jueves, 8 de noviembre de 2018

8 noviembre: La alegría de Dios


Liturgia:
                      “Los circuncisos somos nosotros”, comienza diciendo hoy la lectura de la carta a los filipenses (3,3-8). Evidentemente no se trata de la circuncisión física que distinguía a los varones de Israel, y que era como su emblema de pertenecer a ese pueblo de Dios. Pablo juega aquí con la palabra y quiere referirse a la pertenencia a Cristo, que ya no es por esa circuncisión física sino por la marca espiritual que da la fe. Eso es lo que distingue ahora a Pablo y a los filipenses: ponemos nuestra gloria en Cristo Jesús, sin confiar en lo exterior.
          Pablo quiere mostrar que, si se tratara del distintivo judío, él iría el primero, porque fue circuncidado a los 8 días. Y educado y formado en la ley judía. Pero cuando conoció a Cristo, todo lo estima pérdida comparada con Cristo; comparado con la excelencia del conocimiento de Jesucristo, mi Señor.
          Todo lo estima pérdida porque de hecho lo perdí todo y todo lo estimo basura, con tal de ganar a Cristo. Esa es su verdadera circuncisión, su emblema de pertenencia al Reino de Cristo.
          Realmente nuestro emblema es el amor de enamoramiento por Jesucristo, que es nuestra marca más profunda porque la llevamos en el corazón y no en la piel del cuerpo. Jesucristo es nuestro sentido en la vida, la razón de ser de nuestra manera de proceder, la norma definitiva de nuestra existencia. Por eso somos nosotros los “verdaderos circuncisos”.

          Entramos en el capítulo 15 de San Lucas, el capítulo de la MISERICORDIA. Y aunque la liturgia omite por ahora la pieza maestra de ese capítulo, que es la parábola del PADRE BUENO, nos deja dos muestras del corazón de Dios y de los sentimientos de Jesús en las dos parábolas que nos pone la lectura de hoy: la del pastor que busca y encuentra a la oveja perdida, y la mujer que barre hasta encontrar la moneda extraviada.
          Ambas parábolas nos podrían mostrar el interés de ambos protagonistas por recuperar lo perdido, y ya sería una enseñanza hermosa que nos estaría llevando al interés de Dios porque nadie se pierda, sino que todos se salven y lleguen al abrazo de la verdad y la bondad.
          Pero es que en una y otra descripción del evangelista, hay un dato que viene a marcar la pauta de toda la narración: el pastor convoca a los otros pastores y les hace partícipes de la ALEGRÍA de haber encontrado a la oveja: cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros muy contento y, al llegar a casa reúne a los amigos y vecinos para decirles: “¡Felicitadme!; he encontrado la oveja que se me había perdido. La nota especial es el contento del pastor y el deseo de que los amigos y vecinos se alegren juntamente con él por ese hallazgo que ha tenido.
          Y concluye, diciendo: Pues así también habrá más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nuevo justos que no necesitan convertirse.
          Esa es la lección fundamental. Los justos que ya son justos, están a buen recaudo y encierran en sí toda la alegría que puede imaginarse porque ya alcanzaron ese abrazo de Dios.
          Otra interpretación de la frase estaría en relación con el comienzo del relato, en el que los fariseos –“los justos”- se escandalizan porque Jesús acoge a los pecadores y come con ellos. Entonces la referencia de Jesús a “los justos” que causan menos satisfacción, iría referida a esos falsos justos que no aceptan a Jesús acercándose a los pecadores. Y Jesús quiere expresar que precisamente esos pecadores tienen la capacidad de arrepentirse, y eso es lo que provoca la gran alegría de Dios, porque se trata de gentes que estaban perdidas y que son recuperadas para la causa del Reino.
          El mismo argumento coincide en el caso de la mujer que ha perdido la moneda y barre y remueve todo hasta que la encuentra. Y cuando la encuentra no sólo ella se alegra –cosa tan normal-, sino que convoca a las vecinas y amigas para decirles: “¡Felicitadme!; he encontrado la moneda que se me había perdido.
          Hay otro detalle de no menor importancia y muy típico de Lucas, y es que donde ha contado un hecho sucedido a un varón, tiene la delicadeza de poner al lado un hecho semejante sucedido a una mujer. Así sucedió en la infancia de Jesús, donde junto a Simeón está Ana la viuda; o cuando se habla de Jairo aparece al lado la hemorroísa. Pues bien: también la alegría de la mujer de la moneda es una imagen del gozo de Dios y de los mismos ángeles por un solo pecador que se convierta.

1 comentario:

  1. Muchos cristianos de antes y de ahora, han apostado por personas que la sociedad daba por perdidas. Los sanos lo tienen todo a su favor.
    La envidia se muestra a través de los fariseos,¡qué ridículos! la verdad es que cuesta un poco aceptar que los buenísimos de toda la vida no sean los primeros. Señor haznos más compasivos.

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