lunes, 10 de febrero de 2020

10 feb: Modos de tocar


LITURGIA       
                      1Reg.8,1-7.9-13: Salomón había construido un Templo al Señor. Ahora quedaba la parte más sagrada, que era trasladar al Templo el Arca de Dios. Todos los israelitas se congregaron en torno al rey.
          En el proceso del traslado, Salomón ofreció muchos sacrificios al Señor.
          En el Arca estaban las dos tablas de la Ley que Dios entregó a Moisés. En otro tiempo estuvo también el bastón de Aarón.
          Cuando los sacerdotes salieron de depositar el Arca en su lugar, se cubrió el Santo con una nube densa que no dejaba permanecer en ese sitio. Era un modo habitual de hacerse Dios presente. La gloria de Dios llenaba el templo.
          Salomón dijo entonces: Dios quiere habitar en las tinieblas; y yo te he construido un palacio, un sitio donde vivas para siempre. No es propiamente “vivir en las tinieblas” sino en el misterio, en lo recóndito y oculto, porque Dios no puede ser abarcado por los ojos humanos.

          En Mc.6.53-56 no se recoge ningún episodio particular sino lo que pudiéramos llamar los hechos del día a día. Lo habíamos dejado “al otro lado” en el intento de descanso y en la realidad de tener que atender a las muchedumbres que andaban como ovejas sin pastor.
          Ahora, vuelta a embarcarse hacia el lugar de origen y tocaron tierra de Genesaret.
          Apenas desembarcados, algunos lo reconocieron y se pusieron a recorrer con él toda la comarca, y él iba curando enfermos que le llevaban en camillas.
          En la aldea o pueblo donde entraba, las gentes sacaban a sus enfermos y los ponían en las plazas, con el deseo de que siquiera la sombra de Jesús les tocase, en la confianza de que curarían. Otros le pedían que les dejase tocar el manto con la fe que era bastante para la curación de sus enfermedades. Y los que lo tocaban, quedaban sanos.
          Por eso yo no llevo tan a mal la tendencia de las gentes a “tocar”: tocar las reliquias, tocar las tumbas, tocar las imágenes de los santos. Hay como una reminiscencia de aquellas situaciones en las que un “tocar” incluso lo más externo de Jesús -su manto- ya era una ocasión de recibir los beneficios de la curación. Donde establezco la diferencia es en la fe. Con qué fe se toca, o con qué superficialidad se toca; con qué sentido religioso y de veneración, o en qué aspecto fanático y supersticioso. He ahí la diferencia.
          Yo lo compararía con el abrazo. El abrazo es una muestra de cercanía, una necesidad de expresar un sentimiento. Pero hay abrazos y abrazos. Los hay llenos de ternura y afecto, y los hay fríos y rituales. Los primeros expresan mucho, Los otros, no expresan nada. Los primeros, “tocan”. Los otros golpean con aparente efusividad pero no trasmiten nada. Hacen ruido. Pero la persona abrazada se siente lejos del que abraza.

1 comentario:

  1. He vivido las dos experiencias. La de "tocar" y la de los "abrazos". Pocas veces he necesitado personalmente tocar en esa manera. Una vez recuerdo puse mis manos sobre los pies de un crucificado. Mi sensación fue de ternura. Otra vez, recuerdo hice algo similar porque estaba en una fila de gente que hacía lo mismo, y no sentí nada, más bien frialdad, ritual vacío.

    Muchas veces he experimentado el abrazo vacío, incluso entre los de mi misma sangre. Y algunas, las menos, lo he sentido como algo sincero y salido del corazón y del afecto real, y no eran de mi sangre. Muchas veces he necesitado un abrazo sincero, y no lo he tenido, y sin embargo he tenido que cumplir el ritual de saludos que no significan nada, o como mucho una simple cortesía ritual.

    El propósito sería darse cuenta de que puede haber gente que necesite de nuestros abrazos sinceros. Ser sensible a ello. Y no convertirse en un religioso de tocar mucho sin más sentido que el de cumplir una especie de ritual supersticioso similar a las patas de conejo o no pasar por debajo de una escalera o las octavillas de las cadenas de oración.

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