viernes, 1 de marzo de 2019

1 marzo: Lo que Dios ha unido


Hoy es PRIMER VIERNES
Reunión  5’30.- Hora Santa a las 7 (Málaga)
LITURGIA
                      El tema del Ecclo (6,5-17) va hoy por la amistad. Un ensalzar la verdadera amistad y un prevenir de las amistades de conveniencias. Un amigo fiel no tiene precio; el que encuentra un amigo, encuentra un tesoro. El amigo que sigue siendo amigo también cuando ya me conoce más a fondo y sabe de mis defectos, y con todo y con eso sigue siendo amigo. Amigo es el que lo es en lo próspero y en lo adverso. Amigo es el que no saca a relucir mis defectos el día que ocurre alguna divergencia. Amigo cuando todo va viento en popa y cuando uno está en necesidad y necesita del amigo. El verdadero, está ahí; el que no lo es, se aparta.
          De ahí la serie de advertencias que hace el autor sobre los que no son amigos de fiar. Y advierte que no tengamos por confidente a cualquiera que parece ser amigo. Confidente, uno entre mil. En los que parecen amigos, andarse con prudencia: no te fíes en seguida de él porque hay amigos que no duran en tiempo de peligro; hay amigos que se vuelven enemigos y te afrentan descubriendo tus riñas; amigos que acompañan en la mesa pero no aparecen a la hora de la desgracia.
          En consecuencia, advierte: apártate de tu enemigo y sé cauto con tu amigo.
          Todo esto es más fácil de entender cuando el sujeto que lo vive soy yo. Pero nos pone inmediatamente en mirada hacia los otros, para calibrar la calidad de nuestra personal amistad. Todo lo que yo debo vivir respecto de mis amigos. Y que yo sea de fiar.
          Todo lo concluye esa lectura con una  mirada a la actitud religiosa fiel de la persona, porque el que es honrado hacia Dios, será honrado hacia los otros. El que ama a Dios, lo alcanza.

          Mc.10,1-12 es un evangelio que hoy ponen en solfa incluso muchos cristianos, que han saltado abiertamente esa palabra de Jesucristo, que –por lo demás- es de las más claras y diáfanas que podemos encontrar en el evangelio, y que no pide mucha explicación para que diga lo que dice.
          Jesús pasó el Jordán y marchó a Transjordania, lugar menos frecuentado por lo general. Y sin embargo pronto se le juntaron gentes, y Jesús les enseñaba.
          Unos fariseos, con buena o mala intención abordan a Jesús para plantearle una cuestión importante: ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer? [Advierto que todo lo que se va a ir diciendo del varón, ha de aplicárselo también a la mujer; lo que pasa es que se hablaba en una cultura en la que el problema era vivo en los varones; pero vale perfectamente la trasposición a nuestros tiempos en que la iniciativa está lo mismo en la mujer].
          Jesús le responde con una pregunta que mira a la Ley. Pero aquellos fariseos se van por la parte de las costumbres: Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer el acta de repudio. Mal empezaba la cosa. En vez de ir a los mandamientos, se van a la excepción.
          A lo que Jesús tiene que responder: Por vuestra terquedad dejó Moisés ese precepto. Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer; por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que YA NO SON DOS, SINO UNA SOLA CARNE. Quedaba, pues muy claro el pensamiento desde la mirada de Jesucristo. Y concluye con una máxima de sumo valor e importancia: Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. El pensamiento de Jesús es diáfano.
          Cuando estuvieron solos los discípulos con él, le plantearon de nuevo la misma situación. Y Jesús volvió a dejar claro el tema: si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.
          El criterio, pues, es claro. Luego vendrá la otra parte de que nadie señale a nadie, sino que se use la máxima misericordia, como nos pide el Papa. Eso va por la parte de terceros y por la actitud maternal de la Iglesia. Pero sin rebajar para nada el pensamiento de Jesús, en el que hemos de fundamentar nuestro personal criterio de cristianos católicos, sin poner sordina ni untar vaselina a las situaciones cuando llegan a tocarnos de cerca.

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