Liturgia:
Hasta aquí, la revelación del
libro del Apocalipsis había hablado del pasado. Ahora la profecía empieza sobre
el futuro. (10,8-11). Es casi repetición de otro texto bíblico de Ezequiel.
Se
le dice al vidente que vaya a pedir el librito de manos de Cristo, al que se le
llama “ángel”. Y le da el libro abierto: o sea, su contenido ya es público, que
se puede dar a conocer a los creyentes.
Le
dice que “se lo coma”, y que le será “dulce al paladar”, porque revela
la misericordia de Dios, su amabilidad, su justicia divina bondadosa. Pero que
le producirá amargura interior: el ardor que produce es la degradación moral de
las gentes, su dureza, la ineficacia de los esfuerzos de la predicación, el
sufrimiento de los pecadores, la maldad de los que no se convierten..., los
odios... En efecto, así le produce esas sensaciones a Juan, con la dulzura de
la miel en la boca, y el ardor en el estómago.
No
obstante se le anuncia que tendrá que profetizar a muchos pueblos, naciones,
lenguas y reinos.
El evangelio de Lucas (19,45-48) es una síntesis de la
acción de Jesús en el Templo ante la vista de aquellos mercaderes o feriantes
que permitían los responsable, por motivos económicos, pero que Jesús lo ve
como una profanación del lugar santo.
Y eso es que de los diferentes espacios que constituían el
recinto del tempo, se está hablando del gran patio externo a los atrios más
propiamente dedicados al culto. Diríamos que es la explanada exterior dentro
del amplio recinto del templo, que tenía un cuarto de kilómetro en su parte más
larga.
Pero para Jesús es, en definitiva, dependencia ya
consagrada al culto o para irse adentrando en los otros atrios más interiores.
Por eso Jesús se puso a echar a los vendedores, que hacían
su negocio con elementos que habían de usarse en los cultos de los fieles: los
bueyes para los sacrificios, las palomas para las ofrendas, los cambistas de
dinero “profano” por los siclos –moneda del Templo-. No obstante Jesús los
expulsa porque quiere que se cumpla aquella profecía: “Mi casa es casa de oración”. Pero vosotros la habéis convertido en
“cueva de bandidos” (o como dice otro evangelista: “en un mercado”).
¿Qué diría Jesús si entrara en muchos templos nuestros de
hoy, y se encontrara con la falta de respeto de muchas gentes que están
manteniendo conversaciones en voz alta, o bien, usando sin recato sus teléfonos
móviles, o pasando ante el Sagrario (el Sancta Sanctorum de nuestra era), sin
el menor gesto de adoración o reconocimiento de la presencia real sacramental
de la Eucaristía?
Y conste que la acción de Jesús no iba contra los
vendedores, que al fin y al cabo vivían de eso. El problema era el de los
responsables del templo, verdaderos culpables de la situación. De hecho la
reacción violenta ante la acción de Jesús vino de parte de los sacerdotes,
doctores de la ley y los senadores o ancianos del pueblo, que –como reacción- intentaban quitarlo de en medio. Sin
embargo se dieron cuenta de que no podían
hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios. Es que
Jesús venía al Templo todos los días y hablaba a la gente y enseñaba. Y por
parte de la gente sencilla había acogida, y estaban pendientes de sus labios.
Eran los responsables los verdaderos culpables de los abusos que se producían.
Creo que todo esto podría tener su traslación a la realidad
actual en nuestras iglesias, y que todos podríamos poner algo más de nuestra
parte para volver a la dignidad debida nuestro comportamiento en los templos a
los que acudimos. Los que somos responsables de los mismos, sea en lo que es el
respeto al mismo templo, sea en las sacristías, nos queda una parte que llevar
adelante.
Cuando el celebrante se reviste o desviste por la
celebración de la Eucaristía, debe dejársele ese espacio inmediato para rezar
con sosiego, y no teniendo que atender al primero que se le acerca para una
consulta o una petición o conversación. El sacerdote tiene sus oraciones
señaladas para esos momentos, y es el primero que se debe hacer respetar. La
celebración no es un teatro que se representa solo cuando se sale al
“escenario” del Altar. Es la acción sagrada y sublime de la Cena Santa y del
Calvario, y eso requiere una preparación y una acción de gracias…, un mundo
interior que se dispone a vivirse en su mayor profundidad.
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