jueves, 28 de febrero de 2019

28 febrero: Actitudes claras


Mañana es PRIMER VIERNES.
Reunión, 5’30.- Hora Santa a las 7 (Málaga)
LITURGIA
                      Es para detenerse a fondo sobre la lectura del Ecclo (5,1-10), sobre todo en esa tendencia moderna de pensar que Dios es tan bueno que no va a dejar condenarse a nadie. Porque es confundir términos. Dios es bueno hasta el infinito. Pero no indiferente ante lo que es una postura contra su enseñanza y voluntad. Dios es bueno y eso nos obliga a ser nosotros buenos. Y ser buenos es mantenerse dentro de un orden moral, en una relación filial. Por eso podemos leer, con todas sus consecuencias, ese párrafo del texto de hoy, en que se nos dice: No te fíes del perdón de Dios para añadir culpas a culpas, pensando: ‘Es grande su compasión y perdonará mis muchas culpas’; porque tiene compasión y su ira recae sobre los malvados. Una cosa es la compasión de Dios, y otra la maldad que no se arrepiente.
          De ahí que va repitiendo un pensamiento: No confíes en tus riquezas, ni en tus fuerzas para seguir tus caprichos; no sigas tus antojos y codicias ni camines según tus pasiones.          
          No digas: ¿quién me podrá?: porque el Señor te exigirá cuentas; no digas: ‘He pecado y nada malo me ha sucedido’, porque Dios es un Dios paciente. No se puede abusar de la paciencia de Dios, ni quitar importancia a las propias culpas.
          Por eso, no tardes en volverte a él, ni des largas de un día para otro, porque el día de la venganza perecerás.
          Ahora se pretenderá dulcificar todo eso y acabar tomando a Dios sin respeto, como si se pudiera abusar impunemente de su bondad. Como decía antes, pongamos la bondad del Corazón de Dios en lo infinito, pero para dar el perdón una y otra vez a quien se vuelve a él con ánimo arrepentido y propósito de la enmienda. Pero no para pensar en un Dios del que puede hacerse burla, saltándose todos sus planes y enseñanzas y mandatos. ¡Porque Dios ha puesto mandatos!, porque a Dios no le da igual cualquier cosa.

          Precisamente el evangelio de hoy viene a corroborar, ya en palabras de Jesucristo, esa necesidad de plantear para adelante un cambio y mejoría respecto a lo que fue hasta aquí. Y Jesús, que le gusta poner las verdades en el límite para hacerse entender bien en lo que quiere decir, enseña la urgencia de propósitos drásticos allí donde hay un peligro de pecado.
          Mc.9,40-49 nos trae esa enseñanza que pide posturas claras de cambio. Si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo; que más te vale entrar cojo en el reino que con los dos pies ser echado al fuego. Y lo mismo remacha con la mano y hasta con el ojo: arráncatelo, porque más te vale entrar tuerto en el reino que con los dos ojos ser echado al abismo.
          No se dulcifica nada. Se pone delante una situación que es real, y que hoy día es mucho más real todavía porque pies, manos y ojos son fácilmente capaces de pecado buscado expresamente. Y no se puede abusar indefinidamente de la paciencia y la compasión de Dios. Los dos pies, las dos manos, los dos ojos, pueden conducir al abismo si no se ponen remedios a tiempo. Y así lo ha avisado Jesús, de cuya bondad no podemos dudar. Pero bueno no es igual que condescendiente con el pecado, que ya avisó él que puede hacerse crónico y acabar por no poderse volver atrás. Fue la situación de los fariseos, que cayeron en el pecado “contra el Espíritu Santo”, tan pagados de sí mismos, que creyeron que su verdad era la única que valía.
          Frente a esa realidad, de la que advierte Jesús para que no se caiga en ella, está la otra cara de la moneda. Ninguna obra buena, por pequeña que sea, pasará desapercibida a los ojos de Dios. Tan es así que dar a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no quedará sin recompensa. La lucha del creyente para mantenerse en el camino de Dios y en la fidelidad a sus enseñanzas, será recompensada. A veces luchas titánicas para mantenerse en la gracia de Dios frente a los reclamos y para ser testigos de la fe que nos hace vivir con la mirada puesta en el Señor.
          También Jesús habla de la gravedad del escándalo, del mal ejemplo, de la inducción al pecado, y vuelve a sus comparaciones extremas para hacernos ver la gravedad de esas cosas: más le vale que le encajasen al cuello una rueda de molino y lo echasen al mar.
          La liturgia de hoy es muy seria y no podemos ponerle sordina, pese a los cantos de sirena de más de uno.

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