sábado, 13 de abril de 2019

13 abril: Decidieron matarlo


LITURGIA
                      El evangelio de hoy (Jn.11,45-56) sigue al banquete que se había celebrado para festejar la resurrección de Lázaro. Muchos creyeron en Jesús, pero otros sacaron la conclusión de que si Jesús seguía con vida, la gente se iba a ir tras él. Y lo denunciaron a las autoridades religiosas. Entonces Caifás, el Sumo Sacerdote, sentenció: Conviene que muera uno por el pueblo, y que no perezca la nación entera. San Juan nos advierte que Caifás habló proféticamente y que estaba hablando de la muerte redentora de Jesús, que muere por el bien del pueblo y del mundo entero. Y aquel día decidieron darle muerte.
          Se enteró Jesús y se retiró al otro lado del Jordán, y pasaba allí el tiempo con sus discípulos.
          La 1ª lectura –Ez.17,21-28- expresa el triunfo del proyecto de Dios, que a través de David establece un reinado único en el que caminarán las gentes según los mandatos del Señor. Completa así la liturgia el pensamiento del evangelio: la muerte de Jesús, que deciden los sacerdotes, no será un fracaso. Acabará venciendo Dios con su proyecto de salvación.

          [SINOPSIS, 329;  QUIÉN ES ESTE, pg144-147]
          El despojo de Jesús ha sido completo: empezando por sus vestiduras que se las reparten los soldados, y siguiendo por el perdón a todos los que intervienen en la pasión; prometiendo su reino al buen ladrón, y arrancándose de los afectos más íntimos como los de su madre. ¡Terrible cambio, el que recibe María! Pierde a su hijo y nos recibe a nosotros. Pierde al que es perfecto, y les encomienda Jesús a la humanidad. También es un desgarro para Jesús, que queda ahora en la cruz, como lanzado en alto por los hombres, y sin más apoyo que el de Dios.
          Y Jesús se refugia en la oración. Pero no es una oración confortable. Lo primero que se le viene a la boca es el Salmo que lanza su corazón abatido hacia ese Dios al que quiere servir hasta el último momento…, pero que Dios no se le hace precisamente presente con consuelos del alma. Y en su tremendo despojo, llega a orar con aquellas palabras dolorosas: Dios mío, Dios mío: ¿por qué me has abandonado? Puestos a escoger un Salmo, éste es el que se le viene al alma, porque es el que representa mejor su situación. En su estado de padecimiento y obnubilación por el dolor y por la falta de vida, se le vino a la boca con su fórmula más primitiva aramea, la que vivió en su infancia de Nazaret: Eli, Eli, lema sabactani (Mt.27,45-47). ¿Padeció Jesús realmente esa sensación de soledad incluso de Dios? No es desdeñable esa hipótesis. Los grandes místicos, que han tenido grandes comunicaciones y arrobamientos que le han llevado al séptimo cielo (como dice Pablo), han pasado juntamente por los desgarros más grandes del alma, sintiéndose lejos de Dios y no acogidos por Dios. Lo que llaman “la noche obscura”. Es por tanto una experiencia que no se le puede negar a Jesús en momentos de oscuridad vital tan fuerte.
          Por otra parte, el que toma en sus manos el Salmo 21 completo, advierte que juntamente con esa queja amorosa hay unos “rellanos” en los que el orante se confía a Dios y siente la ayuda de Dios. Y si Jesús en su dolor rezaba el Salmo, junto a las primeras palabras, que son las recogidas en el texto, también rezaba las otras palabras de confianza y sentimiento de misericordia de Dios.
          No cabe duda que es uno de los puntos más tremendos con que nos encontramos en la pasión, porque por encima de los tormentos de la pasión y de la crucifixión, el más espantoso para Jesús habría sido el de la sensación de que Dios se alejaba de su humanidad sufriente.
          Al lado de lo trágico, está la ignorancia de los presentes que oyeron aquellas palabras y pensaron que Jesús llamaba a Elías, como una súplica de ayuda. Y se quedaron en su ironía de esperar que pudiera venir Elías a salvarlo.
          María su madre sí lo entendió. Ella le había enseñado a Jesús a rezar los Salmos, y naturalmente habían rezado también este Salmo. Lo que no cabe duda es que representaba en este momento toda una experiencia de terrible soledad que nadie le podía llenar al crucificado. Sencillamente María optó por acompañar a su Hijo en el rezo de aquella oración, y en su profundo silencio fue desgranando también ella, las vivencias hondas que el Salmo encerraba.

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