miércoles, 21 de noviembre de 2018

21 noviembre: Juicio final según Lucas


Liturgia:
                      Hasta ahora, en los dos días anteriores, las visiones y revelaciones de Juan han sido en la tierra y de sucesos en las iglesias de la tierra. Hoy se da el salto y la visión es del Cielo. (4,1-11). ¿Cómo poder describir lo desconocido? Sólo desde revelación sobrenatural y al modo de imágenes.
          Juan mira y ve una “puerta abierta”. Es señal de que el vidente es invitado a entrar.  Si no, no podría hacerlo. Lo invita el propio Cristo. Sube aquí y te mostraré lo que tiene que suceder después. Y Juan cae en éxtasis. A partir de ahí ya nada es natural. Todo es “al modo de” para poder expresar lo que ha visto en la visión: “El trono de Dios”, descrito en forma de comparaciones.  No puede hacerlo de otra manera, lo mismo que la posterior descripción del Cielo.
          Los “24 ancianos”, serían –a juicio del comentarista- los “representantes” más notables de la historia religiosa de Israel y del mundo, que se sientan en 24 tronos, vestidos ellos con ropajes blancos y coronas de oro en la cabeza. Y una manera de expresar la sublimidad de la divinidad son esos relámpagos y retumbar de truenos, y las siete lámparas que ardían ante el trono.
          En el centro y alrededor del trono, “Los 4 vivientes”, que  representan lo más fuerte de la Creación: león, toro, águila, y otro “de aspecto humano”.  Se refiere a órdenes superiores de ángeles, que cantan permanentemente la Santidad suprema de Dios, su Gloria, su dominio, sus gracias, con los que Dios colma la Creación, llenos de alas y ojos, que cantan sin parar el canto del Cielo: Santo, Santo, Santo es el Señor, soberano de todo, el que era, es y viene. [Luego se ha aplicado estas 4 figuras a los 4 evangelistas, pero eso no esté en la mente del autor].
          Cada vez que suena el canto: “Gloria y honor y acción de gracias al que está sentado en el trono, que vive por los siglos de los siglos”, se postran los 24 ancianos adorando al que vive por los siglos de los siglos, y arrojan sus coronas ante el trono, diciendo: Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria y el honor y la fuerza, por haber creado el universo”.
          Es una forma de describir lo indescriptible, que a Juan le llega en éxtasis y luego intenta reproducirlo para darlo a conocer.

          Lc.19,11-28 es una parábola en la que Jesús describe la realidad de la vida: un noble se marcha a lejanas tierras, pero antes reparte sus onzas entre otras personas –una onza a cada uno; todos por igual- para que negocien con ellas para cuando el noble regrese a sus tierras. Aquí lo interesante es que a todos le da lo mismo, expresando así cómo Dios reparte sus gracias por igual a cada persona. La diferencia no  está en lo que reciben ellos sino en lo que ellos agencian con su trabajo y responsabilidad.
          Cuando el hombre principal regresa, pide cuentas a los que habían recibido sus onzas. Y se presenta el primero y rinde cuentas muy favorables: aquella onza recibida ha producido diez onzas. Quiere decir que su responsabilidad y sus características han hecho posible que haya unos réditos tan notables.
          El hombre es alabado por el noble: Muy bien, eres un empleado cumplidor; como has sido fiel en una minucia, tendrás autoridad sobre diez ciudades.
          Llega el siguiente y presenta cinco onzas, que ha sido el rendimiento que ha tenido la onza que recibió y que él ha trabajado desde sus posibilidades. Recibe la misma alabanza del protagonista de esta parábola. Recibe 5 ciudades para que él las gobierne, puesto que ha sido capaz de ser fiel en la minucia de una onza, que ha fructificado suficientemente.
          El tercero trae guardada en un pañuelo la onza que recibió: Aquí tienes lo tuyo, le dice al dueño. Sabía que eres exigente y te tenía miedo. Este pusilánime no es alabado; por el contrario, es condenado: Por tu boca te condeno, empleado holgazán. ¿Por qué no pusiste mi dinero en el banco? A mi regreso lo hubiera cobrado con sus intereses. Es el reflejo del hombre inútil que no ha sabido dar fruto con lo que había recibido. Ni siquiera llevándolo al banco. Se ha limitado a guardarlo en el pañuelo.
          La consecuencia es que el amo ordenó que le quitaran la onza y se la dieran al que tiene diez. ¡Pero si ya tiene diez…! Sí, pero sabe sacar partido de lo que recibe.
          La lección es bien clara para cualquiera de nosotros, que también hemos recibido de Dios su gracia, en forma de realidades concretas, y de las que Dios espera obtener respuesta digna.
          Es la versión de Lucas de lo que es el juicio final en Mateo.

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