martes, 29 de octubre de 2019

29 octubre: Dos parábolas


LITURGIA
                      Bella descripción de San Pablo en Rom.8,18-25 en que considera que los trabajos del tiempo presente no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Trabajos los hay. Y Pablo iguala mucho los “trabajos” con la realidad de la cruz que hay que llevar sobre nosotros. Pues bien: no son nada comparados con la gloria que nos espera. Los “trabajos” son temporales, pasajeros. Lo que nos espera es eterno y definitivo.
          Hoy sufrimos. La creación está expectante, aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios. La creación fue sometida a la esclavitud y la frustración en contra de su voluntad, por el pecado que la sometió. Pero vive la esperanza de que la creación se verá liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
          Hoy día está constreñida al sufrimiento y sufre, gimiendo, en  dolores de parto. Y nosotros también gemimos. Al fin y al cabo somos parte de la creación, y la parte más sensible de la creación. Por una parte poseemos las primicias del Espíritu, y por otra –y por lo mismo- gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo. Eso lo vivimos ahora en esperanza; la realidad plena no se ha hecho aún en nosotros. Que si se hubiera hecho, no esperaríamos, porque no se espera lo que ya se tiene. Pero como aún no lo poseemos en plenitud, esperamos con perseverancia.

          Si observamos, gran parte de la enseñanza de Jesús se desarrolló en parábolas. Era el género preferido por el Señor para llegar con sencillez a las gentes, que se quedaban con el cuentecillo y, rumiándolo, aprendían.
          Hoy, en Lc.13,18-21, Jesús pone dos pequeñas parábolas para explicar la realidad del Reino. ¿A qué lo compararemos? Se parece al grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto, y los pájaros anidan en sus ramas.
          El reino comienza como una pequeña semilla. No es un reino de relumbrones. Pequeña semilla, como la del grano de mostaza. Un hombre la siembra. Aquí la siembra en principio el propio Hijo del hombre. Luego los que él ha designado para extender el reino. Luego, en realidad, todo hombre y toda mujer que toma la Palabra de Dios y la va llevando sencillamente a unos y otros. Y esa acción tan simple, da lugar –por la gracia de Dios- a un arbusto capaz de dar sombra y cobijar, y donde los pájaros –todos los que acogen el Reino- anidan. Todos tenemos ahí un lugar. Y a la vez somos sembradores de nuevos “granos de mostaza”. Y eso extiende el Reino, por la acción del boca a boca, porque la fe entra por el oído.
          He ahí el gran error de los padres que no quieren influir en sus hijos en el terreno cristiano, pensando que de mayores ya elegirán. Es el absurdo de que elijan lo que desconocen porque no se les ha enseñado. No les dejan la misma libertad para aprender a peinarse y asearse, o ir al colegio. Ahí les enseñan. Y los niños, que no son más que niños, aprenden. Y van adquiriendo sus formas de proceder.
          El “grano de mostaza” que se siembra en el niño, es el que ha de dar por resultado el arbusto donde anide su fe personal, que deberá cultivarse para llegar a ser adulta.
          La otra parábola es muy semejante, pero lo hace con un ejemplo más dinámico desde la acción humana: la levadura, la péquela porción de levadura, que una mujer toma y mete en tres medidas de harina. Y con ser tan poca la levadura, hace fermentar toda la masa.
          Estamos, pues, en las mismas. Se trata de algo muy pequeño que sin embargo hace efectos fuertes en el conjunto. El Reino arranca desde esa pequeñez. San Pablo dice la pobreza de la predicación. Pero es lo que entra por el oído y lo que va albergándose en el corazón y va quedando allí, y esponja “la masa”.
          Vuelvo a la misma consideración: la fe entra por el oído. La persona, niño o mayor, tiene esa posibilidad de hacer hueco a la fe por la palabra de alguien que se la pone delante. Si en la familia no se habla de Dios, de mandamientos y sacramentos, de oración…, eso no va a caer por generación espontánea. La enseñanza en los colegios no está en los mejores momentos precisamente para ser trasmisora de la fe. Más bien al contrario. Entonces se puede crecer en edad pero no en valores humanos y cristianos. Porque ya es claro que los valores humanos tienen poca consistencia cuando no están arraigados en bases mucho más hondas y con referencias sobrenaturales.

1 comentario:

  1. Buen comentario Cantero como siempre.La fe entra por el oído.En las catequesis de bautismo para padres y padrinos insistimos en la importancia de de la formación cristiana en la familia.Que no se la dejen sólo al colegio y Parroquia.El día de su boda se comprometieron delante de todos

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