Viernes 18: ESCUELA DE ORACION. Málaga
LITURGIA
La carta a los romanos salta ahora al cap.2
(1-11) en que empieza Pablo advirtiendo a aquellos que juzgan a otros, y les
advierte que haciendo juicios de los demás, se enjuicia uno a sí mismo. La
realidad es que lo que uno juzga de otro está más en uno mismo que en el otro.
Dice Pablo: Tu, juez, te portas igual.
Sólo Dios sabe dónde está el mal y por tanto el que tiene derecho para juzgar.
Y sabe que el que juzga, es juzgado, el que condena es condenado. Con la dureza de tu corazón impenitente te
estás almacenando castigos para el día final, cuando se revelará el justo
juicio de Dios, pagando a cada uno según sus obras.
Y ese juicio de Dios, que fundamentalmente es benévolo con
el pecador que se arrepiente, a los que
han perseverado en el bien, les dará vida eterna; a los porfiados que se
rebelan contra la verdad y se rinden a la injusticia, les dará un castigo
implacable. No quiere Dios que llegue esa situación. Dios está mucho más
abierto a acoger que al castigo. Pero el que se empeña en vivir la vida al
margen de la voluntad de Dios, es como el árbol que nace torcido, que caerá del
lado de su inclinación. Dios da mil oportunidades para que ese tal se enderece,
recapacite, emprenda el camino del bien. Pero el que se empeña en estar contra
Dios y su voluntad (sus mandamientos), él a sí mismo se castiga porque no ha
acogido el camino bueno que se ofrecía.
Y se habla de “castigo implacable”. Hoy no es el
pensamiento “políticamente correcto”, pero es lo que está afirmado como
realidad posible: esa situación tan definida contra Dios, que implacablemente
quedará fijada contra Dios. Y ese es el castigo sin remedio. El remedio lo tuvo
en vida. Cuando ya se han fijado las posiciones por la muerte, cada árbol cae
del lugar hacia el que ha crecido.
El evangelio entra en las quejas de Jesús contra los
fariseos y los doctores de la ley, precisamente porque han crecido y se han
desarrollado al margen de los caminos del Reino de Dios, y se han enfrascado en
minucias que no definen para nada la actitud de la persona: Lc.11,42-46. Había
invitado a Jesús un fariseo y en medio del banquete tuvo ya Jesús que corregir
determinados aspectos que observaba. Y ahora lo explaya en estas expresiones de
lamento. ¡Ay de vosotros, fariseos, que
pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de legumbres,
mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto habría que practicar, sin descuidar aquello. No está Jesús
anulando el diezmo que había que pagar según la ley. Lo que está haciendo es
poniéndolo en su valor: es de mucha menor importancia, y lo que vale de veras
es el amor a Dios. Ese amor que se expresa primero en la fidelidad a la
voluntad de Dios en sus mandamientos, y por consiguiente en la relación con el
prójimo hacia el que hay que abrir el abanico de los comportamientos acordes
con esa voluntad de Dios.
¡Ay de vosotros,
fariseos, que os encantan los asientos de honor en las sinagogas y las
reverencias por la calle! Todo externo. Todo de figurín. Lo más opuesto a
lo que Jesús viene enseñando, que empieza porque los verdaderos adoradores
adoran al Padre en espíritu y verdad desde el fondo del corazón, y acuden al
caído como el buen samaritano hacia el hombre que había sido herido por los
ladrones.
¡Ay de vosotros que
sois como tumbas sin señal, que las gentes las pisan sin saberlo! Algo
vacío, algo que pasa desapercibido porque sus obras no muestran valores
algunos. Y las gentes pasan de largo; no se sienten atraídas por un ejemplo, un
testimonio.
Intervino un doctor de la ley, diciéndole a Jesús: Maestro, diciendo eso nos ofendes también a
nosotros. A lo que Jesús replicó sin retirar ni un ápice lo que había
dicho: ¡Ay de vosotros también, doctores
de la ley, que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros
no las tocáis ni con un dedo. Imponéis obligaciones, exigencias, que
vosotros no cumplís.
Todas estas cosas las podemos leer como una historia con
los fariseos y los doctores judíos. Pero ¿y si las reflexionáramos y
personalizáramos –en lo que pueda ser- como dicho a nosotros? Por ejemplo: hay
quienes rezan mucho e incluso asisten a Misa, pero critican, mienten, conservan
sus reticencias por alguna cosa sufrida… ¿No cabría eso del “diezmo” de “cosas”
pero faltos del amor que Dios quiere?
¿No puede ser que pasamos por la vida sin ser testimonio de
nada, y que la gente pasa junto a nosotros sin tener ni un atisbo de personas
que trasmiten algo? Al menos se puede pensar…
Hoy, lo que el mundo quiere sería lo "políticamente correcto". Pero lo que quiere Dios es otra cosa. ¿Castigo? Pues si. El castigo llegará implacable a quien se obstina en desechar las advertencias. Pero no necesita Dios castigar, puesto que la vida torcida es ya de por si un castigo. Tal como ese alma viva, será después de la muerte. No hay mayor castigo que morir en las tinieblas, puesto que no hay mayor tiniebla que estar muerto apartado de Dios para siempre. ¿Sueno duro? Pues no lo soy. Son sólo palabras.
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