viernes, 30 de noviembre de 2018

30 noviembre: San Andrés


Liturgia:
                      Hoy celebra la liturgia la fiesta de San Andrés, apóstol, el primero o uno de los dos primeros que encontraron al Señor, lo mismo si se toman a los sinópticos que si se toma a San Juan. En los sinópticos, junto a su hermano Simón (Pedro), como nos lo deja el evangelio de la fiesta (Mt.4,18-32), como si toma la lista de los Doce, en los que Andrés aparece en segundo lugar, como el hermano de Simón. Si se hubiera tomado el. Evangelio de San Juan, Andrés es uno de los dos que siguieron a Jesús, tras preguntarle: ¿Dónde vives?
          Posiblemente es el primer encuentro cronológicamente: Andrés es uno de los discípulos de Juan Bautista que se dejan atraer por la figura de Jesús, a quien preguntan: “Dónde vives” y permanecen todo el día junto al Maestro. A Andrés se le debe el encuentro de Jesús con Simón, porque Andrés, al regresar a su casa, le comunica a su hermano el hallazgo que ha tenido. Y acaba llevando a Simón hasta el Señor.
          La llamada de Jesús está muy explicitada en San Lucas; en el texto de hoy (Mt.) va por derecho a la situación: paseando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, que estaban echando el copo en el lago, porque eran pescadores.
          Jesús se detuvo ante ellos, los observó con curiosidad y con una mirada mucho más honda todavía, y les dijo: Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres. Yo siempre me he preguntado qué pudieron entender aquellos dos hombres rudos de lo que significaría ser “pescadores de hombres”. Porque es evidente que ellos no pudieron entender lo que nosotros hoy sabemos que significaba aquella palabra.
          Pero ahí está la maravilla: que aquellos dos hombres inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Ahí está toda la razón de ser de este apóstol, que no tiene mayores intervenciones a lo largo de los evangelios, pero que encierra el mérito de haberse ido tras de Jesús sin la menor garantía de lo que podría significar aquella llamada. Luego acabará en el martirio, crucificado en una cruz en forma de aspa, que se llama “la cruz de San Andrés”, dando la vida por fidelidad al Maestro, aquel al que siguió a ojos ciegas como consecuencia del primer paso dado junto al lago de Galilea.
         
          De ahí la 1ª lectura (Rom.10,9-18), que proclama “qué hermosos son los pies de los que anuncian el evangelio”, con ese “mensaje que consiste en hablar de Cristo”, y que gracias a la obra de los apóstoles “a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe, su lenguaje”.
          Porque ellos, los apóstoles, son los que nos dieron a conocer a Cristo, y gracias a ello podemos invocarlo. Por la parte negativa, no todos han prestado oído al evangelio. Ese es el dolor del creyente: que ve cómo hay quienes no acudieron a ese mensaje que Jesús les ha trasmitido a lo largo de los siglos, a través de apóstoles que vinieron siglo tras siglo detrás de los que Jesús había llamado directamente, y que muchos también dieron su vida por el amor a Jesucristo y el celo por su palabra.



          En la lectura continua tenemos un breve evangelio (Lc.21,29-33) en el que Jesús hace a las gentes que se fijen en la higuera o en cualquier otro árbol. Cuando echan sus brotes sabe uno que la primavera está cerca. Pues lo mismo ocurre cuando vean las señales que ha ido exponiendo en días anteriores. Pero lejos de concluir de una forma trágica (viendo sólo los desastres), nos abre la luz a la esperanza: sabed que el Reino de Dios está cerca. Es la visión que quiere Jesucristo que nos quede delante: que el final de los tiempos no está revestido de ropajes de muerte sino de esperanzas del Reino de Dios, que se hace presente. El cielo y la tierra pasarán; mis palabras no pasarán. Lo que permanece es la palabra de salvación. Y por tanto lo que se abre camino es la esperanza. Quede esto ahí, cuando estamos ya a un día de acabarse el año litúrgico, que quiere dejarnos una visión doble de lo que es un final y lo que es un nuevo principio. Pero principio que es el del Reino, y que, por tanto, ya no tendrá fin.

jueves, 29 de noviembre de 2018

29 noviembre: El final de los tiempos


BEATO FRANCISCO BERNARDO DE HOYOS, jesuita.
            Sin haber empezado el cuarto curso de Teología ni llegado a la edad necesaria para ser sacerdote, sus superiores pidieron una dispensa especial, con la que pudo ser ordenado presbítero el 2 de enero de 1735. Cuatro días después celebró su primera misa en el Colegio de San Ignacio de Valladolid. Pocas semanas después enfermó de tifus, agravándose su estado desde el 19 de noviembre y falleciendo el 29 de ese mes con sólo 24 años, 3 meses y 9 días. Sus restos fueron enterrados en ese mismo edificio y después trasladados, sin que se sepa actualmente su paradero.
            Durante sus estudios de Teología, contando con 21 años, conoció el culto al Sagrado Corazón de Jesús al encontrar el libro El culto al sacratísimo Corazón de Jesús del Padre José de Gallifet, S. J. En palabras del Padre Hoyos: Yo, que no había oído jamás tal cosa, empecé a leer el origen del culto del Corazón de nuestro amor Jesús, y sentí en mi espíritu un extraordinario movimiento fuerte, suave y nada arrebatado ni impetuoso, con el cual me fui luego al punto delante del Señor sacramentado a ofrecerme a su Corazón para cooperar cuanto pudiese a lo menos con oraciones a la extensión de su culto. No pude echar de mí este pensamiento hasta que, adorando la mañana siguiente al Señor en la hostia consagrada, me dijo clara y distintamente que quería, por mi medio, extender el culto de su Corazón sacrosanto para comunicar a muchos sus dones.

Liturgia:
                      Ap.18,1-2.21-23; 19,1-3.9) La revelación nos presenta a un ángel poderoso (bajaba del cielo con gran poder y autoridad) y luminoso (su luz expresa el resplandor de los seres celestiales que ilumina toda la tierra). Habla a los cristianos de Roma (considerada como la Babilonia del momento) y anuncia su caída estrepitosa. [=convertida en desierto y lugar impuro]. El mensajero poderoso clama con voz profunda la caída de Roma. Y como Jeremías (en su profecía contra Babilonia), así se repite en Roma, la Gran Ciudad, que se hundirá para siempre.
          El ángel anuncia entonces: no se oirán ya allí ni arpas, ni flautas, ni murmullo de molino, ni brillará lámpara ni voz de novios. Nada que suene a fiesta. Nada que suene a alegría. Razón de ese desastre: la corrupción moral, sortilegios y hechicerías, y haber vertido sangre de mártires.
          Sigue el júbilo celestial, cantando alabanzas a Dios [Aleluyas], y el júbilo desbordado por la Gloria de Dios que ha condenado a Roma (la gran prostituta) que corrompía la tierra y había derramado tanta sangre de cristianos. Y el ángel encarga escribir todo eso para que quede constancia, y proclame dichosos los invitados a las bodas del Cordero.

          Pasamos al evangelio (Lc.21,20-28). Como puede verse hay un montaje de planos evidente en que la destrucción de Jerusalén llama a mirar al tiempo final de la historia, cuando el Hijo del hombre vendrá con gran poder y majestad sobre una nube, es decir, fuera ya de la realidad de la historia de la tierra.
          La destrucción de Jerusalén está expresada con un dramatismo muy fuerte, y con una serie de detalles que revelan la gran violencia de aquellos días. Y que hace pensar en lo que será el final de los hombres sobre la tierra.
          Nos avisa Jesús que cuando empiece a suceder eso haya un movimiento de vida y optimismo, que está expresado en ese: levantaos, poneos en pie, mirad con esperanza, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación. El final no es un desastre. El final es en realidad un principio, un comienzo, el encuentro con el Salvador, que ha triunfado y nos trae la libertad.
          Es el resumen de la vida de cada persona. Vendrán días de destrucción y angustia, en esa lucha que se libra entre la vida y la muerte. La apariencia es trágica. Jesús lo expresa con esa serie de comparaciones: el que está en el campo, que no vuelva a la ciudad, y los que están en la ciudad, que se alejen. Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones, Jerusalén será pisoteada por los gentiles…
          Y más allá del cataclismo en la ciudad, habrá signos en el sol, la luna, las estrellas…, signos en el sol, la luna, las estrellas… Y en la tierra (vuelve de nuevo esa visión) angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo temblarán
          Es entonces cuando más allá de todo ese cuadro espantoso, aparecerá el Hijo del hombre sobre las nubes, con gran poder y majestad. Más allá del desastre de la muerte, se erguirá triunfal la figura de Jesucristo, que trae la liberación definitiva. Cada persona se encontrará con él. Aunque ese “fin del mundo” no es para cada cual el final de los tiempos sino el final de “su tiempo”, cuando llegue el momento de pasar de este mundo al Padre, en los brazos del Cristo Salvador.


miércoles, 28 de noviembre de 2018

28 noviembre: La lucha diaria


Liturgia:
                      Juan tiene de nuevo una visión del Cielo, “definido” con expresiones fantásticas de cristal trasparente o mar de vidrio veteado con fuego (“mar de fuego”, que indica centelleo de estrellas).  Y allí “siete ángeles” para realizar el proyecto de Dios, que salva a los suyos:
          - los que han vencido a la bestia, a su imagen y a la cifra de su nombre (otra vez referencia al Imperio Romano) son los  innumerables mártires, que llevan “arpas que Dios les ha dado”: radiantes y resplandecientes.
          “Cantaban el canto de Moisés” el primer libertador de Israel, contra los egipcios. [Las ideas de ese canto son: 1) Dios actúa prodigiosamente (grandes y admirables son tus obras), 2) derrotando a Egipto  3) Los enemigos quedan espantados, 4) y Dios da a su Pueblo la Tierra de Promisión].
          Cantaban también el “Canto del Cordero”: el definitivo libertador, que libra por su Sangre a los hombres, y crea un “nuevo Pueblo”, que es la Iglesia.
          Es el Cántico de los triunfadores de la bestia: los mártires, la Iglesia, que reconocen en “el Cordero” honores divinos. Es un canto de adoración, de triunfo final, que reconoce la voluntad de Dios, santísima y justísima, que no deja vencer al mal, e invita a observar los mandamientos de Dios y así glorificar su Nombre.

          Seguimos en Lucas su descripción apocalíptica (21,12-19) que entremezcla la destrucción del Templo y de la Ciudad y la realidad a la que estamos abocados todos.
          En la persecución que padecerán los seguidores de Jesús, serán entregados ante los tribunales y les harán comparecer ante gobernadores y reyes. Jesús les exhorta a no preparar su defensa porque yo os daré palabras de sabiduría a las que no podrá contradecir ningún adversario vuestro. Es la historia de los innumerables mártires cristianos, que se han enfrentado a la muerte sin ciencias ni actitudes de fuerza, sino confiando plenamente en la fuerza y la sabiduría que da el Señor.
          Y advierte Jesús que en esa lucha, serán parte de la persecución los mismos padres, parientes, hermanos y amigos que os traicionarán. Todos os odiarán por mi nombre. Y en medio de todo eso, tan duro y cruel, ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.
          Es evidente que eso les toca de lleno a los mismos apóstoles y a los que juntamente con ellos van a ir como testigos de la obra de Cristo. Pero no acaba en ellos ni la contrariedad ni la persecución. La vida diaria en un cristiano es una vida de lucha, en la que tiene que dar cuenta de sí mismo y tiene que estar compareciendo ante la presencia de Dios.
          Toda esa descripción evangélica se presenta con tintes extremos que pueden resultar trágicos. La realidad de la vida presenta muchas veces un martirio a fuego lento, y que no hay que salirse fuera para comprobarlo porque se vive en lo cotidiano, en lo familiar. Jesucristo no ha exagerado. ¡Cuántas personas podrían certificar que su vida familiar es dolorosa! Otros lo podrán decir de su mundo social, del mundo exterior, en donde encuentran su lucha y su sufrimiento. El caso es que los datos que aporta este evangelio no son tan fuera de serie.
          Lo que debe quedar en pie es esa palabra final de Jesucristo: Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. ¡La gracia de la PERSEVERANCIA, que tenemos que pedir! Empezar una empresa no es lo más difícil. Incluso es una aventura que se emprende con ilusión. Seguir en ella cuando van surgiendo los momentos del cansancio diario, los momentos de la contradicción, es ya mucho menos idílico. Entonces es cuando viene el desánimo y fácilmente se arroja la toalla. Pero entonces es cuando se pide la perseverancia, el continuar en la brecha, el vivir la fidelidad, el sacar fuerza de flaqueza y no dejarse amedrentar. Es el momento de los valientes.
          Todo eso que ya se pide en la vida ordinaria y que distingue a los decididos de los indecisos, también aparece en lo espiritual, en la respuesta a Dios, en la conservación de los valores, en remar contra corriente…, aunque esa corriente adversa pueda venir de la misma familia. Es lo que advierte Jesucristo y para lo que concluye con esa llamada a la PERSEVERANCIA, que será la que nos ponga en situación de salvación.

martes, 27 de noviembre de 2018

Feliz Navidad


Boletín de Diciembre

27 noviembre: El misterio de la historia


Liturgia:
                      Hoy hay que depender totalmente de los estudiosos del texto, porque todo va en lenguaje simbólico. Tras muchas y difíciles comparaciones, parece referirse todo al hostigamiento de otros pueblos contra el Imperio Romano. Sería algo semejante  a lo que hizo el rey Ciro destruyendo el poder de Babilonia para favorecer al Pueblo de Dios, y por eso es llamado en la Biblia: Cristo, “ungido”.  De ahí el presentarlo como un “ser semejante a hijo de hombre”, “colocado en nube blanca”, que indica un ser humano con poder superior.
          De “dentro del santuario que está en el Cielo” sale un ángel, que manda al de la nube blanca... (está -por tanto- por encima del personaje anterior), y otro “que sale del altar” de quemar el incienso, “que tiene poder sobre el fuego” (de quemar el incienso),  y les da orden de realizar la orden divina.
          Varias veces se hace referencia a “la tierra”: “racimos de la viña de la tierra”, “mies de la tierra”: clara referencia a poderes humanos dañosos.
          La hoz afilada que siega o vendimia la cosecha madura (de maldad), y la sangre que sube hasta los bocados de los caballos”, expresa la gravedad de la derrota de la “bestia” (el  Imperio  Romano)  lo  que, -desde una expresión típicamente bíblica- sería expresión del castigo pedagógico de Dios, y preludio de la victoria del Verbo de Dios: Jesucristo
          Ya se ve que no hubiera sido posible descifrar todo ese texto por sus propias palabras. E imagino que según el comentarista que estudie esto, habrá matices y aplicaciones más inteligibles.

          Lc.21,5-11: Algunos se hacían lenguas de la calidad de la piedra del templo y la riqueza de lo que la adornaba. El templo representaba toda la religiosidad de un pueblo, y se habían volcado en sus donaciones para poner ante Dios la mayor riqueza que podían.
          Jesús, ante aquellas admiraciones, exclama: Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido. No era sólo la demolición del templo material. Había algo mucho más de fondo en aquella expresión de Jesús: el mundo judío con su “vino viejo” y sus dirigentes, se vendría abajo, y no tendría valor ante la llegada del vino mejor.
          Los apóstoles le preguntan entonces: Maestro, ¿cuándo será eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder? Y Jesús les responde con una palabra que está más allá de la materialidad de aquellos hechos que ha anunciado. Podría haber respondido que iba a suceder cuando los ejércitos romanos invadieran violentamente, y que las señales serían las tensiones crecientes que se iban a ir produciendo en el ambiente político y nacionalista.
          Pero Jesús lanza su mirada mucho más adelante y les advierte a los apóstoles que tengan cuidado con que nadie los engañe, porque muchos vendrán usando mi nombre, diciendo “Yo soy” o “el momento está cerca”: no vayáis tras ellos.
          Se ve una mirada mucho más amplia hacia el fin del mundo, del que la destrucción de Jerusalén es un símbolo y un presagio. De hecho cuando oigáis noticias de guerras y revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que suceder primero, pero el final no vendrá enseguida.
          Hoy día hay gentes muy predispuestas a ver el final de la historia en el desmoronamiento de las leyes y el orden que se dan en el mundo, y los populismos que muestran el hundimiento de los valores. Jesús nos advierte que no nos dejemos vencer por el pánico ni por la idea de la inmediatez de ese final. El mundo se va a destruir a sí mismo: Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos y en diversos lugares epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. He ahí una expresión de un apocalipsis final. Eso no fue lo que se dio en Jerusalén. No eran las señales de que “todo esto –la destrucción del templo y la ciudad santa- está para suceder”. Está apuntando a otra realidad mucho más grande y que llegará al mundo entero. Pero, como siempre, lo que Jesús evita es poner “fecha”, expresar “momento”, porque todo eso queda en el misterio de Dios. Volveríamos a sus parábolas en las que avisa que estemos preparados porque no sabéis el día ni la hora, que es la gran verdad a la que tenemos que estar abiertos para que ese momento –que en realidad es el momento final de cada cual- no le coja de improviso, sino dispuestos a abrirle al amo apenas llegue y llame. Y no hay señales que nos indiquen cuándo va a producirse.

lunes, 26 de noviembre de 2018

26 noviembre: El centavo de la viuda


Liturgia:
                      Ap.14,1-5 es más inteligible, más posible de entender a simple vista.
          Pero pueden explicitarse algunos detalles:
- el CORDERO -Cristo Redentor-, está en el monte Sión (el Cielo, o Jerusalén celestial), y preside a los 144,000 marcados con el signo de Dios.
- “144,000" es el resultado de 12x12x1000, y en el simbolismo hebreo indica multitud incontable y universal.  Pero aquí se les concreta de alguna manera a los que “son primicias de la humanidad redimida”, y representarían a quienes tienen una particular compenetración con Cristo, al que siguen dondequiera que vaya, y son irreprochables.
          En el Cielo hay un CANTAR NUEVO, delante del trono (=de Dios), y delante de los 24 ancianos (personas destacadas del vulgar de las gentes), y de los 4 vivientes (la Creación entera).
          Cantar nuevo que sólo pueden interpretar los ángeles y entender los 24 ancianos; canto tan grandioso como tumulto de aguas, y tan armónico como una sinfonía de arpas (instrumento muy ligado a la simbología religiosa).

          En el evangelio (Lc.21,1-4) el caso hace poco comentado desde el evangelio de Marcos, de la viuda que echó una pequeña moneda en el cepillo del templo.
          Estaba Jesús sentado frente a aquel lugar y observaba el paso de las gentes en sus donaciones al Templo. Observaba los casos normales de las gentes de a pie, y los otros casos más llamativos de los encopetados que hacían sonar sus monedas grandes y que se marchaban tan satisfechos de haber colaborado. Todo aquello pasaba desapercibido a la atención especial de Jesús. En esto que se acerca una mujer pobremente vestida y con el atuendo propio de las  viudas, que echa en el cepillo una muy pequeña monedita que apenas se veía entre sus dedos.
          Jesús se erguió. Y llamando a sus apóstoles que estaban distraídos en otras cosas, les dice: Sabed que esa pobre viuda ha echado más que nadie, porque todos los demás han echado de lo que les sobra; pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.
          Jesús no mira la cantidad. Ha visto el fondo, allí donde está la verdad de las personas. Y lo que aquella mujer ha echado era su propio alimento de ese día. Se había dado a sí misma. Y eso es lo que Jesús aprecia.
          En la vida ordinaria podemos comprobar que no se dan heroísmos llamativos. Y sin embargo vemos a las gentes de buena fe en su caminar diario, como quien no hace la cosa, con una disponibilidad abierta a ayudar, a ofrecerse, a poner “su pequeña monedita” en la colaboración que pueden prestar. Y lo llamativo es que lo hacen sin ostentación, casi expresando su agradecimiento porque se cuenta con sus pequeños servicios. La verdad es que son personas que dan lo que tienen, de lo que pueden disponer, prestando el servicio que hace mucho bien. Y que se puede decir que dan más que los demás. Dan la calidad y la calidez de su aportación.
          En la parte espiritual puede ocurrir lo mismo. Hay personas con más arrestos que parecen poder con todo, y que dan la impresión de caminar en volandas… Y están las personas que son como hormiguitas que hacen lo pequeño que tienen delante, casi como quien no hace nada, pero con una fidelidad y constancia que les sitúa en primera línea, como quien no hace la cosa.
          Recuerdo a aquella limpiadora que apenas si sabía escribir y que a lo más que llegada era a rezar oraciones vocales. Un día vine a topármela y le hablé del evangelio. Y se aplicó a él de tal manera que lo tenía siempre entre las manos y se sentía atraída y exigida por su lectura meditada. Sus parientes llegaban a tomarla a broma porque aquel libro parecía no tener fin…, siempre estaba con él. Y ella les decía: “Pues es la verdad: este es el libro que nunca se acaba”. Y así pasó su jubilación y así llegó a la hora de su muerte. Para mí era como la viuda del evangelio, que no pudo echar más de lo que tenía…, pero echó todo lo que tenía.

domingo, 25 de noviembre de 2018

25 noviembre: Corona del Año Litúrgico


Liturgia: JESUCRISTO REY
                      El año litúrgico se corona con la solemnidad de JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO. Quizás en los momentos actuales no sea el título que mejor caiga en muchas mentes que viven todo de modo politizado. Pero aquí no se trata de comparar a Jesucristo con los reyes de la tierra sino de expresar la realización plena de ese tema fundamental de la revelación, que es el REINO DE DIOS, el establecimiento de Dios sobre todas las cosas.
          Por eso el reinado de Jesucristo no tiene nada en común con los reinos humanos: No tiene trono, o su trono es la cruz, desde donde realmente reina y domina toda la creación. No tiene corona, salvo la corona de espinas con la que se burlaron de él. No tiene territorio, aunque su vocación es la llenar el mundo entero. No tiene armas ni ejércitos, sino que su arma es el amor y sus ejércitos son los hombres sencillos que continúan la obra de los apóstoles. No tiene riquezas, porque su mundo se construye sobre la pobreza y el desprecio de los bienes de este mundo.
          Estamos, pues, hablando de otra realidad que nada tiene que ver con los reyes humanos. Y entonces, si lo entendemos así, podemos proclamar a Jesucristo REY DEL UNIVERSO, con vocación para conquistar todos los reinos y naciones para la causa del Padre, y traer fuego a la tierra entera con el deseo de que arda en esa nueva realidad.
          Así la breve 1ª lectura (Dn.7,13-14) nos lo presenta acercándose al trono de Dios, y se le da poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirven. Su poder es eterno. Su reino no cesará.

          Lo apoya la 2ª lectura del libro del Apocalipsis (1,5-8), que lo declara Príncipe de los reyes de la tierra…, que nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre: a él la gloria y el poder por todos los siglos.

          En el evangelio de San Juan (18,33-37) se declara a sí mismo REY. Pero mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis soldados habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos, pero mi reino no es de aquí.
          Pilato no entiende nada de aquello, porque aquel pobre hombre –Jesús- declara que es rey, y quiere Pilato cerciorarse, y le pregunta directamente: Conque ¿Tú eres rey? Y Jesús responde afirmativamente: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.
          Pilato no quiso saber más. Estaba confundido. Y sobre todo, aquello de LA VERDAD no le encajaba. Pilato era un político y la política es el arte de mentir. Lo que se demostraba claramente es que Jesús no encajaba en los baremos humanos, en el concepto de rey humano. Aquel reinado iba por otro camino que Pilato ni olía. Por eso se quitó de en medio con un displicente: ¿Y qué es verdad?, y dejó cortada la conversación, cuando Jesús pudo enseñarle tantas cosas que distinguen la verdad de la mentira, la honradez de la falsía.
          Para nosotros es una llamada a ser verdaderos, a vivir con sinceridad nuestra vida cristiana, a no engañarnos con medias palabras, a ir por derecho, a tomarnos en serio nuestra conciencia para no andar flirteando con situaciones pecaminosas. Así estaremos en el reino de Jesús, el reinado de Dios.

          La EUCARISTÍA nos pone ante la gran verdad. Ante Jesucristo no podemos engañarnos. Algo tiene que perfeccionarse nuestra vida para irnos haciendo más dignos de la Eucaristía. Que ante la blancura de la Hostia Sagrada –Hostia pura, santa, inmaculada- vivamos la profunda sinceridad de poder mirarla fijamente y participar de ella con el corazón purificado.


          A Jesucristo, Rey del Universo, suplicamos desde el fondo de nuestro corazón
-          Que hagamos de nuestra fe en Cristo la razón de nuestro vivir como miembros del Reino de Dios, Roguemos al Señor
-          Que seamos muy sinceros con nosotros mismos y con nuestra conciencia. Roguemos al Señor.
-          Que en nuestra participación en las elecciones próximas nos dirijamos por el mejor bien posible. Roguemos al Señor
-          Que la Eucaristía nos haga vivir de frente a la verdad, sin dejarnos engañar por los afectos y los intereses creados. Roguemos al Señor.

          Reina, Jesucristo, en nuestros corazones; reina en España, acompaña a la Iglesia en este momento difícil que está viviendo.
          Te lo pedimos a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.

sábado, 24 de noviembre de 2018

24 noviembre: Como ángeles del cielo


Liturgia:
                      Hoy es mucho más difícil de explicar esta primera lectura del Apocalipsis (11,4-12) porque está mucho más cifrado el mensaje.
          Algún comentarista supone que los dos testigos podrían ser Moisés y Elías que son el símbolo de la ley y los profetas, como aparece en la transfiguración. Llamarlos “los dos olivos” y todo lo que los enemigos pueden hacer si quieren hacerles daño, son  comparaciones contenidas en el A.T. Aludir a Moisés y Elías se deduciría por un sentido mesiánico o por referirse a Israel, obra de Dios. Como se ve, es una comparación muy forzada, pero que da sentido a la revelación que nos trasmite San Juan.
          “La bestia que sube del abismo” (“el abismo del mal”, “que hará la guerra y derrotará y matará”), es el Imperio Romano, con Roma “la gran ciudad”, inmoral como Sodoma y perseguidora del Pueblo de Dios, como Egipto.
          “Donde también el Señor fue crucificado”. Como está hablando de Roma, no se refiere a la crucifixión de Jesús sino a los discípulos de Jesús y las persecuciones y los mártires.
          No enterrar los cadáveres es humillación. Y los paganos de Roma hacen fiesta y se intercambian regalos por acabar con los cristianos Pero sólo durará eso tres días y medio, es decir, un tiempo muy pequeño que indica lo poco que puede el mal contra el bien.
          “Resucitaron” los “dos testigos” a los que Dios envió un aliento de vida y se pusieron de pie en medio del terror de todos los que lo veían. Los cristianos martirizados, de hecho viven: influyen con su ejemplo y doctrina. No vencen los enemigos.
          Se oye finalmente la llamada de Jesucristo desde el Cielo: “Subid acá”, que será la resurrección y triunfo definitivo y final.

          En el evangelio tenemos esa casuística absurda que le presentaron a Jesús los saduceos, que no creen en la resurrección, y pretendieron ridiculizar a Jesús que hablaba de la resurrección. Presentan el caso de aquella mujer cuyo marido, el primero de siete hermanos, muere sin dejar descendencia. Por la “ley del levirato”, el 2º hermano debía casarse con ella para darle descendencia a su hermano fallecido.
          Pues bien: le cuentan a Jesús el “caso hipotético” de los siete hermanos que van casándose con la viuda y muriendo sucesivamente y ninguno deja descendencia. Entonces la pregunta capciosa que presentan los saduceos es qué va a pasar cuando resuciten todos: de cuál de los siete es mujer, puesto que los siete han estado casados con ella.
          Jesús les hizo caer en la cuenta de que una cosa es esta vida y otra cosa muy distinta es la vida futura, la vida de la resurrección, pues en esa otra vida del más allá los hombres y las mujeres no se casan porque en esa otra vida los hombres y las mujeres son como ángeles del cielo, y porque Dios es Dios de vivos y no es Dios de muertos, y para él todos están vivos. Naturalmente se está hablando de la resurrección a la vida eterna, donde todo es vida y felicidad, y donde todos están vivos ante Dios.
          Había unos doctores de la Ley escuchando, y ellos, que sí creen en la resurrección, alabaron la respuesta de Jesús. Y los saduceos ya no se atrevieron a hacer más preguntas.

viernes, 23 de noviembre de 2018

23 noviembre: El respeto al Templo


Liturgia:
                      Hasta aquí, la revelación del libro del Apocalipsis había hablado del pasado. Ahora la profecía empieza sobre el futuro. (10,8-11). Es casi repetición de otro texto bíblico de Ezequiel.
          Se le dice al vidente que vaya a pedir el librito de manos de Cristo, al que se le llama “ángel”. Y le da el libro abierto: o sea, su contenido ya es público, que se puede dar a conocer a los creyentes.
          Le dice que “se lo coma”, y que le será “dulce al paladar”, porque revela la misericordia de Dios, su amabilidad, su justicia divina bondadosa. Pero que le producirá amargura interior: el ardor que produce es la degradación moral de las gentes, su dureza, la ineficacia de los esfuerzos de la predicación, el sufrimiento de los pecadores, la maldad de los que no se convierten..., los odios... En efecto, así le produce esas sensaciones a Juan, con la dulzura de la miel en la boca, y el ardor en el estómago.
          No obstante se le anuncia que tendrá que profetizar a muchos pueblos, naciones, lenguas y reinos.

          El evangelio de Lucas (19,45-48) es una síntesis de la acción de Jesús en el Templo ante la vista de aquellos mercaderes o feriantes que permitían los responsable, por motivos económicos, pero que Jesús lo ve como una profanación del lugar santo.
          Y eso es que de los diferentes espacios que constituían el recinto del tempo, se está hablando del gran patio externo a los atrios más propiamente dedicados al culto. Diríamos que es la explanada exterior dentro del amplio recinto del templo, que tenía un cuarto de kilómetro en su parte más larga.
          Pero para Jesús es, en definitiva, dependencia ya consagrada al culto o para irse adentrando en los otros atrios más interiores.
          Por eso Jesús se puso a echar a los vendedores, que hacían su negocio con elementos que habían de usarse en los cultos de los fieles: los bueyes para los sacrificios, las palomas para las ofrendas, los cambistas de dinero “profano” por los siclos –moneda del Templo-. No obstante Jesús los expulsa porque quiere que se cumpla aquella profecía: “Mi casa es casa de oración”. Pero vosotros la habéis convertido en “cueva de bandidos” (o como dice otro evangelista: “en un mercado”).
          ¿Qué diría Jesús si entrara en muchos templos nuestros de hoy, y se encontrara con la falta de respeto de muchas gentes que están manteniendo conversaciones en voz alta, o bien, usando sin recato sus teléfonos móviles, o pasando ante el Sagrario (el Sancta Sanctorum de nuestra era), sin el menor gesto de adoración o reconocimiento de la presencia real sacramental de la Eucaristía?
          Y conste que la acción de Jesús no iba contra los vendedores, que al fin y al cabo vivían de eso. El problema era el de los responsables del templo, verdaderos culpables de la situación. De hecho la reacción violenta ante la acción de Jesús vino de parte de los sacerdotes, doctores de la ley y los senadores o ancianos del pueblo, que –como reacción- intentaban quitarlo de en medio. Sin embargo se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios. Es que Jesús venía al Templo todos los días y hablaba a la gente y enseñaba. Y por parte de la gente sencilla había acogida, y estaban pendientes de sus labios. Eran los responsables los verdaderos culpables de los abusos que se producían.
          Creo que todo esto podría tener su traslación a la realidad actual en nuestras iglesias, y que todos podríamos poner algo más de nuestra parte para volver a la dignidad debida nuestro comportamiento en los templos a los que acudimos. Los que somos responsables de los mismos, sea en lo que es el respeto al mismo templo, sea en las sacristías, nos queda una parte que llevar adelante.
          Cuando el celebrante se reviste o desviste por la celebración de la Eucaristía, debe dejársele ese espacio inmediato para rezar con sosiego, y no teniendo que atender al primero que se le acerca para una consulta o una petición o conversación. El sacerdote tiene sus oraciones señaladas para esos momentos, y es el primero que se debe hacer respetar. La celebración no es un teatro que se representa solo cuando se sale al “escenario” del Altar. Es la acción sagrada y sublime de la Cena Santa y del Calvario, y eso requiere una preparación y una acción de gracias…, un mundo interior que se dispone a vivirse en su mayor profundidad.

jueves, 22 de noviembre de 2018

22 noviembre: Si al menos hoy...


Liturgia:
                      Sigue el Apocalipsis la visión del Cielo (5,1-10) pero hoy no se detiene en el trono de Dios Creador sino en JESUCRISTO REDENTOR, que llevará a cabo los planes salvadores de Dios.  Es EL CORDERO, que vive pero que se nota que ha sido degollado. Se significa la muerte en el hecho de ese degüello, y se expresa la resurrección en que está ante el trono de Dios..
          Hay un “rollo sellado con 7 sellos” (=secretísimo), que contiene los pormenores de la historia humana.  Nadie puede saberlos ni en el cielo, ni en la tierra, ni en el abismo. Y Juan, el vidente, llora porque la revelación no sería posible.
          Pero uno de los “ancianos” citados ayer, le anuncia que EL CORDERO sí puede abrirlos.  Lleva en su cabeza “7 cuernos” (no saliendo de la cabeza en forma monstruosa, sino como cascos con cuernos, símbolo de poder).  Diríamos en nuestro lenguaje: “estrellas de 8 puntas”, indicando el máximo poder. Y por tanto el que es capaz de abrir ese rollo escrito por dentro y por fuera, pero sellado con los 7 sellos.
          El Cordero se acerca al que está sentado en el trono, al mismo Dios, que le da el libro con la mano derecha. Es el momento en el que los “24 ancianos” y los “4 vivientes”, cantan de alegría un canto nuevo de gloria a Dios y al Cordero: Eres digno de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque fuiste degollado, y con tu sangre has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación.

          San Lucas nos muestra ya a Jesús llegando a Jerusalén en su última visita (19,41-44) y llorando ante la visión del Templo y de la Ciudad Santa, porque “si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz... “Todavía” es hora…, si al menos en este día…
          Contrasta ese llanto con el contexto en que se produce (y que no se ha leído) del triunfo mesiánico que supuso la entrada triunfal de Jesucristo en la Ciudad Santa, en que es proclamado Mesías por un pueblo enfervorizado que aclama al que es bendito que viene, el Rey, en nombre del Señor: ¡paz en el cielo y gloria en las alturas!
          Jesús llora lágrimas humanas y sinceras por lo impenitente de aquellos jefes, que tenían cerrado al camino para acoger el mensaje de la salvación que Cristo les traía, mensaje de paz. Pero está escondido a tus ojos. Y llegará un día en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no conociste el momento de mi venida.
          Se describe la ruina de Jerusalén que luego llevó a cabo Tito por parte de Roma, y que verdaderamente no dejó más que lo que hoy se conoce como el muro de las lamentaciones. Todo un símbolo de lo que es perderse una historia –la del pueblo judío- para comenzar otra, la del Reino de Cristo. Entra dentro de la misteriosa providencia de Dios que, tras el telón humano de los hechos desastrosos, está la mirada de Dios sobre la historia, que es la salvación que Cristo trae: lo que trae la paz, que equivale a expresar una visita de Dios.
          No podemos perder de vista que estamos en el final de la vida pública de Jesús  en el evangelio de Lucas, y que todo apunta hacia el final de los tiempos. Y para el pueblo judío la destrucción del Templo y de la Ciudad equivalía a un final total. Que es un constante montaje que se produce en esta “literatura apocalíptica” en la que culmina la narración de los sinópticos toda la vida pública de Jesús: el final del pueblo de Dios (pueblo judío) y el final del mundo, sin una separación en las descripciones que hagan visible a cuál de las dos realidades se está refiriendo el texto.
          Visto desde nuestra visión de fe, es una clara apertura hacia la esperanza en la salvación que Cristo trae, que se ha de producir en su plenitud tras la muerte, enfrentando ya la gran visita del Señor, a la que estamos abocados todos. Sería una forma de entender también el vino nuevo en odres nuevos, porque tras la ruina de Jerusalén se abre el camino del cristianismo.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

21 noviembre: Juicio final según Lucas


Liturgia:
                      Hasta ahora, en los dos días anteriores, las visiones y revelaciones de Juan han sido en la tierra y de sucesos en las iglesias de la tierra. Hoy se da el salto y la visión es del Cielo. (4,1-11). ¿Cómo poder describir lo desconocido? Sólo desde revelación sobrenatural y al modo de imágenes.
          Juan mira y ve una “puerta abierta”. Es señal de que el vidente es invitado a entrar.  Si no, no podría hacerlo. Lo invita el propio Cristo. Sube aquí y te mostraré lo que tiene que suceder después. Y Juan cae en éxtasis. A partir de ahí ya nada es natural. Todo es “al modo de” para poder expresar lo que ha visto en la visión: “El trono de Dios”, descrito en forma de comparaciones.  No puede hacerlo de otra manera, lo mismo que la posterior descripción del Cielo.
          Los “24 ancianos”, serían –a juicio del comentarista- los “representantes” más notables de la historia religiosa de Israel y del mundo, que se sientan en 24 tronos, vestidos ellos con ropajes blancos y coronas de oro en la cabeza. Y una manera de expresar la sublimidad de la divinidad son esos relámpagos y retumbar de truenos, y las siete lámparas que ardían ante el trono.
          En el centro y alrededor del trono, “Los 4 vivientes”, que  representan lo más fuerte de la Creación: león, toro, águila, y otro “de aspecto humano”.  Se refiere a órdenes superiores de ángeles, que cantan permanentemente la Santidad suprema de Dios, su Gloria, su dominio, sus gracias, con los que Dios colma la Creación, llenos de alas y ojos, que cantan sin parar el canto del Cielo: Santo, Santo, Santo es el Señor, soberano de todo, el que era, es y viene. [Luego se ha aplicado estas 4 figuras a los 4 evangelistas, pero eso no esté en la mente del autor].
          Cada vez que suena el canto: “Gloria y honor y acción de gracias al que está sentado en el trono, que vive por los siglos de los siglos”, se postran los 24 ancianos adorando al que vive por los siglos de los siglos, y arrojan sus coronas ante el trono, diciendo: Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria y el honor y la fuerza, por haber creado el universo”.
          Es una forma de describir lo indescriptible, que a Juan le llega en éxtasis y luego intenta reproducirlo para darlo a conocer.

          Lc.19,11-28 es una parábola en la que Jesús describe la realidad de la vida: un noble se marcha a lejanas tierras, pero antes reparte sus onzas entre otras personas –una onza a cada uno; todos por igual- para que negocien con ellas para cuando el noble regrese a sus tierras. Aquí lo interesante es que a todos le da lo mismo, expresando así cómo Dios reparte sus gracias por igual a cada persona. La diferencia no  está en lo que reciben ellos sino en lo que ellos agencian con su trabajo y responsabilidad.
          Cuando el hombre principal regresa, pide cuentas a los que habían recibido sus onzas. Y se presenta el primero y rinde cuentas muy favorables: aquella onza recibida ha producido diez onzas. Quiere decir que su responsabilidad y sus características han hecho posible que haya unos réditos tan notables.
          El hombre es alabado por el noble: Muy bien, eres un empleado cumplidor; como has sido fiel en una minucia, tendrás autoridad sobre diez ciudades.
          Llega el siguiente y presenta cinco onzas, que ha sido el rendimiento que ha tenido la onza que recibió y que él ha trabajado desde sus posibilidades. Recibe la misma alabanza del protagonista de esta parábola. Recibe 5 ciudades para que él las gobierne, puesto que ha sido capaz de ser fiel en la minucia de una onza, que ha fructificado suficientemente.
          El tercero trae guardada en un pañuelo la onza que recibió: Aquí tienes lo tuyo, le dice al dueño. Sabía que eres exigente y te tenía miedo. Este pusilánime no es alabado; por el contrario, es condenado: Por tu boca te condeno, empleado holgazán. ¿Por qué no pusiste mi dinero en el banco? A mi regreso lo hubiera cobrado con sus intereses. Es el reflejo del hombre inútil que no ha sabido dar fruto con lo que había recibido. Ni siquiera llevándolo al banco. Se ha limitado a guardarlo en el pañuelo.
          La consecuencia es que el amo ordenó que le quitaran la onza y se la dieran al que tiene diez. ¡Pero si ya tiene diez…! Sí, pero sabe sacar partido de lo que recibe.
          La lección es bien clara para cualquiera de nosotros, que también hemos recibido de Dios su gracia, en forma de realidades concretas, y de las que Dios espera obtener respuesta digna.
          Es la versión de Lucas de lo que es el juicio final en Mateo.

martes, 20 de noviembre de 2018

20 noviembre: Conversión siempre posible


Liturgia:
                      Continúa el repaso del vidente sobre dos de las iglesias (o diócesis) de Asia en aquellos primeros tiempos del cristianismo, sobre las que hace su revelación el Espíritu Santo, el que tiene los siete espíritus de Dios y las siete estrellas (los 7 dones del Espíritu Santo), como se expresa al final de la lectura (Ap.3,1-6.14-22): El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Una es la iglesia de Sardes, a la que le encuentra defectos de envergadura: Conozco tu conducta, que tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto. No he encontrado tus obras perfectas a los ojos de mi Dios. Acuérdate, pues, de lo que recibiste y oíste de mi palabra; guárdala y arrepiéntete. Queda, sin embargo, un grupo numeroso de personas que no han manchado su ropa. El que venza vestirá todo de blanco y no borraré su nombre del libro de la vida.
          Cada una de esas iglesias particulares tiene sus virtudes y defectos.  Se les alaba lo bueno, y se les exhorta a corregir defectos.
          La iglesia de Laodicea es la que estaba peor: ni fría ni caliente; tibia.  Es ampliamente reprendida. No es una sospecha. Habla el testigo fidedigno y veraz, el Amén, el principio de la creación. Es revelación directa de Dios. Porque eres tibio, voy a vomitarte de mi boca. Tú dices: “Soy rico”. Aunque no lo sepas, eres desventurado y miserable, pobre, ciego y desnudo. Ante esa situación, la revelación que se hace a aquella iglesia es que se procure los valores verdaderos: Te aconsejo que me compres oro refinado, un vestido blanco y colirio para los ojos y que puedas ver.
          No está perdida aquella diócesis, pese a todos sus defectos. Le queda la posibilidad de “comprar oro refinado a fuego”. Y se le advierte, con un matiz de compasión amorosa: A los que yo amo, los corrijo; estoy a la puerta llamando. Sé ferviente y conviértete. A los vencedores los sentaré en mi trono junto a mí.
          Indiscutiblemente ni en el peor de los casos –la tibieza-, está todo perdido. Siempre se abre la puerta al arrepentimiento y la conversión. Y eso tiene su mensaje actual para cualquiera que esté dispuesto a dejarse vestir con el vestido blanco que Dios puede proporcionar. Hay que abrirle la puerta, y él entrará.

          En el evangelio llegamos a un párrafo que podríamos llamar “clásico”: Lc 19 nos presenta la figura de Zaqueo. Y es para tomar nota de “los apellidos” que le atribuye el autor, que indican realmente un hombre pecador, alejado de una actitud religiosa. Es “jefe de publicanos, rico y bajo de estatura”, a quien le va a salvar su curiosidad por “ver pasar a Jesús”. No aspiraba a más. Había oído hablar de Jesús y le había picado la curiosidad de ver al personaje.
          Se encaramó a un árbol sin más pretensión que la de verlo “pasar”. Lo que no contó Zaqueo fue con los “caprichos” de Jesús, quien al llegar a aquel punto, levanta la vista, se fija en Zaqueo y le dice: Baja; que hoy quiero hospedarme en tu casa.
          Aquí tenemos un caso práctico de lo que se le había dicho a la iglesia de Laodicea: “arrepiéntete y conviértete”. Zaqueo se sintió tocado y bajó enseguida y recibió a Jesús muy contento. Es curioso cómo juzgan los presentes a Jesús, pensando lo mal que lo hace con entrar en la casa de un publicano pecador. Siempre hay juicios de los puritanos, que se creen mejores que nadie. [Hoy estamos asistiendo a un caso semejante, por el que muchos católicos están juzgando mal al Papa, sencillamente porque no coincide con sus cortas visiones de las cosas. Jesucristo siempre estuvo más allá de la bajeza humana. Y el Papa sigue su curso en su visión evangélica de la vida].
          La entrada de Jesús en la casa de Zaqueo fue mucho más que “hospedarse”. Fue un revulsivo en el corazón de Zaqueo, quien sin mediar otra cosa, se planta ante Jesús y promete dar a los pobres la mitad de su riqueza. Pero sabía Zaqueo que había bajo cuerda mucho más…, y entonces plantea que si de alguien me he aprovechado (y sabía que en su puesto de publicano, había abusado), le devuelvo cuatro veces lo que le robé.
          Eso es conversión. Eso es responder a una gracia de Dios. Eso es adquirir un vestido blanco. Eso es abrir la puerta para que Jesús entre. Por eso Jesús proclama entonces que hoy ha llegado la salvación a esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar al que estaba perdido.
          A todos nos llega un día un toque del Señor…, un Jesús que levanta la vista y nos encuentra…, y se invita a nuestra casa…, y nos llega la plena salvación, la que no sólo es la de ser “buenas personas” sino hombres o mujeres fieles a la llamada de Jesús.

lunes, 19 de noviembre de 2018

19 noviembre: Que vea otra vez


Liturgia:
                      Entramos en un punto de más difícil explicación –el libro del Apocalipsis- por ser una revelación expresada su mayor parte en imágenes que requieren de explicación e interpretación y que no puede captarse más que a través de comentarios de los especialistas del tema. Es un género literario que no expresa la historia por derecho, y hay que buscarle el sentido de lo que el autor quiere expresar. El comienzo, al que responde hoy la 1ª lectura (1-4; 2,1-5) es más comprensible.
          Escribe el apóstol Juan.
          Escribe una “revelación”: “re-velar” significa “remover un velo”, -descubrir algo que sólo sabe Dios”, y que comunica primero a sus enviados para que lo trasmitan.
          Aquí es “revelación de Jesucristo”, en dos sentidos: es el que revela el futuro de la Iglesia, y -a la vez- se revela y manifiesta a sí mismo.
          La lectura está compuesta de dos partes: una, presentando lo que va a ser el libro. Otra, se detiene Juan en una de las iglesias: la de Éfeso, que es alabada por su fidelidad. El “ángel de la Iglesia de Éfeso” es su Obispo: Conozco tu manera de obrar, tu fatiga, tu aguante; sé que no puedes soportar a los malvados y que pusiste a prueba a los que se llaman a sí mismos apóstoles, sin serlo, y descubriste que eran unos impostores. Y dice la revelación sobre el Obispo: Eres tenaz, has sufrido por mí y no te has rendido a la fatiga.
          Pero juntamente se hace corrección de algún defecto particular: que ha perdido el vigor inicial. Que empezó mejor y que algo se ha diluido con el paso del tiempo. Por eso se le exhorta: Conviértete y vuelve a proceder como antes.
          Puede ser una pauta de examen personal para cada uno de nosotros: Podemos tener muchos motivos de alabanza y que sin embargo algo  se haya enfriado de nuestros deseos e ilusiones de otros momentos…; que el desgaste de la vida haya provocado una disminución en el entusiasmo e ilusión primera. Esta advertencia de la revelación sobre “el ángel de la Iglesia de Éfeso”, puede tener su llamada personal a muchos de nosotros.

          Llegamos en el evangelio de Lucas a un hecho que hace poco hemos tenido –desde el evangelio de Marcos- en uno de los pasados domingos: el ciego de Jericó. (18,35-43), con la particularidad curiosa de que allí se situaba al ciego a la salida de la ciudad, y que Lucas lo pone cuando Jesús se acercaba a Jericó. Detalle de mera curiosidad y que no tiene más importancia en el desarrollo del tema.
          El ciego pedía limosna. En esto advierte tropel de gente que pasa ante sí, y pregunta qué es aquello. La gente responde sin darle más importancia que pasa Jesús Nazareno. Para la gente era un hecho. Para el ciego es una esperanza. Y entonces grita, con un título mesiánico por delante: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí. El Mesías estaba anunciado como quien daría la vista a los ciegos. Por eso el ciego aquel recurre al título mesiánico: Hijo de David.
          La gente es egoísta. Ellos estaban siguiendo a Jesús y no se ponen en el lugar del pobre ciego, para quien aquello era su gran oportunidad. Pero a la gente le molestan los gritos del ciego y pretenden que se calle: le regañaban para que se callara. Pero el ciego gritó entonces más fuerte para hacerse oír de Jesús: Hijo de David, ten compasión de mí.
          Jesús se detuvo al oír aquellos gritos de súplica y mandó que le trajeran al que clamaba. Y cuando lo tuvo delante, le preguntó qué quieres que haga por ti. Parece una pregunta que no hace falta, pero Jesús quiere que el ciego se exprese: ¿busca una limosna? ¿Grita buscando algo mucho más valioso que la limosna material? Los ciegos eran muy despreciados en Israel y aquel hombre sabía lo que era fundamental para él, porque si recobraba la vista, dejaba atrás su propia indigencia. Y responde: Señor, que vea otra vez.
          Jesús le responde: Recobra la vista; tu fe te ha curado. Y el ciego volvió a ver, y se unió a aquella comitiva que acompañaba a Jesús, e iba glorificando a Dios.
          Ahora también la gente se une a aquella alabanza. Han sido testigos de una curación, y eso les hace alabar a Dios.
          Detrás de la recuperación de la vista, hay otra realidad mucho más alta: LA FE. La fe es una iluminación de los ojos interiores para poder “ver” algo distinto –y mucho más allá- de lo que se ve con los ojos de la cara. En realidad es a esa fe del ciego a lo que Jesús se remite para darle la visión material. Pero el ciego que ahora se va tras Jesús, ha dado un paso más allá que el ver de nuevo.