lunes, 4 de febrero de 2019

4 febrero: Testigos de Jesús


LITURGIA
                      Sigue una semana más la carta a los Hebreos. (11,32-40), hoy con un tema distinto: el tema de la fe. Y va señalando personajes del Antiguo Testamento que se distinguieron por su fe en diversas batallas de su vida, padeciendo persecuciones y sufrimientos. Sin embargo –concluye la lectura- aun acreditados por su fe, no consiguieron lo prometido. Dios tenía preparado algo mejor para nosotros, para que no llegaran sin nosotros  a la perfección. De hecho los grandes Patriarcas y Profetas y grandes hombres y mujeres del tiempo anterior a Jesucristo, hubieron de esperar a la venida de Cristo para alcanzar el premio a su vida y obra ejemplar. El descenso de Jesús “a los infiernos” es precisamente el encuentro de Jesús con aquellos que esperaban la venida del Señor para participar también ellos de los frutos de la redención. [“Los infiernos” no es el Infierno de los condenados. Ahí Cristo no baja ni puede bajar. “Los infiernos” es lo que también se llama “el seno de Abrahán”, lugar que no es aún el cielo, sino lugar de espera, hasta que Jesús con su muerte y resurrección abriera las puertas del cielo].

          Mc.5,1-20 es la descripción de aquel encuentro de Jesús con el endemoniado de Gerasa, un hombre enfurecido por los efectos diabólicos, que no había podido ser dominado con los elementos de fuerzas humanas. Ante Jesús se quiere envalentonar y hasta quiere poseer a Jesús nombrándolo: Jesús, Hijo de Dios Altísimo, a la vez que se encara con él porque Jesús lo va a expulsar: espíritu inmundo, sal de este hombre.
          En la lucha, el demonio se sabe vencido y acaba cediendo y suplicando: Si nos vas a expulsar, envíanos a los cerdos. Hablaba en plural, porque –obligado por Jesús a identificarse- declara que no es uno sino una legión de demonios: Me llamo Legión. Y ahora, cuando ya no tiene poder, dominado por Jesús, Jesús le permite ir a los cerdos.
          La pregunta que muchos suscitan es cómo el Señor permite que vayan a los cerdos, cuando es previsible la estampida y el desastre de la gran piara, que hozaba en el monte cercano, y que el evangelista cifra en 2,000. Todos sabemos que el cerdo es animal prohibido entre los judíos. Aquel negocio de los cerdos era un negocio clandestino prohibido por la ley, y que de hecho ofendía el sentimiento popular general. Por eso Jesús no tiene empacho en lo que pueda suceder con esa ida de los demonios a los cerdos.
          Y sucedió que la piara, movida por aquella fuerza diabólica, se acaba lanzando acantilado abajo y yendo a ahogarse en el Lago. Los porquerizos se quedaron de piedra. Era parte de su responsabilidad el cuidar de aquellos animales, y no tenían más remedio de ir a avisar al pueblo lo que había ocurrido.
          Cuando llegaron los del pueblo se encontraron al hombre que había estado endemoniado y al que no habían podido nunca dominar ni vestir, que ahora estaba sentado tranquilo y vestido. Y a los cerdos ahogados en el mar. Eran dos focos de atención y debían serlo de reflexión. Pero podía más la parte económica que se les había venido abajo, que la satisfacción de ver al paisano que estaba sano y sereno. Y optaron por pedirle a Jesús que se marchara de aquel lugar.
          El que había sido curado quería irse con Jesús, pero Jesús no quiso. Lo que tenía ahora es que ser una señal viva ante su pueblo de la bondad y poder de aquel que no habían querido aceptar en su territorio.

          Todo esto se presta a una reflexión fuerte: en la vida hay elecciones que hacer, en las que de una parte se ofrece lo material, lo placentero, lo cómodo…, y muchas veces lo pecaminoso. A la otra parte, Jesús, su enseñanza, su exigencia, su presencia y, posiblemente, su sacrificio. ¿Adónde se inclina la persona? ¿Quién pierde la batalla?
          Lo que sabemos del episodio narrado es que Jesús tuvo que volver grupas y dirigirse a la barca y marcharse. Se había hecho la elección mala. No había tenido fuerza la bondad y la lealtad del Señor. Siempre es más difícil elegir el bien, porque el bien es exigente y requiere un dominio de sí mismo. Pero merece la pena la reflexión personal porque nosotros nos vamos a encontrar más de una vez en la necesidad de tomar decisiones, y hemos de contar con la lucha que se entabla en nuestro Yo. Al final debemos ser testigos ante todos, de que Jesucristo ha expulsado de nosotros los demonios del amor propio.

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