martes, 18 de febrero de 2020

18 febrero: ¿Y no habéis entendido?


Viernes 21, Málaga, Escuela de Oración
LITURGIA       
                      Santiago (1,12-18) nos pone ante el hecho de la prueba; la prueba tiene que venir, pero en la prueba de cualquier clase queda aquilatado el valor de la persona, y recibe el premio de Dios.
          Lo que hay que evitar a toda costa es pensar que es Dios quien pone en la tentación. Dios no tienta a nadie; no conoce la tentación al mal. La tentación le viene a uno de su propia postura, de sus actitudes, de sus faltas de previsión, de sus ligerezas, de sus debilidades ante lo que tendría que hacerse fuerte. Le tienta su deseo que lo arrastra y seduce, y da a luz el pecado que provoca la muerte del alma. Advirtamos que no dice tampoco que cualquier situación pecaminosa es ya “tentación del demonio”. El demonio no tiene que tentar cuando es la persona misma la que se pone en situación de pecado. La persona que recurre fácilmente a decir que la ha tentado el demonio, en realidad busca una coartada para sentirse menos culpable. Pero de la mayoría de las caídas es responsable la propia persona por su falta de valor para evitar la ocasión.
          Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, de Dios, en quien no hay sombra de mal. Él nos engendro en la verdad para que seamos la primicia de sus criaturas.

          Ya me adelanté a este evangelio al hablar de la “segunda multiplicación” de los panes (Mc.8,14-21) advirtiendo que los estudiosos bíblicos dan mucha más veracidad a que no hubo dos multiplicaciones sino que al evangelista le llegaron dos tradiciones, una de origen más judío y otra de origen más universal. El judío sitúa en 12 las cestas que recogen de sobras los apóstoles, fijándose así en las doce tribus de Israel. El más universal marca el número 7 como número simbólico de mayor universalidad.
          Y todo lo ha montado Marcos sobre el tema central de “precaverse de la levadura de los fariseos”, que es la advertencia que fundamentalmente hace Jesús a los apóstoles, en expresión parabólica, para decirles que no se fíen de los fariseos. Ni de ellos ni de Herodes. Y ya todo gira alrededor de esa realidad: los apóstoles no han sido prevenidos y no han echado panes para ellos y Jesús. Y ya se toma toda la descripción de la multiplicación de los panes, que es un calco de la narración de la que tenemos más trillada y conocida. Sólo varían los números: los cestos recogidos de las sobras, y que la multitud es de 4,000 en vez de 5,000, cosa tampoco llamativa porque en una cantidad tan desorbitada de gentes, poco va de un cómputo a otro.
          Otra explicación dada en Israel en los cursos bíblicos es que se trata de varias multiplicaciones, de las que el evangelio recoge dos: una en Galilea, en que el “Doce” cestos recogidos responde a los doce apóstoles; y otra se produce en la Decápolis en donde estaban los siete diáconos, y entonces se recogen siete canastas.
          El evangelista nos lleva a la enseñanza fundamental a los apóstoles: ¿por qué se preocupan de si se acordaron o no de tomar panes, cuando saben ellos que han comido en el desierto sin tener prácticamente para comer ellos y la muchedumbre? ¿Y no acaban de entender? Ese sería el tema central de esta narración: tienen que aprender de los hechos. Lo que se está buscando acentuar es la fe de los apóstoles, que tienen que fiarse de Jesús más que de sus precauciones. Eso es lo que tienen que acabar ya de entender.

          Concluía yo mi exposición pasada diciendo lo que aquí repito: que con el texto en la mano, cabe al lector perfectamente aceptar que se trata de dos multiplicaciones. Los defensores de esa versión también tienen sus razones. Y la riqueza de la Palabra de Dios es la multiforme manera en que –en actitud de oración- cabe ver el fondo de una manera o de otra. Y yo no le quitaría la razón a ninguna de las dos versiones.

1 comentario:

  1. Cuando el pecado atrae y seduce a la persona no es por causa de un demonio que está allí poniendo el pecado delante para que la pobre persona caiga. Por ejemplo, habrá situaciones que estén cerca de nosotros, pero a uno esa situación le dejará indiferente, otro sabrá reconocerla y la evitará, y otro, caerá y seguirá su inclinación a hacer lo que no debería. Por ejemplo, a uno literalmente le dará asco la pornografía, y no se acercará. Otro, será consciente de que no agrada a Dios y la evitará, y otro, se sentirá atraido y caerá. No es un demonio que te tienta con la pornografía, es la inclinación de la persona la que decide que hacer con lo que se le presenta delante. Por tanto, culpar al demonio de lo que uno hace mal, es un error.
    Ciertamente, el demonio, los demonios existen y están en el mundo e influencian malignamente, y puede provocar que ocurran ciertas situaciones, pero realmente yo pienso que los demonios no tienen poder sobre el cristiano que vive en Gracia de Dios, y realmente a veces es bastante ingenuo creo yo.
    Un sacerdote me dijo una vez: "yo siempre le digo al demonio, -¡conmigo no tienes nada que hacer!"

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