jueves, 28 de noviembre de 2019

28 noviembre: Desastres finales


LITURGIA
                      Hemos pasado por los reinados de Nabucodonosor, y Baltasar. En todos ellos Daniel ha salido victorioso con su privilegio de interpretar sueños o de leer palabras arcanas que nadie podía leer, Hoy le toca al rey Darío, hombre de buena fe. (Dan.6,11-27). A él le llega la denuncia de que Daniel no cumple con los mandatos reales acerca de la religión, y en concreto que no hace oración al rey, como único Dios.
          El rey sabe que es un decreto real que hay que cumplir, pero por otra parte tiene en buena estima a Daniel y se pasa el día sin acabar de firmar la orden de que Daniel sea echado al foso de los leones. Como le instan, acaba firmando y poniendo su sello. Daniel es echado al foso, y Darío le dice que el Dios de Daniel, en el que Daniel cree, lo salve.
          Ni puede dormir aquella noche el rey, que muy temprano acude al foso y llama a Daniel: Daniel; siervo del Dios vivo, ¿ha podido salvarte ese Dios a quien tu veneras fielmente? Y Daniel le responde desde el fondo del foso: ¡Viva siempre el rey! Mi Dios envió un ángel a cerrar las fauces de los leones, y no me han hecho nada.
          El rey manda sacar a Daniel y castiga fuertemente a los que lo habían denunciado, que son devorados en un instante por los mismos leones que no han hecho daño alguno a Daniel.
          Entonces el rey Dario escribió a todos los pueblos, naciones y lenguas de la tierra: ¡Paz y bienestar! Ordeno y mando que en mi imperio, todos respeten y teman al Dios de Daniel. Él es el Dios vivo, que permanece siempre. Su reino no será destruido. Él salvó a Daniel de los leones. Un gran acto de fe y reconocimiento de Dios, que deben acoger todos los lugares de su imperio. Con razón, en el SALMO, se repite la afirmación: Ensalzadlo con himnos por los siglos.

          Volvemos al capítulo 21 de San Lucas (20-28) con los anuncios de Jesús, que se dirige a sus discípulos y les advierte: Cuando veáis a Jerusalén sitiada por ejércitos, sabed que está cerca su destrucción. Entonces los que estén en Judea, que huyan a la sierra; los que estén en el campo, que no entren en la ciudad, porque serán días de venganza. Lo de la destrucción de Jerusalén y el Tempo, son señales mucho más concretas: mejor es entonces no entrar en la ciudad porque va a ser su desastre. ¡Ay de las que estén encintas o criando en aquellos días! Porque habrá angustia tremenda en esta tierra y un castigo para este pueblo.
          Se me ocurre irme con el pensamiento a aquel momento del Pretorio en que los judíos llegaron a pedir que “su sangre caída sobre nosotros y sobre nuestros hijos”… Jesús ya había anunciado de antemano lo que esos judíos y sus hijos iban a padecer. La descripción del desastre de Jerusalén queda muy clara en este capítulo de San Lucas.
          Luego pasamos a una visión que vendría a significar el terror del fin del mundo, que Jesús describe con una imaginación extraordinaria para llegar a las mentes de aquellos que le escuchan. Un poeta no podría describir de manera más viva la realidad de un mundo que se hunde. Sigamos los dichos de Jesús.
          Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones. Jerusalén será pisoteada por los gentiles…
          Habrá signos en el sol, la luna y las estrellas, y en la tierra, angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje.
          Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo temblarán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.
          Estamos a las puertas de un nuevo año litúrgico, y por tanto a las puertas del Adviento. Esa última frase viene a ser ya la alborada de ese nuevo momento, que debe crear en nosotros una ilusión y una nueva actitud. El Adviento abraza no sólo la esperanza de un nuevo curso en la liturgia, sino que nos hace proyectar la mirada en la última venida del Señor, cuando vendrá sobre una nube con gran poder y gloria. Es el momento que nos dice que se acerca nuestra liberación definitiva.

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