sábado, 20 de julio de 2019

20 julio: No apagar la mecha


LITURGIA
                      Día grande para “las legiones del Señor”, aquel numeroso pueblo israelita que sale de Egipto, incluso apremiado por los egipcios. En Ex.12,37-42  se nos dice que con aquellas prisas no dio tiempo a que la masa de los panes fermentara, de modo que lo que tuvieron para su alimento eran panes ácimos. De ahí que, siguiendo ese paralelismo entre la liberación de Egipto y la liberación del pecado (Jueves Santo), la Comunión católica se haga con panes ácimos. No es una condición indispensable y de hecho puede, en ocasiones, utilizarse el pan normal. Pero lo que nos une a aquella experiencia de liberación es el sentido de precariedad que vivieron los israelitas en su liberación de la esclavitud de Egipto. Los egipcios apremiaban a que se fuera aquel pueblo, asustados por lo que les había ido sucediendo por culpa de no dejarlos salir el Faraón. Ahora son los propios egipcios los que meten prisa y no les dejaban detenerse.
          Fueron cuatrocientos treinta años lo que duró aquella estancia en Egipto que, aunque en tiempos de José fue una solución a sus necesidades, luego vino a hacerse una pesadilla constante bajo los faraones que los  habían hecho esclavos maltratados.
          Con un sentimiento triunfal, el narrador expresa que al cabo de esos años, salieron de Egipto las legiones del Señor. Noche en que veló el Señor para sacarlos de Egipto, noche de vela para los israelitas por todas las generaciones.

          Los fariseos no soportaban a Jesús. No sólo no les daba a ellos la razón sino que ridiculizaba aquellas formas externas en las que los fariseos ponían tanta fuerza. Mt.12,14-21 nos dice que esos fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. No tenían medias salidas; iban a por todas contra Jesús.
          Jesús se entera y se marcha de allí. Jesús no busca la pelea ni su misión es hacer frente por hacer frente. Lo que él busca es poner la pureza de las costumbres y la verdad de Dios sobre aquel pueblo que vivía bajo el yugo de unas leyes humanas exageradas por lo fariseos.
          Por eso, cuando él se va a otros parajes, muchos lo siguieron. La gente aceptaba a Jesús. Comprendían que la relación con Dios es mucho más profunda que el cumplimiento de unas normas humanas. Y Jesús les hablaba al corazón y les hacía ver que ahí es donde se sirve a Dios y se le agrada. Jesús curó a todos, encomendándoles que no lo descubrieran. No quería enfrentamientos, pero no dejaba de hacer el bien.
          El evangelista discurre ahora sobre la profecía de Isaías que había sobre Jesús: Mirad a mi siervo, a mi elegido, mi amado, mi predilecto. Sobre él he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. Isaías profetizaba. Y su profecía trasciende los siglos y viene a hacerse realidad en Jesús, elegido, amado y mi predilecto. Él viene a enseñar lo que es recto y de él tienen que aprender todas las naciones. Primero los judíos. Luego enviará al mundo entero a sus apóstoles para que todos tengamos el anuncio de la Buena Noticia que nos trasmite el Espíritu del Señor.
          Y todo ello, desde la paz; no desde la tensión: No porfiará, no gritará, no voceará. La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará, hasta implantar el derecho; en su nombre esperarán las naciones. Un párrafo muy expresivo que no conviene cortar sino encontrar su significado simbólico en es Jesús manso y humilde de corazón, que lleva el bien sin imponerse, y que soporta el mal sin atacar. Lo que él pretende es implantar “el derecho”…, enseñar lo que recto para que las naciones procedan de esa manera.
          Cuando vemos a las naciones actuales, siempre a la gresca, peleando unas con otras, haciéndose la guerra, persiguiéndose…, o vemos a los políticos siempre a la contra…, o al mundo en general en el que basta que alguien diga algo para que surja la voz contraria (y muchas veces agresiva), bien podemos decir que no han sabido recibir el estilo manso y humilde del Señor…, que no proceden conforme a derecho y que lo que priva hoy es la ofensa, la negación, el hacer la contra, el abuso de los poderosos, la tiranía de los que tienen la fuerza bruta en sus manos.
          No es ese el evangelio. No es ese el estilo de Jesús. No es el espíritu del Señor. Y lo que tenemos que pensar es la actitud personal que tenemos cada uno, porque lo terrible sería que –en pequeñito- fuéramos nosotros los que rompemos la caña cascada o apagamos la mecha que todavía puede lucir y emprender si vamos por delante con buena disposición.

3 comentarios:

  1. Que santa María, Madre de Misericordia nos ayude a no romper la caña cascada de nuestras miserias.Abramos una ventana de esperanza,todo tiene solución.No dar a nadie por perdido.

    ResponderEliminar
  2. Quiero decir que no perdamos nunca la esperanza,a pesar de lo débiles que seamos.Nuestro Padre Dios es Amor y misericordia

    ResponderEliminar

¡GRACIAS POR COMENTAR!