domingo, 28 de abril de 2013

LA IGLESIA


5º domingo de Pascua (C)
             He de confesar que no me es fácil enfocar el tema que nos quieren trasmitir las lecturas de hoy, y por tanto la intención pedagógica concebida para este domingo.  Por eso, forzando seguramente la construcción de la liturgia de este día, vendría a ser la 2ª lectura (que generalmente está al margen del argumento de cada domingo), la que puede abrirnos el cauce del tema que está en la base de hoy.
             En el Apocalipsis (21, 1-5), el evangelista Juan nos comunica una visión que ha tenido: Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado.  San Juan está vislumbrando en su visión una realidad nueva que, sin embargo, se da en la tierra.  Y describe una ciudad santa, una Jerusalén que desciende del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su Esposo.  San Juan está describiendo a la Iglesia.  Dentro de la realidad humana, ya es una “ciudad santa”, una ciudad que –aunque terrena- desciende del cielo enviada por Dios, y cuya ilusión y posibilidades son como los de una novia que se engalana para presentarse ante su esposo.  Y el Esposo es Cristo.
             La Iglesia como morada de Dios con los hombres, un Dios que acampa entre nosotros (ellos serán mi pueblo y Yo estaré con ellos), y viene a enjugar las lágrimas de nuestros ojos, y así establece un lugar en el que no habrá llanto, ni luto, ni dolor.  Porque ahora HAGO NUEVO EL UNIVERSO.
             Todo lo cual se vive en una “glorificación” que no es puro gozo ni puro cielo todavía.  Las palabras que el Evangelio ha recogido está pronunciadas por Jesús en el mismo momento en que Judas sale del Cenáculo, llevado por los demonios, dispuesto a entregar a Jesús a los enemigos.  Y en ese instante, con doble sentido, Jesús se siente glorificado. De una parte, porque el lastre que suponía Judas en esa comunidad, dificultaba la espontaneidad y la alegría.  De otra, porque Jesús queda ya abocado a su definitiva glorificación, su muerte que da paso a la Vida sin fin en la Gloria del Padre.  Y aquí, y en ese mismo momento, da paso a la Eucaristía, la que –en el evangelio de San Juan- se define precisamente por el lavatorio de los pies y por el mandato nuevo de Jesús: que os améis unos a otros COMO YO OS HE AMADO.  ¡Esa es la Iglesia!  Esa es la Iglesia santa que Jesús viene a crear.
             Y la Iglesia de aquellos cristianos a los que atienden Bernabé y Pablo, exhortándolos y animándolos a perseverar en la fe, a sabiendas de que hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios (=la Iglesia).  Y aquellos primeros grupos de creyentes cristianos se van expandiendo, y formando comunidades en las que cuentan las maravillas que por medio de ellos ha hecho el Señor, abriendo a los gentiles las puertas de la fe.  Estamos claramente ante la IGLESIA, en su catolicidad universal, como tema de este domingo.
             Y la reacción instintiva que surge es muy fácil de captar: ¿realmente la Iglesia es esa ciudad santa? ¿Realmente estamos ante una Iglesia en la que todo es nuevo…, que desciende del cielo…, que está como novia adornada para su Esposo?   Y la tentación es descubrir los defectos de una Iglesia, tan hecha entre hombres, y donde queda demasiado ocultada su procedencia del Cielo.
             Y sin embargo es la misma Iglesia que eligió Jesús cuando soñó con sus Doce…, pero uno le salió malo. La misma Iglesia en la que Jesucristo padece tribulaciones…, y sin embargo se siente glorificado, y en la que instituye la EUCARISTÍA, y en la lava del polvo los pies de sus hijos…, y nos vuelve repetir ahora el mensaje de entonces: que os améis unos a otros COMO YO OS HE AMADO…, y que como Yo os he lavado los pies, así lo hagáis entre vosotros.
             Una Iglesia con una llave esencial, LA EUCARISTÍA, la que existe aunque haya pecado en medio de la Iglesia, pero donde somos abocados a LA UNIÓN COMÚN, a no renunciar a ese día en que seamos capaces de ponernos a los pies de los otros, y vayamos llevando a realidad esa ciudad nueva en la que no haya ni llanto, ni luto, ni dolor…
             Una Iglesia que sigue haciéndose, que no hemos podido aún llevar a plenitud, y que –no obstante- camina hacia esa plenitud que va a unir los horizontes del Cielo y de la tierra…, de Dios y de la humanidad…, en la que verdaderamente vamos a ser novias enamoradas que se atavían con las mejores galas para ir al encuentro del ESPOSO.
             Estamos en ese estadio intermedio en el que todavía no se ha realizado la plenitud…, pero seguimos perseverando para alcanzarla.
             La pena son los creyentes de poca fe, o de fe desviada y errónea, que se escandalizan por la parte humana de la Iglesia, y han dejado de mirar la historia real, la que Cristo ha creado, y en la que Cristo sigue actuando. Y la que Cristo va conduciendo a plenitud.  En esa barca estamos todos: los que caminamos, la de los que aún no caminan y hasta viven alejados y hasta escandalizados; en la que estamos los que tengan la suerte de creer a pie juntillas, y los que siguen desbrozando muchas marañas interiores o exteriores pero caminan y mantienen su fe a trancas y barrancas. Estamos todos los que no hemos renunciado a aceptar que la Iglesia fue instituida entre humanos y constituida por ellos, bajo el cayado del BUEN PASTOR.

2 comentarios:

  1. José Antonio9:27 a. m.

    Hoy me quedo con ese... "perseverar en la fe..." a la que animan Bernabé y Pablo. Me apena encontrarme a personas que por vivir dificultades, contrariedades fuertes en la vida... arrojan la toalla de la fe. En la bonanza, cuando todo nos va bien, ... nada nos planteamos (a veces, ni el agradecimiento), sin embargo cuando la vida muestra su lado menos agradable, cuestionamos y a veces, nos apartamos "heridos". La Iglesia, con aciertos y errores, es signo de perseverancia y, sin duda, el mejor instrumento al que asirnos como seguidores del Evangelio y camino que nos lleva a vivir el mandamiento nuevo de Jesús.

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  2. Ana Ciudad6:00 p. m.

    La Iglesia da muestras de su fortaleza resistiendo inconmovible todos los embates de las persecuciones.El Señor mira por ella,y cuando la ve en peligro,la libra de los oleajes de la tempestad,y una vez,calmado y una vez calmado y apaciguado el mar, la consuela con aquella paz que sobrepuja todo entendimiento (Flp 4,7).
    Ya en tiempos de San Agustin los paganos afirmaban:"La Iglesia va a perecer,los cristianos ya han terminado".Alo cual respondía el Santo Doctor:"SIN EMBARGO,YO OS VEO MORIR CADA DÍA Y LA IGLESIA PERMANECE SIEMPRE EN PIE,ANUNCIANDO EL PODER DE DIOS A LAS SUCESIVAS GENERACIONES.
    La INDEFECTIBILIDAD de la Iglesia,significa que esta tiene carácter imperecedero,es decir,que durará hasta el fin del mundo.

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