viernes, 22 de marzo de 2019

22 marzo: Pecados concretos


LITURGIA
                      Ayer nos presentó la liturgia el efecto del egoísmo de quien sólo piensa en sí y en pasarlo bien y prescinde de la necesidad que tiene a su propia puerta. Hoy nos pone delante otro tipo de pecado que es también capital: la envidia, como la de los hermanos de José, que no soportan que el padre haya tenido con él una deferencia especial. Están inicialmente dispuestos a quitarle la vida, y es primero Ruben y luego Judá quien buscan soluciones intermedias, y acaban por venderlo a unos mercaderes que pasan por allí. (Gn.37,3-4.12-13.17-28).
          En el evangelio Jesús cuenta también una parábola que retrata la actitud de aquellos jefes religiosos, que se han adueñado de la situación –de la viña del Señor-, y han ido acabando a lo largo de los tiempos con los profetas enviados por el dueño, el Señor, que quiere que se viva de acuerdo con la Ley. Y han ido maltratando y aun matando a los enviados. Y Jesús lleva el tema al extremo de que matan incluso al hijo. Clara referencia a lo que harán. Porque la piedra que desecharon los arquitectos, ha venido a ser la piedra angular (Mt.21,33-43.45-46). Ahora comprenden los sacerdotes que la parábola iba por ellos, pero no prenden a Jesús porque está rodeado de gente y no se atreven, porque la gente lo tiene por profeta.

          [SINOPSIS 294; QUIÉN ES ESTE, pg. 109]
          Cuando Jesús miró a Pedro podrían ser las 4 de la madrugada, sobre el segundo canto del gallo. Permaneció en la mazmorra hasta la hora del amanecer, las 6 ó 6’30 en que se reunió el Consejo de los judíos y requirieron la presencia del preso. Mt.25,57-66 nos muestra a Caifás y a los ancianos y escribas pretendiendo aportar testigos que declararan contra Jesús. La verdad es que eran cosas tan dispares y sin contenido que no  daban pie a un juicio formal. Consiguen, por fin, uno que declara que Jesús ha dicho que él destruirá el templo y lo reedificará en tres días. Que, como nos dice Marcos, ni en eso llegaban a ponerse de acuerdo. Jesús no alzaba los ojos ni respondía. Y eso exacerbó al pontífice que pretendió que Jesús hablara: ¿No respondes? ¿Qué atestiguan éstos contra ti? La verdad es que no merecía responder. Y más se enciende el pontífice que pasa de investigar a conjurar para obligar a Jesús a hablar: te conjuro por el Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, Hijo de Dios. A eso ya no podía Jesús permanecer en silencio, aunque era evidente que le estaban llevan a lo ilegal de ser él quien se acuse a sí mismo. Y Jesús respondió: Tú lo has dicho. Y veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha de Dios y venir sobre las nubes del Cielo. Evidentemente había firmado su sentencia.
          Caifás se abrió la túnica como quien no soporta el fuego interior que le produce la escucha de una blasfemia, y se constituye en acusador que incita al resto a dar el veredicto: Vosotros lo habéis oído. Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos de testigos? ¿Qué os parece? La cosa estaba clara tal como la presentaba el pontífice. La respuesta de casi todos fue: Reo es de muerte. Estaba dada la sentencia. Ahora ya sabía Jesús su destino. Y aunque tantas veces anunciado que iba a ser así, no cabe duda que ahora erizaba el cabello oírlo de manera formal en boca del tribunal.
          No todos. José de Arimatea, que formaba parte del Sanedrín no dio su consentimiento. No estaba de acuerdo en la forma en que se estaba desarrollando todo aquello.
          La pena que le correspondía a Jesús “por blasfemo” era la lapidación (como veremos que ocurre con Esteban, en la narración de los Hechos de los Apóstoles).
          Pero no era esa la idea del Sanedrín y en concreto la de Caifás, que iba en su pensamiento mas allá. Había dado él aquella sentencia anterior de que convenía que un solo hombre muriera y no que pagara todo el pueblo. Se refería a la posible reacción de Pilato ante el peligro de un mesías que pudiera levantarse contra los romanos.
          Había, pues, que resolver el caso por el brazo civil. Había que llevar al reo ante el gobernador para que fuera él quien dictaminara la sentencia de muerte.
          Y se reunieron los principales para nombrar una comisión que fuera la avanzadilla que avisara a Pilato que le llevaban a un preso convicto de culpa. Y que le rogaban que él saliera fuera porque ellos no podían entrar en terreno pagano, para poder comer la pascua. No les estorbaba aquella sentencia de muerte, dada por rencillas personales, pero sí les estorbaba pisar suelo de un pagano. Las hipocresías propias de aquella gente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡GRACIAS POR COMENTAR!