sábado, 27 de julio de 2019

27 julio: La cizaña


LITURGIA
                      Moisés bajó del monte adonde había recibido las tablas de la Ley y las palabras de Dios que le explicitaban el contenido de aquellos mandamientos, los diez mandamientos de la Ley de Dios, que vienen a ser –en la realidad- como la plasmación de los principios fundamentales que están grabados en el corazón de todo hombre bien nacido. No había mandado Dios nada raro, sino lo que se deduce de una conciencia humana de hombre religioso. Y no perdamos de vista la definición que se dio en su momento de qué es el hombre: animal religioso. Común con los animales en sus funciones humanas, pero distinguido de ellos en que es capaz de tener conciencia de adoración y dependencia de un Dios.
          Moisés baja del monte y trasmite a los israelitas las palabras de Dios (Ex.24,3-8), y el pueblo acoge con veneración aquellas palabras: Haremos todo lo que dice el Señor. Moisés pone por escrito los mandamientos, y escoge a unos jóvenes que ofrezcan sacrificios de agradecimiento a Dios. Y con una parte de la sangre rocía al pueblo y le dice las palabras que constituyen la antigua alianza: ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros sobre todos estos mandatos.
          Bien se explica que si la antigua alianza se firmara con sangre, aunque fuera de animales sacrificados, al llegar la nueva alianza, la que selló Cristo, se hiciera también con sangre, aunque esta vez ya no era con sangre prestada, sino que es la Sangre preciosa de Cristo la que se rocía sobre el nuevo pueblo de Dios. He ahí el valor que Dios ha dado a la liberación de la gran esclavitud del pecado, que se hizo a través de la vida misma del Hijo de Dios. Puesto en una balanza los pecados de la humanidad y en el otro platillo la sangre de Jesús, vino a valer más esa sangre. Y fuimos salvados. De eso participamos en la Eucaristía, y la pena es que muchos fieles no valoren la Misa de manera que se participe siempre de ella, a no ser por una fuerza mayor de verdadera importancia.

          Nueva parábola de Jesús, y muy significativa: la parábola de la cizaña (Mt.13,24-30). Vendría a ser una explicitación de por qué la semilla no da tantas veces el fruto deseado. Y es que en la vida de cada hombre y mujer, aparte de la siembra buena que hace Jesús y la Iglesia, los padres y los educadores verdaderos, hay “un enemigo” que siembra entremezclada la cizaña: las medias verdades, la falsedad, el mal camuflado con apariencias de bien.
          El trigo se ha sembrado a la luz del día, porque la verdad y el bien son diáfanos. La cizaña se siembra de noche: con engaño y secreto. Por eso los padres apenas pueden advertir ese proceso en sus hijos, aunque muchas veces los ven extraños. Pero se atribuye a los cambios de edad de la adolescencia o de la llegada a la universidad, o a otros factores. Y sin embargo el cambio que dan esas personas está provocado por la siembra subrepticia de medias verdades, de influencias sectarias, de maldades abiertas recubiertas de falsas razones.
          ¿La solución puede estar en arrancar de pronto la cizaña? No, evidentemente porque el problema está en que actuar derechamente en esas situaciones provoca rechazos de muy graves consecuencias. Y los padres han de ver cómo se les van de las manos sus hijos e hijas sin poder hacer apenas nada. La siega final es la que pone las cosas en su sitio, aunque frecuentemente sin un remedio favorable. Y entonces se ha de ver que la cizaña no tiene porvenir y que está destinada al horno. Lo positivo es cuando en ese nuevo período de la edad y de la madurez, se reconoce dónde está el verdadero trigo, y se recolecta para que sirva ya en adelante con la experiencia vivida.
          No es fácil ese final en la vida real. La cizaña ha hecho ya su estrago y es parte de esas causas que Jesús explicaba para que la Palabra no tenga fruto: la cizaña –mucho más bravía- puede ahogar la semilla buena, y que al producirse esa mayoría de edad adulta, se esté muy lejos de poder retomar los valores que se recibieron al principio.
          He ahí una explicación de ese mundo arreligioso que se ha fraguado en las mismas familias tradicionales cristianas, en la que los padres viven el dolor de unos hijos separados de la fe y que dan a luz otros hijos sin bautismo y sin formación religiosa, y sin sacramentos salvadores. Sencillamente, nuevas generaciones alejadas de la religión y carentes de los valores cristianos (y por ende, los mismos verdaderos valores humanos).

2 comentarios:

  1. La misa hay que vivirla desde el minuto -1. Desde que se entra en la Iglesia, manteniendo un clima de recogimiento.

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  2. Efectivamente los padres viven el dolor de los hijos separados de la fe,como
    muchos amigos y familiares míos.Ademas del dolor de las separaciones en sus matrimonios con las consecuencias negativas para sus hijos.

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