martes, 27 de noviembre de 2018

27 noviembre: El misterio de la historia


Liturgia:
                      Hoy hay que depender totalmente de los estudiosos del texto, porque todo va en lenguaje simbólico. Tras muchas y difíciles comparaciones, parece referirse todo al hostigamiento de otros pueblos contra el Imperio Romano. Sería algo semejante  a lo que hizo el rey Ciro destruyendo el poder de Babilonia para favorecer al Pueblo de Dios, y por eso es llamado en la Biblia: Cristo, “ungido”.  De ahí el presentarlo como un “ser semejante a hijo de hombre”, “colocado en nube blanca”, que indica un ser humano con poder superior.
          De “dentro del santuario que está en el Cielo” sale un ángel, que manda al de la nube blanca... (está -por tanto- por encima del personaje anterior), y otro “que sale del altar” de quemar el incienso, “que tiene poder sobre el fuego” (de quemar el incienso),  y les da orden de realizar la orden divina.
          Varias veces se hace referencia a “la tierra”: “racimos de la viña de la tierra”, “mies de la tierra”: clara referencia a poderes humanos dañosos.
          La hoz afilada que siega o vendimia la cosecha madura (de maldad), y la sangre que sube hasta los bocados de los caballos”, expresa la gravedad de la derrota de la “bestia” (el  Imperio  Romano)  lo  que, -desde una expresión típicamente bíblica- sería expresión del castigo pedagógico de Dios, y preludio de la victoria del Verbo de Dios: Jesucristo
          Ya se ve que no hubiera sido posible descifrar todo ese texto por sus propias palabras. E imagino que según el comentarista que estudie esto, habrá matices y aplicaciones más inteligibles.

          Lc.21,5-11: Algunos se hacían lenguas de la calidad de la piedra del templo y la riqueza de lo que la adornaba. El templo representaba toda la religiosidad de un pueblo, y se habían volcado en sus donaciones para poner ante Dios la mayor riqueza que podían.
          Jesús, ante aquellas admiraciones, exclama: Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido. No era sólo la demolición del templo material. Había algo mucho más de fondo en aquella expresión de Jesús: el mundo judío con su “vino viejo” y sus dirigentes, se vendría abajo, y no tendría valor ante la llegada del vino mejor.
          Los apóstoles le preguntan entonces: Maestro, ¿cuándo será eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder? Y Jesús les responde con una palabra que está más allá de la materialidad de aquellos hechos que ha anunciado. Podría haber respondido que iba a suceder cuando los ejércitos romanos invadieran violentamente, y que las señales serían las tensiones crecientes que se iban a ir produciendo en el ambiente político y nacionalista.
          Pero Jesús lanza su mirada mucho más adelante y les advierte a los apóstoles que tengan cuidado con que nadie los engañe, porque muchos vendrán usando mi nombre, diciendo “Yo soy” o “el momento está cerca”: no vayáis tras ellos.
          Se ve una mirada mucho más amplia hacia el fin del mundo, del que la destrucción de Jerusalén es un símbolo y un presagio. De hecho cuando oigáis noticias de guerras y revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que suceder primero, pero el final no vendrá enseguida.
          Hoy día hay gentes muy predispuestas a ver el final de la historia en el desmoronamiento de las leyes y el orden que se dan en el mundo, y los populismos que muestran el hundimiento de los valores. Jesús nos advierte que no nos dejemos vencer por el pánico ni por la idea de la inmediatez de ese final. El mundo se va a destruir a sí mismo: Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos y en diversos lugares epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. He ahí una expresión de un apocalipsis final. Eso no fue lo que se dio en Jerusalén. No eran las señales de que “todo esto –la destrucción del templo y la ciudad santa- está para suceder”. Está apuntando a otra realidad mucho más grande y que llegará al mundo entero. Pero, como siempre, lo que Jesús evita es poner “fecha”, expresar “momento”, porque todo eso queda en el misterio de Dios. Volveríamos a sus parábolas en las que avisa que estemos preparados porque no sabéis el día ni la hora, que es la gran verdad a la que tenemos que estar abiertos para que ese momento –que en realidad es el momento final de cada cual- no le coja de improviso, sino dispuestos a abrirle al amo apenas llegue y llame. Y no hay señales que nos indiquen cuándo va a producirse.

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