lunes, 8 de abril de 2019

8 abril: Yo soy la luz


LITURGIA
                      En el libro de Daniel se lee la historia de Susana (cp.13,1-9.15-17.19-30.33-62), mujer muy bella y honrada, pero deseada malamente por dos ancianos, que pretenden seducirla. Y como no lo consiguen, levantan una calumnia contra ella y el tribunal la condena a muerte. Surge un chiquillo llamado Daniel que logra desenmascarar la falsía de los dos ancianos, y liberar a la mujer, y que los acusados y condenados sean los dos que levantaron el falso testimonio.
          El evangelio (Jn.8,1-11 es una más de las diatribas que el evangelista menciona en la discusión de los fariseos con Jesús. Nos puede quedar como enseñanza fundamental la primera frase: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. De ahí que los fariseos no tengan esa luz que les haga descubrir la verdad, porque ellos no siguen a Jesús, sino que están siempre acosándolo.
          Jesús les echa en cara que juzgan por lo exterior, y así no pueden conocer la verdad de Jesús: de dónde vengo y adónde voy.

          [SINÓPSIS,320-322;   QUIÉN ES ESTE, págs.133-137]
          Marchaba lentamente aquella comitiva de los tres condenados porque concretamente Jesús no tenía fuerzas para avanzar y caía al suelo frecuentemente. Seguía una gran muchedumbre  (Lc.23.27-31) de pueblo y de mujeres, que se golpeaban el pecho y lloraban. La impresión que deja esa descripción de las mujeres es que se trataba de plañideras de oficio. No se ha mencionado antes, durante el proceso, la existencia de esas mujeres en la plaza del Pretorio, ni que se expresaran entonces de alguna manera como no partícipes en la causa de Jesús.
          Por otra parte es típico que sea San Lucas quien las saca ahora a relucir, porque Lucas es el evangelista de la mujer, que procura que la mujer esté presente allí donde se está nombrando la supremacía de los varones.
          El caso es que no queda la impresión de una realidad que le diera a Jesús especial compañía en medio de sus sufrimientos. Y se vuelve a ellas para decirles que no lloren por él, sino por ellas mismas y por sus hijos. No acompañaban precisamente con sus llantos y golpes de pecho Sin embargo deben llorar por ese pueblo que ha llegado a esta barbarie de pedir la cruz para un inocente. Porque vendrán días en los que se dirá: “Felices las estériles y los vientres que no tuvieron hijos y los pechos que no criaron”. Hay que tener en cuenta el valor terrible de esas palabras, dichas en una cultura en que la maternidad era una bendición de Dios.
          Llega a decir Jesús que era preferible la muerte: que caigan sobre ese pueblo las montañas… Por toda esa situación es por lo que habría que llorar y lamentarse. Porque si en el leño verde (en quien tiene vida y es la vida) sucede esto, ¿qué sucederá en el seco? (en un pueblo que carece de justicia y buenas obras).
          Es llamativo el modo en que San Lucas describe aquella comitiva: llevaban también a otros dos malhechores para ser ejecutados. (v.32). Aplicando a Jesús la ley por la que ha sido condenado, aparece como un malhechor más. Eso se implica en la frase: “otros dos malhechores”. Y así aparece a los ojos de muchos de los espectadores de aquel espectáculo, que suponía para ellos la lenta y terrible procesión que se dirigía al monte Calvario para el martirio final de los tres condenados.
          Cuando llegaron a aquel “lugar de la calavera” o Calvario, se procedió a desnudar a los que iban a ser crucificados. En el caso de Jesús era desollarlo más que desnudarlo porque las llagas se habían resecado y pegado a su túnica, y aquello reproducía los tremendos dolores de sus espaldas deshilachadas. No podemos quedarnos mirando como el que asiste a una película. Necesitamos meternos dentro de los sentimientos y el dolor de Jesús para hacernos cargo, siquiera lejanamente, de lo que este paso suponía.
          Quedaba ese momento indescriptible y casi inimaginable de la crucifixión. El vástago vertical de la cruz estaba ya enhiesto. Lo primero, pues que se crucificaba eran los brazos sobre el madero transversal. Lo que supone que el cuerpo llagado quedaba tumbado sobre la tierra, los guijarros, la arena, mientras se procedía a fijar los brazos en la madera. Por lo general, el madero ya llevaba marcados el lugar por donde habían de atravesar los clavos. Y eso suponía un estiramiento y descoyuntamiento de los brazos a base de cuerdas para hacer que los antebrazos coincidieran con los agujeros del madero con la consiguiente tensión de los músculos del pecho.

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