martes, 5 de febrero de 2019

5 febrero: ¿Quién me ha tocado el manto?


LITURGIA
                      Heb.12,1-4 es una llamada a los creyentes para que sepan que tienen sobre sí las miras de “una ingente nube de espectadores”. De ahí que tengamos doble motivo para evitar el pecado: el hecho de ser pecado y el testimonio negativo que supone. Por consiguiente quitémonos lo que nos estorba y del pecado que nos ata, fijos los ojos en Cristo que inició nuestra fe y la completa. Porque Cristo Jesús renunció al gozo inmediato y soportó la cruz, sin miedo a la ignominia, y ahora está sentado a la derecha de Dios.
          Con una llamada honda a la conciencia de cada uno, nos exhorta a recordar al que soportó la oposición de los pecadores: Jesús. Él no cedió ante las diferentes formas de tentación que se le presentaron en su vida, y aunque le llevaron a la muerte. Nosotros no hemos llegado a tener que dar la vida para no ceder a la tentación, nuestra pelea contra el pecado.

          Mc.5,21-43 es una amplia secuencia que encierra dos actuaciones de Jesús. Ha llegado Jesús desde Gerasa, adonde ayer veíamos que había sido rechazado. Y ahora en la otra orilla (que es también otra disposición ante Jesús), se encuentra en medio de una muchedumbre que le viene empujando por todas partes.
          Había una mujer que padecía de hemorragias, para las que no había hallado remedio en los médicos, en los que había gastado toda su fortuna. Ahora no le queda salida humana. Pero conociendo que Jesús viene por allí, se mete en el tumulto con una sola idea: llegar hasta la cercanía de Jesús, y tocar su manto sin hacer ningún otro aspaviento. Eso sí, con su fe muy fuerte en que ese simple gesto podrá liberarla de su enfermedad.
          Simultáneamente Jairo ha venido a Jesús a rogarle por su hija que se está muriendo, y para la que pide que Jesús baje a su casa, le imponga las manos, para que cure. Y Jesús, rodeado de la gente, va camino de la casa de Jairo.
          Tenemos dos casos diferentes de fe, pero al fin y al cabo, fe. En la hemorroísa, una fe ciega que no necesita de formas exteriores, salvo ese gesto que ella pretende que pase desapercibido aun del mismo Jesús. Jairo, que necesita que Jesús baje a su casa e imponga la mano a la enferma. A las dos formas va a dar respuesta Jesús, acomodándose a la capacidad de cada uno. Ya había advertido Jesús que la fe “como un grano de mostaza” (lo más pequeño), ya es bastante para vivir el reino de Dios.
          La mujer logra abrirse paso a través de la gente y llega hasta la primera fila de los que siguen a Jesús. Se acerca por detrás, toca el manto de Jesús y hace ademán de perderse entre el gentío. Pero Jesús se detiene, mira a su alrededor y pregunta: ¿Quién me ha tocado? La pregunta parecería superflua cuando va apretujado por la gente. Y así lo interpretan los discípulos, pensando que es una queja sin fundamento. Pero Jesús sigue mirando: no se trata de los empujones de quienes lleva a su alrededor. Se trata de alguna manera distinta de “tocar”. Y la mujer se detiene asustada y se echa a los pies de Jesús como quien pide perdón, a la vez que le confiesa a Jesús lo que ha hecho y porqué lo ha hecho. Y Jesús le responde con cariño: Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.
          Los momentos aquellos se le hacían horas a Jairo, que hubiera deseado no tener aquella parada. Y para colmo, vienen de su casa a decirle que no moleste ya a Jesús porque la niña ha muerto.
          Jesús oye aquel recado y le dice a Jairo: No temas; basta que tengas fe. Y Jesús siguió el camino. Llegó a la casa mortuoria, donde ya estaban las plañideras con sus llantos y sus lamentos. Y Jesús les dice algo que ellas toman como broma de mal gusto: La niña no está muerta; está dormida. Y se ríen de él.
          Jesús entra en la cámara funeraria, echa a todos los que hacían el luto, y se queda sólo con los padres de la niña y tres de sus discípulos, y se dirige a la niña, la toma de la mano y le dice: Contigo hablo, niña; levántate. Y la niña –de doce años- se incorpora, se pone de pie, y echa a andar, entre la admiración de los padres, que no daban crédito a lo que veían.
          Jesús tiene el rasgo de ternura de advertirles que le den de comer, y él se sale y pasa entre las gentes, que se han quedado mudas, y se va de la casa y se suma de nuevo a la muchedumbre de gente que le había acompañado hasta allí y que esperaba a la puerta.

1 comentario:

  1. Es inevitable para mi asociar el gesto de tocar el manto, con la religiosidad popular. Jesús valora los pequeños gestos de fe de la gente sencilla

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