viernes, 12 de abril de 2013

Comienza Juan 21


EL BAÚL DE LOS TESOROS
El Evangelio de San Juan, en un sobreañadido final, nos abre el cofre de unas experiencias pascuales de riqueza impresionante, que nos  darán para más de un día. Ese capítulo 21 es como un arca de grandes enseñanzas.
Empezando por el principio, están juntos siete discípulos de Jesús; al menos cuatro de ellos son pescadores: Simón, Andrés, Santiago y Juan. Natanael (Bartolomé) no parce ser muy ducho en el tema. Y hay otros dos a quienes no se les identifica en el relato. Los que convivieron tres años junto a Jesús, y una buena parte de su vida conviviendo con Él (desde que los eligió como apóstoles), siguen formando ese grupo que ahora mismo lo pudiéramos llamar “informal”, pero de personas que ya no saben vivir sino juntos.  Cada uno sigue conservando sus características propias personales, si bien es verdad que algo nuevo hay en ellos, y se deduce fácilmente del relato.
Simón es el siempre espontáneo Simón que no se las piensa dos veces, que no es que dice: “estoy pensando hacer…”, sino que rompe por la calle de en medio y dice taxativamente: Me voy a pescar.  Yo imaginaría esa escena un mes antes, y vería a los demás echándosele encima, porque no ha preguntado, no ha contado con nadie…  Pero nos venimos a este momento y la reacción de los otros seis es tan simple y normal como: “y nosotros vamos contigo”.  El grupo se siente grupo y eso está por encima. Mejor aún: no hay problema: vamos contigo y nos estamos juntos…
¿Por qué irse a pescar?  Caben dos explicaciones: una, muy simple: porque es lo que la mayoría sabe hacer, y después de todo es una distracción que necesitan en este impasse en que están todavía. Otra explicación será más “práctica”: tienen que comer y no tienen muchos medios a los que echar mano. Y saben pescar… Y con un poquito de hoy y otro de pasado mañana, comerán…, se sacarán unas monedas para comprar lo que necesitan…
Y se embarcan, y reman como unos doscientos metros, lo normal de siempre para hacer sus pescas. Y Simón se pone a echar la red…, y se encuentra con la primera sorpresa: no pesca nada.  Nadie se altera. Nadie comenta. Nadie tiene una palabra irónica o molesta.  No hay pesca…, pero están juntos.  Y si no hay peces, ellos pueden seguir en su barca y conversar, sacar recuerdos, o dormir quien quiera hacerlo. No hay peces pero no pasa nada que vaya a estropear la sana armonía. Ni unos por haberse adelantado, ni otros porque no hayan asistido de cerca a una pesca. Bien puede decirse que aquí no hay “tuyo y mío”, “yo y tú”.
El famoso discípulo amado no pasa por alto la situación. Por decirlo así ve con otros ojos que los que pudieran verse en la materialidad de los hechos. Y rumia dentro de sí…:  “Aquí pasa algo nuevo…”  Y transcurrió la noche con siete hombres en una pequeña barca de pesca y sigue habiendo el clima bueno que ha existido desde el principio.  Es posible que Simón intentara alguna vez más recoger algo en su red, pero era evidente que no había nada que hacer.
Y llegamos a las brumas del amanecer.  En medio de la noche “en blanco” una silueta se divisa en la playa.  Y para más inri, sólo se le ocurre preguntar a voces a los de la barca: “Muchachos, ¿tenéis pescado?”.  En otro momento hubiera sido para saltar… Ahora se limitan a decir que “NO”…  Y el hombre de la playa les dice que echen la red a la derecha de la barca. Dicen los entendidos del Lago que existe una visión desde la playa que no se tiene desde la barca: que hay una buena colonia de peces y que, teniéndola tan cerca, no la pueden descubrir.
        ¿Y qué trabajo les costaba?  Y echaron la red…, ¡y hubo pesca abundante y hasta llamativa por el tamaño de aquellos pescados!  ¡Hasta aquí hemos llegado!, pensó el discípulo amado, porque ya son muchas cosas las que ha estado “viendo” desde su “atalaya” de observación. Hay cosas que se ven con los ojos de la cara y otras que se ven desde otra visión de mucha mayor profundidad. Y ese discípulo, que trasciende lo puramente humano y palpable, acaba musitando al oído de Simón la palabra soberana que lo explica todo. No sólo este “todo” actual, sino todos los “todos” que se van dando en la vida.
        Es como la visión de la fe, la gran fuerza de la Resurrección, algo inexpresable que hace posible descubrir –tras- los más variados sucesos, que la Presencia de Jesús es permanente, y que todo tiene su “traducción” a esa realidad: “ES EL SEÑOR”.  Indiscutiblemente que el Señor se fue presentando todo el domingo en una figura que ninguno supo descubrir a la primera. Vieron fantasmas, peregrinos, jardineros…  Y hasta se nos dice –en el relato de Emaús- que “sus ojos estaban presos.  Como si una venda o unos barrotes impidieran ver la figura del Resucitado en su ser “natural”. Jesús sigue apareciendo en el largo período pascual que continúa en nuestros días, con unas figuras difíciles de detectar Presencia divina a la primera de cambio.  Jesús tiene aspectos de “peregrino” que va de paso y que hasta parece despedirse y seguir otra ruta; o de jardinero ladrón de cadáveres, o de fantasma que amedrenta con su “sábana” volandera. ¡Y sin embargo, ES EL SEÑOR.
        Y lo sigue siendo en el desamor de la persona cercana, en el dolor de sentirse ignorado, en la mala respuesta de una persona a la que se le hubiera querido ofrecer una luz y evitar que se siguiera equivocando… En el otro u otra que reacciona ofendiendo, en el que da la bofetada sin manos en el rostro de quien quería darle una ayuda… En el pordiosero que no tiene de malo ser pordiosero sino engañar y hasta robar. En el mafioso que manipula a esos pedigüeños a los que creemos ayudar con nuestra limosna, y en realidad son víctimas de un “chulo” que los utiliza y los maltrata. Jesús se ha atrevido a SER EL SEÑOR en medio de las situaciones sucias de una sociedad que traspasa todos los límites morales y religiosos…  Realmente hay que revestirse de ojos de águila de “discípulo amado” (que escribe desde otras perspectivas muy distintas, y trasmite alturas que no son las humanas). Detrás de cada situación, ¡¡¡ES EL SEÑOR!!!, aunque desfigurado.

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