viernes, 12 de abril de 2019

12 abril: Pavor en torno


LITURGIA
                      La historia de la Pasión tiene en los profetas su anuncio y en algunos su experiencia personal. Jeremías es uno de los que han padecido el acoso de los dirigentes del pueblo y del mismo pueblo. Y clama el profeta (20,10-13) exponiendo su sensación: Pavor en torno. Delatadlo, vamos a delatarlo. A ver si se deja seducir y lo seduciremos y lo cogeremos y nos vengaremos de él. Es un sentimiento que muy bien puede expresar al Cristo del Huerto de los Olivos, de quien también se dice que sintió pavor y terror.
          Y fue confortado, como nos dice San Lucas. Y Jeremías dice: Pero el Señor está conmigo como fuerte soldado; mis enemigos se avergonzaran de su fracaso con sonrojo eterno que no se olvidará.
          En el evangelio de Jn 10,31-42 tenemos una nueva ocasión en la que la gente quiere apedrear a Jesús, porque siendo un hombre, se hace Dios. Jesús les arguye con la realidad de sus obras, que son las que dan testimonio de él, y de que lo que hace son obras de Dios. Podrán dudar de sus palabras, pero no pueden dudar de sus obras. Y es que, dice Jesús: El Padre está en mí y yo estoy en el Padre. Nueva razón para querer apedrearlo. Y Jesús tiene que retirarse al otro lado del Jordán, porque ve que la tensión ha llegado a mayores.

          [SINOPSIS 328; QUIÉN ES ESTE, pgs. 140-142]
          Jesús, en medio de su sufrimiento, lleva ya un rato que se ha olvidado de sus dolencias para ocuparse de los otros. Lo primero, que ya lo hemos citado, es pedir perdón para los que han intervenido en su condena. Y no sólo pedir perdón sino dar una justificación para ello: porque no saben lo que hacen. Verdaderamente no sabían que estaban condenando y crucificando al Hijo de Dios. Nosotros diríamos que era en algunos una ignorancia culpable. Y de hecho el Señor le dijo a Pilato que los que me han entregado a ti tienen más culpa. El mundo religioso de los sacerdotes y de los fariseos deberían haber ido con mejor intención a escudriñar las Escrituras santas. Por eso son más culpables. Y pese a todo, “no saben lo que hacen”, aunque su ignorancia es culpable. Pero no saben el meollo de todo lo que está sucediendo. Parece una contradicción, y no lo es, y lo podremos comprobar en nuestra vida: ¿No somos culpables de nuestros pecados? ¿No somos culpables de no huir de las ocasiones e incluso buscarlas, bien a sabiendas de que metidos en la tentación acabamos cayendo? Y sin embargo, allá al fondo de todo “no sabemos lo que hacemos”, no nos damos cuenta completa de la gravedad de nuestra inconsciencia. Por eso Jesús llevaba razón en las dos ocasiones: “el que me entrego tiene un pecado mayor”…, y “no saben lo que hacen”.
          Otro momento de olvido de Jesús de sí mismo es su atención a la súplica del malhechor que se vuelve a él en demanda de su reino. Jesús se olvida de su propio sufrimiento para llevarle al hombre el consuelo de que le ha escuchado su petición en toda la profundidad que tenía. Y le promete “hoy mismo” la llegada a su Paraíso. Le separa poco tiempo porque Jesús y él están “en el mismo suplicio”, que es mortal de necesidad.
          A estas alturas ya habían permitido a los deudos acompañar a sus correspondientes crucificados. Y Jesús ahora mira al grupo de sus incondicionales: 5 personas como mucho, los únicos que se han mostrado fieles hasta la última hora. Está naturalmente su madre. Y con ella, dos o tres mujeres, con María Magdalena entre ellas. Está también el llamado “discípulo a quien amaba el Señor”, a quien la tradición identifica como el apóstol Juan.
          Jesús piensa ahora en su madre, y en los suyos (y más allá, en su Iglesia futura que nace de este momento de su sacrificio), y le dice, con expresión bíblica (como en las bodas de Caná): Mujer, ahí tienes a tu hijo (Jn.19,25-27). La madre, que quedaba huérfana, en realidad queda confiada a la Iglesia, a la par que ella era constituida Maestra de la nueva presencia de Jesús, en la Iglesia. “Mujer” es un término que va más allá que el de “madre”, porque representa a la Mujer asociada al misterio de Cristo, que es la Iglesia.
          A su vez, al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Por una parte, es un encargo para que la cuide y acompañe. Pero “el discípulo” es algo más que una persona determinada. Que por eso el evangelista no se nombra a sí mismo: hay una trascendencia mucho más amplia. Cada uno de nosotros ha de encontrar en María a su madre. Y la Iglesia recibe a María como el icono que debe venerar con especial cariño. Jesús se va…, pero se queda. Y María es Madre de la Iglesia, y la Iglesia es Tipo de María.
          Ya se ha despojado Jesús de todo, aún de lo más íntimo suyo.

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