jueves, 11 de abril de 2019

11 abril: Pacto con Abrán


LITURGIA
                      La 1ª lectura (Gn.17,3-9)es el pacto de Dios con Abrán, al que le cambia el nombre como signo de la presencia de Dios, por el de Abrahán, que indica su misión en la vida: la de ser padre de una incontable multitud, de la que nacerán pueblos y hasta reyes. Dios se compromete a que su pacto durará por generaciones. Y alcanzará su plenitud en la persona de Jesús.
          En el evangelio continúa la discusión de Jesús con los judíos. Hoy, a propósito de la afirmación de Jesús de que quien guarde mi palabra, vivirá eternamente. Lo que provoca la reacción de la gente que considera absurdo ese dicho porque murieron Abrahán y los profetas. ¿Acaso eres tú mayor que ellos? Y la respuesta de Jesús les pone en contra, hasta el punto que querer apedrearlo por blasfemo. Porque Jesús les ha dicho que Antes que Abrahán, existo yo; Abrahán vio mi día y se llenó de alegría. Afirmación de la divinidad, por la que quieren apedrearlo.

          [SINOPSIS 327; QUIÉN ES ESTE, pg. 140]
          Cuando leemos las tentaciones de Jesús, tenemos la idea de que el demonio apareció a la vista de Jesús y lo llevó de un lugar para otro, hasta el mismo alero del templo y le incitó a tirarse desde la altura para que todos creyeran en él. Es evidente que esa tentación no es tal como allí se expresa. Sin embargo tiene su realización plena en ese momento que hemos meditado de sacerdotes, pueblo, soldados…, incitando a Jesús a bajarse de la cruz para creer en él. Es exactamente el momento de la tentación aquella, que es ahora cuando se produce de una forma real y descarnada. Pero Jesús no se bajó de la cruz, aunque casi que nosotros hubiéramos dicho que se bajara y que dejara a todos aquellos con la palabra en la boca, y al mismo tiempo teniendo que cumplir su reto: creer en Jesús.
          Y sin embargo tenemos que estar muy agradecidos a Jesús que no se bajó de la cruz; que no cedió a la tentación de lo llamativo, sino que permaneció fiel al plan de Dios y a su voluntad de obedecer hasta la muerte.
          Hoy se añade también otro personaje en esa pretensión de que Jesús se baje de la cruz. En principio, según San Mateo que suele hablar en plural, los dos malhechores se vuelven contra Jesús. (27,44). Pero San Lucas (23,39-43) nos singulariza la acción en uno de ellos, que también se encara con Jesús, para que bajándose él de la cruz, también los baje a ellos: ¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti y a nosotros.  Era lo que a ese hombre le importaba. Por lo demás, se sumaba a aquellas protestas de la muchedumbre.
          Pero el otro malhechor ha observado más, y le ha impresionado todo el proceso de Jesús desde el vía crucis y en el trance espantoso de la crucifixión. Se ha quedado mirándolo y alzando la vista ha leído el letrero de la cruz y ha meditado en todo aquello, mientras las gentes se burlaban y su mismo compañero retaba a Jesús. Y se enfrentó al otro y le preguntó si aun estando en el mismo suplicio no teme a Dios… No se trataba de tomar miedo, pero sí de sentir un respetuoso temor a todo lo que están viviendo, que él percibe como algo sobrenatural.  Y se le encara al otro y le dice: Nosotros recibimos lo merecido por nuestras obras. Pero éste, ¿qué mal ha hecho?
          Era evidente que este hombre se había convertido y que estaba a un paso de su salvación. Y, en efecto, volviéndose hacia Jesús, le pide algo que es un reconocimiento de la divinidad de este  compañero de tortura: Jesús: acuérdate de mí cuando estés en tu reino. El hombre se había tomado en serio el letrero de la cruz, y confiesa que Jesús es un rey que tiene un reino. Y como ese reino evidentemente no es de aquí –pues aquí muere ajusticiado- lo que pide es otro reino que Jesús debe tener.
          Y Jesús recoge el guante y le asegura: En verdad te digo: hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso. Jesús se olvidaba de sí mismo por segunda vez. Antes había pedido el perdón para sus acusadores; ahora le ofrece  su Paraíso a este malhechor.
          “Hoy mismo” quiere decir que el paso entre la vida y la muerte es el paso entre la tierra y el Cielo cuando se está en amistad con Jesús. Y esto es muy significativo para la paz de los que muchas veces viven con cierta angustia una idea de “período intermedio”. La verdad es que Jesús nunca nombró tal período. Y que esta afirmación a un malhechor que se ha convertido a última hora, debe ser muy consoladora para esas personas.

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