domingo, 21 de abril de 2019

21 abril: ¡ALELUIA!


LITURGIA: Domingo de Resurrección
                      Culmina todo un largo período litúrgico de preparación, que ha sido la Cuaresma y el Triduo Sacro,  en la realización solemne y victoriosa del Domingo de Resurrección, donde halla explicación todo lo que hemos preparado y desarrollado a través de ese tiempo. La vida no se acaba con la muerte, sino que de la muerte resurge la vida y no ya una vida que se acababa sino una vida que no se acaba, un triunfo que ya no tiene fin. Así es en Cristo y así está destinado para todos nosotros, que participando de la resurrección de Jesucristo, estamos destinados a una eternidad feliz. Pero que no podemos quedarnos mirando a esa eternidad, sino que tenemos que empezar a construirla en la vida nuestra de cada día. De modo que el cristiano no es una persona que se refugia en la utopía de la vida eterna, sino que construye aquí abajo, en su día a día, ese edificio que luego ya no tendrá fin y que se vivirá en el abrazo con Jesucristo resucitado.
          Nuestra fe está apoyada en la fe de los apóstoles, como nos asegura la 1ª lectura (Hech.10,14.37-43), en la que Pedro narra los hechos acecidos en Jesús, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu, que fue condenado a muerte, colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día, y de eso somos testigos nosotros –dice Pedro-, que afirma que han comido y bebido con él después de la resurrección. Y nos dice que recibieron ellos el encargo de trasmitirlo a los pueblos, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado a Jesús juez de vivos y muertos, es decir, el Señor y Dueño del universo, para que, por su nombre, recibamos el perdón de los pecados.

          San Pablo, por su parte –Col.3,1-4- nos levanta la mirada para que siguiendo ese movimiento triunfal de Jesús resucitado, miremos hacia arriba y descubramos los valores sobrenaturales y no nos quedemos apegamos a los de la tierra. Y la razón es porque nuestra vida está escondida con Cristo en Dios, y acabará haciéndose realidad nuestra unión definitiva al Cristo resucitado, sentado en el Cielo a la derecha de Dios.

          El evangelio nos muestra una experiencia de resurrección vivida por dos apóstoles. En Jn.20,1-9 nos empieza diciendo la noticia trágica que trasmite María Magdalena, que viendo corrida la piedra del sepulcro, baja corriendo al Cenáculo para advertir a los apóstoles lo que es su idea: que se han llevado el cuerpo del Señor y que no sabe dónde lo han puesto.
          Suben a comprobar lo ocurrido Pedro y el otro discípulo, que la tradición identifica con el propio Juan, que cuenta el hecho, corriendo el discípulo más joven, y más lento Pedro. Pero el discípulo, aunque llega primero al sepulcro, no entra sino que espera que llegue Pedro, quien entra delante y se encuentran los dos apóstoles ante una visión inesperada: por supuesto el cadáver no está. Pero los lienzos con que fue sepultado están allí. Y el sudario de la cabeza, también, plegado en sitio aparte.
          Y nos dice el autor de este relato que el discípulo más joven vio y creyó. No era lógico que si hubieran robado el cadáver, iban a desprenderlo de los sudarios. Los lienzos estaban plegados. Y eso encendió el recuerdo del discípulo que acabó recordando las veces que Jesús había anunciado que resucitaría. Por eso, lo que vio con los ojos de la cara y lo que vio con los ojos de la fe, acabó llevándolo a la seguridad de que a Jesús no se lo había llevado nadie sino que realmente había resucitado como lo anunció tantas veces.

          Si cada domingo del año la EUCARISTÍA es el punto de aterrizaje de la liturgia, de forma total lo es en este Domingo solemne en que celebramos y anunciamos y vivimos la resurrección de Jesucristo. Esta realidad que da sentido a nuestra participación semanal en la Misa, no como obligación de precepto que cumplir sino como adhesión al Señor, y vivencia nuestra personal, que felicitamos a Jesús y nos felicitamos nosotros por su triunfo sobre la muerte y su realidad de vida que ya no se acaba.


          Nos unimos a la alegría de toda la Iglesia que vive hoy gozosamente la resurrección de Jesucristo

-         Por el Papa, los Obispos, los sacerdotes y lo laicos, que vivimos hoy nuestra fiesta principal, Roguemos al Señor.

-         Por los que no viven la fe en el acontecimiento fundamental de la vida, Roguemos al Señor.

-         Por los no creyentes, para que la luz de la resurrección los ilumine, Roguemos al Señor

-         Para que la EUCARISTÍA sea para nosotros el hecho esencial de nuestra vida cristiana, Roguemos al Señor.


          Aumenta, Señor, nuestra fe y hazla muy viva para que tendamos a las cosas del cielo y nos haga superar las preocupaciones de la tierra.
          Por Jesucristo, N. S.

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