viernes, 8 de noviembre de 2019

8 noviembre: La diligencia


Hoy, 8, celebramos el “Primer” Viernes, que no tuvimos el día 1 por ser fiesta.

LITURGIA
                      San Pablo le expresa a los romanos unos sentimientos personales: primero, el de la seguridad de que aquella comunidad cristiana se sabía ya lo que él le ha escrito. Pero él tenía la obligación de decírselo porque es ministro de Cristo y del evangelio para los gentiles: mi misión consiste en anunciar la buena noticia de Dios, para que la ofrenda de los gentiles, consagrada por el Espíritu Santo, agrade a Dios. (15,14-21).
          Pablo lleva a sano orgullo haber predicado a los gentiles la verdad de Cristo, porque –por su medio- lo gentiles respondan a la fe. Y dentro de ese sano orgullo, todavía es mayor la decisión de Pablo de no predicar el evangelio donde ya otros lo hubieren predicado. No había querido construir sobre cimiento ajeno. Su gusto es que los que no tenían noticia, lo verán; los que no habían oído, comprenderán. Y su gozo es haber pasado por tantos lugares, y en todas direcciones a partir de Jerusalén, para dejarlo todo lleno del evangelio de Cristo.

          La parábola del evangelio de hoy (Lc.16,1-8) es de las que necesitan explicación para no confundir, al menos a nuestra mentalidad.
          Habla Jesús de un administrador injusto que le ha hecho trampas a su amo. Y cuando el amo lo descubre, lo llama y le anuncia que queda despedido. Y le pide que le entregue el balance de su gestión.
          El tal administrador, que al fin y al cabo es tramposo, hace sus cambalaches para poder encontrar amigos cuando sea despedido, porque él no sirve para otros trabajos. Y el cambalache es llamar a los deudores de su amo y ofrecerles la oportunidad de aminorar sus recibos, de modo que tuvieran menos que pagar. Donde debían cien barriles de aceite, que cambien el recibo por sólo cincuenta; donde debían cien fanegas de trigo, que escriban ochenta. Y así esperar que esos deudores, así favorecidos, le reciban a él cuando sea despedido.
          Evidentemente es trampa sobre trampa, y eso no es para ser alabado. Pero Jesús se fija en un detalle concreto para decir que el amo lo alabó: la astucia con que había procedido. Y la conclusión última, y lo que sirve de lección, es que para negocios humanos se tiene una capacidad de soluciones que no se tienen para los temas espirituales. Y ahí es donde quiere apuntar Jesús, a ver si pica el amor propio de los seguidores suyos, y tomaran en los negocios del espíritu la misma diligencia que se había tomado el administrador tramposo para resolver su problema.
          Jesucristo es un observador muy fino de la vida humana, y quiere sacar lección de todos los casos. Unas veces es una lección directa que se sigue de la vida honrada de las gentes; otras veces se fija en lo negativo para poner blanco sobre negro y sacar las consecuencias de lo que no debe hacerse y de lo que se aprende de ello. Es el caso de este administrador injusto. No se puede aprender de él la injusticia, la trampa. Pero sí puede aprenderse la diligencia para resolver su problema. Y esa diligencia –astucia- es un modelo en el que los seguidores de Jesús pueden aprender para lo bueno. De ahí el final del relato, en boca de Jesús: Ciertamente los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.
          Todo es, pues, una llamada a cómo debemos ser nosotros administradores de los dones de Dios, que se nos han concedido, y de los que no podemos ser negligentes. Y lo mismo que en lo humano ponemos la carne en el asador cuando nos interesa algo, así tiene que ser también en lo que roca a las cosas del espíritu.

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