martes, 26 de marzo de 2019

26 marzo: El perdón


LITURGIA
                      Es muy bella la 1ª lectura de Daniel (3,25.34-43). Es la oración humillada de Azarías que reconoce que no les queda en pie ni  príncipes, ni profetas, ni lugar de culto, ni incienso, ni sacrificios, ni ofrendas… No les queda nada después que el pueblo se ha apartado de Dios. Por eso, sólo les queda su corazón arrepentido, que sirva de holocausto y entrega a Dios, más valioso que multitud de corderos cebados.
          Ahora, dice Azarías, te seguimos y te buscamos de todo corazón. Sabemos que no quedaremos defraudados. Líbranos  con tu obrar admirable y da gloria a tu nombre.

          Eso tiene una continuación en el evangelio con un tema muy concreto (Mt.18,21-35): el perdón de los que nos ofenden, que es más valioso que todos los holocaustos y sacrificios. Y para hacerlo visible, expone Jesús la parábola de aquel deudor  que busca ser perdonado pero él no es capaz de perdonar. La consecuencia que Jesús saca de ello es que el mismo perdón que había recibido de su deuda, queda perdido porque él no supo dar a otro el perdón que él había recibido.
          Más que rituales religiosos, y más que los mismos rezos que se hacen con frecuencia, lo que vale es la actitud de perdón que se tiene ante las ofensas o molestias que se han recibido.

          [SINOPSIS, 306;  QUIÉN ES ESTE, pg. 115]
          Pilato estaba perplejo ante la declaración de Jesús de ser “rey pero no de este mundo”, y todo ello desde un testimonio de “verdad” que Pilato no sabe encajar. Y como en su tímida declaración de inocencia de Jesús, le van a la mano acusándolo de que “desde Galilea viene soliviantando al pueblo”, opta por quitarse de en medio aquel engorro y mandar al acusado a Herodes, el tetrarca de Galilea que estaba esos día en Jerusalén. Por otra parte, Pilato y Herodes estaban enemistados, y ésta era una buena ocasión de tender un puente…
          A Herodes le pareció muy buena oportunidad para conocer a Jesús. Para Jesús era una nueva humillación ser juzgado por “la raposa” que él así había definido en una ocasión, asesino del Bautista, que no supo abortar las artimañas de la cuñada con la que convivía, y que odiaba a Juan.
          De hecho Herodes era un hombre sin criterio. Con buena mesa, buena diversión y la adulación de unos cortesanos que bien lo conocían, él se mantenía en el poder, con su oportunismo y su falta de moralidad. Ese individuo era el que ahora tenía en sus manos la sentencia que pedían los sacerdotes y ancianos para dar muerte a Jesús. Estamos alrededor de las 9 de la mañana.
          Herodes se alegró mucho, porque hacía tiempo que quería ver a Jesús por lo que había oído de él. Un hombre acostumbrado a mover las teclas a su alrededor a su antojo y falta de criterio, pensó que era la oportunidad de ver a Jesús haciendo algún milagro, casi de exhibición, supuesto que Herodes estaba dispuesto a liberarlo con tal de divertirse un rato con los hechos prodigioso de aquel hombre, hechos de los que venía precedido con una fama popular.
          Y le hizo muchas preguntas. Y le incitaba a hacer ante su corte alguno de esos sus milagros llamativos. Los sacerdotes y escribas no paraban de acusarlo, buscando doblegar la voluntad del tetrarca. En medio de esas dos verborreas de Herodes y los príncipes de los sacerdotes, Jesús no levantó los ojos del suelo. No quería ni mirar al hombre sensual y asesino. No quería hacerle caso. Sencillamente lo ignoraba. Y de las acusaciones de los sacerdotes se aislaba, sabiendo la inquina que le tenían y que aquella era la hora del poder de las tinieblas.
          Herodes no estaba acostumbrado a aquellos desplantes y tenía que salir airoso ante sus cortesanos, después que no conseguía lo milagros de Jesús. Pensó humanamente y vio que Jesús era un iluso que no sabía aprovecharse de las buenas ocasiones como las que él le brindaba. Jesús para él era un loco, del que había que burlarse. Y ya que no había diversión por un sitio, había que buscarla por otro. Y mandó poner a Jesús una túnica brillante, llamativa, que incitara a risa y a burla, y de esa manera suplir la falta de diversión que habían tenido.
          Acabó por enviárselo de nuevo a Pilato, porque no merecía la pena ni juzgarlo. Este peloteo entre los dos dirigentes sirvió para que hicieran las paces entre ellos. Pero Jesús volvía como objeto de burlas.

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