sábado, 16 de noviembre de 2019

16 noviembre: Dios escucha la oración


LITURGIA
                      El libro de la Sabiduría expone en lenguaje poético dos acontecimientos de la historia de la salvación: uno es la creación y otro el paso del mar Rojo. La Creación se describe como un silencio sereno (la nada, la no existencia) que lo envolvía todo, cuando al mediar la noche su carrera (llegado al punto en que la noche se hace día), tu Palabra todopoderosa vino como paladín inexorable desde el trono real de los cielos. Se pronuncia la palabra creadora de Dios y la noche se convierte en día, la nada se cambia por el ser como espada afilada que lo llena todo.
          También se recurre a este texto precioso para describir el nacimiento de Jesús: había un silencio de muerte…, hasta que la noche llegó a su mitad (la medianoche) y entonces la Palabra omnipotente de Dios se “pronuncia” y nace en medio de la humanidad, convirtiéndola en día.
          El otro momento que se evoca desde el libro de la Sabiduría es la liberación del pueblo de Dios en el paso del Mar Rojo: la nube dando sombra y protección al campamento hebreo (columna de fuego y humo, que jugó un papel tan importante en aquel suceso); la tierra firme emergiendo donde antes había agua (para hacer posible el paso de las huestes de Dios hacia la liberación); por allí pasaron en formación compacta los que iban protegidos por tu mano. Y cantaban y bailaban con gran alegría, alabándote a ti, Señor, su libertador.

          En el evangelio de Lucas (18,1-8) volvemos a un texto tratado recientemente en uno de los pasados domingos, en que se hacía hincapié en la fuerza de la oración, que tiene que ser constante e insistente.
          Cuenta el Señor, en una nueva parábola (su estilo favorito), el caso de aquel juez injusto que ni hacía caso de las leyes ni tenía respeto a Dios, pero al que acude repetitivamente una viuda a pedirle que le haga justicia frente a su adversario. El juez no le hacía caso. Pero tanto y tan fuerte clamaba aquella mujer, que el juez acaba escuchándola y dando sentencia, porque llega a pensar el juez que aquella mujer va a acabar pegándole en la cara.
          Nos tenemos que familiarizar con este estilo de Jesús, que llega al extremo para acabar enseñando una doctrina básica: que a Dios también hay que pedirle con confianza e insistencia. Que si el juez injusto acabó escuchando a la viuda, Dios no va a ser menos con los que acuden a suplicarle a él.
          Pregunta Jesús: ¿Dará largas? Y se responde: Dios dará respuesta sin tardar. Pero hemos de saber que en los relojes de Dios, las horas no son de 60 minutos. Que el recurso a Dios no equivale a la moneda que se echa en la máquina y sale el paquete de patatas. Que Dios no siempre responde con la rapidez que uno desea. Y que Dios se encuentra muchas veces entre dos peticiones que se contraponen, una la que hace uno, y otra la que hace o vive otro. Y Dios buscará el momento y la forma de atender a quien le pide, aunque no pueda ser siempre de modo tan nítido a como uno quisiera. Y no por eso es que Dios no escucha o que no escucha con rapidez.
          Se suele tener la idea de que la petición repetitiva a Dios es como un “recordatorio” que le hacemos a Dios, para hacerle presente nuestra necesidad. Y la realidad es que somos nosotros los que tenemos que hacernos presente esa necesidad nuestra, que muchas veces tiene solución por la toma de conciencia de que estamos pidiendo algo que debemos de resolver por nosotros mismos.
          Concluye el párrafo con una pregunta de Jesús ante nuestras actitudes de oración: Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? La fe humilde del que pide y confía. Que ya el Señor nos dice en otro momento que en nuestras peticiones, necesitamos tener tal fe que al pedir sepamos que ya se nos ha concedido. Y entonces tiene fuerza la oración.
          Estamos ante un gran misterio: el de la eficacia de la oración, y el orden que se ha de tener al pedir a Dios. Hay personas que sienten dentro de sí que sus peticiones son siempre escuchadas. Por el contrario, hay otras personas que tienen la sensación de “que Dios no me escucha”. Y la oración es siempre oración, la de unos y la de otros. Algo hay, pues, de misterio en ese hecho de orar y en la disposición de la persona que ora. En definitiva en la carga de fe que se pone al pedir y en la espera a que sea atendida o mejorada nuestra petición.

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