Liturgia:
Ap.14,1-5 es más inteligible, más posible de
entender a simple vista.
Pero
pueden explicitarse algunos detalles:
- el CORDERO -Cristo Redentor-, está en
el monte Sión (el Cielo, o Jerusalén celestial), y preside a los 144,000
marcados con el signo de Dios.
- “144,000" es el resultado de
12x12x1000, y en el simbolismo hebreo indica multitud incontable y
universal. Pero aquí se les concreta de
alguna manera a los que “son primicias de la humanidad redimida”, y
representarían a quienes tienen una particular compenetración con Cristo, al
que siguen dondequiera que vaya, y son irreprochables.
En
el Cielo hay un CANTAR NUEVO, delante del trono (=de Dios), y delante
de los 24 ancianos (personas destacadas del vulgar de las gentes), y de
los 4 vivientes (la Creación entera).
Cantar nuevo que sólo
pueden interpretar los ángeles y entender los 24 ancianos; canto tan
grandioso como tumulto de aguas, y tan armónico como una sinfonía de arpas
(instrumento muy ligado a la simbología religiosa).
En el evangelio (Lc.21,1-4) el caso
hace poco comentado desde el evangelio de Marcos, de la viuda que echó una
pequeña moneda en el cepillo del templo.
Estaba Jesús sentado frente a aquel
lugar y observaba el paso de las gentes en sus donaciones al Templo. Observaba
los casos normales de las gentes de a pie, y los otros casos más llamativos de
los encopetados que hacían sonar sus monedas grandes y que se marchaban tan
satisfechos de haber colaborado. Todo aquello pasaba desapercibido a la
atención especial de Jesús. En esto que se acerca una mujer pobremente vestida
y con el atuendo propio de las viudas,
que echa en el cepillo una muy pequeña monedita que apenas se veía entre sus
dedos.
Jesús se erguió. Y llamando a sus
apóstoles que estaban distraídos en otras cosas, les dice: Sabed que esa pobre viuda ha echado más que nadie, porque todos los
demás han echado de lo que les sobra; pero ella, que pasa necesidad, ha echado
todo lo que tenía para vivir.
Jesús no mira la cantidad. Ha visto el
fondo, allí donde está la verdad de las personas. Y lo que aquella mujer ha
echado era su propio alimento de ese día. Se había dado a sí misma. Y eso es lo
que Jesús aprecia.
En la vida ordinaria podemos comprobar
que no se dan heroísmos llamativos. Y sin embargo vemos a las gentes de buena
fe en su caminar diario, como quien no hace la cosa, con una disponibilidad
abierta a ayudar, a ofrecerse, a poner “su pequeña monedita” en la colaboración
que pueden prestar. Y lo llamativo es que lo hacen sin ostentación, casi
expresando su agradecimiento porque se cuenta con sus pequeños servicios. La
verdad es que son personas que dan lo que tienen, de lo que pueden disponer,
prestando el servicio que hace mucho bien. Y que se puede decir que dan más que
los demás. Dan la calidad y la calidez de su aportación.
En la parte espiritual puede ocurrir
lo mismo. Hay personas con más arrestos que parecen poder con todo, y que dan
la impresión de caminar en volandas… Y están las personas que son como
hormiguitas que hacen lo pequeño que tienen delante, casi como quien no hace
nada, pero con una fidelidad y constancia que les sitúa en primera línea, como
quien no hace la cosa.
Recuerdo a aquella limpiadora que
apenas si sabía escribir y que a lo más que llegada era a rezar oraciones
vocales. Un día vine a topármela y le hablé del evangelio. Y se aplicó a él de
tal manera que lo tenía siempre entre las manos y se sentía atraída y exigida
por su lectura meditada. Sus parientes llegaban a tomarla a broma porque aquel
libro parecía no tener fin…, siempre estaba con él. Y ella les decía: “Pues es
la verdad: este es el libro que nunca se acaba”. Y así pasó su jubilación y así
llegó a la hora de su muerte. Para mí era como la viuda del evangelio, que no
pudo echar más de lo que tenía…, pero echó todo lo que tenía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡GRACIAS POR COMENTAR!