martes, 16 de abril de 2019

16 abril: Era de noche


LITURGIA
                      Otro evangelio con un dramatismo profundo. (Jn13,21-33.36-38). Es una escena en continuo movimiento y en enorme tensión. Primero por el anuncio de Jesús a sus discípulos: uno de vosotros me va a entregar, lo que siembra una enorme incertidumbre en el grupo de los Doce.
          Luego se centra el personaje, pero de forma anónima, en aquel discípulo a quien Jesús le da un trozo de pan mojado en la salsa. Y Judas, que es el individuo, se pone tan nervioso que Jesús le da la salida airosa: Judas, lo que has de hacer, hazlo pronto. Nadie se enteró de lo que Jesús quería decir. Pero Judas sí lo sabía muy bien y tras el bocado entró en él Satanás. Y salió llevado de los demonios, con el corazón negro como la tizne: era de noche, apostrofa el evangelista, que va mucho más allá que la noche cronológica.
          Pedro quiere mostrarse fiel y asegura que daré mi vida por ti, a lo que Jesús tiene que contestar doloridamente que antes que el gallo cante esa noche dos veces, me habrás negado tres. Es claro que no es un evangelio para oír sino para detenerse mucho sobre él.
          La 1ª lectura (Is.49,1-6) insiste, como ayer, en la dignidad del Siervo de Yavhé, figura del Mesías, al que Dios lleva en sus palmas, y lo hace luz de las naciones.

          [SINOPSIS, 331-334;   QUIÉN ES ESTE; pgs. 150-153]
          Cuando tomó el vinagre, dijo: Está cumplido (Jn,19.46). Era una profecía. Y como en tantos casos, los relatos de la Pasión, acogen lo profetizado y lo trasladan a la realidad. Jesús tomó el vinagre, como ya decía yo ayer, frente a las otras afirmaciones de que “no lo bebió”, sino que acercó sus labios en signo de agradecimiento al soldado que había tenido con él el gesto de humanidad.
          Está cumplido” es mucho más que haber cumplido la profecía aquella. Lo que Jesús realmente afirma es que su vida ha sido el pleno cumplimiento de la voluntad de Dios. Es como una mirada a lo lejos y recoger la historia desde Belén, Nazaret, su vida pública con sus hechos y su predicación, y sentir la satisfacción de que ha realizado todo cuanto tenía que hacer como el Mesías de Dios. Ha culminado con esta Pasión extrema a la que le ha sometido el odio y envidias y cobardías de unos y otros, y no ha echado un paso atrás. Siendo él de condición divina, no retuvo ávidamente permanecer en su ser igual a Dios, sino que se vació y se hizo un hombre cualquiera, llegando a la muerte y muerte de cruz. Realmente ha quedado todo cumplido sin que falte nada. La voluntad salvadora de Dios, que quiso la redención del mundo, se ha verificado plenamente en Jesús. Dijo, al entrar en el mundo: estás harto de sacrificios y holocaustos que se ofrecen según la ley; pero me has dado un cuerpo y te digo: Aquí estoy, Padre, para hacer tu voluntad. Y la hizo hasta el último detalle.
          Y una vez “todo cumplido”, ya no queda más que esperar. Sólo que Jesús, que es el Señor de la vida y de la muerte, no se apaga como una candela, sino que deja constancia de su poder (y por tanto de su muerte voluntaria), dando una gran voz, impensable en un crucificado que muere por consunción y sin tener apenas fuerzas ni aire. Pero Jesús da la gran voz que nos recoge Lc.23,46, y él deposita su alma en las manos del Padre: Padre, en tus manos entrego  mi espíritu. Él lo entrega. Él es Señor y dueño. Y una vez que ha decidido el instante de su muerte, inclinando la cabeza, expiró. (Jn.19,30).
          Si pudiéramos penetrar lo infinito y ver ese momento en el Cielo, encontraríamos a los millones de ángeles estremecidos ante la muerte de su Señor. ¿Y cuál sería la mirada del Padre sobre el Hijo que acababa de expirar en la tierra? Son momentos sublimes de muy difícil imaginación, pero que en el fondo del corazón de cada persona son “imaginables” a partir del sentimiento humano que nosotros experimentamos ante este momento misterioso de la muerte de Jesús, la muerte del Hijo de Dios.
          La naturaleza se conmovió: se oscureció toda la tierra a las 3 de la tarde porque se eclipsó el sol. Dios tenía su manera de expresar su dolor, y fue la naturaleza la que lo expresó, con el sol que se oculta en pleno mediodía.
          Y para las vivencias más profundas, que expresaban el final de una era, la ley judía, el velo del templo, que ocultaba lo más sacrosanto de aquella ley, se rasgó por medio, dejando a la vista el secreto del Sancta Sanctorum. La muerte de Cristo daba lugar a una nueva era, una nueva Ley. La antigua, había acabado.
          Los muertos salieron de sus sepulcros y se aparecieron a muchos. (Mt.27,51-53). Eran las formas de expresar Dios sus sentimientos ante la muerte de su Hijo.

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