viernes, 15 de febrero de 2019

15 febrero: El origen del mal


ESCUELA DE ORACIÓN.- Málaga.- 5’30 tarde
LITURGIA
                      El autor del Génesis necesita tener una explicación a los males que está padeciendo Israel. No es compatible que Dios “hizo todo bien” con las penurias que el pueblo está padeciendo. Eso le llevó a redactar estos 5 primeros capítulos –en los que estamos- cuando ya se habían escrito parte de los siguientes.
          Necesita encontrar una explicación, porque esa situación que padecen no puede venir de Dios. Y por eso en medio de toda la belleza de lo narrado hasta aquí en esa “historia” anovelada de la creación, ha de encontrar un algo o alguien que ha roto el proyecto de Dios.
          Y comienza el capítulo 3 (1-8) con la descripción de un principio maligno, todo tan fantástico como lo anterior. Se trata de la serpiente más astuta que las demás bestias del campo. Elije la imagen de la serpiente como animal que serpea en el silencio para captar a sus victimas, y que le representa gráficamente lo que es la tentación al mal bajo la capa de bien.
          Y “el hecho” que narra es precisamente el engaño a la mujer, que empieza ya por presentar una verdad manipulada: ¿Conque Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol del jardín? Eva cae en la trampa de dialogar con la tentación, pretendiendo poner las cosas en su sitio: Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; sólo del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho: ¡No comáis ni lo toquéis, bajo pena de muerte!
          Ya ha empezado la conversación. Y la serpiente es astuta y saca sus armas: hacer dudar de Dios: No es verdad que tengáis que morir. Bien sabe Dios que cuando comáis de él, se os abrirán los ojos y seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal.
          Ya ha sembrado el veneno. Eva mira al árbol y se deja atraer por la belleza de ese fruto apetitoso, y olvidando a Dios, alarga la mano, come y le da a su marido, que también come. ¡Y vaya si se les abrieron los ojos! Ahora se dan cuenta de que están desnudos y se cubren con hojas de higuera: ha surgido en ellos la concupiscencia, y se esconden de la vista del Señor entre los árboles del jardín.
          Ahora sabe el autor qué es lo que ha ocurrido. Ha surgido la fuerza del mal. Se ha roto el equilibrio. Se viene abajo el orden pretendido por Dios. Dios no ha hecho el mal. El mal proviene de la ruptura del proyecto de Dios, por parte de su criatura, la pareja humana.

          Mc.7,31-37. Jesús ha dejado aquellos parajes limítrofes con Tiro y Sidón y se ha venido a Genesaret, pasando por la Decápolis. Y vienen y le presentan a un sordomudo, y le ruegan que haga algo por él: que le imponga las manos. Jesús lo va a hacer más a su manera, con un modo más personal hacia el paciente.
          Empieza por apartarlo de la gente, y entonces le mete el dedo en el oído y toca su lengua con saliva, y el sordo empieza a oír y el mudo empieza a hablar, seguramente unos sonidos inicialmente ininteligibles. Le queda por delante aprender a hablar cuando ahora empieza también a oír. Y Jesús le encarga que nadie se entere. Y lo mismo se lo dice a la gente que se lo había traído.
          Petición inútil porque el hombre curado quiere expresar su emoción y alegría, y la gente se hace lenguas de lo que acaba de hacer Jesús. Y en el colmo del asombro, decían todo lo ha hecho bien: ha hecho oír a los sordos y hablar a los mudos. Una vez más sale a relucir algo de importancia capital, y que debemos llegar a incorporar al lenguaje diario: Jesús, el Hijo de Dios, todo lo ha hecho bien. De él no surge el mal, ningún mal. Dios no ha creado el mal. No quiere el mal. Otra cosa es que el mal se ha desencadenado por la soberbia del hombre que, ya en el Paraíso, quiso saber tanto como Dios. Y acabó descubriendo su desnudez.

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