miércoles, 28 de febrero de 2018

28 febrero: Beber el cáliz del Señor


Pasado mañana, PRIMER VIERNES,
Jornada Mundial de Oración del Papa
Liturgia:
                      Hoy se me ocurre empezar por el evangelio (Mt.20,17-28) por considerar que es más asequible para enfocar el mensaje que nos quiere inculcar la Cuaresma en este miércoles de la 2ª semana.
          Si el domingo nos llevaba a la esperanza del Tabor con la presentación de la transfiguración de Jesucristo, hoy nos aboca a la Pasión, en la profecía que Jesús les hace a sus apóstoles cuando iban camino de Jerusalén. Los toma aparte y les dice: mirad que estamos subiendo a  Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los doctores de la ley, que le condenarán a muerte y le entregaran a los gentiles para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen, y al tercer día resucitará. Está expuesto todo el misterio pascual. El mismo de la transfiguración pero cogido del revés. Allí resplandecía la luz. Aquí se anuncia la cruz. Allí se hablaba “de lo que iba a suceder en Jerusalén” (la muerte) pero estaba envuelto en brillos deslumbrantes. Aquí se concluye con la resurrección del tercer día, pero eso llega tras una exposición tan dura que prácticamente los apóstoles –ya ofuscados- ni se enteraron.
          Por una u otra narración la Cuaresma y su mensaje es el mismo: el paso de la privación, el sacrificio, la penitencia, etc. Está ahí como realidades de crecimiento que ha de afrontar el cristiano. Pero todo eso desembocará en un triunfo de renovación que viene dado en la resurrección de Jesucristo. Lo que pasa es que vivimos siempre tan a ras de tierra, que lo que nos aplasta es el sufrimiento o el tener que estar controlando toda la vida nuestras tendencias –a las que la razón debe mantener en su punto-, y que la luz que se abre tras el túnel cuesta esperarla.
          Tan difícil fue a los apóstoles que en un contexto como ese que se acaba de narrar, no tuvieron otra salida que pedir dos de ellos los lugares de privilegio sobre los otros compañeros. Querían estar uno a la derecha y otro a la izquierda. Los “mandamases” del grupo cuando Jesús obtuviera el título de rey. ¡Ni soñar de lejos el tema que Jesús les tenía tan manifestado sobre la realidad del verdadero reino de Dios!
          Tendrá Jesús que sentarse con nosotros pacientemente para ponernos delante lo que debe ser nuestra actitud de Cuaresma: ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? He ahí la pregunta para que nosotros la respondamos. Desearíamos la tranquilidad y los privilegios… Lo que está en juego es si somos capaces de beber el cáliz de Jesús, que debe tener su traducción concreta en la realidad de nuestra vida personal.
          Y ahí entra la capacidad de amor y de confianza que mostremos a Jesús. Porque cabe querer soslayar el tema, o cabe responder un “Podemos” que nos zambulla en la realidad que se pide en estos días.
          Porque lo que Jesús nos va a confirmar es que ese es el camino, el único camino. Y tanto los que pidieron privilegios como los otros 10, van a recibir la corrección, porque no se trata de pretender pasarlo bien e irse dejando la piel con tal de no complicarse, sino que se trata de servir y no de ser servido, como el Hijo del hombre que viene a dar su vida en rescate por muchos.
          Así queda marcado el camino cuaresmal, que cada uno tenemos que írnoslo aplicando a nuestra realidad para no dejarlo en espiritualismos sino aterrizando en realidades que nos toquen de frente en este caminar hacia el triunfo. Pero sin olvidar que una estación de parada obligatoria es el Viernes santo, y que la cruz es inherente a la vida cristiana, como muy bien nos lo dejó dicho San Pablo, que no quería saber otra ciencia que la de Jesucristo crucificado.

          La 1ª lectura (Jer.18,18-20) es la pasión del profeta que se encuentra amenazado por aquellos enemigos que quieren maquinar contra él, porque es un hombre justo, y se apoyarán en todas las razones que puedan falsificar para tener de qué acusarlo, herirlo en la lengua y no hacer caso de sus profecías.
          A lo que el profeta responde con una oración de súplica a Dios, para que le libere. Y da una razón para ser escuchado: que él intercedió a favor de esos mismos enemigos para obtener para ellos el perdón de Dios.
          También Jesús oró por sus enemigos que le crucificaban y hasta los justificó: Porque no saben lo que hacen.

martes, 27 de febrero de 2018

27 febrero: Vivir en verdad


Liturgia:
                      Isaías 1,10.16-20 es una llamada al pueblo, y precisamente al peor considerado, el de Sodoma y Gomorra, para que escuche la palabra de Dios que le llama a la purificación: Lavaos, purificaos, apartad de mí vuestras malas acciones; cesad de obrar mal, aprended a obrar bien, buscad la justicia, defended al oprimido, sed abogados del huérfano, defensores de la viuda. Se han entremezclado dos formas de esa limpieza del alma: la que ha de salir de lo defectuoso y pecaminoso, y lo que ha de hacerse de bueno con los necesitados de ayuda.
          Hay que salir de las malas acciones y de obrar mal. Se ha de incorporar a la vida el obrar bien, y eso se concreta al trato con el huérfano y la viuda.
          Y cuando ya se haya puesto en marcha esa doble realidad, ahora cabe entrar en diálogo con Dios. Y entonces, aunque vuestros  pecados sean rojos como grana, blanquearán como nieve. Es esa realidad que nos resulta tan difícil muchas veces, y que hay quien no la entiende. Para Dios, el pecado del que ha habido arrepentimiento y salida de la situación, es algo que desaparece ante los ojos de Dios. Y está expresado con esa imagen tan significativa: pecados que resultaban rojos como la grana, puestos en el corazón de Dios acaban blanqueados.
          Por eso el que no tiene esa certeza y sigue angustiado por un pecado pasado, tiene que entender que no está mirando desde los ojos de Dios. Tiene que comprender que el problema no es que Dios no hubiera perdonado. El gran problema es que la persona no se perdona  a sí misma. Hemos entrado así en una dimensión que ya no es la dimensión de Dios y del perdón de Dios, sino en una dimensión psicológica que sólo depende de la persona. Es lo que se llama “el pecado psicológico”, que ya no hacer referencia  Dios, ni el “perdón” depende de Dios, porque la culpabilidad está situada en otra parte muy distinta de lo que es la conciencia.
          La conciencia refleja a Dios. Y por tanto, perdonado el pecado por Dios (a través del sacramento), la conciencia queda en paz. Sabe que ahí ya no se revuelve el pecado cometido, que ya ha blanqueado como nieve. Lo demás que puede quedar como un malestar personal por el mal hecho, ya no es problema de conciencia ni se resuelve en un confesionario. Ahí acabaría la lectura de Isaías que tenemos hoy: Si sabéis obedecerle, comeréis lo sabroso de la tierra. Si rehusáis y os rebeláis, la espada (la angustia) os comerá.

          Por eso Jesús ha salido al paso en Mt.23,1-12 advirtiendo de que hay que ser justos, honrados  y buenos mucho más allá de lo que se comportan los escribas y los fariseos. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a las gentes en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Exigen mucho a los demás, les plantean unas obligaciones estrictas. Pero ellos se quedan al margen. Todo lo que  hacen es para ser vistos de la gente y que les llamen: ‘maestro’. Todo tan contrario a la doctrina de Jesús, que llega a enseñar que la mano izquierda no se entere del bien que hace la derecha…, o que lo que se vive en ese plano de experiencia de la fe, se haga “en el interior del aposento”, donde el que ve es Dios y no los hombres.
          Y como a Jesús le gusta llevar las cosas al extremo para hacer más visible su pensamiento, enseña a no llamar ni “maestro”, ni “jefe”, ni “padre” a nadie en la tierra, porque uno solo es el maestro, jefe y padre, que es Dios.
          Es evidente que el Señor no se está metiendo a dictaminar un uso del lenguaje. Lo que le importa es dejar claro que el magisterio auténtico viene de Dios, que el único jefe verdadero que lo abarca todo es Dios, y que “padre” sólo es el del Cielo. Todos los demás que lleven esos nombres son subordinados que han de reflejar la verdad de Dios.
          La conclusión es muy clara y muy conocida: El primero entre vosotros será vuestro servidor. Ni padre, ni maestro ni jefe para estar por encima. Y todo se resuelve finalmente en otra de esas repetidas expresiones de Jesús para dejar claro el fondo de su pensamiento: El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido. Abarca toda un síntesis del pensamiento de Jesús, a partir del cual se puede extraer el meollo de su vida y de su enseñanza.

lunes, 26 de febrero de 2018

26 febrero: Oración de arrepentimiento


Liturgia:
                      Una de las demostraciones más clara de la importancia de la oración, bajo sus múltiples formas es que en 13 días que llevamos de la Cuaresma, ya ha salido por tres veces el tema de la ORACIÓN. Comenzó expresándonos el valor de la misma diciéndonos que siempre vuelve a Dios, pero formando un círculo permanente del cielo y la tierra, de forma que de Dios viene la lluvia (la gracia) y empapa la tierra (el alma) y vuelve a Dios, de manera que nunca queda vacía. Es más: volverá más densa aún de nuevo para volver a llevar el alma, y así sucesivamente.
          De ahí pasamos a la oración angustiosa de Ester, quien se hallaba ante un peligro inminente, y su único camino de salida fue aquella oración desgarrada ante el Señor para que ayudara a su pueblo y le liberase de la insidias de Mardoqueo.
          Hoy es una oración humilde, abatida; la oración del pecador y del que pertenece a un pueblo infiel, que no le queda más salida que la súplica ardiente que espera misericordia. Comienza con un reconocimiento de la fidelidad de Dios (Dan 9,4-10), que es un Dios que no falla a sus promesas y que es rico en compadecerse de los hombres. Ante él, rendidamente, Daniel derrama su confesión:  Nosotros hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos sido malos, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos. No hemos escuchado a tus siervos los profetas, que en tu nombre hablaban a todo el pueblo…
          Esa es la confesión, la dolorosa historia que puede constatar Daniel. Pero con eso no se hace más que recuerdo de la situación. El perdón ha de venir de Dios, el Dios que hace justicia (=misericordia) y supera nuestra propia vergüenza que se refleja en nuestro rostro. Pero a esa vergüenza corresponde su piedad, su perdón. No nos justificamos de nada, Nos hemos rebelado contra él y no hemos escuchado sus leyes.
          Yo insisto siempre al penitente que es sincero en la acusación de sus faltas que eso es “la historia” pasada. Eso es propiamente la “confesión”, realidad que, hasta ahí, se queda en el reconocimiento de lo que ha ocurrido. Con eso no se ha hecho más que poner la materia para el acto siguiente que es el sacramento o acción directa de Dios. Entra el sacramento cuando sobre esa “historia” de lo que ha pasado se proyecta el propósito, y propósito concreto de algo que va a cambiar o se van a poner los medios para cambiar. Para muchas personas se queda en “no querer pecar más” o “ser mejores”, realidad que es tan inconcreta que se acaba traduciendo en nada, y que las confesiones se repiten una y otra vez iguales con el “peco y me confieso”. Ahí no ha entrado el Sacramento. ¡Con lo que eso significa! El propósito tiene que hacer pie en lo confesado (la “historia personal”), y ver en concreto qué algo se puede hacer, siquiera en alguna cosa, para que eso sea objeto directo hasta la confesión siguiente. A lo que ayudará mucho hacer de tal materia una revisión diaria de cómo se está llevando a cabo lo que se prometió en concreto.

          Si el sábado pasado se concluía con Mateo el sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto, hoy se ha tomado el mismo final en San Lucas (6,36-38), que lo extiende a las relaciones humanas; Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. Y lo aplica directamente a la forma de relaciones entre las personas: el juicio, la crítica, el perdón No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados, perdonad y seréis perdonados. Hay una correlación entre la acción y la reacción. Por supuesto en lo que es tocante a la respuesta de Dios. Pero también en lo que se refiere a la “paga” que vamos a recibir de los hombres. El que perdona, puede ser perdonado. El que no juzga, no será juzgado… Recibirá la medida que emplee, y con creces. La medida que uséis la usarán con vosotros.
          Cierto que en lo humano eso no se cumple siempre. Pero tampoco deja de cumplirse en general, y que es muy normal que la persona prudente sea más respetada que la imprudente. Pero donde puede fallar lo humano, tenemos siempre la seguridad de lo fiel que es Dios, y él ciertamente calibra a la perfección lo que hacemos, lo que pensamos, lo que juzgamos, lo que perdonamos. Y su medida para con nosotros será una mediada amplia en generosidad. Y al fin y al cabo es lo que nos interesa.

domingo, 25 de febrero de 2018

25 febrero: 2º Cuaresma, B


Liturgia: La transfiguración
                      Circunstancias de salud no me permitirán hoy exponer en la Misa el sentido litúrgico de este domingo. Y después de todo me libera del encaje de bolillos que supone el entramado de las lecturas de hoy, con su dificultad de compaginación para llegar al meollo de la lección pedagógica que se ha pretendido con la elección de estos textos.
          Hay una primera visión “sencilla”: en el camino hacia el Viernes Santo y el Calvario, al que nos va dirigiendo la liturgia de este tiempo, surge una luz decidida –Mc.9,1-9- que nos anuncia que la Cruz y la muerte no van a tener la última palabra. Que la tragedia que se avecina ya está prevista por Dios y que lo ha mostrado claramente en aquel episodio del Tabor, en el que Jesús deja entrever por unos instantes la verdad íntima que hay en él: esa luminosidad brillante que se muestra en su rostro y en sus vestidos en aquel monte al que el Maestro ha querido llevar a tres de sus apóstoles para revelarles toda la verdad que se encierra en su persona. Por mucho que pudiera escandalizarles el anuncio de la pasión, la imagen de Jesús transfigurado y la voz de Dios que se escucha –mi Hijo muy amado; escuchadle-, ha de ser el contrapunto evidente de que los finales no van a estar en la sangre del Calvario.
          Iría acorde con la 2ª lectura –Rom.8,31-34- en la que se muestra el amor inmenso del Padre a la humanidad, porque no perdonó a su Hijo sino que lo entregó a la muerte por nosotros: ¿cómo no nos dará todo con él?
          Y enlaza con la fidelidad de Abrahán (Gn.22,1-2.9.15-18) en la que el patriarca tampoco perdonaría la muerte de su hijo Isaac, si así hubiera sido el deseo de Dios. Pero Dios tiene otros planes: Isaac debe vivir y trasmitirá a su descendencia la promesa de salvación, recibida por Abrahán en reconocimiento a su heroica decisión de matar a su hijo si así Dios lo decidía. No quería Dios tal cosa y tras la prueba de la fe de Abrahán, lo que hay es una promesa que trasciende los siglos: te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como las arenas del mar; conquistarán las puertas de las ciudades enemigas; todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido. El Descendiente es Cristo, el Cristo de la Cruz luminosa.
          Leo un breve resumen comentario que trata de unir las lecturas para dar esa síntesis litúrgica que piensa que tienen los textos de hoy y dice que entregando Abrahán a su hijo amado, se convierte  en símbolo, tanto del amor de Dios que entrega a su hijo por nosotros (2ª lectura), cuanto del hombre que antepone la esperanza del Dios al que no ve, a las pequeñas esperanzas que palpa. Es el caso de Abrahán que pospone lo vivo de su hijo al que tiene delante, ante una palabra misteriosa que le dice que lo sacrifique. (1ª lectura).
          Sólo creyendo en la esperanza contra toda esperanza (creyendo en una promesa sobre ese hijo al que, por parte, se le manda matar), abandonando todas las razones y todos los asideros que nos atan a lo palpable, nos convertiremos, por la obediencia en instrumentos de bendición.
          Por eso Jesús es declarado Hijo amado del Padre (Evangelio).La transfiguración dejó ver a sus discípulos el fruto en Jesús de la obediencia al Padre.

          Pienso que hoy la EUCARISTÍA nos es muy expresiva porque en ella estamos celebrando al vivo todo el misterio que quieren revelarnos los textos. Celebramos en fiesta el sacrificio de Jesús. Como Jesús, en medio de su luminosidad del Tabor, que hablaba con Moisés y Elías de las cosas que iban a suceder en Jerusalén (y esas cosas eran la Pasión), nosotros en la Misa celebramos la resurrección de Jesucristo, partiendo del gesto sacrificial del Cuerpo y La Sangre consagrados “por separado” [en lo que son las palabras de la consagración], para indicar la muerte de Jesús. Pero sobre el Altar tenemos a Cristo todo entero, triunfal y luminoso, con toda su realidad de Cuerpo, Sangre alma y divinidad. ¡Estamos asistiendo a la transfiguración del Señor!


            Que el Padre Dios nos conceda escuchar la Palabra del Hijo amado.
-          Para que afrontemos la Cuaresma con sentido de victoria sobre la muerte, Roguemos al Señor.
-          Para que no nos escandalicen las contrariedades, seguros de que a la otra parte siempre pone Dios la luz, Roguemos al Señor.
-          Para que, en nuestro itinerario espiritual, nos quedemos con Jesús solamente, Roguemos al Señor.
-          Para que vivamos la Eucaristía como síntesis de la enseñanza del Señor, Roguemos al Señor.
Danos, Padre la visión de la esperanza contra todas las posibles razones contrarias, fiándonos de ti y de la palabra de Jesús.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

sábado, 24 de febrero de 2018

24 febrero: Los mandatos del Señor


Liturgia:
                      Acabamos la semana primera de cuaresma y culmina la liturgia invitando a hacer lo que Dios manda, a seguir sus caminos. Deut.26,16-19 trasmite la llamada de Moisés al pueblo, en la que comunica el mandato de Dios: cumplir hoy estas leyes y decretos. Y exhorta a guardarlos y cumplirlos con todo el corazón y con toda el alma. Aunque estamos en esos inicios de la relación de un pueblo primitivo con su Dios, se le está pidiendo que no sea un mero cumplidor de órdenes como el soldado en el cuartel, que ejecuta por obligación pero sin corazón. Aquí se le está pidiendo ya lo que podremos llamar “poner afecto”, “afectarse” en esa manera de cumplir los deseos de Dios: con todo el corazón y con toda el alma.
          Eso es muy importante a la hora de hacer nuestro examen de conciencia sobre la fidelidad a nuestras obligaciones, porque no se trata de “cumplimientos” de cuartel sino de poner el alma y el corazón en hacer aquello que se hace, máxime cuando la respuesta se está dando a Dios.
          Y entra un elemento digno de consideración: no se trata sólo de que Dios lo quiere (que ya sería fuerza mayor) sino que tú mismo te has comprometido hoy con el Señor a que sea tu Dios, a ir por sus caminos y a observar sus leyes, preceptos, mandatos y decretos, y a escuchar su voz. Otro nuevo matiz: Más allá de la materialidad del precepto al pie de la letra es escuchar la voz del Señor (que vendría a ser la verdadera oración, por cuanto que ya se abraza la persona a la palabra que sale de la boca de Dios, aunque ni llegara a ser precepto, sino sólo vislumbrar el deseo de Dios).
          Y por su parte Dios se compromete a que seas su pueblo propio. Dios nunca se va a quedar en menos de lo que se le ofrece. Dios siempre da más: Él te elevará por encima de todas las naciones…, y serás un pueblo consagrado al Señor tu Dios, como lo había prometido.

          El evangelio (Mt.5,43-48) abre el abanico y no se queda sólo en esa relación de la persona con Dios. Ahora se trata de escuchar su voz y encontrar que Dios quiere ser servido en sus otros hijos, nuestros hermanos, nuestros prójimos. Y Jesús comienza como en otras materias, recordando lo que se dijo a los antiguos, lo que se enseñó en el Antiguo Testamento: Amaras a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen, y rezad por los que os persiguen y calumnian. Ha sido un salto radical.
          Yo sé que es muy fácil decir que no se tienen enemigos y será verdad en lo esencial. Pero no queda tan claro que no existan recelos y ocultas aversiones por las que alguien queda como “enemigo potencial”, y se recela de él. Jesús lo ha expresado con meridiana claridad: aun cuando ese enemigo me persiguiera y calumniara, yo tengo que empezar rezando por él, para pasar a hacerle el bien y a amarlo.
          Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre buenos y malos y manda la lluvia a justos e injustos.
          Y lo reafirma y ratifica y lo pone delante de una nueva manera: Si sólo amarais a vuestros amigos y menospreciarais a vuestros enemigos, ¿qué os diferenciaba de los paganos? Ellos lo hacen así. Pero vosotros sois ahora llamados a otra esfera en la que toca hacer las cosas desde otros principios, desde otra profundidad del alma.
          Y para concluir, deja caer esa frase lapidaria que está abarcando todos los aspectos del Sermón del Monte: Por tanto: sed perfectos como vuestro padre celestial es perfecto. Dios no deja nada a medias. Dios lo deja todo acabado. Es SU PERFECCIÓN. No le falta nada. Lo que nos está pidiendo es que, en nuestra medida, en nuestras posibilidades, lo que hagamos lo hagamos completo. Que eso es lo abarca el término “perfecto”.
          Y dado que nuestra indigencia no llega nunca a la perfección en un momento concreto, hemos de perfeccionar en el día a día, en el poco a poco, en hacer hoy lo que puedo hacer hoy y aspirar a que mañana se llegue también a llenar el cupo. Y así sucesivamente. Nuestra PERFECCIÓN llegará a la hora de la muerte, en que ya lo que se ha hecho, bien hecho, hecho está.
          En lo tocante a nuestra relación con el prójimo –incluso “enemigo”, podremos irnos a la frase equivalente que trae San Lucas: Sed misericordiosos como vuestra Padre es misericordioso.

viernes, 23 de febrero de 2018

23 febrero: La responsabilidad personal

Liturgia:
                      Es un viernes de mucha enjundia. Y por tanto de mucha reflexión. En Ez.18,21-28 Dios advierte que cada cual carga con la culpa que comete, y que el pecado de uno no se le carga a otro. Cada cual es responsable de sus actos. No es una sola vez en la que en el Antiguo Testamento se habla de que el pecado que uno comete pasa de una a otra generación. Lo que va muy de acuerdo con la idea de la responsabilidad que adquiere el padre de familia o jefe del clan, porque su fallo no es solamente suyo sino que sus consecuencias van influyendo en los descendientes. Esta idea crea incluso una teología tan importante como la del pecado original que, siendo un pecado de un primer hombre, viene a inficionar a toda la humanidad.
          Pero aquí estamos ahora en otro contexto, y Ezequiel trasmite una palabra de Dios que advierte que cada uno es responsable de sus propios actos. Y tan es así que se es responsable del momento actual. No vale haber sido bueno si se acaba siendo malo, porque lo que queda es la maldad del momento presente. Y viceversa: uno que ha sido malo y que se hace buena persona, será tomado como esa buena persona que es en el momento actual.
          Y Dios se explica: esto no es ser injusto sino precisamente ésta es la verdadera justicia; que cada cual es el que es y no “lo que fue”. El pasado queda en el pasado, y lo que cada uno vive ahora es lo que indica su verdad.
          Esta realidad es la que no entiende el escrupuloso, que siempre está dando vueltas a “lo que hizo o no hizo”, a lo que “confesó o no confesó”, a lo que “le entendieron o no le entendieron”…, y así sucesivamente, con lo cual nunca está en paz porque vive en el pasado ya desfigurado, que actúa de fantasma en su mente enfermiza. Luego resulta que lo que es su presente –quizás con realidades mucho más claras- se las pasa por alto. Y no vive el presente ni le consuela el posible mejor presente en el que se desenvuelve.

          Jesús tiene que advertir a los discípulos que tienen que ser mejores que los doctores de la Ley y los fariseos para poder entrar en el reino de los cielos (la nueva realidad del reino de Dios que enseña y encarna el propio Jesús). [Mt.5,20-26: estamos en el Sermón del Monte]. Y empieza a desmenuzar la realidad del Nuevo Testamento, en el que los principios eternos de las tablas de la Ley, van afinándose en aspectos mucho más interiores, que abarcan los entresijos de la persona.
          Se dijo: no matarás, y el que mate será procesado. Materialidad de quitar la vida a otro. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano, será procesado. Ya no es quitar la vida físicamente. Basta estar peleado, y haberle retirado el habla o el favor a otro semejante. U ofenderlo de palabra… Cada vez más hilar más fino. Y eso no es arrastrar unos el pecado de otros sino que cada uno tiene que tomarse muy en serio su relación con el otro. Y Jesús llama a ese otro, “hermano”, para hacer más hincapié en la forma de relación que tiene que darse entre los semejantes.
          Y sigue ahondando Jesús… [Y todo esto debe ser repensado por cada uno de nosotros porque hemos de vivir la finura que nos pone delante Jesús, en su nuevo planteamiento de la vida de la comunidad cristiana]. Ahora habla del hermano que tenga queja contra ti. Se supone que una queja fundada y verdadera. Si eso se da, no sigas adelante para presentar tu ofrenda al altar, sino deja tu ofrenda al pie del altar, vuélvete a tu hermano y reconcíliate con él.
          Recuerdo una Misa de grupo en un Instituto, en un despachito pequeño, donde un curso asistía a la Eucaristía. Todo se desenvolvió normal hasta el momento de dar la paz. Un muchacho salió del corro y me dijo: “Padre, un momento. No puedo seguir sin pedirle perdón a Fulanito, porque aunque él no lo sabe, he pensado mal de él”. Se fue al compañero, le pidió perdón, le dio la paz. ¡Ahora podía ir al altar y comulgar! Ese muchacho había entendido el evangelio en cuestión.

          Jesús completa el cuadro yéndose a una parábola, como a él le gustaba hacerse entender: Procura arreglarte con el que te pone pleito en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo. Lo que enseña a resolver los problemas antes de que se enquisten. Y que el “no matar” no es tan simple como los que se confiesan diciendo: “no robo ni mato”.

jueves, 22 de febrero de 2018

22 febrero: Más sobre ORACIÓN

Liturgia: La Cátedra de San Pedro
                      Hoy se hace paréntesis en los temas cuaresmales para llevarnos a la fiesta litúrgica de LA CÁTEDRA DE SAN PEDRO. Era costumbre de los primeros cristianos dejar un sillón presidencial vacío en sus reuniones litúrgicas, que lo dedicaban a la presencia simbólica del apóstol Pedro, el designado por Jesús como su representante y vicario.
          La Iglesia conserva ese recuerdo honorífico hacia el primer Papa y le dedica esta fiesta de hoy. En las lecturas, la 1ª está tomada del mismo Pedro (1ª, 5,1-4) en la que exhorta a los presbíteros a ser testigos de Cristo, a ser pastores del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo, gobernándolo de buena gana, como Dios quiere. El pastor no lo es a la fuerza, sino por gusto y vocación. Y por tanto, con generosidad y siendo modelos del rebaño que Dios les ha encomendado. Y eso conducirá a recibir de Jesús la corona de gloria  que no se marchita.
          El evangelio (Mt.16,13-19) cae de su peso: el momento en que Simón confiesa a Jesús como Mesías, Hijo del Dios vivo, y Jesús confiesa que Simón es Pedro y sobre esa piedra edificara su Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. En consecuencia le da plenos poderes –los mismos poderes de Jesús- simbolizados en esas llaves del reino de los cielos para que lo que ate en la tierra quede atado en el cielo, y lo que desate en la tierra quede desatado en el Cielo.


Siguiendo con las lecturas de la Cuaresma, tenemos la vuelta al tema de la ORACIÓN como aspecto importante de la vida cuaresmal. Y es algo que debe llamarnos la atención, pues nos está mostrando que el cambio que hemos de ir dando, nunca será el efecto de nuestros esfuerzos sino el fruto de la gracia de Dios en nosotros. Y eso requiere mucho de la oración: de recurrir a Dios y pedir su ayuda, su gracia, esos empujes que sólo él puede dar desde la generosidad de su misericordia.
          El texto que ha escogido la liturgia ha sido la oración de Ester, abrumada por el peligro inminente contra su raza por las insidias de Mardoqueo. (14,1.3-5.12-14). Y es una oración salida del alma, fuera de las fórmulas, y llevada de la espontaneidad. Comienza con un recuerdo de las gestas de Dios con los antepasados, para desembocar en petición para poder acertar cuando tenga que hablar al rey para pedir clemencia para su pueblo.
          Puede servirnos de pauta en nuestra manera de orar. No sólo se va a Dios para pedirle, sino que empieza uno por dar gracias por los beneficios recibidos, y el recuerdo de tanto bueno como se ha recibido antes. Para desembocar luego en las peticiones de lo que más nos acucia, que presentamos como súplicas que nos salen del corazón.

          Jesucristo también nos ha invitado y enseñado a orar con nuestras peticiones. (Mt.7,7-12). Con tres aspectos de lo que es una petición nos ha dicho: pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Y lo ratifica con la afirmación de que todo el que pide, recibe; quien busca, encuentra y al que llama se le abre.
          Y como a Jesús le gusta aclarar todo con sus ejemplos prácticos –sus parábolas-, acaba haciéndolo aquí también, llevándonos a la vida práctica nuestra, en la que es lógico que si un hijo pide pan, su padre no le va a dar una piedra, y si le pide pescado no le va a dar una serpiente.
          Y concluye: Y si vosotros, que no sois buenos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden!
          Hay una frase final que no puede dejarse pasar por alto porque es una norma de vida que debiera ser muy común y que no es tan diaria en la realidad práctica de los mortales. Dice Jesús: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los Profetas.

          Soñemos por una vez cómo sería la vida si esa norma se aplicara. Que cada cual llegara en sus derechos hasta donde empieza el derecho del otro. Que cada cual pidiera para sí lo que pide para otros y respeta en otros. Que no tirara uno de la manta para cubrirse él, si con ello deja destapado al prójimo. Que no se permitiera nadie hacer daño a los demás, puesto que para sí mismo desea que nadie le haga daño.

miércoles, 21 de febrero de 2018

21 febrero: La penitencia

Liturgia:
                      Hoy le toca el turno a la PENITENCIA como elemento constituyente de la Cuaresma. Y un texto ejemplar para presentar el tema es la conversión de Nínive bajo la predicación de Jonás (Jonás 3,1-10) Nínive estaba amenazada de destrucción. La vida de la ciudad clamaba al cielo, y Dios –que quiere salvarla- le envía al profeta que le anuncie el desastre.
          Reacciona el pueblo, empezando por el rey y acabando –en hipérbole oriental- en los mismos animales, con una penitencia total, sin probar bocado y vestidos de saco. Y los hombres y mujeres suplicando a Dios, y dejando la mala vida y las injusticias. Confían en que puede haber misericordia. Y en efecto, ante una actitud así, Dios “se arrepiente” de su amenaza y no envía la muerte sobre aquella gran ciudad.
          Vuelvo a lo que ya he citado varias veces: nuestro enloquecido mundo de hoy, con esos noticiarios que levantan nauseas ante la pérdida de todo valor y de humanidad, que se expresa en las aberraciones más repugnantes y perniciosas.
          Haría falta otro Jonás. Y mucho me temo que esta gran ciudad que es el mundo, no iba a reaccionar en actitud penitente, sino que iba a considerar todo eso un cuento de viejas. Pero el mundo de hoy, en múltiples rincones, es ya un mundo destruido, porque la bestialidad humana se ha enseñoreado de la vida, y lejos de escuchar los avisos de Dios, se enfanga en nuevas formas de malicia. Dios tiene mucha paciencia porque aguarda hasta última hora. Pero no sabemos cuándo y cómo será esa “última hora” y esa “destrucción” a la que se está abocando la sociedad actual.

          Luego ocurre que, como en el evangelio del día –Lc.11,29-32)-  el hombre desmadrado y ateo está tensando la ballesta y –desde su soberbia y endiosamiento- está pidiendo un signo, pero también Jesús responde que a esta generación perversa no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, y lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación.
          Serán juzgados –sigue diciendo Jesús- los hombres de esta generación, y van a venir de los lugares más ignotos desde los confines de la tierra, quienes manifiesten el signo que esta generación no sabe encontrar, pese a que en la sabiduría de Jesucristo hay una verdad mucho más grande que la misma sabiduría de Salomón. Y será un hecho que los habitantes de Nínive van a levantarse para juzgar al mundo presente, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás.

          La PENITENCIA se suele interpretar como instrumentos de mortificación. En realidad no es lo que hoy más se defienda. Pero “poenitere” (latino) viene a expresar más el enderezamiento de lo torcido, el abandono de situaciones injustas o peligrosas, el enfocar la vida desde principios buenos. Y muchas veces es algo “tan fácil” como acomodarse a las realidades de calor o de frio, de simpatías o antipatías, de comodidades o incomodidades, de salud o de enfermedad, de dinero o de carencias…, sin quejarse por nada sino teniendo un equilibrio que vive feliz en la circunstancia que le toca vivir, o en lucha constante cuando esas circunstancias inducen al mal.
          La penitencia es algo que atrae la mirada de Dios porque se hace penitencia precisamente porque se busca el agrado de Dios. Se va expurgando lo que encierra sobre el propio yo, para abrirse camino hacia lo que puede ser del gusto de Dios. Y es natural que esto no sale solo ni se fragua solo. Requiere de fragua yunque y martillo para doblegar el metal que está torcido, o al que hay que darle una forma determinada.

          El mundo desordenado de hoy no llega ni a oler ni a desear ese enderezamiento de su vida. Vive retorcido en su realidad y prefiere mantenerse en ese desorden integral. Pero la PENITENCIA sigue siendo una llamada de Dios, un verdadero signo de Dios para que se emprenda un camino distinto y abierto a horizontes claros en los que la justicia y la belleza, la verdad y el color, vuelvan a nuestros pueblos y grupos de personas, a los diferentes estamentos sociales, al corazón de las gentes… Hace falta que UN HOMBRE, UNA MUJER se conviertan a la vida verdadera, y que sean como la levadura que haga fermentar la masa.

martes, 20 de febrero de 2018

20 febrero: Oración

Liturgia:
                      Estamos ante una  vertiente luminosa de la Cuaresma. Hoy se hace centro el tema de la ORACIÓN, y una oración que Dios recibe y acoge y que no queda vacua  sino que tiene efectos ciertos. Está descrita en la 1ª lectura (Is.55,10-11) con una bella imagen. Dios dice e Isaías escribe: Como bajan la lluvia y la nieve del cielo y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar para que dé semilla al sembrador y pan al que come… Esa es la imagen: la de la lluvia o la nieve que caen desde arriba y fecundan la tierra, en beneficio de los que la cultivan o sacan los frutos de ella. La Gracia de Dios viene de arriba, del Cielo; llega a la tierra, a las almas…, y las hace dar fruto de obras buenas y ventajosas para el que la recibe y para los que se relacionan con él.
          Concluye, en efecto, el texto: así será mi palabra que sale de mi boca. La palabra de Dios no queda baldía. Ya he dicho alguna vez que yo recomiendo siempre “siquiera 2 minutos de evangelio”. Yo sé que es eficaz porque creo en la palabra de Dios y sé que no queda vacía. Por supuesto que 2 minutos sueltos no tienen repercusión. Pero dos minutos mantenidos un día tras otro, van a tener el efecto positivo de aficionar a la persona a esa Palabra, y con el tiempo la “palabra que sale de la boda de Dios” va a convertirse en 5 minutos y en 10 minutos y no va a regresar vacía al Corazón de Dios, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.
          Es la fuerza intrínseca de la Palabra de Dios, y ese efecto tan especial de “fecundar” las almas y que las almas entonces se eleven a Dios con las manos más llenas, con el corazón mejor dispuesto, con la repuesta adecuada. Y la ORACIÓN en la que se ha convertido la Palabra, tenga el efecto propio de la oración, que es el agrado de Dios y la transformación de la persona.

          Casi es de cajón que esa 1ª lectura vaya llevando la correspondencia del evangelio de hoy: Mt.6,7-15, que nos comunica el Padrenuestro como la síntesis de oración más perfecta, como salida de la boca de Jesús, y con la finalidad de enseñar a sus discípulos a ORAR con una forma que les distinga de todas las otras maneras de orar.
          Y Jesús rompe moldes cuando empieza enseñando que el discípulo se dirija a Dios como PADRE. No era lo que podían sospechar aquellos hombres, hechos a la distancia del Dios Yahvé. Jesús “rompe esas distancias” y les presenta a un Padre bueno que se acerca a sus hijos. Y tanto se acerca que llega a unirlos en una unidad esencial: él es el PADRE NUESTRO…, el de todos por igual.
          El discípulo se emociona ante esa realidad y se vuelca hacia el honor de su Padre, para el que pide que su nombre sea santificado, sea reconocido y declarado Santo, que no pierde ni un ápice de su santidad por ningún fallo humano. Pero que su santidad brilla más hacia a fuera cuando pedimos y vamos realizando que venga su reino y que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo.
          Luego la oración que ha subido al cielo, pide que aquí en la tierra nos dé hoy el pan nuestro. No pedimos para mañana. Como el maná que sólo servía para el día presente, lo que pedimos confiadamente es el HOY. Mañana ya será otro día, otro “hoy”, y ya pediremos. HOY nos interesa que nuestra oración tenga la fuerza de que Dios perdone nuestros pecados para lo que ponemos sobre la mesa el aval de que nosotros ya hemos perdonado a los que nos han ofendido. Esto se dice muy pronto. (Hay quienes no se atreven a decirlo y lo omiten) Lo que hay es que decirlo de verdad y que responda a la verdad: que no quede en nosotros un resabio contra alguien; que ese falso “perdono pero no olvido”, logre incluso olvidar, porque la caridad cubre los pecados, los propios (purificando), los ajenos (no recordándolos).
          Y que no nos deje caer en la tentación sino que nos libre del maligno. La tentación es siempre un engaño, una verdad a medias, un lobo vestido con piel de oveja. El autor de la mentira es el demonio, el maligno, el “espíritu malo”. Y la ciencia que más hay que aprender es la de no entrar en diálogo con ese mal espíritu, que siempre acabaría por hacer caer. Pedimos a Dios que no nos deje caer en la tentación, y él nos va a responder que no nos metamos en ella, que no juguemos con el engaño, que siempre llega por vía imaginativa, mientras que la palabra de Dios entra por la fe y se apoya en la parte racional del individuo.

          Hoy es un día constructivo en la Cuaresma. Hoy no está el núcleo en “quitar” algo, sino en dejar que la Palabra actúe.

lunes, 19 de febrero de 2018

19 febrero: Examen de conciencia

Liturgia:
                      Tenemos dos lecturas que podríamos decir que son “muy cuaresmales” por cuanto que nos ponen muy de cara a la propia conciencia y, por tanto, muy de cara a nuestra realidad personal en esta preparación que debemos hacer en estos días, como disposición a vivir con mucha más profundidad la vida de nuevas criaturas, que se espera que sea al final del proceso.
          En el Lev.19,1-2.11-18 nos ha presentado el Señor una versión de sus mandamientos, a través de la alocución de Moisés a los hijos de Israel. “Diles”…, es la palabra de Dios a Moisés: Sed santos porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo. Gran principio y gran razón. Dios es santo y no puede acoger junto a sí nada más que la santidad. Si Dios es santo –y lo es por esencia- los que son de Dios tienen que ir en esa línea de la santidad.
          Y la santidad no es un ente espiritual que se da “en las alturas”, sino la realización en el día a día de un programa de vida, de realidades prácticas: No robaréis, no mentiréis, no engañaréis a vuestro prójimo, no juraréis en falso por mi nombre. No oprimirás ni explotarás al prójimo, no retendrás hasta el día siguiente el jornal del obrero. No maldecirás al sordo ni pondrás obstáculos al ciego; temerás al Señor tu Dios. No serás injusto en la sentencia, ni por favorecer al pobre ni por respeto al poderoso. Juzgarás con justicia a tu prójimo. No andarás calumniando a los tuyos, ni darás testimonio contra la vida de tu prójimo. No odiarás de corazón a tu hermano. Reprenderás a tu pariente para que no cargues con su culpa. No te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como a tu mismo.
          Cada grupo en que se ha dividido ese elenco de advertencias, llamadas y prohibiciones, ha acabado siempre con una expresión, que es como una rúbrica: Yo soy el Señor. No es una lista que sale del mero conocimiento de las debilidades y fallos de los hombres. Son afirmaciones y llamadas de Dios: Yo soy el Señor es un reafirmar que cada una de esas llamadas que constan en ese elenco, han salido del Corazón de Dios, quien busca el bien de los hombres y quiere que haya un sumo respeto de unos hacia otros.
          ¡Y estamos en el Antiguo Testamento! Pero yo pienso que podría editarse en una hoja ese conjunto de llamadas de Dios y que lo tuviéramos a mano los que vamos a confesarnos, porque es un hecho real que cada vez se hacen peores confesiones, con menos enjundia y con menos profundidad en la realidad de los pensamientos y los sentimientos que albergamos ahí dentro y que de alguna manera pueden rozar esas advertencias que hace Dios para decirnos dónde están los focos de nuestras faltas más habituales.

          Luego pasamos al examen con que nos enfrenta Jesús a nuestro mundo interior. (Mt.25,31-46). En esa imagen de un juicio cuando venga en su gloria el Hijo del hombre y todos los ángeles con él, nos ha puesto delante los elementos básicos de nuestra conciencia: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar al enfermo y al encarcelado. Y va a llamar a estar con él y a entrar en la gloria de Dios a los que lo practicaron; y va a lanzar fuera de él a los que no lo practicaron.
          Ese es el juicio que hace Jesucristo. Y no me gustaría rebajar ni un ápice su llamada, pero creo que hay que intentar desmenuzar lo que hay debajo de esas condiciones de vida o de muerte, porque todo el tema no puede estar en la materialidad de esas ayudas, así tal cual.
          Dar de comer al hambriento y de beber al sediento o vestir al desnudo no es ir por la calle resolviendo problemas, y menos en una sociedad tan sofisticada como la que tenemos delante. Pero ahí están las colaboraciones que deben tenerse con las instituciones que ya racionalizan y tienen sus elementos de juicio objetivo para conocer quién es el verdadero hambriento o sediento o desnudo.
          Visitar al enfermo ya es labor más personal, y más metida en ámbitos próximos, en los que es posible y caritativo visitar a aquellos enfermos que tenemos a la mano. Que luego estarán los carismas particulares de visitadores de enfermos, que realmente tienen un don especial para ello, y hacen mucho bien con su atención.

          Y lo mismo digo de los que visitan a los presos, aunque ahí todavía hacen falta unas características más determinadas para que esa misión tenga una repercusión positiva y acorde con los efectos que se pretenden. Ojalá muchas personas estén preparadas para ello y puedan ser exponente de caridad y mensajeros de la comunidad cristiana en una labor tan evangélica.

domingo, 18 de febrero de 2018

18 febrero: La tentación

Liturgia: Domingo 1º de CUARESMA.- B
                      Comienza la Cuaresma con las tentaciones de Jesucristo. Y por cierto, este año, con el evangelio de San Marcos, (1,12-15) que no explicita nada sino que se limita a constatar el hecho de los 40 días del desierto, dejándose tentar por Satanás Eso y que vivía en un lugar inhóspito entre alimañas y que los ángeles le servían es todo lo que consta por la narración de este evangelista.
          Un comentarista resume de forma muy simple y real que “tentación es la vida del hombre sobre la tierra”. La vida es una constante tentación porque siempre se nos ofrece lo cómodo, lo placentero, lo ventajoso…, como primera oferta que se nos pone ante los ojos. Y enderezar el rumbo de modo que no nos dejemos engañar sino que hagamos permanentes elecciones de lo que debemos vivir y cómo, es la lucha que se ofrece para vencer la tentación, es decir, para que la vida se viva bajo la fuerza del bien, de la verdad y de la verdadera belleza, que es adonde Dios nos dirige. Ya hace unos días, el jueves de ceniza, se nos enfocaba el período cuaresmal como una actitud de elección entre bueno y malo, entre vida y muerte. Y hablando lenguaje cristiano, entre bueno y mejor.
          Por eso la lucha frente a la tentación tiene que ser la práctica constante de ir aplicando ese principio para que lo que vivamos en el día a día sea la elección de lo que es más agradable a Dios.
          Por otra parte se nos pone de manifiesto que la tentación no es un mal. Si hubiera sido un mal, Jesús no hubiera podido ser tentado. Jesús se deja tentar porque quiere poner ante nuestros ojos que la tentación es parte de la vida, y que lo que toca es luchar frente a los engaños sutiles que lleva en sí la tentación. Por eso en el Padrenuestro se pide a Dios que no nos deje caer en la tentación, y no se pide no tener tentaciones. Las tentaciones suceden y no precisamente como obra del demonio sino como situación normal en la que debemos tomar partido…; situaciones en las que nos encontramos sin querer o en las que nos hemos metido por imprudencia. Lo importante es no dejarse caer en la tentación y estar siempre muy avizores para evitar que el engaño nos doblegue.
          Jesús, vencidas las tentaciones, sale a predicar la Buena Noticia, el Evangelio de Dios, advirtiendo de que ya se ha cumplido el plazo y que el reino de Dios está cerca. Tan cerca que es que Jesús ya está en su vida pública y él lleva en sí el reino de Dios y es el que quiere mostrar y hacer que el mundo acoja porque ese reino de Dios es la salvación.
         
          La 1ª lectura, con el pacto de Dios con Noé (Gn.9,8-15) ha barruntado lo que será un día ese reino de Dios: un pacto de Dios con el hombre…, una señal por la que Dios se compromete a que nunca más habrá otro diluvio.
          Jesucristo es mucho más que la señal del arco que puso Dios en las nubes. Jesucristo es el enviado de Dios que es semejante en todo a los hombres, menos en el pecado, y que por eso ha querido pasar por la prueba de la tentación. Pero no sólo la vence sino que da el paso al frente para que el reino de Dios sea una realidad.
          Con ello nos está llevando al terreno de que nosotros no podemos contentarnos con salir vencedores de la tentación, sino que tenemos que lanzarnos hacia adelante y vivir una vida mucho más llena de bondad que el simple liberarnos del mal.

          En eso, la 2ª lectura (1Pe3,18-22)  nos hace mirar al hecho esencial de nuestro Bautismo, por el que el Espíritu Santo pone en nosotros un botón de fuego para caminar con decisión en la línea de una conciencia recta, exigente y pura, que no juegue con el mal, que no discuta con la tentación, que camine con los ojos puestos en Dios y en Jesucristo para vivir una vida acorde con la vocación bautismal que hemos recibido, esa vocación que nos hace hijos de Dios y herederos de su gloria.

          La EUCARISTÍA es el sacrificio de Cristo, y por tanto la más terrible de las tentaciones. De ella sale victorioso Jesús porque –incitado a bajar de la cruz para creer en él- no cayó en la tentación y se mantuvo fiel a la vocación redentora que había ofrecido a Dios. Ojalá que nosotros, ante la riqueza profunda de la Eucaristía, luchemos decididamente ante toda tentación que la vida nos va a poner por delante en el transcurso de nuestra vida.



        Pidamos a Dios la fidelidad al reino, aun en las cosas pequeñas.

-         Para que la Iglesia sea fiel a su misión en la presentación del reino de Dios, Roguemos al Señor.

-         Para que en la realidad de nuestra vida personal seamos sinceros para no jugar con la tentación, Roguemos al Señor.

-         Para que respondamos a nuestro Bautismo con mucha fidelidad, Roguemos al Señor.

-         Para que viviendo la Eucaristía, seamos fieles al reinado de Dios en nosotros, Roguemos al Señor.


Con la oración que Cristo nos enseñó, pedimos que “no nos dejes caer en la tentación, y que nos libres de todo el mal”.

        Por Jesucristo N. S.

sábado, 17 de febrero de 2018

17 febrero: EL SÁBADO y EL DOMINGO

Liturgia:
                          Las 1ª lectura de hoy es muy rica en contenido. Tiene dos partes, y la primera de ellas también está en doble vertiente. «Cuando alejes de ti la opresión, el dedo acusador y la calumnia”, es una primera llamada de Dios. Diríamos que es la parte negativa que hay que superar: La opresión, el dedo acusador y la maledicencia, son tres defectos que hay que evitar para encontrar la benevolencia de Dios.
Luego viene la parte positiva: cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies el alma afligida. Son ya acciones que hay que poner en práctica y que tendrán un efecto en la vida de la persona: brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía. Y no sólo será que sucede algo como consecuencia del bien hecho, sino que Dios actúa directamente: El Señor te guiará siempre, hartará tu alma en tierra abrasada, dará vigor a tus huesos.
Las comparaciones orientales expresan a continuación el efecto ventajoso de esa vida que se ha abierto a hacer el bien y que se desenvuelve derechamente ante el rostro de Dios: Serás un huerto bien regado, un manantial de aguas que no engañan. Tu gente reconstruirá las ruinas antiguas, volverás a levantar los cimientos de otros tiempos; te llamarán “reparador de brechas”, “restaurador de senderos”, para hacer habitable el país.
Pasamos ahora a la segunda parte de este discurso, que hace referencia al SÁBADO, en la forma en que Dios quiere que se viva el sábado: Si detienes tus pasos el sábado, para no hacer negocios en mi día santo, y llamas al sábado “mi delicia” y lo consagras a la gloria del Señor; si lo honras, evitando viajes, dejando de hacer tus negocios y de discutir tus asuntos, entonces encontrarás tu delicia en el Señor. El sábado debe ser un día feliz para el creyente. Y lo ha de vivir rompiendo el ritmo de la vida diaria No hacer negocios ni discutir asuntos. El sábado como día inhábil para sacar ventaja en negocios humanos, o  aprovecharlo para adelantar viajes o discutir asuntos. Sencillamente el sábado es un día de descanso, de relajación de las cosas de la vida diaria del resto de la semana. Es un día de “higiene laboral” (que diríamos hoy) para reponer fuerzas y para reemprender luego más renovados los trabajos y los asuntos. Siquiera por ese día sagrado, se descansa.
            Pero estamos hablando de día sagrado, porque es un día consagrado a la gloria del  Señor. Es ya la parte espiritual de ese día, que no se queda en ser un día de descanso. Sino que se descansa de los trabajos y de los negocios y de toda labor, para tener un día en el que la persona puede vacar para dedicarle a Dios un tiempo más expreso.
           
            Si trasladamos todo esto a la experiencia de nuestro DOMINGO, entenderíamos mucho mejor el sentido del DÍA DEL SEÑOR. Por lo pronto es un día consagrado al Señor. Y por ahí deberíamos empezar al planificar el domingo. No empezar por “día de descanso”, día de ruptura con la marcha general, sino que todo eso está primordialmente ordenado a dedicarle el día Dios, como  primera providencia. El domingo debiera salvar, ante todo, el sentido sagrado de esa fiesta, que sitúa la celebración de la Resurrección de Jesucristo –la fiesta de Dios- por delante de todo lo demás.
            Pero Dios no lo quiere todo para sí, y el domingo ha de llevar otros efectos bonancibles para la persona: dejar a un lado negocios, trabajos, transacciones…, “aprovechar el tiempo” para tener adelantado algo para el día siguiente. El domingo debe ser día de asueto, de fiesta, de descanso, de quitarse problemas de la cabeza… Y todo eso da gloria a Dios y también es “higiene espiritual” para tener la mente y las fuerzas más descansadas para cuando se retome el trabajo al día siguiente. En lenguaje de Antiguo Testamento: Te conduciré sobre las alturas del país y gozarás del patrimonio de Jacob, tu padre. En lenguaje cristiano, habrás hecho de ese día santo un día agradable a Dios. “Ha hablado la boca del Señor».

            El evangelio, Lc.5,27-32, es un efecto de haber puesto a Dios como primero: Leví sobrepasa su propia vida de publicano y su negocio, y sigue a ojos ciegas a Jesús. Y Jesús paga aquella actitud de Leví, sobrepasando los prejuicios sociales y comienzo con los publicanos. Y no sólo comiendo sino implicándose en aquella escena, porque ha venido no a agradar a los que se sienten “justos” y viven su vida a su manera, sino dándose a los pecadores como el médico se da al enfermo con toda su realidad. No mirando de arriba abajo sino tendiendo la mano acogedora y misericordiosa.

jueves, 15 de febrero de 2018

16 febrero: Ayuno curesmal

ESCUELA DE ORACIÓN a 5'30 pm.
Me adelanto a poner la reflexión del día
Liturgia: Verdadero ayuno
                      Hoy es muy expresivo el Señor para indicar dónde está la verdad y dónde está la falsía. En Is.58,1-9 Dios se queja de las prácticas externas que no encierran ningún valor del corazón, y quiere que el profeta lo proclame a voz en grito.
          Le están pidiendo sentencias justas y aparentan querer tener cerca a Dios, como si fuera un pueblo fiel y devoto. Pero a su vez están quejándose a Dios: ¿Para qué ayunar si no nos haces caso?; ¿para qué mortificarnos si no te fijas? Y Dios tiene que dar la respuesta para enseñanza de aquel pueblo: El día de ayuno buscáis vuestro interés, y no tenéis piedad de vuestros subordinados. O sea: hay una práctica externa de una “norma”, el ayuno, y una actitud contraria en el corazón. Y explicita: Ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad. Por eso todo el modo exterior aparente, queda anulado por lo malo que sale del corazón.
          Por eso, dice Dios: No ayunéis como ahora. El ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas, dejar libres a los oprimidos, partir el pan con el  hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo… Eran los temas del momento. El Papa Francisco lo traduce a realidades contemporáneas, como lo transcribí el miércoles, y que no tengo empacho de repetir:
• Ayuna de palabras hirientes • Ayuna de descontentos • Ayuna de enojos • Ayuna de pesimismo • Ayuna de preocupaciones • Ayuna de quejarte • Ayuna de presiones • Ayuna de tristezas y amargura • Ayuna de egoísmo • Ayuna de falta de perdón • Ayuna de palabras. Pero el ayuno es para algo; no es meramente la práctica de privarse. El sentido del ayuno en una visión actual es privarme de algo para obtener otro algo más importante y de repercusiones más útiles. Otra vez le doy la palabra al Papa: transmite palabras bondadosas. • llénate de gratitud. • llénate de mansedumbre y de paciencia. • llénate de esperanza y optimismo. • llénate de confianza en Dios. • llénate de las cosas sencillas de la vida. • llénate de oración. • llénate de alegría el corazón • llénate de compasión por los demás. • llénate de actitudes de reconciliación. • llénate de silencio y de escuchar a los otros.
Si todos intentamos este ayuno, lo cotidiano se llenará de: PAZ, CONFIANZA, ALEGRÍA Y VIDA...

Es, pues, fácil de comprender por qué Jesús no tiene a sus apóstoles en la línea de los ayunos rituales de los fariseos y que hable otro lenguaje diferente a la hora de tocar el tema: Mt.9,14-15. Por eso, porque hablaba otro lenguaje, no fue acogido por uno de sus mismos discípulos.

Me permito dar una síntesis del personaje, ya que ha salido el tema de Judas, tan al margen de la buena fe de los compañeros.
Como hoy día lo que se defiende más es lo que más desordenado es, y más pícaro, no deja de haber los "defensores de Judas", hasta con la afirmación gratuita de que Judas fue obligado por Jesús a hacer lo que hizo. Puestos a inventar, a defender lo que está fuera de lugar, es una manera más de degradar los datos revelados.
Lo que tenemos como datos concretos es que Jesús tuvo que buscar su estratagema para poder llegar en paz a la Cena de Pascua (puede leerse Lc 22, 7-13). Y para calibrar la calaña del personaje, encontramos al propio Judas en la hipocresía manifiesta de "seguir la rueda" de los compañeros cuando Jesús anunció que "uno de vosotros me va a entregar". Aturdidos los apóstoles por tan imprevisto anuncio, preguntan uno tras otro: ¿Acaso soy yo?  Y Judas se atreve a preguntarlo también... Ya es tener sangre fría, por decirlo suavemente.
Luego salió -dice San Juan- "con el diablo dentro" y la noche cerrada en su alma, y se fue a buscar gentes de aquí y de allí para la hora de prenderlo.
El rasgo que lo identifica mejor es aquel "beso de amigo" como señal para que supieran a quién tenían que prender, que levantó en Jesús una auténtica herida en el alma: "Así, AMIGO, ¿con un beso me entregas?”
Y como no daba para más aquel espíritu, ni siquiera fue capaz de arrepentirse de su acción (aunque ya no tuvieran remedio los hechos), y venirse a buscar al Maestro.  Se fue, desesperado...;  se ahorcó. Y hasta en otro de los textos dice que "reventó por medio y se esparcieron sus entrañas".

Ahí está el retrato.