viernes, 22 de noviembre de 2019

22 noviembre: Mi casa es casa de oración


ESCUELA DE ORACIÓN.- Málaga.- 5’30 pm.

LITURGIA
                      La lucha organizada por Matatías y por los hermanos Macabeos, dio como resultado la liberación plena de Jerusalén y la pacificación del país. Lo primero que se hizo fue reconstruir lo derribado y espoliado del Templo. Era el símbolo principal de la victoria.
          Y Judas y sus hermanos (1Mac.4,36-37.52-59) de propusieron subir al Templo y purificarlo de las profanaciones de los enemigos, y consagrarlo de nuevo para que fuera templo del Señor.
          Al año de haber sido profanado, se consagró de nuevo y se ofreció el sacrificio, según la ley, en el altar de los holocaustos, que habían reconstruido. Y se organizó una gran fiesta que duró 8 días, con nuevos holocaustos y sacrificios.
          Adornaron la fachada con escudos y medallas de oro, y determinaron que aquel acontecimiento se celebrara cada año con la misma solemnidad.

          El evangelio (Lc.19,45-48) nos trae la llegada al Templo de Jesús, que se encuentra con el atrio de los gentiles convertido en una feria, donde los mercaderes hacían sus transacciones para los efectos correspondientes de los sacrificios de la Pascua.
          Lejos del dramatismo que le imprime Juan a este hecho, Jesús se dirige a los feriantes y les hace la reconvención de que escrito está: Mi casa es casa de oración pero vosotros la habéis convertido en cueva de bandidos”. Era una frase que venía de un texto del Antiguo Testamento, y no que Jesús considerara “bandidos” a unos simples mercaderes que se ganaban la vida con sus ventas y cambios de moneda. Más allá estaba la otra realidad de fondo: los que actuaban como bandidos eran los responsables del Templo, que permitían aquello por sus ventajas económicas. A ellos iba dirigida la acción de Jesucristo, más que a los mismos vendedores.
          Queda bien claro porque los que reaccionan en contra de Jesús son los sumos sacerdotes, los doctores de la ley y lo senadores del pueblo. Ello son los que se plantean acabar con Jesús, porque Jesús les resulta un estorbo.
          Por su parte, Jesús enseñaba en el Templo todos los días de esa última semana, y la gente se le agolpaba y escuchaba con atención y devoción. Por eso mismo los sacerdotes no se atreven a actuar contra Jesús, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios.
          La narración de Juan lleva mucho del sentido simbólico que Juan da a su relato, en el que quiere poner de relieve el anuncio de la resurrección como signo evidente de la verdad de la misión de Jesús. Lucas es hace una descripción mas llana y más acorde con el modo de proceder habitual del Señor.
          El relato de Juan ha sido siempre el grito de guerra de los enemigos de la Iglesia y de “los curas”, porque veían en ese gesto de Jesús “con el látigo” echando a “a los sacerdotes” del templo… En realidad era coger el rábano por las hojas, porque ni siquiera echó Jesús a los sacerdotes (en aquel relato) sino a los vendedores y cambistas del dinero. Pero cuando hay un prejuicio, cualquier parecido con la realidad es suficiente. Yo lo recuerdo en un allegado mío que atacaba mi vocación por ese “hecho” que –desde luego- él no había leído nunca directamente en los evangelios, sino que había oído campanas sin saber en dónde y la aplicaba en su argumentación contra “los curas” y contra la Iglesia. Porque la verdad es que no hay tal látigo en la narración de Juan, sino “un azote hecho de cordeles”, que Jesús recogería de las cueras que habían servido a los embalajes de aquellas mercancías. Y que emplearía con los animales y no con las personas. El texto dice: echó a todos, ovejas y bueyes. Y es natural que a los animales no los iba a echar sino con “el azote de cordeles”. Y todo eso en el supuesto de que el relato de Juan respondiera a una realidad, y no a un sentido simbólico, del que es tan aficionado este evangelista.

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