jueves, 7 de marzo de 2019

7 marzo: La vida es una elección


LITURGIA: Jueves de Ceniza
                      Deut.30,15-20: Nos presenta la vida creyente como una elección: «Mira: hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Pues yo te mando hoy amar al Señor, tu Dios, seguir sus caminos, observar sus preceptos, mandatos y decretos, y así vivirás y crecerás y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para poseerla.
          Eso lleva consigo un premio o un demérito, que se enuncia en el párrafo siguiente: Pero, si tu corazón se aparta y no escuchas, si te dejas arrastrar y te postras ante otros dioses y les sirves, yo os declaro hoy que moriréis sin remedio; no duraréis mucho en la tierra adonde tú vas a entrar para tomarla en posesión una vez pasado el Jordán. Naturalmente la cita corresponde a la realidad de aquellos tiempos. No tenemos que hacer otra cosa que buscar el equivalente en nuestro mundo actual.
            Se concreta todo: Hoy cito como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra. Pongo delante de ti la vida y muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, para que viváis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, adhiriéndote a el, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra que juró dar a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob».
          Es el mensaje que nos propone la Cuaresma desde su mismo inicio.

          En el evangelio está ya “traducido” todo a la realidad de la predicación de Jesús, que nos señala su camino y, consiguientemente, nuestro camino: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?».
        No hay mucho que explicar. Tomemos en serio la palabra de Jesús y vayamos aplicando su llamada a nuestra realidad personal. Es cuestión de meditar. De no buscar escapatorias. De sentirnos llamados a un estilo de vida muy concreto.

          Estamos en el jueves que siguió a lo narrado ayer. Es el día de los ázimos (Mc.14,12-16) en el que había que preparar la Pascua. [La Pascua era el sábado]. Los discípulos se acercan a Jesús para preguntarle dónde le preparan la Pascua.
          Jesús había sido advertido por algún discípulo externo a los Doce, que por una parte era miembro del Consejo de los Ancianos, y por otra parte amigo fiel del Maestro. Lo más seguro José de Arimatea. Y sabía Jesús de la fechoría que había tramado Judas. Por eso no quiso dar pista concreta. Y se vale de otro amigo de la ciudad para que tenga su casa preparada para la celebración de la Cena.
          Por eso a los dos apóstoles que envía a preparar, no les concreta nada. Les dice que vayan a la ciudad y os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua. No era normal un varón con un cántaro. Por eso era señal cierta, a la vez que anónima. Seguidle, y donde entre, diréis al dueño de la casa: El Maestro dice: ¿Dónde está la sala para comer la pascua con mis discípulos?
          Los dos apóstoles salieron por la mañana temprano sin que se supiera –ni ellos mismos- donde se iba a reunir Jesús. Así Judas no podía preparar su traición, ni le quedaba otro remedio que unirse a los otros cuando llegara la tarde y Jesús emprendiera con ellos el camino último de Betania a Jerusalén.
          Todo lo tenía Jesús muy apalabrado, de manera que sabe perfectamente la sala que les van a mostrar a los dos de la avanzadilla: Él (el dueño de la casa) os mostrará una sala grande alfombrada y preparada. Hacednos allí los preparativos.
          Así se efectuó todo como Jesús había previsto: los dos apóstoles llegaron a la ciudad y hallaron como les había dicho, y prepararon la Pascua.
          Lo que queda en el aire es cómo aquella Cena podía ser la Cena Pascual ritual. Pero tiene el gran sentido de que Jesús se adelantara con la comida del cordero –él era el nuevo Cordero de Dios- y por tanto invalidaba ya la fiesta judía del sábado grande, que quedaba en un cordero ritual sin sentido en la historia de la salvación.

          (SINOPSIS 266; QUIÉN ES ESTE, pg.80)

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