sábado, 2 de noviembre de 2019

2 noviembre: La muerte no es el final


LITURGIA        Fieles difuntos
                      Un día muy difícil de concretar en las lecturas porque los libros litúrgicos han tomado lecturas que no aparecen en los misalitos de los que puedo servirme para preparar cada día la explicación en el blog. Tengo que improvisar, tomando del leccionario común de difuntos, lo que es seguro que no coincidirá con las lecturas que se tengan en las Misas.
          Y he dicho “Misas” en plural porque este día la Iglesia pone tres formularios distintos y cada sacerdote puede celebrar tres Misas. Realidad que se ha ido haciendo cada vez menos practicada por la edad  de la mayoría de los sacerdotes, y porque a los más jóvenes no les entra eso de celebrar tres Misas cuando no hay necesidad pastoral para ello.

          Por tomar un “ejemplo” de lecturas voy a empezar por el Libro de las Lamentaciones (3,17-26) que –como corresponde a su título, se lamenta primero angustiosamente ante la muerte, que toma como que le han arrancado la paz y no se acuerda de la dicha; se me acabaron las fuerzas y mi esperanza en el Señor. Fíjate en mi aflicción y en mi amargura, en la hiel que me envenena; no hago más que pensar en ello y estoy abatido. Para un tiempo en que aún no había un sentido de nueva vida, la muerte que le han anunciado le hunde anímicamente, porque ¿qué le espera después?
          Y sin embargo se rehace sobre su propio abatimiento y dice: Pero hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza: que la misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión… El Señor es mi lote y espero en él. El Señor es bueno para los que esperan y lo buscan. Es bueno esperar en silencio la salvación del Señor.

          La 2ª lectura es ya del Nuevo Testamento y tiene otra visión: Rom.8,31-35.37-39 es todo un grito de esperanza: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?
          ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió, más aún, resucitó y está sentado a la derecha de Dios y que intercede por nosotros?
          Concluye finalmente: En todo vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido que ni muerte ni vida, ni ángeles, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna, podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.

          Para acabar con Lc.24,13-35, el episodio de los discípulos de Emaús, los dos hombres que se habían venido abajo anímicamente ante la noticia de la muerte de Jesús, porque piensan que todo se ha acabado ya con aquello. Pero Jesús mismo, en disfraz de peregrino, se une a ellos en su huida hacia Emaús, y les va abriendo luces en sus corazones al hablarles de que Cristo tenía que padecer y morir para entrar en su gloria.
          Aquello les enardece el ánimo y sienten que sus corazones arden de emoción ante la noticia del Cristo resucitado. Y cuando entran a cenar y “el peregrino” realiza un ritual eucarístico, a ellos se les abren los ojos de la fe y saltan de gozo descubriendo que en efecto CRISTO VIVE.

          Sería la gran lección final de este día para enfocar la muerte de nuestros seres queridos y la nuestra propia (cuando llegue su momento), desde la esperanza firme de la resurrección. De que nuestros restos van a recibir un día aquella palabra de vida de Ezequiel sobre los huesos, que hicieron salir del sepulcro a los que estaban allí y volvieron a una nueva vida. Nos espera una nueva vida. Nos esperan los brazos de Dios. Sabemos lo que hay en la “parte de allá”. Nos esperan el Padre, Jesús, la Virgen, los Santos, nuestros familiares. Nos espera una felicidad sin medida. Nos espera una eternidad sublime que ahora no podemos ni imaginar, porque ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el entendimiento alcanza a comprender la dicha que el Señor nos tiene reservada.

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