LITURGIA
Lo moderno es vivir muchos a su propio antojo.
Para ellos nada es pecado, o aunque lo fuera, no entra ya ese concepto en la
falta de conciencia de esos muchos. Frente a esa actitud, la 1ª lectura
–Deut.4,1.5-9- nos presenta Moisés su enseñanza al pueblo, que él trasmite de
parte de Dios: escucha los mandatos y
decretos que yo os enseño a cumplir; así viviréis y entraréis a tomar posesión
de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres os va a dar. Yo os enseño
unos mandatos y decretos como me ordenó el Señor mi Dios, para que obréis según
ellos, en la tierra en que vais a entrar. Guardadlos y cumplidlos, porque ellos
son vuestra sabiduría y vuestra prudencia ante los demás pueblos. Lo que
distingue y da valer a ese pueblo es seguir los mandatos de su Dios.
Y para que no se piense que eso se quedó para un pueblo
primitivo, cuando llega Jesús para establecer la Palabra definitiva, la que ha
de vivir el nuevo pueblo de Dios, los cristianos, los miembros de la Iglesia, dice:
No creáis que he venido a abolir la Ley y
los Profetas. No he venido a abolir sino a llevarlo a plenitud. Antes pasarán
el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la
ley. El que se salte uno de los
preceptos menos importantes, será el menos importante en el reino de los
cielos.
“Lo moderno” es, por tanto “lo menos importante” y sus
seguidores, “los menos importantes”. Queda, pues que plantearse una actitud de
fidelidad a todos los preceptos y orientaciones que nos pone delante Cristo y
la Iglesia de Cristo, como su intérprete y continuadora de su obra en el
momento actual.
[SINÓPSIS, 307-308; QUIÉN ES ESTE, pgs. 116-118]
Hacia las 9’30 Jesús es llevado, con la túnica brillante,
por las calles hasta regresar a la Torre Antonia, residencia de Pilato. Una
hora en que ya está la gente en la calle, y la burla del “tonto” se hace
patente, incluso en los niños, tan propensos a reírse del débil. En las
personas mayores surge como el desencanto del que pareció hombre de Dios; o el
dolor de las gentes de buena fe, que sufren de ver sufrir, máxime cuando se
vislumbra que hay una mala fe por medio.
Llegaron a Pilato que, aunque flirtea con la situación,
todavía se intenta mantener en su posición de juez que administra justicia. Y
cuando sale afuera y se encuentra con los exaltados sacerdotes y con Jesús
humillado bajo aquel manto, quiere razonar sobre algo que caería de su peso en
circunstancias neutrales: Me habéis
traído a este hombre como a un perturbador del pueblo, y yo después de
examinarlo delante de vosotros, no he encontrado en él ninguna causa de las que
le acusáis. Ni tampoco Herodes, pues nos
lo ha remitido. Por tanto, nada ha hecho
digno de muerte. (Lc.23,13-15)
¿Cuál era la actitud justa de un juez ante esa declaración
que él mismo ha hecho? Tendría que dar
un golpe de efecto, hacerse con el preso y quitárselo de las manos a los
acusadores.
Pero ya vimos que Pilato no era precisamente el hombre que
buscara la verdad. Chaqueteaba “políticamente” y en vez de poner el asunto en
vías de solución, optó por “lo intermedio”: no disgustar demasiado a los
sacerdotes y no ser él quien tomara las riendas del caso.
Y les propuso: Tenéis
por costumbre que os suelte uno en la Pascua. ¿Queréis que os suelte al rey de
los judíos? Así lo enfoca San Juan. Los sinópticos no son tan simples en el
planteamiento de este tema. San Marcos (15, 6-10) nos dice que, en medio de
todo el juicio que se estaba celebrando contra Jesús, irrumpió una turba a
pedir lo que solía concederles el preso que pedían.
Estaba entonces preso un tal Barrabás, un malhechor que
había sido cogido en una revuelta en la que incluso había habido un asesinato.
Y cuando aquella “turba”, que llega al azar en este momento (y que posiblemente
era un grupo de gente bullanguera que venía a hacer fiesta de la costumbre
anual), Pilato encuentra la salida airosa de la causa de Jesús. Jesús no ha
hecho nada malo. Barrabás es un malhechor. Ponerles el dilema de elegir entre
la liberación de Jesús y la de Barrabás, era una jugada favorable para los
intereses de Pilato. Sabiendo que los sacerdotes habían entregado a Jesús por
envidia (Mt.27,15-18), les deja en el aire la pregunta: ¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás o a Jesús, llamado Cristo?
Y Pilato se retiró, convencido de su acierto en plantear el caso así. Dejamos para mañana lo que ocurrió mientras
Pilato dejaba deliberar a una turba a la que poco importaba todo.
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