martes, 6 de noviembre de 2018

6 noviembre: Invitados al banquete


Liturgia:
                      Hoy llegamos a una de las joyas de la revelación en Filip. 2,5-11, el himno cristológico por excelencia. Pero no pasemos por alto el versículo que lo introduce: Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús. Es como el marco que introduce el resto, y es de una fuerza enorme para pensar nosotros qué es tener entre nosotros los sentimientos de Jesús, y cuáles son esos sentimientos. Tener los sentimientos de Cristo es asemejarse a Cristo en nuestros modos de reaccionar y vivir.
          Y no perdamos de vista que dice los sentimientos que tenemos que tener entre nosotros, los unos para con los otros, que ya es mucho más que el tener en nosotros esos sentimientos, ¡con ser algo también de suma importancia!
          Pero ¿cuáles son esos sentimientos? Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. A nada menos que a eso nos quiere llevar el Apóstol en nuestra manera de ser y actuar y relacionarnos; hasta esa humildad de despojo y vaciamiento, que nunca nos será posible igualar, pero hacia la que tenemos que tender. Cristo se abajó hasta despojarse de su rango y tomar la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
          “Pasar por uno de tantos”, “despojándonos de nuestro YO” y “ser uno de tantos”, que ni pretende sobresalir, ni imponer el propio criterio, ni ser más que otro.
          Pero todo eso en Cristo se realiza en lo más extremo: actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Cristo “como uno cualquiera”, rebajándose…, y rebajándose incluso a la muerte… Y por si ya eso era poco, ese vaciamiento llega hasta la muerte más ignominiosa y atroz, que es la muerte de cruz. ¡Pues hasta ahí quiere Pablo que llegue la manera de tener nosotros, entre nosotros, “los sentimientos de Cristo”!, y proceder de acuerdo con ellos.
          Naturalmente Pablo no deja el tema en la muerte, sino que salta a la realidad pascual, en la que Dios levantó a Cristo sobre todo y le dio el “Nombre-sobre-todo-nombre”: le dio la gloria plena. Bajar hasta la fosa de la cruz no es un destino; es un camino, pero Dios eleva desde la basura y eleva al hombre Cristo Jesús a lo más alto, allí donde al nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: ‘Jesucristo es Señor’, para gloria de Dios Padre.
          Así ocurrirá con quien tenga los sentimientos de Cristo.

          En Lc.14,15-24 Jesús cuenta la parábola de los invitados a las bodas. Los primeros invitados son los dirigentes del pueblo judío. Les corresponde en la historia de la salvación. Pero Jesús constata que se excusaron uno tras otro, y no acudieron a ese banquete de bodas que representa al Reino de Dios. Cada cual puso su propia excusa, de modo que desairaron al anfitrión que les invitaba gratuitamente. Unos habían comprado un campo y tenían que ir a verlo; otros habían comprado una yunta de bueyes y tenían que probarla; otro se acababa de casar y no era cosa…
          El emisario volvió a comunicárselo a su amo: No viene ninguno de los invitados. El amo se indignó. Aquello era un desprecio ofensivo. Pero el banquete seguía en pie, y el dueño encargó a sus criados a invitar al pueblo: salid por las calles y plazas de la ciudad y tráete a los pobres y a los lisiados, a los ciegos y a los cojos…, a los despreciados sociales, a los despreciados expresamente por los dirigentes fariseos. Precisamente los que nadie quería ni estimaba, e incluso rechazaban. ¡Pues esos están invitados por el dueño! Siempre será una realidad que los últimos serán los primeros, y que son muchos los llamados pero pocos los que se dejan escoger. Aquí son esos “desgraciados” de la fortuna los que se dejan escoger y acuden.
          Los criados volvieron y dieron cuenta de que ya estaban invitados y habían venido, pero aún quedaba sitio en la sala del banquete. Y el dueño envía ahora a los caminos y senderos…, a los de fuera de Israel…, a los gentiles (y ahí estamos nosotros), para que  llenen la casa. Y así se produce la vocación de los gentiles a la fe.
          Y os digo que ninguno de aquellos convidados –los llamados primero- probará mi banquete. La historia lo va demostrando.

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