martes, 23 de abril de 2019

23 abril: Convertios y bautizaos


LITURGIA
                      Ayer se enfocaba el evangelio desde la narración de Mateo. Y según él, las mujeres habían visto al Señor al bajar del sepulcro.
          Hoy se narra  según San Juan (20,11-18) y María Magdalena no ha visto al Señor y está hecha un mar de lágrimas, con su única idea de que han robado el cadáver y no sabe dónde lo han puesto. Con esa idea bajó apresuradamente a avisar a los apóstoles, y con esa idea se sube de nuevo al sepulcro, a llorar ante él. Evidentemente María Magdalena no tenía fe en poder recuperar al Maestro, salvo que recuperar el cadáver.
          Allí frente al sepulcro, llora, que es su única arma. Y se asoma una y otra vez al lugar donde había sido depositado el cuerpo de Jesús –ella era testigo directo de la sepultura del viernes santo-. En una de aquellas veces se encuentra con que sentados a la cabecera y los pies de la losa sepulcral, hay dos ángeles. Y le preguntan por qué llora. Ella, impertérrita ante dos seres sobrenaturales, sólo sabe decir su sentimiento. No le impacta la presencia súbita de aquellos seres divinos, y les responde con toda naturalidad: porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. Y siguen los despropósitos de la mujer que sólo piensa en Jesús, y oye  pasos y cree que es el jardinero y le suelta una frase que no tiene pies ni cabeza: Señor, tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré y lo tomaré.
          Aquí es donde Jesús se da a conocer, y no como cadáver sino como vivo y muy vivo, que pronuncia el nombre de María… ¡Cómo lo pronunció! ¿Qué matiz, que ternura, qué advertencia…? El hecho es que María, sin mirarle siquiera el rostro, se tiró a los pies y los abrazó con esa sensación de tenerlo ya y no dejarlo perder: Rabbuni que significa: Maestro mío. Y allí permaneció sosegando sus sentimientos.
          Al cabo Jesús le dice que no siga aferrada allí a sus  pies sino que lleva el testimonio a los apóstoles. [Es curioso y elocuente que la palabra que recoge Juan en su relato es: Ve y dile a mis hermanos…, expresión muy novedosa porque Jesús no usaba ese modo de expresarse sobre los demás, lo que deja entrever la construcción de ese evangelio en manos de la comunidad cristiana fundada por San Juan, y que está expresando su fe a través de estos relatos que encierran los capítulos 20 y 21].
          María Magdalena es entonces la primera persona que ve a Jesús resucitado, y ella sola, y cuando ya ha avanzado la mañana. Evidentemente contrasta con la narración de ayer de San Mateo, lo que nos está diciendo a las claras que la Vida Gloriosa de Jesús no está narrada a modo de historia sino de experiencias de los evangelistas y a la vez como enseñanzas para los que habían de venir después.

          Y es que todo lo que se dice de este período de la Resurrección es mucho más fruto de la fe de unos creyentes, a los que les ha llegado el mensaje a través de la predicación de los testigos. Ahí está la 1ª lectura (Hech.2,36-41) en la que la fe va propagándose por el testimonio de Pedro, que se dirige al pueblo judío para expresarle la realidad que se ha vivido: Jesús fue muerto por las autoridades y por el propio pueblo que ahora escuchaba a Pedro.
          Compungidos por aquellas palabras, las gentes del pueblo preguntan: ¿Qué hemos de hacer, hermanos? A lo que Pedro responde con palabras muy claras: Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo, para que se os perdonen los pecados y recibáis el Espíritu Santo. Pedro aclara que la promesa de la salvación que Cristo ha traído, está abierta a realizarse lo mismo en los judíos que en los no judíos, a los que el Señor llama, aunque estén lejos.
          Muchos aceptaron las palabras de Pedro y recibieron el  bautismo: eran en número de tres mil aproximadamente. Y así se fueron constituyendo los primeros núcleos de creyentes seguidores de Jesús resucitado, que con el tiempo llegarían a ser nombrados “cristianos”, hecho que ocurrió en Antioquía.

          No será la única vez que lo diga: a través de toda la semana se van a ir describiendo las historias evangélicas del día de resurrección, lo que da lugar a la liturgia de la semana, que en realidad no es una sucesión de días diversos sino la expresión de un solo día, el Domingo de Resurrección, que es tan rico y esencial que tiene que desdoblarse a través los ocho días.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡GRACIAS POR COMENTAR!