viernes, 30 de noviembre de 2018

30 noviembre: San Andrés


Liturgia:
                      Hoy celebra la liturgia la fiesta de San Andrés, apóstol, el primero o uno de los dos primeros que encontraron al Señor, lo mismo si se toman a los sinópticos que si se toma a San Juan. En los sinópticos, junto a su hermano Simón (Pedro), como nos lo deja el evangelio de la fiesta (Mt.4,18-32), como si toma la lista de los Doce, en los que Andrés aparece en segundo lugar, como el hermano de Simón. Si se hubiera tomado el. Evangelio de San Juan, Andrés es uno de los dos que siguieron a Jesús, tras preguntarle: ¿Dónde vives?
          Posiblemente es el primer encuentro cronológicamente: Andrés es uno de los discípulos de Juan Bautista que se dejan atraer por la figura de Jesús, a quien preguntan: “Dónde vives” y permanecen todo el día junto al Maestro. A Andrés se le debe el encuentro de Jesús con Simón, porque Andrés, al regresar a su casa, le comunica a su hermano el hallazgo que ha tenido. Y acaba llevando a Simón hasta el Señor.
          La llamada de Jesús está muy explicitada en San Lucas; en el texto de hoy (Mt.) va por derecho a la situación: paseando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, que estaban echando el copo en el lago, porque eran pescadores.
          Jesús se detuvo ante ellos, los observó con curiosidad y con una mirada mucho más honda todavía, y les dijo: Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres. Yo siempre me he preguntado qué pudieron entender aquellos dos hombres rudos de lo que significaría ser “pescadores de hombres”. Porque es evidente que ellos no pudieron entender lo que nosotros hoy sabemos que significaba aquella palabra.
          Pero ahí está la maravilla: que aquellos dos hombres inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Ahí está toda la razón de ser de este apóstol, que no tiene mayores intervenciones a lo largo de los evangelios, pero que encierra el mérito de haberse ido tras de Jesús sin la menor garantía de lo que podría significar aquella llamada. Luego acabará en el martirio, crucificado en una cruz en forma de aspa, que se llama “la cruz de San Andrés”, dando la vida por fidelidad al Maestro, aquel al que siguió a ojos ciegas como consecuencia del primer paso dado junto al lago de Galilea.
         
          De ahí la 1ª lectura (Rom.10,9-18), que proclama “qué hermosos son los pies de los que anuncian el evangelio”, con ese “mensaje que consiste en hablar de Cristo”, y que gracias a la obra de los apóstoles “a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe, su lenguaje”.
          Porque ellos, los apóstoles, son los que nos dieron a conocer a Cristo, y gracias a ello podemos invocarlo. Por la parte negativa, no todos han prestado oído al evangelio. Ese es el dolor del creyente: que ve cómo hay quienes no acudieron a ese mensaje que Jesús les ha trasmitido a lo largo de los siglos, a través de apóstoles que vinieron siglo tras siglo detrás de los que Jesús había llamado directamente, y que muchos también dieron su vida por el amor a Jesucristo y el celo por su palabra.



          En la lectura continua tenemos un breve evangelio (Lc.21,29-33) en el que Jesús hace a las gentes que se fijen en la higuera o en cualquier otro árbol. Cuando echan sus brotes sabe uno que la primavera está cerca. Pues lo mismo ocurre cuando vean las señales que ha ido exponiendo en días anteriores. Pero lejos de concluir de una forma trágica (viendo sólo los desastres), nos abre la luz a la esperanza: sabed que el Reino de Dios está cerca. Es la visión que quiere Jesucristo que nos quede delante: que el final de los tiempos no está revestido de ropajes de muerte sino de esperanzas del Reino de Dios, que se hace presente. El cielo y la tierra pasarán; mis palabras no pasarán. Lo que permanece es la palabra de salvación. Y por tanto lo que se abre camino es la esperanza. Quede esto ahí, cuando estamos ya a un día de acabarse el año litúrgico, que quiere dejarnos una visión doble de lo que es un final y lo que es un nuevo principio. Pero principio que es el del Reino, y que, por tanto, ya no tendrá fin.

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