viernes, 15 de marzo de 2019

15 marzo: La conciencia


LITURGIA
                      La conciencia. Éste es el tema de hoy para abordar en nuestro camino cuaresmal. La palabra de Dios nos enfrenta a nuestra conciencia y a nuestra conciencia en el momento actual: No “lo que fuimos” o “lo que podríamos ser” sino a lo realmente somos. Del pecado es responsable el que lo comete y mientras no se arrepiente de él. Por eso no es el padre responsable del pecado del hijo, ni el hijo es responsable del pecado del padre. Cada uno es responsable de su conciencia. Uno que pecó pero que se ha arrepentido de su pecado y ha cambiado de conducta, está perdonado. Tiene su conciencia limpia. Otro que fue muy bueno pero que peca ahora y no se arrepiente, tiene su conciencia sucia. Y uno y otro serán juzgados por su estado de conciencia actual. (Ez.18,21-28).

          En el evangelio (Mt.5,10-26) el Señor afina respecto de lo que se vivía hasta entonces en la conciencia de las gentes. Para ellos “no matarás” era materialmente no matar. Para Jesús “matar” es algo mucho más amplio que quitar la vida. Porque basta el maltrato, el juicio o la palabra ofensiva, para que ya se le haya hecho a la otra persona el daño de “matarla en el corazón”.
          De donde se sigue que basta que uno tenga conocimiento de un hermano está sufriendo por causa de ese, para que el tal sujeto deba reparar la situación antes de hacer ofrendas a Dios. Por eso dice Jesús que si cuando vas a presentar tu ofrenda al altar, te acuerdas de que tu hermano tiene quejas de ti, vete primero a reconciliarte con tu hermano, y luego vuelves para presentar tu ofrenda. No es que se excluya a alguien, sino que primero repare, antes de ofrecer algo a Dios.

          [SINOPSIS 290-291; QUIÉN ES ESTE, pgnas. 90-93]
          “Y después de rezar el himno, salieron para el monte de los olivos” (Mt.26.30), al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el cual entraron él y sus discípulos. (Jn.18,1). Llega el grupo de Jesús y los Once. El estado de ánimo era malo. Los anuncios hechos en la Cena (ya detenidamente tratados), la imagen del Cordero sacrificado, que le presagiaba a Jesús su propia muerte, las sombras alargadas a la luz de la luna llena, la depresión del terreno junto al torrente…, todo confluía en un sentimiento trágico que presagiaba lo peor.
          Ahora Jesús deja a la entrada a ocho discípulos: Quedaos aquí mientras yo voy a orar allí. Y él se va a adentrar en el huerto con los tres testigos de la transfiguración, a los que les confiesa en intimidad que me muero de tristeza. Y con el mismo sentimiento del amigo que se confía a los amigos: velad y orad para que no caigáis en tentación, y se retira a unos 30 metros, tras una piedra grande, y allí entra en oración angustiada arrodillado, como nos explicita San Lucas.
          Quedaban los tres apóstoles desolados, porque nunca habían visto así al Maestro, y ellos mismos entraron en profunda desolación que les indujo a echarse al suelo, y con ello que les ganase el sueño y se quedaran dormidos, sin poder escuchar la oración de Jesús que nos describe la carta a los Hebreos como oración a agritos y con lágrimas. En ella suplicaba a Dios que le apartase aquel sufrimiento.
          Duró una hora aquel rato hasta que se calmó algo y vino a apoyarse en sus tres íntimos, y se los encontró dormidos. También Pedro, el que estaba tan dispuesto a morir con él. Por eso a Pedro se dirige Jesús y lo despierta y le pregunta: Simón ¿duermes? ¿No has podido velar una hora conmigo? No tenía respuesta. Siempre lo imagino con ese rostro absurdo del recién despierto de un primer sueño, que ni siquiera sabe dónde está. No tenía mucho que decir ciertamente. Lo único que se saca de aquí es la soledad espantosa en que se sintió el Señor. ¡Ni ellos habían podido acompañarlo! No le quedó otra palabra que recomendarles de nuevo que oraran para que no llegaran a escandalizarse con los acontecimientos que se venían encima: El espíritu es fuerte pero la carne es débil, fue su palabra antes de volverse a su oración.
          Y se retiró de nuevo. Ahora pega su rostro al suelo y en su oración hay un paso nuevo: el de la aceptación martirial: si no  es posible que pase de mí este cáliz, que se haga, Padre, tu voluntad; que no sea como yo quiero sino como quieres tú. Y así pasó una nueva hora de lucha y sufrimiento. Dice San Lucas (22,40-46) que la respuesta de Dios fue un ángel que le confortaba. No le apartaba el cáliz, pero le ayudaba a aceptarlo. Como él enseñó en otra ocasión: Dios da Espíritu Santo a quienes le piden. Era lo que le quedaba ya por delante.

1 comentario:

  1. Si uno se para y reflexiona, mira atrás a su vida, tal vez traiga al recuerdo los pecados del pasado. No es recomendable hacer esto en según que circunstancias, pero mi experiencia personal me enseña que a veces es bueno observar un momento lo que fuimos para así dar más gracias a Dios por habernos cambiado y sobre todo gracias por su infinita misericordia y su perdón. El apóstol Pablo lo hizo en alguna ocasión como está registrado en la Biblia cuando se refería a sí mismo como aquel que perseguía a los cristianos. De ese modo traía a la mente su pasado para ayudar a entender el presente y poder caminar firme hacia el futuro.

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