jueves, 28 de marzo de 2019

28 marzo: No escucharon mi voz


LITURGIA
                      Las lecturas de hoy muestran la dureza del corazón humano, que es capaz de no escuchar la voz del Señor, y perderse así la posibilidad de seguir los caminos que Dios marca para bien del hombre. En Jer.7,23-28 tenemos la orden que da el Señor: ¡que escuchen mi voz!, y la respuesta del pueblo que no hace caso de esa palabra que le dirige Dios: caminaban según sus ideas, según la maldad de su corazón obstinado, y me daban la espalda, no la frente. Y ya puedes repetirle este discurso, que no te escucharán. Por lo que concluye Dios mostrando a un pueblo que no escuchó la voz del Señor y no quiso escarmentar. La sinceridad se ha perdido. Es la queja de Dios, perfectamente transportable al momento presente.
          En el evangelio –Lc.11,14-23- tenemos los casos prácticos de quienes no quieren escuchar a Jesús: son aquellos que ante la liberación que Jesús ha hecho de un poseso, lo acaban atribuyendo al poder de Satanás. O los otros que, teniendo delante ese poder de Jesús que expulsa al demonio, no les basta, y piden un signo… ¿Qué más signo se podía dar? El signo que da Jesús es que a Satanás no puede echarlo Satanás porque es una contradicción.
          El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama.

          [SINOPSIS, 309-310; 302; QUIÉN ES ESTE, pag118, 111]
          Pilato se ha retirado un rato para dejar a las gentes deliberar. La esposa de Pilato aprovecha este receso para enviarle un recado: no hagas nada a ese justo, porque he padecido mucho hoy en sueños por su causa. (Mt.27,19). Pilato debía estar tan convencido de su buena jugada, que no le preocupó demasiado el recado de su mujer.
          El propio Mateo nos dice que los sacerdotes y ancianos persuadieron a la turba que pidiesen a Barrabás, y matasen a Jesús. Pilato se había equivocado totalmente con aquella artimaña que había fraguado. No supo alcanzar que los ancianos de Israel eran mucho más ladinos, y que le podían ganar la partida. Y ahora se encontraba Pilato ante un revés que no esperaba. Y con una torpeza propia de quien está gestionando tan mal aquella causa, pregunta qué ha de hacer entonces con Jesús, a quien él considera inocente. Y se encuentra con la terrible respuesta de una turba exaltada, que no se aviene a razones y que ya procede bajo la convicción que le han metido los sacerdotes. Pilato escucha con estupor la respuesta a coro de aquella turba: ¡Crucifícale! Pretende el gobernador entrar en razones con la muchedumbre y les pregunta: Pero ¿qué mal ha hecho? Pero ya es imparable la situación y ellos más gritan, y más fuerte: ¡¡Sea crucificado!!

          He dejado atrás conscientemente un paso muy doloroso de la Pasión. Como ya comenté, lo más seguro es que Judas nunca pensó en una condena a muerte del Maestro. Él pretendía quitarlo de la vida pública, del planteamiento mesiánico que Jesús presentaba, y en ese intento lo entregó a los sacerdotes, que estaban contra Jesús. Ahora Judas se encuentra que su acción ha llegado tan lejos que se ha convertido en una pena de muerte, y de la terrorífica muerte de un crucificado.
          Mt.27,3-10 nos dice que viendo Judas que le habían condenado, arrepentido, devolvió a los príncipes de los sacerdotes y a los ancianos los 30 siclos de plata¸ diciendo que ha entregado sangre inocente. Los sacerdotes no quieren ya saber nada. Han conseguido lo que pretendían, y su respuesta es fría: Allá tú; ¿qué nos importa a nosotros? Tú verás. Judas arrojó el dinero en el templo y se fue desesperado.
          El pecado de desesperación de Judas era la culminación de su maldad de corazón. Porque Judas podría haberse buscado el perdón, que si ya no podía obtener de Jesús porque no podía llegar hasta él, podía buscarlo en alguno de sus antiguos compañeros de quien pudiera tener más confianza de una acogida. Judas tenía opciones que no fueran las de quitarse él la vida. Pero en su desesperación no supo ya buscar otro remedio a aquel peso terrible de su conciencia, y fue a ahorcarse. Hay dos relatos: el de Mateo y el de los Hechos de los Apóstoles (1,18-18). Mateo lo expresa así de simple: fue a ahorcarse. En el libro de los hechos nos lo presentan mucho más tétrico: Cayó de cabeza, reventó, y se derramaron sus entrañas. En definitiva es el final de un hombre que pasó a la historia como “el traidor”, y traidor de un hombre justo y y un Maestro bueno que había tenido con él tantas bondades.

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