que el Dios de Israel
es el verdadero, y que Jesús, pasando por ese otro horno de muerte que es la
cruz, acaba saliendo triunfador en la resurrección. La cuaresma nos hace pasar
por el horno que purifica, y el desenlace es el triunfo nuestro frente al
pecado.
[SINÓPSIS 323, 325, 326;
QUIÉN ES ESTE, pg. 138]
Los sacerdotes llevaron a mal el título de la cruz, porque
ellos pretendían que se dijese que Jesús se había dicho a sí mismo “soy el rey
de los judíos”, pero no que figurara como título absoluto de la condena.
Seguramente había sido la venganza infantil de Pilato, vencido y derrotado en
lo principal. Pero que ahora se hace el fuerte afirmando que “Lo escrito, escrito está”. (Jn.19,19-22).
Y fue proclamado en hebreo, romano (latín) y griego, como una afirmación
universal que debería quedar para la historia. ¿No habían pedido que su sangre
cayera sobre ellos cuando Pilato había dicho: “He aquí vuestro rey”, “a vuestro
rey voy a crucificar”? Pues Pilato arroja sobre ellos la vergüenza de
crucificar a su rey, al “rey de los judíos”. Fue la única muestra de fuerza que
hizo el presidente, y la verdad es que le hace
mucho más patente su mediocridad y cobardía.
Al pie de la cruz y guardando al ajusticiado, los soldados
cumplen con una “ley” que estaba perfectamente admitida: repartirse las ropas
de los condenados. Poco tenían de Jesús. San Juan nos dice que hicieron cuatro
partes, una para cada soldado. Bien visto no salen mucho las cuentas, porque
Jesús llevaba su túnica y las sandalias, y poco más. Porque el manto, que no lo
había llevado por el camino, al ser una prenda de valor porque era de una sola
pieza, los soldados optaron por no rasgarlo sino echarlo a suerte, a ver a
quién le tocaba.
Más se ve en todo esto la aplicación de las profecías, que
decían: Se repartieron sus vestiduras,
echando suertes (Mt.27,36), o más explícitamente en Jn.19,23-24: Se repartieron mis vestidos y sobre mi
túnica echaron suerte.
Hay algo que llama la atención: el no rasgar del manto, que
es como una muestra de que Cristo no es rompible, no es divisible, porque Dios
es único y no se forma de partes. Se vuelve a repetir la alusión cuando la
lanzada: “no le quebraron hueso alguno”. Los relatos dejan patente que Cristo
no ha sido vencido, y eso se manifiesta a través de símbolos que tienen mucho
valor en el decurso de la exposición. Los hombres pudieron llevarlo a la cruz,
pero la cruz quedaba condicionada a los planes ocultos de Dios, de manera que Jesucristo
queda “entero” aun en medio de la muerte.
Lo humano queda manifiesto en la bajeza de las gentes y de
los mismos sacerdotes que se burlan del crucificado, retándolo a bajar de la
cruz: Tú, que destruyes el templo y en
tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo si eres Hijo de Dios, y baja de la
cruz… Y con un sarcasmo que clama al cielo, el desafío llega a hacerse
personal: A otros ha salvado y a sí mismo
no se puede salvar. Es rey de Israel. Que baje de la cruz y creeremos en él. Ha
confiado en Dios; que ahora lo libre si le ama…, que ya es algo que suena a
blasfemia. (Mt,27,39-43). Dice San Lucas que los soldados también se burlaban.
La realidad es que allí no hubo nadie que no se manifestara en burla y sarcasmo
contra Jesús. Es también simbólico de una realidad universal: ¿quién puede
sentirse al margen de esta situación? En realidad todos estuvimos representados
en la cima del Calvario, con mayor o menor conciencia y responsabilidad: como
dirigentes o como religiosos o como pueblo o como masa. ¿Quién se queda fuera?
Llorad humanos porque todos en El pusimos las manos
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