miércoles, 16 de octubre de 2019

16 octubre: ¡Ay de vosotros!


Viernes 18: ESCUELA DE ORACION. Málaga
LITURGIA
                      La carta a los romanos salta ahora al cap.2 (1-11) en que empieza Pablo advirtiendo a aquellos que juzgan a otros, y les advierte que haciendo juicios de los demás, se enjuicia uno a sí mismo. La realidad es que lo que uno juzga de otro está más en uno mismo que en el otro. Dice Pablo: Tu, juez, te portas igual. Sólo Dios sabe dónde está el mal y por tanto el que tiene derecho para juzgar. Y sabe que el que juzga, es juzgado, el que condena es condenado. Con la dureza de tu corazón impenitente te estás almacenando castigos para el día final, cuando se revelará el justo juicio de Dios, pagando a cada uno según sus obras.
          Y ese juicio de Dios, que fundamentalmente es benévolo con el pecador que se arrepiente, a los que han perseverado en el bien, les dará vida eterna; a los porfiados que se rebelan contra la verdad y se rinden a la injusticia, les dará un castigo implacable. No quiere Dios que llegue esa situación. Dios está mucho más abierto a acoger que al castigo. Pero el que se empeña en vivir la vida al margen de la voluntad de Dios, es como el árbol que nace torcido, que caerá del lado de su inclinación. Dios da mil oportunidades para que ese tal se enderece, recapacite, emprenda el camino del bien. Pero el que se empeña en estar contra Dios y su voluntad (sus mandamientos), él a sí mismo se castiga porque no ha acogido el camino bueno que se ofrecía.
          Y se habla de “castigo implacable”. Hoy no es el pensamiento “políticamente correcto”, pero es lo que está afirmado como realidad posible: esa situación tan definida contra Dios, que implacablemente quedará fijada contra Dios. Y ese es el castigo sin remedio. El remedio lo tuvo en vida. Cuando ya se han fijado las posiciones por la muerte, cada árbol cae del lugar hacia el que ha crecido.

          El evangelio entra en las quejas de Jesús contra los fariseos y los doctores de la ley, precisamente porque han crecido y se han desarrollado al margen de los caminos del Reino de Dios, y se han enfrascado en minucias que no definen para nada la actitud de la persona: Lc.11,42-46. Había invitado a Jesús un fariseo y en medio del banquete tuvo ya Jesús que corregir determinados aspectos que observaba. Y ahora lo explaya en estas expresiones de lamento. ¡Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de legumbres, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto habría que practicar, sin descuidar aquello. No está Jesús anulando el diezmo que había que pagar según la ley. Lo que está haciendo es poniéndolo en su valor: es de mucha menor importancia, y lo que vale de veras es el amor a Dios. Ese amor que se expresa primero en la fidelidad a la voluntad de Dios en sus mandamientos, y por consiguiente en la relación con el prójimo hacia el que hay que abrir el abanico de los comportamientos acordes con esa voluntad de Dios.
          ¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de honor en las sinagogas y las reverencias por la calle! Todo externo. Todo de figurín. Lo más opuesto a lo que Jesús viene enseñando, que empieza porque los verdaderos adoradores adoran al Padre en espíritu y verdad desde el fondo del corazón, y acuden al caído como el buen samaritano hacia el hombre que había sido herido por los ladrones.
          ¡Ay de vosotros que sois como tumbas sin señal, que las gentes las pisan sin saberlo! Algo vacío, algo que pasa desapercibido porque sus obras no muestran valores algunos. Y las gentes pasan de largo; no se sienten atraídas por un ejemplo, un testimonio.
          Intervino un doctor de la ley, diciéndole a Jesús: Maestro, diciendo eso nos ofendes también a nosotros. A lo que Jesús replicó sin retirar ni un ápice lo que había dicho: ¡Ay de vosotros también, doctores de la ley, que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros no las tocáis ni con un dedo. Imponéis obligaciones, exigencias, que vosotros no cumplís.
          Todas estas cosas las podemos leer como una historia con los fariseos y los doctores judíos. Pero ¿y si las reflexionáramos y personalizáramos –en lo que pueda ser- como dicho a nosotros? Por ejemplo: hay quienes rezan mucho e incluso asisten a Misa, pero critican, mienten, conservan sus reticencias por alguna cosa sufrida… ¿No cabría eso del “diezmo” de “cosas” pero faltos del amor que Dios quiere?
          ¿No puede ser que pasamos por la vida sin ser testimonio de nada, y que la gente pasa junto a nosotros sin tener ni un atisbo de personas que trasmiten algo? Al menos se puede pensar…

1 comentario:

  1. Hoy, lo que el mundo quiere sería lo "políticamente correcto". Pero lo que quiere Dios es otra cosa. ¿Castigo? Pues si. El castigo llegará implacable a quien se obstina en desechar las advertencias. Pero no necesita Dios castigar, puesto que la vida torcida es ya de por si un castigo. Tal como ese alma viva, será después de la muerte. No hay mayor castigo que morir en las tinieblas, puesto que no hay mayor tiniebla que estar muerto apartado de Dios para siempre. ¿Sueno duro? Pues no lo soy. Son sólo palabras.

    ResponderEliminar

¡GRACIAS POR COMENTAR!